P. José Valverde Cárdenas S.J. partió a la Casa del Padre


“No se turben; crean en Dios y crean también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas habitaciones. De no ser así, no les habría dicho que voy a prepararles un lugar. Y después de ir y prepararles un lugar, volveré para tomarlos conmigo, para que donde yo esté, estén también ustedes. Para ir a donde yo voy, ustedes ya conocen el camino.” 
Jn 14, 1-4

El P. José Valverde, S.J. partió a la casa del Padre el 13 de octubre, 2015. Fue miembro de la Comunidad de jesuitas de San Pedro, de nuestra Parroquia San Pedro - Lima, donde también oficiaba la Santa Misa dominical.

Compartimos la nota en su memoria que publicó la Compañía de Jesús y luego la Homilía de la Misa de cuerpo presente por el P. José Luis Gordillo S.J.:


NOTA EMITIDA POR LA COMPAÑÍA DE JESÚS - PERÚ

Oremos en acción de gracias por la vida de nuestro hermano José Macedonio Valverde Cárdenas que falleció a los 66 años de edad, 21 años de su ingreso a la Compañía, 12 años de su Ordenación Sacerdotal, y 6 años de sus Últimos Votos.
Que descanse en paz.
El P. José Valverde nació en el 16 de agosto de 1949 en Cañete e ingresa en 1994 en el noviciado San Estanislao de Kostka (Barrios Altos-Lima) a la edad 44 años. Cuando entra en la Compañía ya era médico cirujano especialista en psiquiatría por la Universidad Cayetano Heredia. Asimismo, contaba con una larga experiencia profesional como médico jefe de departamento en el Ministerio de Salud y como profesor asociado en la Universidad Cayetano Heredia.
Al haber ingresado con una edad elevada, solo hizo un año de estudios de posnoviciado y en 1997, fue destinado a Belo Horizonte para estudiar la Teología. Una vez acabado su bachiller, en el año 2000 comienza la etapa de magisterio en El Agustino donde ayuda en la pastoral parroquial. Fue ordenado por Monseñor Pedro Barreto el 31 de julio de 2003 en Lima.
Desde 2002 regresa como docente a la Universidad Cayetano Heredia y como psiquiatra en la ClínicaStella Maris y en el Instituto Nacional de Salud Mental “Honorio Delgado – Hideyo Noguchi”. Atendió en ambos centros de salud mientras su enfermedad se lo permitió.
Acabó su Tercera Probación en 2006 en Venezuela y, a su regreso, fue destinado a la comunidad de San Pedro donde además de su actividad como médico y docente, colabora en la parroquia y ayuda en la atención de los jesuitas mayores.
El P. José Valverde, vinculó estrechamente su condición de médico y sacerdote, siguiendo así la profunda tradición evangélica del Cristo médico. Siempre mostró una notable dedicación y disponibilidad para atender no solo los casos propios, sino también los que muchos amigos y jesuitas le enviaban. Su competencia y profesionalidad ayudaron a muchos recuperar la salud. También se distinguió por su trato siempre afable y respetuoso.
Desde que le fue diagnosticado un cáncer grave, luchó denodadamente contra él hasta que el día de ayer sus fuerzas se agotaron. Falleció en la noche en la Clínica Oncológica a las pocas horas de haber sido ingresado por una descompensación en la enfermedad que sufría.
Demos gracias a Dios por su vida ejemplar, de entrega apasionada al Señor, anunciando siempre su Palabra, y la confianza en el cariño maternal de María.

HOMILÍA, Misa de cuerpo presente

P. José Luis Gordillo S.J.


Estamos reunidos para dar el último adiós a un gran amigo, a un gran presbítero, un buen jesuita y un excelente médico. Nuestro hermano José Valverde Cárdenas.

Estamos juntos para celebrar la vida en medio del dolor que provoca la despedida.

Tengo la certeza de que la vida de José fue eminentemente pascual; su modo de relacionarse con los demás fue directo, claro, preciso y cálido. Tengo la certeza, además, de que nuestra amistad fue pascual, porque él tenía esa fabulosa capacidad de apreciar la vida en medio de las preguntas, en medio de la confusión.

Una de las más importantes preguntas de la humanidad ha sido siempre ¿qué hay más allá de la vida? Este tema nos desconcierta, nos asusta y nos deja en una situación difícil; por un lado, queremos mantenernos cerca del ser que amamos, que no se vaya y, por otro lado, sabemos por fe, que nada hay más importante para nosotros que el encuentro definitivo con Dios; de Él salimos, en Él vivimos, en Él resucitamos y a Él volvemos. Realmente nunca hemos salido de Él y ahora, sobre todo ahora, el P. José, el hermano, el amigo, ha vuelto al lugar en el que siempre vivió, pero esta vez, plenamente.

La muerte lo encontró dispuesto y preparado, acompañado por sus seres queridos y en medio de sus temas preferidos: el bienestar de los otros, la confianza y el deseo de encontrarse con Dios. Y llegó de la misma manera que llega la resurrección de Jesucristo: abriendo ruta para dar paso a la vida de los seres humanos, como si los despertara de ese extraño sueño para el que no fuimos hechos y que tanto rechazo produce en nuestro interior: morir para siempre. La vida de José nos habla de la confianza en que por más que muramos, viviremos (Jn 11,25)

José entró en la vida religiosa en marzo de 1994, con esa peculiar claridad que muchos vimos en él y que a veces, no comprendíamos: la certeza de quién encontró un tesoro y vende todo lo que tiene. Era mayor y sus compañeros de ingreso lo veíamos con particular sorpresa. Recuerdo que cuando nos presentaron no sabía qué preguntarle, no me cabía en la cabeza que un médico en plena edad de trabajo quisiera dedicarse a esto, que yo mismo estaba empezando con la mitad de los años que él tenía. Después de algunas preguntas empezamos a entrar en la magia de la confianza, que luego se convirtió en amistad gracias a largas conversaciones sobre la vida; en debates sobre la humanidad; en largas horas de lectura de sus filósofos preferidos y eventuales ensayos para pequeñas piezas teatrales, que trataran de explicar alguna posición sobre la dignidad humana.

Curiosamente, fue José quien me explicó por primera vez de la resurrección de los muertos desde la fe. Acababa de morir un gran amigo mío y sus palabras fueron bálsamo y puerta de confianza. La palabra resucitar, entonces, abrió una ventana en medio del alma que se resistía a creer que el final de la vida fuera tan simple y fuera tan extenso en el pecho el dolor... Luego, cuando la teología llegó, confirmé aquello que él me había dicho: nunca morimos porque la muerte no tiene poder. Ésta es, ahora, una de mis certezas de fe y de vida.

Después de la ordenación, celebré mi primera misa con él en El Agustino (él ya había sido ordenado cinco años antes) y nos reímos mucho de los errores de ambos; sin embargo, lo esencial quedó en el altar; Cristo muerto y resucitado estaba presente en medio de todos, alimentándonos y preguntándonos si teníamos alimentos.

Hoy celebramos tu Resurrección, querido amigo José, y le pedimos al Dios de la vida, que nos conceda su gracia para poder acompañar a otros desde esa infinita ternura de Dios de la que nos hablabas a menudo a pesar de tu resquebrajada salud.

Es verdad que nosotros quedamos acá acongojados y adoloridos, porque la muerte duele y porque la muerte nos hiere y nos desgarra. Sin embargo, nosotros que acá despedimos a José, mantenemos en el corazón la profunda esperanza de resucitar con él, en la misma resurrección de Jesucristo. Con aquella hermosa sensación de resucitados. Es decir: con la sensación de ver que la muerte no tiene poder sobre nosotros; que por más que se afane en destruirnos y entristecernos, la muerte no es nada porque nada nos quitará del Amor de Dios, nada nos alejará de su gracia, ni siquiera la muerte que parece tener poder.

El sábado último te visitamos, José, al hacerlo, descubrí en mí esa tonta timidez que no debería haber en la amistad y guardé silencio. Te oímos, te preguntamos cosas y nos despedimos hasta una nueva oportunidad... Quizá era el mejor momento para recordarte aquello de “confiemos, todo estará bien”, que nada hay más claro que el amor de Dios que se hace vida.

Perdona, amigo, mi silencio... no supe cómo decirlo.

Probablemente no había encontrado las mejores palabras para poder explicarte aquello que tú mismo nos habías explicado tantas veces; la vida siempre irrumpe victoriosa.

Quizá me faltan aquellas precisas palabras tuyas que solían aclarar las cosas, pero bueno... ahora te lo digo con palabras prestadas como las del poeta Miguel Hernández: “volverás a mi huerto y a mi higuera: por los altos andamios de mis flores, pajareará tu alma colmenera de angelicales ceras y labores”.

Al despedirme por ahora quiero leerte otros versos de Dulce María Loynaz, una poeta cubana del siglo XX, alguna vez te hablé de ella...

“Ya no es preciso que me quede aquí... Y me voy. Me voy... no sé... allá lejos. Nada te dejo ni me llevo. El sol saldrá otra vez mañana”.


Disfruta, José, de tu presencia al lado de Dios. Ya nos encontraremos para seguir la charla del sábado último y te aseguro que no me quedaré sin palabras y nos reiremos mucho... “que tenemos que hablar de muchas cosas, compañero del alma, compañero” (Hernández Miguel, Elegía a Ramón Sijé)


...

Tomado de:
http://inmemoriam.jesuitas.pe/
Agradecemos al P. José Luis por compartir su Homilía con nosotros.

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