Libro del Eclesiástico o el Sirácida




P. Fernando Martínez Galdeano, S.J.


El nombre peculiar de este libro (“Ecle­siástico”), tal como suele aparecer y figurar en nuestras biblias proviene de la tradición cristiana. En la versión griega de los setenta (LXX) se presenta con el titular personifi­cado de la “Sabiduría de Jesús Ben Sirá”. Por ésto, algunos lo designan como “Ben Sirá” o “el Sirácida”. Este Jesús Ben Sirá (50,27) escribió su escrito en hebreo; y un nieto suyo, según se nos explica en el pró­logo, hizo la traducción del libro original en hebreo al idioma griego, asequible a los creyentes de la “diáspora” judía.

Hacia el 190 a.C., Palestina acababa de pasar al dominio de los ejércitos seléucidas. Esta dinastía era mucho más agobiadora y dominante que la anterior, la de los ptolomeos (323-198 a.C.), en su propósito tenaz de imponer la cultura helénica. En tales circunstancias, un escriba de Jerusalén, amante de la Ley y de las tradiciones judías, llamado Ben Sirá, dedica su vida al estudio y a la enseñanza de la verdadera sabiduría que no ha de sentirse inferior a la griega. Su nieto, emigrante en Egipto, tra­duce el escrito de su abuelo que recoge sus consejos y sabias enseñanzas. Conforme a lo aportado por él mismo en el prólogo, la fecha de esta traducción se situaría hacia el año 132 a.C. Es la admitida por la Iglesia.

En una primera parte (1,1-23,27), con un estilo similar al del libro de los Prover­bios, se nos aconseja sobre diversos aspec­tos de la vida personal, familiar y social, sobre las virtudes que han de predominar en ellas y los vicios a evitar. Y ello ha de inspirarse en el “temor de Dios” (1,11-20). Por supuesto hay que respetar a los demás pero ante todo hemos de respetar a Dios.

En su parte segunda, de extensión pare­cida (24,1-42,14), se amplía bastante más el horizonte aunque de forma un tanto de­sordenada. Se contempla la sabiduría como una luz en medio de Israel. Se insiste en el temor del Señor y en la observancia de la Ley como ideal del sabio (39,1-11).

En una original tercera parte el Sirácida medita sobre la historia colectiva y nacional de su propio pueblo, algo que no aparece en ningún otro escrito sapiencial anterior (42,15-50,29). A través de algunas de sus páginas desfilan Noé, Abraham, Jacob, Moisés, David, Isaías... etc. Son figuras de una historia porque, “el Señor lo es todo” (43,27), y porque en esa historia “desde los siglos ha mostrado su grandeza” (44,2).

Llegado ya al final con su firma y con­clusión (50,27-29), el laborioso Sirácida complementa el escrito con un salmo de acción de gracias (51,1-12) y un poema autobiográfico acerca de su perseverante empeño en encontrar la anhelada sabidu­ría (51,18-38). “Siendo joven aún, (...), y hasta mi último día la andaré buscando”.


ALEGRÍA Y TEMOR DE DIOS

Al hablar de la salud el libro del Eclesiástico afirma: "No hay riqueza mejor que la salud del cuerpo, ni contento mayor que la alegría del corazón" (30,16). Y añade acerca de la alegría: "No entregues tu alma a la tristeza, ni te atormentes a ti mismo con tus cavilaciones. La alegría del corazón es la vida del hombre. (...) Echa lejos de ti la tristeza; que la tristeza perdió a muchos, y no hay en ella utilidad. Envidia y malhumor los días acortan, las preocupaciones traen la vejez antes de tiempo" (30,21-24). 

Ya en el N.T., san Pablo en su carta a los Filipenses insiste: "Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres" (Flp 4,4). Podemos subrayar aquí que no se trata de una alegría "loca", sin más ni más, superficial o periférica, sino de una alegría que viene del corazón de uno mismo. Una buena salud es un bien inapreciable, una riqueza incontable. La alegría humana proviene a veces de una buena salud corporal, pero en definitiva fluye de un estado de ánimo despreocupado y liberado de toda ansiedad y tristeza. Una alegría liberada de miedos y temores podría decirse que es un don divino. 

Pero a medida que la persona va creciendo y comprometiéndose en responsabilidades de adulto, no parece fácil el vivir desde la alegría del corazón. En su transfondo, los libros de la Biblia presuponen la siguiente base: "El temor del Señor es gloria y honor, contento y corona de júbilo. El temor del Señor recrea el corazón, da alegría y largos días. Para el que teme al Señor, todo irá bien al fin, en el día de su muerte se le bendecirá" (Eclo 1,11-13). 

Con la expresión "temor del Señor" no cabe una interpretación de miedo, de sentimiento de rechazo y alejamiento de Dios. La interpretación debería ser la de "respeto" y atracción a un mismo tiempo, pues la palabra "Señor" está indicando una relación de confianza y seguridad, algo así como la que experimenta un niño ante sus padres o un discípulo ante su profesor admirado. El sentimiento de confianza en un Dios que nos quiere es fundamento de gozo y alegría; de aceptación y paz en el sufrimiento ineludible; y de esperanza cristiana que se abre hacia un futuro mejor. Cuando se aprende a orar de modo filial, la vida se vuelve más agradable.



SIENDO JOVEN AÚN, ANTES DE IR POR EL MUNDO, ME DÍ A BUSCAR ABIERTA­MENTE LA SABIDURÍA EN MI ORACIÓN; A LA PUERTA DELANTE DEL TEMPLO LA PEDÍ, Y HASTA MI ÚLTIMO DÍA LA ANDARÉ BUS­CANDO (...) GRACIAS A ELLA HE HECHO PROGRESOS; A QUIEN ME DIÓ SABIDURÍA DARÉ GLORIA. PUES DECIDÍ PONERLA EN PRÁCTICA, TUVE CELO POR EL BIEN Y NO QUEDARÉ CONFUNDIDO. MI ALMA HA LUCHADO POR ELLA; A LA PRÁCTICA DE LA LEY HE ESTADO ATENTO, HE TENDIDO MIS MANOS A LA ALTURA Y HE LLORADO MI IGNORANCIA DE ELLA. HACIA ELLA ENDERECÉ MI ALMA, Y EN LA PUREZA LA HE ENCONTRADO. LOGRÉ CON ELLA UN CORAZÓN DESDE EL PRINCIPIO, POR ESO NO QUEDARÉ ABANDONADO.

(Eclo 51,13-14.17-20)



GUÍA DEL LIBRO DEL ECLESIÁSTICO


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Prólogo del traductor griego

(1,1-2,18) 
• Origen de la sabiduría. 
• El temor de Dios. 
• Fidelidad en la prueba.

(3,1-6,37) 
• Deberes filiales. 
• Humildad y orgullo. 
• Caridad para con los pobres.
• La sabiduría educadora. 
• No avergonzarse de uno mismo. 
• Riqueza y presunción.
• Pecados de la lengua. 
• La amistad. 
• Deseo de la sabiduría.

(7,1-11,34) 
• Consejos para la vida social. 
• Los hijos, los padres, los sacerdotes, los pobres.
• Actitudes equivocadas. 
• Mujeres y hombres. 
• El gobierno. 
• Orgullo, el honor verdadero, la humildad y la verdad. 
• Confiando sólo en Dios.

(12,1-15,10) 
• Favores y amigos. 
• Ricos y pobres. 
• Avaricia y disfrute de la vida.
• Felicidad del sabio.

(15,11-18,14) 
• Pecado y libertad. 
• Castigo del pecador. 
• Retribución. 
• El creador.
• El juez divino. 
• Grandeza de Dios y poquedad del hombre.

(18,15-20,31) 
• Generosidad y previsión. 
• Auto-dominio. 
• Silencio y palabras. 
• Paradojas.
• Sabiduría en lo que se dice.

(21,1-24,34) 
• Huye del pecado. 
• El sabio y el insensato. 
• La amistad. 
• Vigilancia.
• Pasiones sexuales. 
• Discurso de la sabiduría.

(25,1-33,6) 
• Lo que merece alabanza. 
• Buenas y malas mujeres. 
• Cosas que dan tristeza.
• Negocios y dinero. 
• Indiscreción e hipocresía. 
• Rencor y riñas. 
• Murmura­ción. 
• Préstamos y fianzas. 
• Hospitalidad. 
• Corrección de los hijos. 
• Salud y bienestar. 
• Riqueza, comilonas, vino y banquetes. 
• El temor del Señor.

(33,7-37,26) 
• Desigualdades e independencia. 
• Criados, fantasías y viajes. 
• El culto verdadero.
• Justicia divina. 
• Por la liberación y restauración de Israel. 
• El discernimiento, elección de la mujer, los amigos y los consejeros. 
• Verdadera y falsa sabiduría.

(37,27-39,35) 
• Templanza. 
• Médicos y medicinas. 
• Duelo. 
• El trabajo manual. 
• El estudioso de la ley. 
• Alabanza a Dios creador.

(40,1-42,14) 
• Miseria de la vida humana. 
• Lo mejor. 
• No vivir a costa de los demás.
• La muerte. 
• Destino de los impíos. 
• Verdadera y falsa vergüenza.
• Las hijas jóvenes.

(42,15-51,12) 
• La gloria de Dios en la naturaleza. 
• En la historia: antes del diluvio, en Abraham, Moisés, Aarón, Josué, Jueces, Samuel, David, Salomón, Elias y Eliseo, Ezequías, Isaías, Josías, etc. 
• El sumo sacerdote Simón. 
• Oración de acción de gracias.

(51,13-30) 
• Poema sobre la búsqueda de la sabiduría.

NO HAY RIQUEZA MEJOR QUE LA SALUD DEL CUERPO, NI CONTENTO MAYOR QUE LA ALEGRÍA DEL CORAZÓN.

(Eclo 30,16)


...
Agradecemos al P. Fernando Martínez, S.J. por su colaboración.
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