Teología fundamental. 2. La Revelación - Religión natural y religión revelada




P. Ignacio Garro, jesuita
SEMINARIO ARQUIDIOCESANO DE AREQUIPA



2. LA REVELACIÓN

2.1. NOCIÓN 

Conocemos a Dios de dos modos: por la razón y por la revelación. 

a. La razón es la luz natural que Dios ha dado a nuestro entendimiento para conocer las cosas. 

Con la sola fuerza de la razón natural -es decir, sin intervención especial de Dios podemos conocer varias verdades religiosas, por ejemplo, que hay un solo Dios, que tenemos alma, que existe otra vida después de la muerte, etc. (cfr. Dz. 1785, 1806, 21451, etc.).

b. La Revelación es la manifestación hecha por Dios a los hombres de algunas verdades de orden religioso; por ejemplo, que Jesucristo es el Hijo de Dios hecho hombre, y que murió para salvarnos; o que en Dios hay tres Personas distintas, etc. 

El conjunto de verdades religiosas que el hombre puede conocer por la simple luz de la razón se llama Religión NATURAL. 

El conjunto de verdades que Dios ha manifestado al hombre por conducto de la Revelación, se llama Religión REVELADA. Como lo veremos luego, la Religión revelada es la Religión Católica. 


2.2. NO BASTA LA RELIGIÓN NATURAL 

No basta para salvarnos la Religión natural; a saber, no basta con aceptar las verdades religiosas que nos puede enseñar la luz de la razón; es necesario que aceptemos la Religión revelada. Dios por su Bondad infinita ha querido abrir otro camino que lleve directamente a El y con mayor facilidad: el de la religión sobrenatural: "Quiso su sabiduría y bondad revelarse a Sí mismo, al género humano, y revelar los decretos eternos de su voluntad por otro camino, y éste sobrenatural" (Con. Vaticano I., Const. dogm. Dei Filius, c. 2; Dz. 1785).

La razón es que no podemos ni conocer, ni amar, ni servir a Dios como El quiere y manda, sino aceptando las verdades, preceptos y medios de santificación que El se ha dignado manifestarnos. Otra manera de actuar significaría desprecio de lo que Dios ha dicho, considerándolo inútil o indiferente. Están pues, en grave error quienes dicen: "Yo soy honrado: yo no robo ni mato. Con esto tengo para salvarme". Esto les bastará para evitar la cárcel y la deshonra humana. Pero no podrán salvarse si no cumplen las condiciones que Dios les ha impuesto para ello. 

El es nuestro dueño y Señor, y nos ha creado para su servicio. En consecuencia estamos obligados a honrarlo y servirlo en la forma que se digne determinarlo. 

Si Dios no hubiera hecho ninguna revelación, bastaría la Religión natural para salvarse. Desde el momento en que Dios revela, no cabe pensar que da lo mismo una religión que otra -indiferentismo religioso- sino que es preciso aceptar esa revelación divina que constituye la única religión verdadera. 


2.3. DEBERES QUE NOS IMPONE LA RELIGIÓN REVELADA

La Religión revelada nos impone, en especial, tres deberes: 

1º. Es aceptarlas verdades que Dios nos ha manifestado. 

2º. Es cumplir los mandamientos que nos ha impuesto. 

3°. Es acudir a los medios de santificación con que El mismo ha querido ayudar nuestra debilidad. 

Dios, en efecto, no ha querido dejar al hombre abandonado al error, al vicio y a su propia debilidad; sino que: 

a. Para librarlo del error, El mismo le ha revelado las verdades que debe conocer y creer. 

b. Para librarlo del vicio, El mismo le ha determinado las obras que debe practicar, y las que debe evitar. 

c. Para ayudar su debilidad, le ofrece su gracia por conducto de los sacramentos, la oración, etc., obligándolo a recurrir a estos medios. 


CONCLUSIÓN

       Debemos decir que no podemos conocer, amar y servir a Dios, ni salvar nuestra alma, si no aceptamos y practicamos la Religión revelada Íntegramente. 

Así Cristo no dijo solamente: "El que no creyere se condenará" (fe), sino también: "Si quieres alcanzar la vida, guarda los mandamientos" (moral) y, "Si uno no nace de agua y Espíritu Santo no puede ver el reino de Dios", y "Si no comiereis mi carne no tendréis vida en vosotros" (sacramentos) (cfr. Mc. 16, 16, Mt. 19, 17, Jn. 3, 5, Jn. 6, 54). 

"Con frecuencia, el hombre actual no sabe lo que lleva dentro, en lo profundo de su ánimo, de su corazón. Muchas veces se siente inseguro sobre el sentido de su vida en este mundo. Se siente invadido por la duda, que se transforma en desesperación. Permitid, pues -os lo ruego, os lo imploro con humildad y con confianza-, permitid que Cristo hable al hombre. ¡Sólo El tiene palabras de vida, sí, de vida eterna!" (Juan Pablo II, Homilía en la inauguración de su Pontificado, 22-XI-1978). 




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Agradecemos al P. Ignacio Garro, S.J. por su colaboración.
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