P. Ignacio Garro, S.J.
SEMINARIO ARQUIDIOCESANO DE AREQUIPA
TEOLOGÍA DE SAN PABLO - 18° ENTREGA
17. CONCLUSIONES
Finalmente y en conclusión de todo este trabajo sobre San Pablo podemos dividir la teología soteriológica de Pablo de la siguiente manera:
Finalmente y en conclusión de todo este trabajo sobre San Pablo podemos dividir la teología soteriológica de Pablo de la siguiente manera:
1. El
Evangelio de Pablo
2. El
plan del Padre en la Historia de la Salvación
3. Función de Cristo en la Historia de la salvación
a. Preexistencia del Hijo
b. El “Kyrios”
c. Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo
d. Jesucristo el Señor y el Espíritu
4. Efectos del acontecimiento salvífico de Jesucristo
a. Expiación
b. Reconciliación
c. Justificación
b. Reconciliación
c. Justificación
d. Liberación redentora
El concepto clave, en torno al cual debe organizarse toda la teología de S. Pablo, es CRISTO. La teología de Pablo es ante todo Cristocéntrica. Es una soteriología ("soter" = Salvador), es la fascinación que ejerce Cristo en Pablo lo que hace que sea una soteriología cristocéntrica. Esto puede parecer demasiado evidente, pero hoy día es necesario insistir en ello. Pablo formuló su mensaje de modo parecido en 1 Cor 1, 21-25: “...Dios se complació en salvar a los creyentes por la locura de la predicación (kerigma). Puesto que los judíos piden signos y los griegos buscan sabiduría, nosotros, en cambio, predicamos un Cristo crucificado, escándalo para los judíos y locura para los paganos, pero para los llamados, judíos o griegos, Cristo es poder de Dios y sabiduría de Dios.". Esta soteriología está basada en la: “narración de la cruz”, 1 Cor 1, 18: “pues la predicación de la cruz es una locura para los que se pierden; mas para los que se salvan – para nosotros – es fuerza de Dios”; pone de relieve el lugar central que ocupa Cristo en el evangelio de Pablo. Por tanto, cualquier tentativa de buscar un principio organizador de su teología que no sea Cristo mismo, y éste crucificado, será forzosamente inadecuado.
Esta teología de Pablo es una cristología funcional. Pablo en su predicación no se ocupó de la constitución intrínseca de Cristo “in se”; Pablo nos dice que predicó un Cristo crucificado,1 Cor 1, 23-24: “nosotros predicamos a un Cristo crucificado: escándalo para los judíos, locura para los gentiles; mas para los llamados, lo mismo judíos que griegos, un Cristo, fuerza de Dios y sabiduría de Dios”; predicó a Cristo en lo que significa para el hombre, 1 Cor. 1, 3: “Vosotros sois hijos de Dios por vuestra unión con Cristo Jesús, que de parte de Dios se ha hecho para nosotros sabiduría, justicia, santidad y redención”.
Este Cristo crucificado, aunque está descrito con las imágenes literarias propias de los ambientes culturales del mundo judío y helenístico de la época e incluso ornamentada con expresiones de lenguaje mítico, aún tiene vigor para los hombres del S. XXI. Para comprender bien el pensamiento de Pablo no debemos simplemente desmitologizar lo que dice Pablo, más bien seria necesaria una remitologización de la mentalidad del S. XXI para que el hombre pueda comprender lo que Pablo quiso decir en su tiempo y, en consecuencia lo que quiere decir hoy; o para decirlo con otras palabras, lo que se necesita no es una desmitologización que elimine el contenido de revelación sino que lo interprete adecuadamente.
El concepto clave, en torno al cual debe organizarse toda la teología de S. Pablo, es CRISTO. La teología de Pablo es ante todo Cristocéntrica. Es una soteriología ("soter" = Salvador), es la fascinación que ejerce Cristo en Pablo lo que hace que sea una soteriología cristocéntrica. Esto puede parecer demasiado evidente, pero hoy día es necesario insistir en ello. Pablo formuló su mensaje de modo parecido en 1 Cor 1, 21-25: “...Dios se complació en salvar a los creyentes por la locura de la predicación (kerigma). Puesto que los judíos piden signos y los griegos buscan sabiduría, nosotros, en cambio, predicamos un Cristo crucificado, escándalo para los judíos y locura para los paganos, pero para los llamados, judíos o griegos, Cristo es poder de Dios y sabiduría de Dios.". Esta soteriología está basada en la: “narración de la cruz”, 1 Cor 1, 18: “pues la predicación de la cruz es una locura para los que se pierden; mas para los que se salvan – para nosotros – es fuerza de Dios”; pone de relieve el lugar central que ocupa Cristo en el evangelio de Pablo. Por tanto, cualquier tentativa de buscar un principio organizador de su teología que no sea Cristo mismo, y éste crucificado, será forzosamente inadecuado.
Esta teología de Pablo es una cristología funcional. Pablo en su predicación no se ocupó de la constitución intrínseca de Cristo “in se”; Pablo nos dice que predicó un Cristo crucificado,1 Cor 1, 23-24: “nosotros predicamos a un Cristo crucificado: escándalo para los judíos, locura para los gentiles; mas para los llamados, lo mismo judíos que griegos, un Cristo, fuerza de Dios y sabiduría de Dios”; predicó a Cristo en lo que significa para el hombre, 1 Cor. 1, 3: “Vosotros sois hijos de Dios por vuestra unión con Cristo Jesús, que de parte de Dios se ha hecho para nosotros sabiduría, justicia, santidad y redención”.
Este Cristo crucificado, aunque está descrito con las imágenes literarias propias de los ambientes culturales del mundo judío y helenístico de la época e incluso ornamentada con expresiones de lenguaje mítico, aún tiene vigor para los hombres del S. XXI. Para comprender bien el pensamiento de Pablo no debemos simplemente desmitologizar lo que dice Pablo, más bien seria necesaria una remitologización de la mentalidad del S. XXI para que el hombre pueda comprender lo que Pablo quiso decir en su tiempo y, en consecuencia lo que quiere decir hoy; o para decirlo con otras palabras, lo que se necesita no es una desmitologización que elimine el contenido de revelación sino que lo interprete adecuadamente.
17.1. EL EVANGELIO DE PABLO
“Evanggelion” = buena nueva, en este caso “Buena Nueva” de Jesucristo, así lo desarrolla S. Pablo en todos sus escritos. Lo emplea 54 veces en sus escritos, y en general viene a designar la presentación personal de la persona y de la obra de Cristo. Las formulaciones más concretas de su evangelio son un eco del kerigma de la primitiva Iglesia, 1 Cor 15, 1-4: “Os hago saber, hermanos, el Evangelio que os prediqué, que habéis recibido y en el cual permanecéis firmes, por el cual también sois salvados, si lo guardáis tal como os lo prediqué ... si no ¡habríais creído en vano!. Porque os transmití, en primer lugar, lo que a mi vez recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, según las Escrituras”.
Aquí Pablo apela explícitamente a las palabras con que él anunció el Evangelio a los Corintios. La misión de Cristo está subrayada de modo significativo. “Cristo murió por nuestros pecados”. Esto, trae a la memoria las Escrituras, la pasión y muerte, la resurrección y las apariciones. En Rom 1, 3-4: “acerca de su Hijo, nacido del linaje de David según la carne, constituido Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por su resurrección de entre los muertos, Jesucristo nuestro Señor”; hallamos un nuevo eco del kerigma, anuncia al Hijo de Dios nacido del linaje de David, pero glorificado, después de la resurrección, como Hijo con poder y espíritu de santidad. La esencia de su Evangelio reside en esto, en el acento que pone en los efectos salvíficos de la muerte y resurrección de Jesucristo según las Escrituras. Pablo anuncia un Hijo a quien Dios: “ha resucitado de entre los muertos, Jesús, el que nos libra de la ira que viene”, 1 Tes 1, 10. La formulación de su Evangelio en términos del kerigma primitivo lo preservó de transformarse en un Evangelio diferente, Gal. 1, 6: “Me maravilló de que tan pronto hayáis abandonado al que os llamó por la gracia de Cristo, para pasaros a otro evangelio”; por esta razón fue el único Evangelio que proclamaba la Iglesia primitiva toda entera.
Pero la concepción específicamente paulina del Evangelio aparece en la presentación del mismo como fuerza salvífica introducida por Dios en el universo del hombre. No es un mero conjunto de proposiciones sueltas reveladas, acerca de Cristo, que los hombres deben de comprender intelectualmente y prestarles su asentimiento, sino que su Evangelio es: “el poder de Dios, para salvación de todo e1 que crea”, Rom 1,16. En otras palabras: el Evangelio no proclama solamente el acontecimiento redentor de muerte y resurrección de Cristo (Misterio pascual), sino que es una fuerza que se comunica y propaga a los hombres. En cierto sentido, constituye él mismo un acontecimiento redentor cuando hace su llamada a los hombres. Pablo, lo llama, sorprendentemente, “poder de Dios”, expresión que emplea al referirse a Cristo mismo, 1 Cor 1, 24: “Mas para los llamados, lo mismo judíos que griegos, un Cristo, fuerza de Dios y sabiduría de Dios”. Por eso “predicar a Cristo crucificado”, es “predicar el Evangelio”.
Ambas realidades, Cristo y el Evangelio, comunican la generosidad salvífica del Padre a los hombres. El Evangelio es el instrumento de que sirve el Padre para dirigirse a los hombres, pidiéndoles una respuesta de fe y de amor. Esta es la razón de que el Evangelio sea el “Evangelio de Dios”, 1 Tes 2, 2: “sino que, después de haber pasado sufrimientos e injurias en Filipos, como sabéis, confiados en nuestro Dios tuvimos la valentía de predicaros el Evangelio de Dios entre frecuentes luchas”; es también su “don”, su “gracia”, 2 Cor 9, 14: “Y con su oración por vosotros, manifestarán su afecto hacia vosotros a causa de la gracia sobreabundante que en vosotros ha derramado Dios”.
Así, Pablo puede escribir a los tesalonicenses: “ya que os fue predicado nuestro Evangelio no sólo con palabras, sino también con poder y con e1 Espíritu Santo y con mucha eficacia”. A causa del “poder de Dios”, e1 Evangelio no se anuncia sin 1a asistencia del Espíritu de Dios. Y por esta “buena noticia de salvación”, los creyentes son sellados con 1a promesa del Espíritu Santo, que es “arras de nuestra herencia”, Efes 1, 13. Es decir, por el Evangelio los hombres están salvados, 1 Cor 15, 2: “Por el cual sois salvados, si lo guardáis como os lo prediqué ... Si no, ¡habríais creído en vano!”.
Otra nota típicamente paulina del Evangelio es su destino y aplicaciones universales. En Rom 1, 16: “Pues no me avergüenzo del Evangelio, que es fuerza de Dios, para la salvación de todo el que cree: del judío primeramente y también del griego”. Pablo presenta el Evangelio como una fuerza salvífica “para todo hombre que cree”, y añade: “primero para e1 judío y luego para e1 griego”. La salvación de los gentiles por medio del Evangelio formaba parte de una gran concepción de Cristo resucitado: “para que yo anunciara la buena nueva de Cristo a los paganos”, Gal 1, 16. Con el tiempo Pablo constató que: “no hay diferencia entre judío y griego, pues el mismo Señor es de todos los que 1e invocan”, Rom10, 12. Por tanto, siempre que Pablo habla de su “Evangelio”, se refiere a Jesús, el “Kyrios”, que es el poder de Dios para la salvación de todos los hombres, tanto judíos como griegos; porque incluso la Escritura: “previendo que Dios justificaría por fe a los paganos, anunció a Abrahán la buena noticia de que en ti serán benditas todas las naciones”, Gen 3, 8.
Otro aspecto del Evangelio paulino lo constituye 1a concepción que tiene de él como “misterio” o “secreto” (“mysterion”, en griego). Este aspecto nos introduce más en lo profundo del contenido del Evangelio acerca de Cristo, desarrollando la visión total del mismo como revelación. Porque en e1 Evangelio se nos revela el plan salvífico de Dios, que se realiza en Cristo Jesús. En efecto, las primeras veces que en Pablo aparece e1 término “misterio” nos revela su identificación con el Evangelio. Pablo habla del “misterio de Dios” equiparándolo con “Jesucristo crucificado”, 1 Cor 2, 1-2: “Pues yo hermanos cuando fui a vosotros, no fui con el prestigio de la palabra o de la sabiduría a anunciaros el misterio de Dios pues no quise saber entre vosotros sino a Jesucristo, y éste crucificado”; de la misma manera que había relacionado su Evangelio con Cristo crucificado, 1 Cor 1, 17-18. 23-25: “Porque no me envió Cristo a bautizar, sino a predicar e Evangelio. Y no con palabras sabias, para no desvirtuar la cruz de Cristo. Pues la predicación de la cruz es una locura para los que se pierden; mas para los se salvan, para nosotros, es fuerza de Dios. ... nosotros predicamos a un Cristo crucificado: escándalo para los judíos, locura para los gentiles, mas para los llamados, lo mismo judíos que griegos, un Cristo, fuerza de Dios y sabiduría de Dios”.
Pablo se sabe el “administrador” que dispensa las riquezas de este misterio, 1 Cor 4, 1: “Por tanto, que nos tengan los hombres por servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios”. Su Evangelio se llama así porque revela un plan de salvación, ideado por e1 Padre y oculto en Dios desde toda la eternidad, 1 Cor 2, 7: “sino que hablamos de una sabiduría de Dios, misterios, escondida, destinada por Dios desde antes de los siglos para gloria nuestra”. Este plan ha sido llevado a efecto ahora en Cristo Jesús, y los cristianos han recibido su revelación por medio de los apóstoles y santos profetas de 1a nueva economía. Comprende la salvación de todo e1 género humano, haciendo partícipes a los gentiles de la heredad de Israel. Oculto en Dios por mucho tiempo, el plan salvífico está más allá de la comprensión de los ha sido dado a conocer “al pueblo santo de Dios” y al mismo Pablo, para que lo anunciase a los gentiles y así les pueda hacer partícipes de las riquezas inagotables del “misterio de Cristo”, Col 4, 3: “orad al mismo tiempo por nosotros para que Dios nos abra la puerta a la palabra, y podamos anunciar el misterio de Cristo”.
“Evanggelion” = buena nueva, en este caso “Buena Nueva” de Jesucristo, así lo desarrolla S. Pablo en todos sus escritos. Lo emplea 54 veces en sus escritos, y en general viene a designar la presentación personal de la persona y de la obra de Cristo. Las formulaciones más concretas de su evangelio son un eco del kerigma de la primitiva Iglesia, 1 Cor 15, 1-4: “Os hago saber, hermanos, el Evangelio que os prediqué, que habéis recibido y en el cual permanecéis firmes, por el cual también sois salvados, si lo guardáis tal como os lo prediqué ... si no ¡habríais creído en vano!. Porque os transmití, en primer lugar, lo que a mi vez recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, según las Escrituras”.
Aquí Pablo apela explícitamente a las palabras con que él anunció el Evangelio a los Corintios. La misión de Cristo está subrayada de modo significativo. “Cristo murió por nuestros pecados”. Esto, trae a la memoria las Escrituras, la pasión y muerte, la resurrección y las apariciones. En Rom 1, 3-4: “acerca de su Hijo, nacido del linaje de David según la carne, constituido Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por su resurrección de entre los muertos, Jesucristo nuestro Señor”; hallamos un nuevo eco del kerigma, anuncia al Hijo de Dios nacido del linaje de David, pero glorificado, después de la resurrección, como Hijo con poder y espíritu de santidad. La esencia de su Evangelio reside en esto, en el acento que pone en los efectos salvíficos de la muerte y resurrección de Jesucristo según las Escrituras. Pablo anuncia un Hijo a quien Dios: “ha resucitado de entre los muertos, Jesús, el que nos libra de la ira que viene”, 1 Tes 1, 10. La formulación de su Evangelio en términos del kerigma primitivo lo preservó de transformarse en un Evangelio diferente, Gal. 1, 6: “Me maravilló de que tan pronto hayáis abandonado al que os llamó por la gracia de Cristo, para pasaros a otro evangelio”; por esta razón fue el único Evangelio que proclamaba la Iglesia primitiva toda entera.
Pero la concepción específicamente paulina del Evangelio aparece en la presentación del mismo como fuerza salvífica introducida por Dios en el universo del hombre. No es un mero conjunto de proposiciones sueltas reveladas, acerca de Cristo, que los hombres deben de comprender intelectualmente y prestarles su asentimiento, sino que su Evangelio es: “el poder de Dios, para salvación de todo e1 que crea”, Rom 1,16. En otras palabras: el Evangelio no proclama solamente el acontecimiento redentor de muerte y resurrección de Cristo (Misterio pascual), sino que es una fuerza que se comunica y propaga a los hombres. En cierto sentido, constituye él mismo un acontecimiento redentor cuando hace su llamada a los hombres. Pablo, lo llama, sorprendentemente, “poder de Dios”, expresión que emplea al referirse a Cristo mismo, 1 Cor 1, 24: “Mas para los llamados, lo mismo judíos que griegos, un Cristo, fuerza de Dios y sabiduría de Dios”. Por eso “predicar a Cristo crucificado”, es “predicar el Evangelio”.
Ambas realidades, Cristo y el Evangelio, comunican la generosidad salvífica del Padre a los hombres. El Evangelio es el instrumento de que sirve el Padre para dirigirse a los hombres, pidiéndoles una respuesta de fe y de amor. Esta es la razón de que el Evangelio sea el “Evangelio de Dios”, 1 Tes 2, 2: “sino que, después de haber pasado sufrimientos e injurias en Filipos, como sabéis, confiados en nuestro Dios tuvimos la valentía de predicaros el Evangelio de Dios entre frecuentes luchas”; es también su “don”, su “gracia”, 2 Cor 9, 14: “Y con su oración por vosotros, manifestarán su afecto hacia vosotros a causa de la gracia sobreabundante que en vosotros ha derramado Dios”.
Así, Pablo puede escribir a los tesalonicenses: “ya que os fue predicado nuestro Evangelio no sólo con palabras, sino también con poder y con e1 Espíritu Santo y con mucha eficacia”. A causa del “poder de Dios”, e1 Evangelio no se anuncia sin 1a asistencia del Espíritu de Dios. Y por esta “buena noticia de salvación”, los creyentes son sellados con 1a promesa del Espíritu Santo, que es “arras de nuestra herencia”, Efes 1, 13. Es decir, por el Evangelio los hombres están salvados, 1 Cor 15, 2: “Por el cual sois salvados, si lo guardáis como os lo prediqué ... Si no, ¡habríais creído en vano!”.
Otra nota típicamente paulina del Evangelio es su destino y aplicaciones universales. En Rom 1, 16: “Pues no me avergüenzo del Evangelio, que es fuerza de Dios, para la salvación de todo el que cree: del judío primeramente y también del griego”. Pablo presenta el Evangelio como una fuerza salvífica “para todo hombre que cree”, y añade: “primero para e1 judío y luego para e1 griego”. La salvación de los gentiles por medio del Evangelio formaba parte de una gran concepción de Cristo resucitado: “para que yo anunciara la buena nueva de Cristo a los paganos”, Gal 1, 16. Con el tiempo Pablo constató que: “no hay diferencia entre judío y griego, pues el mismo Señor es de todos los que 1e invocan”, Rom10, 12. Por tanto, siempre que Pablo habla de su “Evangelio”, se refiere a Jesús, el “Kyrios”, que es el poder de Dios para la salvación de todos los hombres, tanto judíos como griegos; porque incluso la Escritura: “previendo que Dios justificaría por fe a los paganos, anunció a Abrahán la buena noticia de que en ti serán benditas todas las naciones”, Gen 3, 8.
Otro aspecto del Evangelio paulino lo constituye 1a concepción que tiene de él como “misterio” o “secreto” (“mysterion”, en griego). Este aspecto nos introduce más en lo profundo del contenido del Evangelio acerca de Cristo, desarrollando la visión total del mismo como revelación. Porque en e1 Evangelio se nos revela el plan salvífico de Dios, que se realiza en Cristo Jesús. En efecto, las primeras veces que en Pablo aparece e1 término “misterio” nos revela su identificación con el Evangelio. Pablo habla del “misterio de Dios” equiparándolo con “Jesucristo crucificado”, 1 Cor 2, 1-2: “Pues yo hermanos cuando fui a vosotros, no fui con el prestigio de la palabra o de la sabiduría a anunciaros el misterio de Dios pues no quise saber entre vosotros sino a Jesucristo, y éste crucificado”; de la misma manera que había relacionado su Evangelio con Cristo crucificado, 1 Cor 1, 17-18. 23-25: “Porque no me envió Cristo a bautizar, sino a predicar e Evangelio. Y no con palabras sabias, para no desvirtuar la cruz de Cristo. Pues la predicación de la cruz es una locura para los que se pierden; mas para los se salvan, para nosotros, es fuerza de Dios. ... nosotros predicamos a un Cristo crucificado: escándalo para los judíos, locura para los gentiles, mas para los llamados, lo mismo judíos que griegos, un Cristo, fuerza de Dios y sabiduría de Dios”.
Pablo se sabe el “administrador” que dispensa las riquezas de este misterio, 1 Cor 4, 1: “Por tanto, que nos tengan los hombres por servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios”. Su Evangelio se llama así porque revela un plan de salvación, ideado por e1 Padre y oculto en Dios desde toda la eternidad, 1 Cor 2, 7: “sino que hablamos de una sabiduría de Dios, misterios, escondida, destinada por Dios desde antes de los siglos para gloria nuestra”. Este plan ha sido llevado a efecto ahora en Cristo Jesús, y los cristianos han recibido su revelación por medio de los apóstoles y santos profetas de 1a nueva economía. Comprende la salvación de todo e1 género humano, haciendo partícipes a los gentiles de la heredad de Israel. Oculto en Dios por mucho tiempo, el plan salvífico está más allá de la comprensión de los ha sido dado a conocer “al pueblo santo de Dios” y al mismo Pablo, para que lo anunciase a los gentiles y así les pueda hacer partícipes de las riquezas inagotables del “misterio de Cristo”, Col 4, 3: “orad al mismo tiempo por nosotros para que Dios nos abra la puerta a la palabra, y podamos anunciar el misterio de Cristo”.
Aunque Pablo alude ya a este misterio en las grandes
cartas, será sobre todo en las de la cautividad donde ponga de manifiesto su
verdadero sentido, especialmente el conocimiento que tiene la significación
cósmica de la misión de Cristo. En estas cartas, el misterio nos revela que
toda la creación cobra sentido en Cristo y que El es la meta de todas las
cosas, porque el Padre piensa poner todo lo creado bajo el imperio de Cristo,
por la incorporación de todos los hombres a su cuerpo que es la Iglesia, siendo
Cristo su cabeza, Col 1, 26-27: “al
misterio escondido desde siglos y generaciones, y manifestado ahora a sus
santos, a quienes Dios quiso dar a conocer cuál es la riqueza de la gloria de
este misterio entre los gentiles, que es Cristo en vosotros, la esperanza de la
gloria”. En Efes 3, 4-7: “Según esto,
podéis entender mi conocimiento del misterio de Cristo, misterio que en generaciones
pasadas no fue dado a conocer a los hombres, como lo ha sido ahora revelado a
sus santos apóstoles y profetas por el Espíritu: que los gentiles son
coherederos, miembros del mismo cuerpo y partícipes de la misma promesa de
Cristo Jesús por medio del Evangelio, del cual he llagado a ser ministro, conforme al don de la gracia de
Dios a mí concedida por la fuerza de su poder”. Pablo nos ofrece la descripción más completa de este misterio, que
solamente comprendió más tarde en su vida.
Por lo tanto, el “misterio” de Pablo, es esencialmente cristocéntrico. De la misma manera que Pablo identifica a Cristo con el Evangelio, llamándolo “poder de Dios” así también equipara a Cristo con el “misterio”, llamándolos “sabiduría de Dios”, 1 Cor 2, 7. En realidad este “misterio del Evangelio” es uno sólo: Cristo es el “plan secreto de Dios”, Col 1, 27: “a quienes Dios quiso dar a conocer cuál es la riqueza de la gloria de este misterio entre los gentiles, que es Cristo entre vosotros, la esperanza de la gloria”. Pero al presentar el Evangelio como “misterio”, Pablo quiere significar que nunca llegará a ser totalmente conocido por los hombres con los medios normales de comunicación.
Por lo tanto, el “misterio” de Pablo, es esencialmente cristocéntrico. De la misma manera que Pablo identifica a Cristo con el Evangelio, llamándolo “poder de Dios” así también equipara a Cristo con el “misterio”, llamándolos “sabiduría de Dios”, 1 Cor 2, 7. En realidad este “misterio del Evangelio” es uno sólo: Cristo es el “plan secreto de Dios”, Col 1, 27: “a quienes Dios quiso dar a conocer cuál es la riqueza de la gloria de este misterio entre los gentiles, que es Cristo entre vosotros, la esperanza de la gloria”. Pero al presentar el Evangelio como “misterio”, Pablo quiere significar que nunca llegará a ser totalmente conocido por los hombres con los medios normales de comunicación.
Agradecemos al P. Ignacio Garro, S.J. por su colaboración.
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