P. Fernando Martínez Galdeano, S.J.
Está integrado exactamente por ciento cincuenta
poesías, llamadas “salmos” en la versión griega (no hebrea) de los LXX. El
origen de este nombre hay que buscarlo en el término griego “sálein” que significa pulsar los
instrumentos de cuerda. De aquí el nombre de “salmo” que recibe la canción que
es acompañada por este tipo de instrumental (cuerdas). En realidad se ensancha
de hecho el concepto de “instrumento”, pues también aparecen salmos para los
cuales se prescribe el acompañamiento de la flauta. Sin embargo, poco sabemos
acerca de las melodías y fondos de música usados en aquellos tiempos.
En la lengua hebrea estas composiciones (salmos)
son llamados “tehillim” (alabanzas).
El libro de los salmos, tal como lo conocemos hoy data probablemente de tiempos
posteriores al destierro, entre los siglos V y II a.C., una vez que fueran
restablecidos el culto y las peregrinaciones al templo. Pero existen indicios
de que la inspiración de no pocos de estos salmos es bastante anterior a esta
época post-exílica.
Su atribución al rey David (1050 a.C.) o al sabio
rey Salomón (950 a.C.) hasta el momento no suele ser aceptada al menos desde un
examen riguroso y crítico. La expresión “salmo de David” que se apunta al
comienzo de numerosos salmos, a juicio de los estudiosos no se ajusta a la
realidad. Conforme al texto primitivo hebreo su traducción precisa y más
acertada sería la de “salmo para David”, subrayando de esta manera que el salmo
en cuestión habría sido compuesto para ser usado en el culto propiciado incluso
desde tiempos del rey David. Esta finalidad cultual se mantiene hasta la
redacción definitiva del salmo.
No parece caber la menor duda de que los salmos
aunque proceden de autores individuales, no “de colectivos”, han sido escritos
y compuestos para su empleo en los actos señalados del culto público que
giraban alrededor del templo y de las fiestas judías. Pero carecemos por ahora
de datos definitivos para concretar en lo posible las ceremonias o fiestas a
las que cada uno de ellos estaba orientado.
Las principales y esperadas fiestas de
peregrinación, obligatorias para los israelitas adultos, eran las de Pascua,
Pentecostés y Tabernáculos. En la primera (Pascua) se conmemoraba la salida de
Egipto gracias a la intervención y a la fuerza de Yahvéh. La fiesta de este
memorial se celebraba en la noche de la primera luna llena, pasado el
equinoccio (primavera). Los días pascuales eran un memorial renovado de vida.
Siete semanas después de la gran fiesta de la
Pascua vienen los días de Pentecostés (a los cincuenta días), en la cual el
pueblo judío conmemora la entrega de la Ley por Yahvéh a Moisés en la montaña
del Sinaí. Se ofrecían las primicias de la cosecha.
La llamada fiesta de los Tabernáculos (“tiendas”) es la celebración de
la sementera en los comienzos del otoño. Hecha la vendimia con alegría y gozo
se da gracias a Dios por todo ello y se pide su bendición. “Celebrarás la fiesta de las tiendas durante siete días, una vez que
hayas almacenado los productos de tu era y tu lagar (...) Durante siete días
celebrarás la fiesta en honor del Señor tu Dios en el lugar que elija el Señor; porque el Señor tu Dios bendecirá
todas tus cosechas y todos tus trabajos, de manera que estarás así realmente
contento y feliz” (Dt 16,13.15).
En estas fiestas, las familias levantaban en los alrededores de Jerusalén una
especie de cabañas donde pasaban a cubierto las noches y días festivos, recordando
con ello la marcha por el desierto que hicieron sus antepasados, de camino
hacia la tierra prometida por el Señor.
El culto público era para los israelitas, como lo
es para nosotros, algo más que el recuerdo de unos acontecimientos pasados.
Surge el recuerdo, pero éste además se recrea, se transfigura junto a una emoción
actual. El memorial se suele revestir de novedad, de experiencia religiosa
vital. Se produce una sintonía y una resonancia.
DICHOSO EL HOMBRE
QUE NO SIGUE EL
CONSEJO
DE LOS IMPÍOS,
NI ENTRA POR LA SENDA
DE LOS PECADORES,
NI SE SIENTA EN LA
REUNIÓN
DE LOS CÍNICOS; SINO QUE SU
GOZO ES LA LEY DEL SEÑOR,
Y MEDITA SU LEY DÍA Y
NOCHE.
SERÁ COMO UN ÁRBOL
PLANTADO
AL BORDE DE LA ACEQUIA;
DA FRUTO EN SU SAZÓN
Y NO SE MARCHITAN SUS
HOJAS;
Y CUANTO
EMPRENDE
TIENE BUEN FIN.
(Sal 1,1-3)
Los salmos, por tanto, son los himnos, los cantos
religiosos, oraciones del pueblo judío, expresión poética de la experiencia
religiosa de las gentes de un pueblo que encuentra a su Dios en su propia
historia colectiva. Los poetas poseen el carisma de comunicar con palabras lo
que las palabras solas no son capaces de decir, y por eso, los salmos son
poemas. Tienen la virtualidad de hacer resonar en nosotros el eco de nuestras
emociones humanas y religiosas profundas, aquellas que a veces no acertamos a
expresar con palabras precisas.
Antes de pasar adelante, hay que advertir que la
numeración de los 150 salmos difiere según la versión se atenga a la que
corresponde al texto de originales hebreos o se prefiera la numeración adoptada
en la versión griega de los LXX. La primera es la seguida por las ediciones
modernas de la Biblia. La segunda, es la conservada por los libros que usamos
en la liturgia, inicialmente fundados en la Vulgata de san Jerónimo, que asumió
la numeración de los LXX. Desde el salmo 10 hasta el 147, la versión hebrea
adelanta a la griega en una unidad. Nosotros aquí, mantenemos la numeración
litúrgica y entre paréntesis añadiremos también la numeración hebrea con el fin
de evitar despistes y pérdidas de tiempo. Téngalo en cuenta el lector puesto
que las líneas del presente libro procuran el vincular la vida con el culto
litúrgico del que somos partícipes. La primeras comunidades cristianas usaron
la de los LXX.
¿POR QUÉ SE AMOTINAN LAS NACIONES,
Y LOS PUEBLOS PLANEAN UN FRACASO?
SE ALÍAN LOS REYES DE LA TIERRA,
LOS PRÍNCIPES CONSPIRAN
CONTRA EL SEÑOR Y CONTRA SU MESÍAS;
"ROMPAMOS SUS COYUNDAS,
SACUDAMOS SU YUGO."
EL QUE HABITA EN EL CIELO SONRÍE,
EL SEÑOR SE BURLA DE ELLOS.
LUEGO LES HABLA CON IRA,
LOS ESPANTA CON SU CÓLERA.
“YO MISMO HE ESTABLECIDO A MI REY EN SIÓN, MI MONTE SANTO."
VOY A PROCLAMAR EL DECRETO DEL SEÑOR;
EL ME HA DICHO: "TÚ ERES MI HIJO;
YO TE HE ENGENDRADO HOY."
(Sal 2,1-7)
NUMERACIÓN DE LOS SALMOS
Al hacer la versión griega de los salmos, "los setenta" unieron en un sólo salmo el n° 9 y el n° 10. Y lo mismo hicieron con el n° 114 y el n° 115. Y a la inversa dividieron en dos el n° 116, y el n° 147. Esto causa cierta confusión en la numeración para los lectores no avisados.
La Iglesia, desde sus comienzos, se fue extendiendo en las provincias pertenecientes al imperio romano, en cuyas ciudades la cultura helénica estaba arraigada. Se comprende que utilizara la versión de los LXX en griego. Conforme a esta tradición, la versión Vulgata (en latín) realizada en gran parte por san Jerónimo que manejó originales hebreos, recogió sin embargo la numeración griega por razones prácticas. Quedó así ésta última como numeración oficial de la Iglesia, y por tanto, fue la adoptada en el misal de altar, leccionarios, rituales, liturgia de las horas, etc.
Pero nuestras Biblias modernas cuya versión del A.T. ha sido realizada a partir de los textos hebreos siguen la numeración original hebrea. Estas Biblias suelen añadir entre paréntesis la numeración utilizada en la Iglesia. Por ejemplo, el salmo n° 139 (138) indica que al salmo 139 de la versión en hebreo corresponde el 138 de la versión en griego (el usado en la liturgia oficial).
Nosotros como ya lo indicamos en el primer capítulo seguimos más bien esta numeración la de la liturgia oficial añadiendo entre paréntesis la numeración de la versión en hebreo. Para mayor información y comodidad, a continuación ponemos una tabla de correspondencias entre ambas numeraciones:
Salterio Salterio
litúrgico hebreo
1-8 1-8
9,1-21 9
9,22-39 10
10-112 11-113
hebreo litúrgico
113,1-8 114
113,9-26 115
114 116,1-9
115 116,10-19
Salterio Salterio
litúrgico hebreo
116-145 .... 117-146146 147,1-11
147 147,12-20
148-150 148-150
Como es fácil observar, en los dos grandes bloques del salterio, el 10-112 (11-113) y el 116-145 (117-146) la numeración hebrea cuenta una unidad más.
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Agradecemos al P. Fernando Martínez, S.J. por su colaboración.
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