Vida - Parte 4: Ver la vida como es, un viaje


P. Adolfo Franco, jesuita

Continuación...



VER LA VIDA COMO ES, UN VIAJE

Intentábamos ver el mundo como es, en la reflexión anterior, para poder hacer una buena elección; para hacer decisiones correctas. Ahora vale la pena reflexionar sobre la misma vida que tenemos, intentar verla como es. Esto será también una buena ayuda para hacer elecciones correctas.


1. La vida como un viaje

Y puede ser útil ver la vida en su conjunto como un viaje. El viaje es buena comparación, pues la vida tiene muchos elementos de los que encontramos en un viaje. Así antes de analizar la vida misma, reflexionemos en los elementos de la vida que son como los de un viaje.

La vida tiene un punto de partida y un punto de llegada, lo mismo que un viaje tiene un punto de partida y otro de llegada. Y el recorrido del viaje: la ruta, las etapas, las paradas, etc están condicionadas por el punto de partida, y sobre todo por el punto de llegada. Si salgo de este punto en que estoy, tengo que seguir determinada ruta. Si yo parto de Huancayo, tengo que escoger un camino que salga de ahí. Evidente. No puedo pensar en la autopista a Ancón. Así mismo mi origen condiciona mi camino, mi vida. Lo que soy desde mi infancia, condiciona todo mi recorrido. El viaje de mi vida está condicionado por mi origen definitivamente; yo y mi camino tenemos una cierta identificación. Y contar con eso es fundamental, para establecer en forma realista mi camino.

En cuanto al punto de llegada, podríamos considerar este punto de llegada de dos formas, como el momento de la muerte, de la vida eterna, que hay que tener en cuenta al establecer el camino, eso por una parte; pero también podemos establecer como punto de llegada, lo que algunos llaman su ideal (a donde yo quiero llegar) o la superación a la que aspiro (que es prácticamente lo mismo). Y es claro que esa meta condiciona y orienta “mi viaje”. Aunque dicen que “todos los caminos llevan a Roma”, aquí no todos los caminos me llevan a mi ideal, no todos los caminos me llevan a mi meta. Así que normalmente consideraremos el punto de llegada, como la meta a que aspiramos llegar. Podríamos decirle también como “mi montaña”, la que está hecha para que yo la escale. 

Entonces ya hemos establecido el punto de partida y el punto de llegada en este viaje. Y vemos así que la vida tiene mucho de viaje. Aparte de eso la vida es un viaje, porque tiene etapas, cada una de las cuales me acerca al final. No hay una llegada instantánea, sino por etapas. Y no podemos prescindir de las etapas. Lo que si podemos es examinar si cada etapa tiene en cuenta la meta final, si no estoy retrocediendo en ese caminar hacia la meta. Para aterrizar un poco examinemos nuestra vida en el momento actual, ¿en qué etapa está? Así, por este hecho de tener etapas, también es acertado decir que la vida es un viaje.


2. En la vida hay etapas diversas

En la vida, como en todo viaje largo, hay etapas más agradables y otras menos agradables. Hay a veces, desvíos, bifurcaciones que nos pueden sacar del camino. Momentos de reposo, a veces de cansancio. Si el camino es largo podemos aburrirnos. A veces hay sol, a veces lluvia y frío, a veces el paisaje que recorremos es ameno, lleno de bosques, a veces es desierto como si fuera un paisaje lunar totalmente muerto. En esto también la vida se puede definir como viaje.

Pero normalmente en todo viaje hay una ilusión que nos hace avanzar. La meta de un viaje normalmente es un encuentro con alguien, o un recreo apetecible (cuando es un viaje de turismo o de vacaciones). La meta me alienta a caminar, y a superar las dificultades del viaje, y a no dejarme desviar de mi hoja de ruta. Y más ilusión tienen aún los buscadores de tesoros, que recorren cominos difíciles y peligrosos, para encontrar el tesoro. Y eso es caminar en la vida: buscar un tesoro.


3. Ser protagonistas de nuestra vida

En el viaje hay una decisión personal sobre el itinerario. No voy donde me llevan, sino donde quiero ir (o así debería ser). Y esto también es muy importante. Tomar la iniciativa de la propia vida. Si examinamos un grupo de turistas, podemos algunas veces sorprendernos, cómo se dejan llevar del guía. Los llevan, los traen, les dicen cuando caminar, qué sitios son los importantes, cuándo descansan y donde comen. Exagerando un poco la nota podemos decir que el turista grupal es instrumento pasivo en manos de los organizadores.

En la vida, somos cada uno los que debemos hacer la hoja de ruta, y los que debemos tomar las principales decisiones. Las decisiones de los momentos fundamentales. Claro que a veces podemos caminar con un grupo, y esto es sumamente útil. Caminar en compañía hace más grato el viaje. Pero es un grupo que me mantiene completamente activo, y no pasivo.

Hay por tanto muchas características de la vida que la convierten en viaje. Y habría más. Y a lo que vamos, es que esta perspectiva ayuda mucho para seguir respondiendo a las preguntas iniciales, las del primer capítulo ¿me gusta la vida que tengo? ¿cómo uso el tiempo del que dispongo? Para responder a eso vale la pena una comprensión justa de lo que es la vida propia. 


4. La vida como peregrinación

Pero cuando nos ilumina la fe, nos hace despertar a una visión increíble de la vida: ya mi vida no es un simple viaje, cualquier viaje, sino una peregrinación, porque mi meta es un “Santuario”: nada menos que el Corazón de Dios. Y eso da un sentido diferente a todo lo que vamos diciendo. Porque desde esa Meta-Santuario se produce una atracción que nos arrastra, que nos ilumina el camino, y que nos hace más urgente el caminar. ¡Qué maravillosa es entonces la vida, cuando se la percibe como peregrinar al Santuario, donde habita El, que es para mí Todo!

Así estamos encontrando elementos importantes para este examen y este discernimiento. Si tengo en cuenta mi punto de partida (el realismo con respecto a nosotros mismos, es una regla fundamental); y si tengo claro el punto de llegada, mi meta (si es que tengo alguna). Además, si mis etapas me acercan a la meta, y si supero las dificultades del viaje. Todo lo dicho hace poco es conveniente examinarlo, para conocer la vida que tengo, y lo que puedo llegar a ser.


5. El viaje de la gota de agua

Ahora veamos el viaje en sí. Y debo afirmar que la visión que me atrevo a dar, es esquemática y general: pero puede ayudar a que cada uno vea lo propio específico suyo a través de esos parámetros generales.

Y voy a valerme de una comparación, que puede ser ilustrativa: el viaje que hace una gotita de agua, para llegar al mar.
Imaginemos una gotita desprendida de la nieve de los Andes, donde nace el Marañón que desembocará como Amazonas, después de un largo recorrido, en el Océano Atlántico. Esa gotita desde la cumbre de los Andes tendrá que recorrer miles de kilómetros y muchos miles más de peripecias, hasta que llegue por fin al océano. Imaginemos que esa gotita tiene conciencia y que le han hablado del “mar”. Y se le ha llenado el corazón de ilusiones, y quiere llegar al “mar”. Ya se ha desprendido de la nieve de la que formaba parte, y emprende con ilusión un largo viaje.

La primera parte de la etapa es fácil, cuesta abajo, y además se le añaden otras gotas más y juntas forman un hilito de agua, en que las fuerzas de todas las gotitas que tienen el mismo deseo, se unen, para avanzar fácilmente. No hay dificultades, y la gotita puede llegar a creer que todo es así, y que no será difícil llegar al mar, solo queda esperar y seguir con el mismo impulso.

Esa gotita y el hilito, encuentran un sitio plano (no todo puede ser caída) y ahí se acumula un pequeño remanso. No se esperaban esa dificultad. Algunas gotitas se han cansado de caer, y se quedarán ahí formando ese insignificante charquito. Pero nuestra gota, después de la sorpresa y de una breve pausa, refresca su ilusión de llegar al mar, y se encarama por encima del borde de ese remanso, y escurriendo su pequeño cuerpo, pasa por encima y sigue resbalando y vuelve a estar en movimiento. ¡Pobres algunas de sus compañeras, con las que inició su viaje! ¡Se quedaron!

El viaje continúa, con algunas más que lograron pasar la barrera. Ahora algunas se acercan peligrosamente a la orilla, y las más perezosas se acercan demasiado a la tierra, se mezclan... ahora ya no son transparentes, son simplemente barro, y no seguirán su viaje. Nuestra amiguita deberá ser precavida, y no acercarse demasiado a la pereza, a la orilla. Y seguir. Esto lo hace porque su ilusión por el mar sigue siendo fuerte.

Viene la etapa de la cascada, hay que perder el miedo y el vértigo, cuando el desnivel es enorme y hay que saltar, para seguir la ruta. En otros momentos hay que salirse del remolino, para no estar dando vueltas en el mismo lugar, habrá que evitar los brazos del río, que no van más allá, “las cochas” que los ríos de la selva, hacen y que no tienen salida; y no siempre es fácil que nuestra gotita encuentre el camino correcto. O rectificar cuando sea necesario.

Pero han pasado dificultades y muchos kilómetros, y por fin el río se hace ancho, muy ancho, el cielo mira hacia abajo con una sonrisa: la gotita al fin ha llegado al “Mar”.

Esta es la historia de la gotita de agua, que es una parábola de nuestra vida. Nuestra vida tiene esas mismas etapas. Y ayuda mucho el saberlo, para que nuestra voluntad de ir al “mar”, Nuestro Santuario, no se debilite por las dificultades, ni se detenga, ni se extravíe.

Ahora ya estamos viendo que el asunto de las decisiones, se está refiriendo más a nuestra voluntad de ir adelante, a nuestra capacidad para superar cada una de las etapas. En parte es obra de nuestra voluntad, y en buena parte es la acción de la gracia, y además influyen la atracción y el magnetismo con que nos arrastra el sueño de encontrarnos con nuestro mar.


6. Como recorremos las etapas de la vida

Mirando en retrospectiva la vida que tenemos recorrida, podemos centrar nuestra mirada, en si las diversas etapas se van sumando sucesivamente haciendo un camino, dirigido a la misma meta. Quizá desde el principio es muy difícil tener clara la meta, y poco a poco el tiempo y la gracia nos la ha hecho descubrir. Porque esa meta (nuestro Santuario) se va dibujando progresivamente, primero esta muy poco delineado, y sus rasgos se van haciendo más claros con el tiempo. Pues en verdad esa meta (que es un Rostro) se va haciendo más nítida en nosotros, cada vez.

Y así las etapas pueden estar orientadas progresivamente hacia la misma meta. O puede darse que la vida se haya detenido, y que se resista a avanzar, porque le tenemos miedo al paso siguiente, o no tenemos la fuerza para salir de la quietud del remanso. Y entonces la meta no nos impulsa en la vida, es simplemente un sueño, una quimera. Tantas vidas que se quedan, porque se estancan, porque se convierten en barro, porque se evaporan, le tienen miedo al salto de la cascada, o no saben salir de los remolinos.

Pero es importante examinar si todos nuestros pasos son progresivos, como los escalones de una misma escalera. Porque a veces nuestras etapas son desordenadas: avanzo por un camino, después voy por otro, mis metas se confunden, cambian y termino por no saber a donde voy, y qué es lo que quiero. Imaginemos a uno que cada vez construye peldaños de escaleras diferentes, y nunca logrará ascender, no tendrá una meta a la que llegar. Muchos intentos, mucho despilfarro de fuerzas, muchas frustraciones. Elecciones equivocadas. 

Por supuesto no sabemos nunca cómo nos rescata Dios de nuestras propias equivocaciones. Porque todo esto no es un asunto tan lineal, y tan esquemático. Dios arregla incluso las escaleras de los que construyen variedad de escalones. Dios sale al encuentro de las gotitas perdidas en el camino. El puede arreglar las etapas de los que están desorientados. Eso es lo que Dios hace o puede hacer. Pero ahora estamos examinando la vida que tenemos, la que nosotros nos hacemos, las elecciones y decisiones que debemos tomar.

La ayuda de Dios es invalorable, y no podemos dejarla de lado, para que no parezca que nuestra salvación viene de nuestras correctas decisiones y de nuestro esfuerzo personal. Nuestras decisiones son importantes, pero no son todo, ni mucho menos. Y baste este paréntesis en esta reflexión sobre el ver la vida como es.


7. Descripción de las etapas que recorremos

Siguiendo adelante vale la pena hacer una breve descripción de las características que pueden tener las diversas etapas.

La etapa del principiante animoso. Llamamos así al que recibida una luz especial en un momento dado (quizá por un retiro) se pone en marcha a toda velocidad. Las características de esta etapa inicial, son de alegría, de prisa, de creer que todo está resuelto. Y el peligro es de correr, y de cargarse de exageraciones. Es como la espuma del champagne, que sale con fuerza, llena de alegría, pero que tiende a desvanecerse. Y al final de la etapa, porque este fervor inicial se termina, puede venir la decepción y ya no avanzar a la siguiente etapa.

La etapa del esfuerzo y el desierto. Después del primer impulso, cuando se decide continuar, viene esta etapa, que a lo mejor se repite en otros momentos también más adelante. Su característica es la pérdida de interés que tiene ahora la meta, que antes pareció tan atractiva. Y hay que luchar con el cansancio. Viene la tentación de pensar que lo anterior fue un sueño, y que es mejor no seguir por este camino, sino volver al estado anterior. Como los israelitas al salir de Egipto: cuando empiezan las dificultades quieren dejar de luchar y regresar a la esclavitud.

La etapa de la caída. Cuando claudico de mi propio ideal. Y me veo como imposibilitado de aspirar más alto “yo no sirvo para esta cosa”. La tentación es considerar la propia debilidad como algo definitivo, y no recurrir a una mano que me ayude a levantar. Refugiarse en la propia debilidad es la comodidad de no hacer ya más esfuerzos. Hacer las paces con la propia miseria.

La etapa de la rutina y de la costumbre. Se hace uno una vida espiritual, suficiente (nada exagerada), y ha sido una labor de años, y de muchos esfuerzos, caídas y levantadas. Pero ya sólo queda seguir así hasta el fin. Nada de novedades, nada de nuevos planteamientos, para ver si se pueden encontrar nuevas exigencias, y nuevos retos. Ya hice bastante. Es el estancamiento en la meseta, cuando con un pequeño esfuerzo más se podría llegar hasta la cumbre. Es la etapa de la que no se atreven a pasar los “suficientemente buenos”. Que nunca llegarán a más.

Y hay una etapa posible más, y es la aventura de explorar lo que hay más allá de esa pacífica y tranquila comodidad espiritual. Pero hay en esta etapa muchos peligros: no saber cuidar lo alcanzado, creer que es mérito propio estar en esta aventura nueva, compararse, no llevar las cosas hasta el final (el riesgo total de caer en la cascada, produce miedo); y finalmente llegar a pensar que ya todo está hecho. 

Lo importante de todas estas consideraciones es darse cuenta de que hay etapas, de hacer que cada una se suma a la anterior, para ir desarrollando un camino, y conocer las dificultades de cada etapa y como pasar a la siguiente. 






Continuará...

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Agradecemos al P. Adolfo Franco jesuita, por compartir con nosotros esta serie que busca ayudarnos a reflexionar sobre nuestras propias vidas, a la luz del mensaje cristiano.






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