P. Fernando Martínez Galdeano, jesuita
Tocamos así desde el inicio, el misterio que envuelve lo divino. Todo aquello que se relaciona con el Dios que nos supera y transciende nuestras capacidades de conocimiento, pertenece al “misterio”. En este ámbito de lo divino, a lo único que podemos aspirar en definitiva bajo el punto de vista de la razón pura es a que no se dé la contradicción, “el que una cosa pueda ser y no ser a un mismo tiempo”.
Por su mismo ser Dios supera mi horizonte espiritual, y podemos hablar de él sólo por medio de aproximaciones, apuntando en ellas a alguien que nos supera y trasciende. Dios es mayor. Pero hemos de mantener siempre la distinción entre misterio y contradicción. No todo vale en el misterio por el hecho de ser misterio. Su delimitación no ha de transgredir la lógica del pensamiento; no puede ser contradictorio en sí mismo, y por tanto absurdo y sin sentido. De ser ésto así, tendríamos que renunciar a pensar y hablar de Dios y de su relación humana. Tampoco podríamos dar razón de nuestra fe a quienes piensan de distinta manera. El diálogo acabaría en posiciones arbitrarias y sectarias.
Esto significa, que la fe en Jesucristo no ha de ser irracional. Al contrario, para el creyente cristiano su fe viene a ser razonable, porque su teología es una búsqueda por entender; y por otro lado la alternativa radical del no-creyente se mueve entre el absurdo y la renuncia inhumana a intentar responder a las preguntas sustanciales que cada uno de nosotros lleva dentro y que apenas se atreve a formularlas con sinceridad porque pertenecen a lo religioso. En resumen, el paso de abrirse a la fe cristiana es razonable porque ello hace posible que la persona pueda existir y vivir asumiendo también su propia inmaterialidad con la esperanza en un futuro digno y sin lágrimas. La razón es un regalo de Dios, y por supuesto, no el menor en absoluto.
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Agradecemos al P. Fernando Martínez, S.J. por su colaboración.
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