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P. Adolfo Franco, jesuita.
Juan 11, 1-45
Había un hombre enfermo llamado Lázaro, que era de Betania, el pueblo de María y de su hermana Marta. Esta María era la misma que ungió al Señor con perfume y le secó los pies con sus cabellos. Su hermano Lázaro era el enfermo.
Las dos hermanas mandaron a decir a Jesús: «Señor, el que tú amas está enfermo.» Al oírlo Jesús, dijo: «Esta enfermedad no terminará en muerte, sino que es para gloria de Dios, y el Hijo del Hombre será glorificado por ella.»
Jesús quería mucho a Marta, a su hermana y a Lázaro. Sin embargo, cuando se enteró de que Lázaro estaba enfermo, permaneció aún dos días más en el lugar donde se encontraba. Sólo después dijo a sus discípulos: «Volvamos de nuevo a Judea.» Le replicaron: «Maestro, hace poco querían apedrearte los judíos, ¿y tú quieres volver allá?»
Jesús les contestó: «No tiene doce horas la jornada. El que camina de día no tropezará, porque ve la luz de este mundo; pero el que camina de noche tropezará porque no posee la luz.»
Después les dijo: «Nuestro amigo Lázaro se ha dormido y voy a despertarlo.» Los discípulos le dijeron: «Señor, si duerme, recuperará la salud.» En realidad Jesús quería decirles que Lázaro estaba muerto, pero los discípulos entendieron que se trataba del sueño natural. Entonces Jesús les dijo claramente: «Lázaro ha muerto, pero yo me alegro por ustedes de no haber estado allí, pues así ustedes creerán. Vamos a verlo.» Entonces Tomás, apodado el Mellizo, dijo a los otros discípulos: «Vayamos también nosotros a morir con él.»
Cuando llegó Jesús, Lázaro llevaba ya cuatro días en el sepulcro. Betania está a unos tres kilómetros de Jerusalén, y muchos judíos habían ido a la casa de Marta y de María para consolarlas por la muerte de su hermano.
Apenas Marta supo que Jesús llegaba, salió a su encuentro, mientras María permanecía en casa. Marta dijo a Jesús: «Si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto. Pero aun así, yo sé que puedes pedir a Dios cualquier cosa, y Dios te la concederá.» Jesús le di jo: «Tu hermano resucitará.» Marta respondió: «Ya sé que será resucitado en la resurrección de los muertos, en el último día.» Le dijo Jesús: «Yo soy la resurrección (y la vida). El que cree en mí, aunque muera, vivirá. El que vive, el que cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?» Ella contestó: «Sí, Señor; yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo.»
Después Marta fue a llamar a su hermana María y le dijo al oído: «El Maestro está aquí y te llama.» Apenas lo oyó, María se levantó rápidamente y fue a donde él. Jesús no había entrado aún en el pueblo, sino que seguía en el mismo lugar donde Marta lo había encontrado.
Los judíos que estaban con María en la casa consolándola, al ver que se levantaba aprisa y salía, pensaron que iba a llorar al sepulcro y la siguieron.
Al llegar María a donde estaba Jesús, en cuanto lo vio, cayó a sus pies y le dijo: «Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto.» Al ver Jesús el llanto de María y de todos los judíos que estaban con ella, su espíritu se conmovió profundamente y se turbó. Y preguntó: «¿Dónde lo han puesto?» Le contestaron: «Señor, ven a ver.» Y Jesús lloró.
Los judíos decían: «¡Miren cómo lo amaba!» Pero algunos dijeron: «Si pudo abrir los ojos al ciego, ¿no podía haber hecho algo para que éste no muriera?»
Jesús, conmovido de nuevo en su interior, se acercó al sepulcro. Era una cueva cerrada con una piedra. Jesús ordenó: «Quiten la piedra.» Marta, hermana del muerto, le dijo: «Señor, ya tiene mal olor, pues lleva cuatro días.» Jesús le respondió: «¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?» Y quitaron la piedra.
Jesús levantó los ojos al cielo y exclamó: «Te doy gracias, Padre, porque me has escuchado. Yo sabía que siempre me escuchas; pero lo he dicho por esta gente, para que crean que tú me has enviado.» Al decir esto, gritó con fuerte voz: «¡Lázaro, sal fuera!»
Y salió el muerto. Tenía las manos y los pies atados con vendas y la cabeza cubierta con un sudario. Jesús les dijo: «Desátenlo y déjenlo caminar.»
Muchos judíos que habían ido a casa de María creyeron en Jesús al ver lo que había hecho.
Palabra del Señor.
La resurrección de Lázaro anuncia la resurrección de Jesús y nuestra propia resurrección.
El evangelio que hoy leemos nos narra el extraordinario milagro de la Resurrección de Lázaro. Y esto como reflexión adelantada de la Resurrección de Cristo que pronto vamos a celebrar. Aunque es importante distinguir entre las dos resurrecciones. La resurrección de Lázaro consistió en recuperar (después de haber muerto) la vida temporal otra vez; mientras que en la resurrección de Cristo, El, en cuanto hombre después de su muerte recuperó ya la Vida definitiva, en que ya no hay otra muerte.
El mensaje que nos trae el hecho que nos narra el Evangelio de San Juan, es muy importante: se trata de darle un sentido a la muerte, se trata de manifestar el poder que Jesús tiene sobre la vida y la muerte, se trata de anunciar ese prodigio, maravilla de Dios que es la Resurrección de Jesús (y también la nuestra). Es un mensaje maravilloso: la Vida triunfa definitivamente sobre la muerte.
San Juan subraya especialmente el sentido de la muerte cuando dice: “esta enfermedad no es de muerte, sino para que resplandezca la gloria de Dios y la gloria del Hijo de Dios”. Aquí se nos está indicando cómo se debe tomar la enfermedad y la muerte: toda enfermedad y toda muerte deben ser así: resplandor de la gloria de Dios. Evidentemente que esto es un dato de fe, que supera toda la evidencia humana. Pero además Jesús habla de la muerte de Lázaro, como del sueño de alguien que duerme. También esto sirve para explicar el sentido de la muerte cristiana: la muerte cristiana es simplemente un sueño, del que nos despierta el Hijo de Dios; lo mismo que dice a sus apóstoles cuando habla de Lázaro “voy a despertarlo”, Jesús nos despierta también a nosotros del sueño de la muerte.
Y Jesús manifiesta, con mucha claridad, durante todo el relato su poder sobre la muerte, y su deseo de dar vida eterna. Tiene afirmaciones que se refieren sin duda a Lázaro y al momento que está viviendo con el dolor de sus hermanas, pero que van más allá de ese momento preciso y tienen sentido universal, son un mensaje para nosotros. Así dice a Marta y nos dice a nosotros: “tu hermano resucitará”. “El que cree en mí, aunque muera, vivirá. Todo el que vive y cree en mí no morirá para siempre”. Y todo esto lo sustenta en esa otra afirmación sublime y consoladora: “YO SOY LA RESURRECCIÓN Y LA VIDA”.
Esta es una verdad sobre la que se apoya la existencia del Cristiano. Jesús es la vida y El es quien obra la resurrección. Nuestro ser se estremece ante el hecho de la muerte; nos encaminamos hacia ese punto de nuestra existencia. Frente a él sentimos dudas, incertidumbre ¿qué habrá detrás? ¿hay algo detrás de la puerta? Tantas preguntas a las que solo la fe responde. La apariencia de derrota del ser que muere, es sólo una apariencia, porque Jesús nos promete la vida, nos afirma que la muerte es un sueño del que El nos despierta. Nos dice que el que cree en El no muere para siempre.
Y todo esto lo corroborará con su propia Resurrección, que es anunciada en esta resurrección efímera de Lázaro. Porque evidentemente la intención del Evangelista, al poner este episodio en vísperas de la muerte de Jesús mismo, es preanunciar su propia muerte y su propia resurrección. Incluso habla claramente que por este milagro queda definitivamente sentenciada la muerte de Jesús por el tribunal judío: “conviene que muera uno sólo, dice Caifás, y así profetizó que Jesús moriría por el mundo entero”.
Y precisamente de la muerte de Jesús se puede decir lo que El estaba enseñando, que era para la gloria de Dios, que su muerte era poco más que un sueño (Lázaro estuvo muerto cuatro días, Jesús solamente tres); y en El se cumple en forma maravillosa al resucitar, que es la Resurrección y la Vida, y que vivirá y no morirá para siempre.
Pero en todo este episodio es bueno involucrarnos: el protagonista es Jesús, Lázaro es un personaje fundamental en el relato; pero nosotros también estamos ahí: es nuestra historia, la historia de nuestra vida y de nuestra muerte, la historia de nuestra resurrección, y todo por la fuerza de Jesús, que es para nosotros Vida, porque creemos en El. Y todo el que cree en El no morirá para siempre.
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Agradecemos al P. Adolfo Franco, S.J. por su colaboración.
Para otras reflexiones del P. Adolfo acceda AQUÍ.
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