Los escritos de San Pablo: Su Teología - Conclusiones II



P. Ignacio Garro, S.J.
SEMINARIO ARQUIDIOCESANO DE AREQUIPA

TEOLOGÍA DE SAN PABLO - 19° ENTREGA



17.2. EL PLAN DEL PADRE EN LA HISTORIA DE LA SALVACIÓN

El matiz de “misterio” añadido a la concepción que Pablo tiene del Evangelio, nos descubre la amplia perspectiva en que realmente es considerado. Pablo vio el Evangelio solamente como una parte del maravilloso plan, concebido graciosamente por el Padre para la salvación de los hombres, que se reveló y se hizo realidad en Cristo Jesús; esta fue realmente la “intención” del Padre, Efes 1, 11: “A Él, por quien somos herederos, elegidos de antemano según el previo designio del que realiza todo conforme a la decisión de voluntad”, y en Gal 4, 4: “Pero al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, y para que recibiéramos la condición de hijos”; pues ésta era la “voluntad” del Padre, 1 Cor 1, 1: “Pablo, llamado a ser apóstol de Cristo Jesús por la voluntad del Padre, ...”; y en 2 Cor 1, 1: “Pablo, apóstol de Jesucristo por voluntad de Dios”. Esta manera de comprender Pablo el plan de Dios es importante porque nos permite conocer las dimensiones históricas, cosmológicas y corporativas de la salvación cristiana.

El autor del plan salvífico no es Cristo, sino Dios Padre. Lo que Pablo nos enseña acerca del Padre no es una teología independiente de la cristología soteriológica. Y esto lo enseña preferentemente en contextos que se refieren al plan divino de salvación. “Dios se complació en salvar a los creyentes por la locura de la predicación”, 1 Cor 1, 21. La palabra “se complació” es altamente esclarecedora de esta iniciativa graciosa que Pablo nunca deja de atribuir al Padre, cuya gran designio es la salvación de todos los hombres, Rom 1, 16: “Pues no me avergüenzo del Evangelio, que es fuerza de Dios para la salvación de todo el que cree: del judío primeramente y también del griego”.

Es el Padre quien llama a los hombres a la fe, a la salvación, a la gloria e incluso al apostolado, 1 Tes 5, 24: “Fiel es el que os llama y es él quien lo hará”; y en 2 Tes 2, 13-14: “Nosotros, en cambio, debemos dar gracias a Dios por vosotros, hermanos, amados del Señor, porque Dios os ha escogido desde el principio para la salvación mediante la acción santificadora del Espíritu y la fe en la verdad”. Es una “llamada” que se hace en virtud de un plan eterno, 1 Tes 5, 9: “Dios no nos ha destinado para la ira, sino para obtener la salvación por nuestro Señor Jesucristo”; y en Rom 8, 28: “Por lo demás, sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman; de aquellos que han sido llamados según su designio”.

Aunque Pablo a veces atribuye al Padre ciertas cualidades que parecen absolutas, casi siempre revelan algo específico de Dios para nosotros, para nuestro beneficio, ya que esas cualidades expresan aspectos de su relación con el plan divino de salvación. Así, por ejemplo, los diversos atributos que Pablo saca de su trasfondo judío: en Efes 3, 9: “y esclarecer cómo se ha dispensado el misterio escondido después de los siglos en Dios creador del universo”; y en Rom 4, 17, como el único Dios que: “da la vida a los muertos y llama a los que no son para que sean”; el Dios del eterno poder y divinidad, como en Rom 1, 20: “Porque lo invisible de Dios, desde la creación del mundo, se deja ver a la inteligencia a través de sus obras: su poder eterno y su divinidad, de forma que son inexcusables; un Dios que manifiesta su ira como en Rom 1, 18: “En efecto, la ira de Dios, se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres que aprisionan la verdad en la injusticia”; y, sobre todo un Dios que manifiesta su justicia como en Rom  3, 5: “pero si nuestra injusticia realza la justicia de Dios, ¿qué diremos? ¿Será acaso injusto Dios al descargar su ira?”.

“Justicia”, término que no debemos pensar sin más en la justicia vindicativa de Dios (en oposición a su misericordia). Este término “justicia” se refiere más bien a su justicia salvífica, cualidad por la que manifiesta su liberalidad y fidelidad perdonando por medio de su Hijo a todo el género humano.

La relación del Padre con la salvación del hombre cobra más relieve en la manera de concebir Pablo la relación de Dios con Cristo, ya que Dios es con frecuencia, 2 Cor 1, 3: “Bendito sea Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre misericordioso y Dios de toda consolación”; y en Rom 15, 6: “para que unánimes, a una voz glorifiquemos al Dios y Padre de nuestro Jesucristo”; y en  Col 1, 3: “Damos gracias sin cesar a Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, por vosotros en nuestra oraciones”; tal concepción refleja los influjos del monoteísmo judío de Pablo, 1 Cor 8, 6: “para nosotros no hay más que un solo Dios, El Padre, del cual proceden todas las cosas y para el cual somos; y un solo Señor, Jesucristo, por quien son todas las cosas y nosotros por él”; y también su comprensión de Cristo, el único que revela a Dios ante los hombres, 2 Cor 4, 4: “ ... para impedir que vean el resplandor del glorioso Evangelio de Cristo, que es imagen de Dios”; por que Cristo es “imagen de Dios”, como en Col 1, 15: “Él es imagen de Dios invisible, Primogénito de toda la creación”.

El Padre es quien ha enviado a su Hijo a redimir a los que estaban bajo la Ley, Gal  4, 4: “Pero al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que hallaban bajo la ley, y para que recibiéramos la condición de hijos”. La misión de Cristo constituye para Pablo la gran prueba del amor del Padre a los hombres, Rom 5, 8: “mas la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros”. En Cristo, el hombre realiza el encuentro con el amor supremo del Padre. Su amor se ha derramado en nuestros corazones, Rom 5, 5: “y la esperanza no falla, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado”; es Cristo causa de reconciliación con Dios Padre, en 2 Cor 5, 18: “Y todo proviene de Dios, que nos reconcilió consigo por Cristo y nos confió el ministerio de la reconciliación”; y en 1 Tes 1, 9: “Ellos mismos cuentan de nosotros cuál fue nuestra entrada a vosotros, y cómo os convertisteis a Dios, tras haber abandonado los ídolos, para servir a Dios vivo y verdadero”; es Dios, a quien Pablo contempla como autor del plan eterno de salvación y a quien dirige su plegaria, Filip 1, 4-5: “rogando siempre y en todas mis oraciones con alegría por todos vosotros a causa de la colaboración que habéis prestado al Evangelio, desde el primer día hasta hoy”.

Para evitar que alguien saque la impresión de que la misión salvífica de Cristo fue una especie de “arreglo” de la historia del hombre, que se ve desviado a causa de su pecado de rebeldía, Pablo pone de relieve que este plan salvífico fue ideado por el creador, Efes 3, 9: “Y esclarecer cómo se ha dispensado el misterio escondido después de siglos en Dios, creador del universo”; incluso antes de la fundación del mundo Efes 1, 4: “por cuanto nos ha elegido en Él antes de la fundación del mundo, para ser santos e inmaculados en su presencia, en el amor”; después de un largo período, durante el cual la paciencia de Dios soportó los pecados de los hombres y el olvido en que le tenían, Rom 3, 23: “todos pecaron y están privados de la gloria de Dios, y son justificados por el don de su gracia, en virtud de la redención, realizada en Cristo Jesús”; llegado el tiempo de enviar a su Hijo al mundo de los hombres Gal 4, 4 para reconciliarlos consigo mismo y darles acceso a El, Rom 5, 1-2: “Habiendo, pues, recibido de la fe la justificación, estamos en paz con Dios, por nuestro Señor Jesucristo”.

Todas las promesas de Dios encuentran su “sí”" en Cristo 2 Cor 1, 20: “Pues todas las promesas hechas por Dios han tenido un “sí” en Él; y por eso decimos por Él “Amén” a la gloria de Dios”; este plan salvífico lo manifiesta en Efes 1, 9-10: “dándonos a conocer el misterio de su voluntad según el benévolo designio que en Él se propuso de antemano, para realizarlo en la plenitud de los tiempos: hacer que todo tenga a Cristo por cabeza, lo que está en los cielos y lo que está en la tierra”. En la carta a los Romanos Pablo contempla la creación física entera en espera de la realización de este plan salvífico, Rom 8, 19-21: “pues la ansiosa espera de la creación desea vivamente la revelación de los hijos de Dios. La creación, en efecto,  fue sometida a la caducidad, no espontáneamente, sino por aquel que la sometió en la esperanza de ser liberada de la esclavitud de la corrupción para participar de la gloria de los hijos de Dios”.

Esta meta cristocéntrica de toda la creación no es la etapa final del plan. A Cristo, como Kyrios y cabeza del universo se le entregado el dominio para hacer patente ante todos su misión y exaltación en la historia salvífica del hombre. Pero una vez que el plan divino haya alcanzado la etapa de la reconciliación de todos los hombres con Dios, 1 Cor 15, 24-28: Luego“, el fin, cuando entregue a Dios Padre el Reino, después de haber destruido todo principado, dominación y potestad. Porque Él debe de reinar hasta que ponga a todos sus enemigos bajo sus pies. El último enemigo en ser destruido será la Muerte. Porque ha sometido ha sometido todas las cosas bajo sus pies, ...  Así, cuando se le someta todo, entonces también el propio Hijo se someterá a aquél que se le somete todo, para que Dios sea todo en todos”. En esta concepción del plan eterno podemos ver que todo viene del Padre y a El estamos destinados 1 Cor 8, 5: “pues aunque se les dé el nombre de dioses, bien en el cielo bien en la tierra, de forma que hay multitud de dioses y de señores”; Cristo es cabeza de toda criatura humana y Dios Padre la cabeza de Cristo, 1 Cor 11, 3: “Sin embargo, quiero que sepáis que la cabeza de todo hombre es Cristo; y la cabeza de la mujer es el hombre; y la cabeza de Cristo es Dios”; y en 1 Cor 3, 21-23: “Así que, no se gloríe nadie en los hombres, pues todo es vuestro: ya sea Pablo, Apolo, Cefas, el mundo, la vida, la muerte, el presente, el futuro, todo es vuestro; y vosotros de Cristo y Cristo de Dios”.

Esta perspectiva de la historia de salvación confiere a la cristología de Pablo unas dimensiones históricas, cósmicas y sociales. La cristología paulina es histórica porque comprende todas las etapas de la historia del hombre, desde la creación hasta la consumación, porque está enraizada en la intervención de Cristo en esa historia en la plenitud de los tiempos, Gal 4, 4: “Pero, al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, y para que recibiéramos la condición de hijos”; y porque da a esa historia una significación y un sentido que no son inmanen­tes. Es cósmica porque relaciona todos el “kosmos” creado con la salvación del hombre en un movimiento anhelante hacia Cristo, “kosmokrator”, a quien al Padre ha constituido cabeza y meta de todo. Es social porque la teología paulina tiene ante la vista los efectos del acontecimiento Cristo sobre el “Israel de Dios”, Gal 6, 16: “Y para todos los que se sometan a esta regla, paz y misericordia, lo mismo que para el Israel de Dios”; y en Rom 9, 6: “No es que haya fallado la palabra de Dios. Pues no todos los descendientes de Israel son Israel”; y porque estaba destinada a abatir la barrera existente entre judíos y griegos, reconciliando a ambos en un único cuerpo, Efes 2, 14: “Porque Él es nuestra paz: el que de los dos pueblos hizo uno, derribando el muro divisorio, la enemistad”.

Nunca cargaremos demasiado el acento sobre esta última dimensión del plan salvífico; el aspecto social de la salvación se destaca en muchos textos de S. Pablo, como por ejemplo, Rom 5, 18-21: “Así pues, como el delito de uno atrajo sobre todos los hombres la condenación, así también la obra de justicia de uno procura a todos la justificación que da la vida. En efecto, así como por la desobediencia de un hombre, todos fueron constituidos pecadores así también por la obediencia de uno todos serán constituidos justos”.

Debería prevenirnos de interpretar la doctrina de Pablo de manera estrecha o en un sentido exclusivamente individualista, ya sea el de una relación yo-tú entre el cristianos y Dios, o bien el de una piedad personal, o el de una antropología exagerada; este aspecto social aparece, sobre todo, en la incorporación de los cristianos a Cristo y a la Iglesia.




Agradecemos al P. Ignacio Garro, S.J. por su colaboración.

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