P. Fernando Martínez Galdeano, jesuita
En vida de Jesús, algunos fieles llenos de admiración, le veían como al Mesías esperado, e incluso llegaban a quererle hacer rey, pero él se evadía y buscaba al padre en la oración personal. El no había venido a este mundo de poderosos para ser rey. “La gente entonces, al ver el signo que había hecho decía: —Este sí que es el profeta que tenía que venir al mundo—. Jesús, sabiendo que iban a llevárselo para proclamarlo como rey, se retiró otra vez a la montaña él sólo” (Jn 6,14-15). “Al día siguiente, la multitud que había acudido a la fiesta, al oír que Jesús llegaba a Jerusalén, salió a recibirlo con ramos de palmas, gritando: —¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor, el que es rey de Israel!” (Jn 12,12-13).
Sus enemigos que los tiene particularmente entre los que se sienten censurados o amenazados en sus intereses y posición social, política o religiosa conspiran contra él. Le rechazan y tratan de quitarle de en medio. “Uno de ellos, llamado Caifas, que era el sumo sacerdote aquel año, les dijo: —Estáis completamente equivocados. ¿No os dais cuenta de que es preferible que muera un sólo hombre por el pueblo, a que toda la nación sea destruida ?” (Jn 11,49-50)
A este Jesús de Nazaret le llega su hora de pasar de esta vida a la vida verdadera, a una vida transfigurada, como la de un resucitado que ya no muere. Es una victoria sobre la muerte. “Y Jesús les dijo: —Ya ha llegado la hora en que va a ser glorificado el hijo del hombre. Os digo con toda verdad; el grano de trigo que cae a tierra queda infecundo si no muere, pero si muere produce mucho fruto” (Jn 12,23-24). Y todo esto se realiza por la fuerza de Dios. La hora de su muerte redentora conlleva y entraña “la hora” de la gloria del Padre. No sólo porque él como hombre pasa a ser viviente para siempre, sino porque él es el salvador, y nos comunica su espíritu que “salta hasta la vida eterna”. ¡Y quienes le siguen son su gloria! “Por nuestro bautismo fuimos sepultados con él, para participar de su muerte; para que así como Cristo fue resucitado de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva. Si hemos llegado a ser injertados en Cristo en la muerte semejante a la suya, lo seremos también en su resurrección” (Rm 6,4-5).
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Agradecemos al P. Fernando Martínez, S.J. por su colaboración.
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