P. Adolfo Franco, jesuita
Continuación...
VER EL MUNDO COMO ES
La reflexión primera hacía muchas preguntas sobre si le sacamos el jugo a la vida, si empleamos adecuadamente el tiempo del que podemos disponer libremente. Eso con respecto al uso del tiempo. Intentamos un camino de solución analizando nuestro origen. Pero todo esto tiene otros muchos aspectos que considerar.
1. NUESTRA PERCEPCIÓN DEL MUNDO
Por ejemplo, la percepción que del mundo tenemos. Hay que destacar esto bien, que nuestra forma de ver el mundo, de entenderlo, de relacionarnos con él, influye bastante en nuestra conducta; tanto que podríamos afirmar que nuestra conducta globalmente, manifiesta cómo entendemos el mundo. La elección de nuestras ocupaciones, depende mucho de cómo entendemos lo placentero y lo negativo, lo útil y lo frívolo. En todo eso está encerrada una percepción global del mundo. Percibir el mundo, procurar entenderlo; eso es una ocupación importante, y nada fácil. Al hablar de mundo, no me refiero sólo y principalmente al planeta, sino a todo lo que no soy yo mismo: o sea paisaje, personas, objetos, distracciones, acontecimientos, etc.; o sea todo lo que no soy yo mismo.
El problema está en cómo conocemos el mundo, y si lo conocemos bien, si cada una de las cosas, las personas, las situaciones las valoramos en su justo valor. Y aquí no tenemos más remedio que hacer una afirmación dolorosa: en nuestros juicios con respecto al mundo, nos equivocamos con frecuencia. Y por eso hay personas, tantas personas por sendas equivocadas.
2. POR QUÉ NOS EQUIVOCAMOS AL CONOCER EL MUNDO
¿Por qué hay tantas equivocaciones en la apreciación del mundo? ¿Es que Dios nos ha dado un instrumento de conocimiento malogrado? Apreciamos el mundo por medio de los sentidos, y éstos se equivocan muchísimas veces. Valdría la pena recordar las “ilusiones ópticas” que se nos manifestaban en nuestros primeros estudios de ciencias. Vemos torcida una varilla cuando está sumergida en un vaso de agua, y sin embargo no está torcida.
Vamos a tomar esa equivocación como un símbolo de todo nuestro conocimiento del mundo. Nos equivocamos y vemos torcido lo que está recto, y vemos recto lo que está torcido. Y las causas de todo esto son muchas: nuestros apetitos corporales, nuestros instintos influyen demasiado en nuestras apreciaciones y así vemos como bueno lo que es placentero, lo que satisface mi instinto tiendo a verlo como bueno. Nuestros instintos buscan la propia satisfacción, y en forma a veces exagerada. Y así considero bueno, lo que me gusta, y malo lo que me disgusta. Lo que satisface un instinto me atrae en forma, a veces, irresistible.
Y junto a los instintos se alían para hacernos cometer errores las pasiones: el orgullo, el odio, la venganza, la codicia, la sensualidad. Todas las pasiones que pueden anidar en el alma, pueden empujar nuestros conocimientos a la senda equivocada. Que las pasiones nos hacen cometer equivocaciones es demasiado evidente y frecuente. Un sujeto para mí antipático, siempre tenderé a juzgarlo mal, y a no valorar nada de él, aunque haga cosas buenas, yo le buscaré la mala intención, o cualquier otro defecto. Y eso porque mi juicio está deformado por la pasión. Es como nos pasa cuando sufrimos de miopía, que el mundo lo vemos desenfocado.
Pero hay algo peor que le ocurre a todo el ser humano, que pretende buscar su camino en el mundo, y con el mundo, y es que está cargado con algo que podríamos llamar “un defecto de origen”, o sea el pecado original. Eso produce unas inclinaciones desviadas: una ceguera al ver, y una sordera al oír. Nuestro ser en sí mismo, por nuestro pecado original, es propenso a no entender adecuadamente la realidad, y por eso ocurre tantas veces que vemos lo bueno como malo y lo malo como bueno.
Y como nuestro conocimiento del mundo no se puede liberar de lo que somos cada uno, en limitaciones sensoriales, de inteligencia, en instintos y en pasiones, terminamos con un conocimiento imperfecto o equivocado del mundo, y esto nos lleva inevitablemente a tomar decisiones equivocadas.
3. SE PUEDEN CORREGIR ESOS ERRORES
Es necesario subrayar esta sospecha sobre nuestros conocimientos y sobre nuestros criterios. Estábamos hablando (en el primer capítulo) de criterios para el uso adecuado de la vida. ¿En qué consiste la felicidad? ¿Qué es una vida realizada y fecunda? ¿Cómo medir la calidad de vida? Y para apuntar a esto disponemos de instrumentos tan pobres. ¿Estaremos resignados a no podernos guiar en el mundo que nos rodea? ¿Cómo corregir esa equivocación en el conocimiento del mundo?
Dios acude directamente algunas veces para que apreciemos el mundo en su verdadera dimensión. En un momento dado, y sin previo aviso, parece que vemos el mundo de un modo nuevo; esto nos llega con una nueva Luz. Como si se disiparan las nieblas de repente por un momento o por mayor tiempo. Y todo se ve con una nitidez como nunca antes, como si las cosas y el mundo estuvieran completamente de estreno. Todo nítido y diáfano. Ocurre algunas veces, y entonces se valoran las cosas de otra manera, y al mismo tiempo uno ve que debe desmontar muchos criterios que tenía, y muchas certezas. Simplemente porque hacían referencia a un mundo que no era. Ahora al ver de esta forma más real, uno percibe que hay que modificar mucho. Y tiene que aceptarlo. Ya no se ve el mundo con las diversas deformaciones de que hablaba arriba. Con esa nueva luz, ya no son apetecibles cosas que antes nos parecían imprescindibles, y también nos resultan gustosas, cosas que antes nos fastidiaban, o simplemente que no nos importaban. Toda nuestra valoración del mundo ha cambiado. Tenemos la impresión de que antes de esa experiencia hemos estado viendo el mismo mundo, pero al revés.
4. OTRAS AYUDAS ORDINARIAS
Pero así es fácil rectificar nuestras equivocaciones, porque literalmente vemos el error. Pero ¿y cuándo no ocurre esa experiencia? ¿Hay forma de rectificar? Sí, tenemos auxilios que vienen en nuestra ayuda, con tal de que los tomemos en serio.
Hay frecuentemente alguno o algunos indicios que nos advierten: ¡estás mirando el mundo al revés! Hay en nuestro interior una voz que nos da la alerta. Si hay una equivocación seria, algo dentro de nosotros se rebela. Claro que si no hacemos caso, esa voz terminará callando, porque ¿para qué hablar si no se nos escucha? Pero existe la voz de alerta, y ahí ya tenemos algo que nos ayuda en la corrección de nuestros juicios sobre lo real y lo bueno.
5. EL EVANGELIO DESAFIA NUESTRO SENTIDO COMUN Y LO CORRIGE
Pero hay algo más claro que todo esto. Dios mismo viene en nuestra ayuda por la Revelación. Nos cuesta mucho entenderlo, porque sus afirmaciones parecen contradecir nuestro sentido común; y entonces nos ponemos a dudar. Si el sentido común es una guía recta que nos da Dios al nacer, ¿cómo vamos a aceptar orientaciones reveladas, que contradicen (así parece) el sentido común? Y este es uno de los problemas más serios de la fe. El que la revelación nos dé enseñanzas que parecen desafiar nuestro sentido común. Además, cuando intentamos llevar a la práctica esas enseñanzas, todo nuestro ser se rebela, contra algo que nos parece profundamente antinatural.
Por ejemplo, si alguien me pide que le acompañe media hora, y en esa media hora me hace sentir mal, porque se manifiesta como un perfecto egoísta, uno procura desaparecer y no encontrarse con ese personaje otra vez. Eso es de sentido común. Eso es normal, y procede del juicio de una persona equilibrada, que sabe situarse en el mundo, el mundo de las relaciones. Pero en el Evangelio encuentro esa frase: “al que te pide que lo acompañes mil pasos, ve con él dos mil”. Y esto nos desconcierta, como si la enseñanza fuera absurda. Y, si alguna vez encontramos que alguien actúa así, lo calificamos de fanático, o de loco, o de infantil.
Es evidente que hay un choque entre nuestra forma de ver el mundo (con nuestro equilibrado sentido común) y la forma de ver el mundo que nos plantea el Evangelio. El día en que no sintamos la paradoja y la contradicción al leer el Evangelio, se podrá dudar si lo que estamos leyendo es el Evangelio.
Pero no debe extrañarnos tanto ese contraste entre la enseñanza de Dios y nuestro sentido común, ya que vimos desde el principio que nuestros instrumentos de conocimiento estás seriamente averiados.
Entonces, lo que dice el Evangelio, y que contrasta con nuestras ideas, debería ser aceptado como una corrección a nuestra “miopía” natural. Y no es fácil aceptarlo así. Pero hay que ver dos cosas más que refuerzan esto.
6. EJEMPLO DE PERSONAS QUE HAN ACERTADO EN FORMA EXTRAÑA
Ha habido personas que se han tomado en serio “los absurdos” del Evangelio, y se han convertido en personas de una gran transparencia, de una paz inalterable, cuyo rostro refleja bondad, plenitud. Personas que han logrado lo que todos quisiéramos llegar a ser. O sea que parece que el Evangelio, llevado a la práctica con realismo, funciona. No produce locos de atar, sino personas luminosas y realizadas profundamente.
Por otro lado, a veces nos ocurre una experiencia espiritual, muy especial: como entrar en la dimensión sobrenatural. Y resulta que desde ahí se ven las cosas exactamente como las ve el Evangelio: se ve el desprendimiento, como la mayor riqueza. Las cosas superficiales parecen aburridas. La paz es accesible, aunque nos tiren todos los dardos. El descanso en la Providencia se descubre, como la mejor planificación. Y todo eso se llega a ver con una nitidez, que no deja la menor duda, de que ése es el camino. Que ésa es la verdadera interpretación del mundo.
Ambas comprobaciones: las experiencias “especiales” y las vidas “arriesgadas” de que hablaba hace un momento, pueden ayudar a optar por la paradoja, en contra de ese sentido común, que es una ayuda en nuestra vida ordinaria, pero sobre el que vale la pena sembrar a veces, algunas dudas. Una vida llevada sólo por el sentido común termina siendo una vida mediocre. Hay que hacer algunas rupturas (guiados por los “nuevos” criterios) para que la vida valga la pena y salga del montón.
Pero lo que más nos acerca a movernos bien, dentro del mundo real, es Jesús mismo, que se ha definido como “camino, verdad y vida”. Conocerlo y seguirlo, es ir hacia el buen camino. Pero esto habrá que desarrollarlo más despacio, porque al fin es lo fundamental en todo este discurso. El se convierte, al fin, en la razón fundamental y en el motivo principal de nuestro discernimiento y de nuestras decisiones.
Continuará...
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Agradecemos al P. Adolfo Franco jesuita, por compartir con nosotros esta serie que busca ayudarnos a reflexionar sobre nuestras propias vidas, a la luz del mensaje cristiano.
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