P. Ignacio Garro, S.J.
SEMINARIO ARQUIDIOCESANO DE AREQUIPA
Se entiende por “Historia de la Salvación” aquellos acontecimientos que
se narran en la Biblia y que primeramente son la exposición de los
acontecimientos en la vida y en la fe de Israel, como pueblo creado y formado
por Dios, y en segundo lugar los hechos salvíficos que narran los
acontecimientos de su Hijo Jesucristo y de la primitiva comunidad cristiana,
acontecimientos salvíficos que se realizaron en su plenitud en el Misterio de
Cristo, y que continúan aplicándose en el espacio tiempo de la historia, en el
ámbito de la Iglesia, estos acontecimientos salvíficos muestran a Cristo como
Salvador de todo el género humano. Para entender esta Historia de la Salvación
hay que profundizar en las Sagradas Escrituras y situarse en la perspectiva que
le es propia. Y esa perspectiva no es otra que el “Misterio de la Salvación”.
Por eso El Concilio Vaticano II al querer presentar a Cristo
como plenitud de la revelación, en la Constitución dogmática “Dei Verbum” sobre la divina revelación,
en los nº 3 y 4, dice: “Dios, al crear y conservar todas las cosas por su
Palabra, da a los hombres testimonio perenne de sí en las cosas creadas, pero,
queriendo abrir el camino de la salvación sobrenatural, se manifestó, además,
personalmente a nuestros primeros padres ya desde el principio.
Después de su caída, alentó en ellos la esperanza de la
salvación con la promesa de la redención, y tuvo incesantemente cuidado del
género humano, para dar vida eterna a todos los que buscan la salvación con la
perseverancia en las buenas obras.
A su tiempo, llamó a Abrahán para hacerlo padre de un gran
pueblo, al que después de los patriarcas instruyó por Moisés y por los profetas
para que lo reconociera como Dios único, vivo y verdadero, Padre providente y
justo juez, y para que esperara al salvador prometido; de esta forma, a través
de los siglos, fue preparando el camino del evangelio. Después que, “en distintas ocasiones y de muchas maneras,
Dios habló por los profetas, ahora, en esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo”. Hebr 1,
1-2.
Pues envió a su Hijo, es decir,
la Palabra eterna, que ilumina a todos los hombres, para que viviera entre
ellos y les manifestara los secretos de Dios; Jesucristo, pues, la Palabra
hecha carne, “hombre enviado a los hombres”, habla las palabras de Dios y lleva
a cabo la obra de la salvación que el Padre le confió.
Por tanto Jesucristo –ver al
cual es ver al Padre-, con su total presencia y manifestación personal, con
palabras y obras, con señales y milagros, y, sobre todo, con su muerte y
resurrección gloriosa de entre los muertos, finalmente, con el envío del
Espíritu de la verdad, completa la revelación y confirma, con el testimonio
divino, que Dios vive con nosotros para liberarnos de las tinieblas del pecado
y de la muerte y resucitarnos a la vida eterna.
La economía salvífica
cristiana, por tanto, como alianza nueva y definitiva, nunca cesará; y no hay
que esperar ya ninguna revelación pública antes de los gloriosa manifestación
de nuestro señor Jesucristo”. (Const. Dei Verbum, nº 3 y 4.)
Lo que la Biblia intenta
afirmar y describir en su conjunto y a lo largo de sus 72 libros del A T y N T,
a través de sus múltiples tradiciones en ellos recogidas, en su numerosa y rica
variedad de géneros literarios y de autores, no es otra cosa sino la acción de
Dios en la historia de unos determinados hombres; cómo intervino en sus vidas,
intervención dirigida siempre a sacarlos
de la situación penosa en que se encontraban, a librarlos de la condición de
esclavitud en que discurre su vida en el mundo como herencia de su misma
existencia humana y como consecuencia de su propia equivocación y malicia a los
largo de la historia, a hacerlos salir de su desesperada condición de hombres
abocados a la muerte y a la ruina total. Esta es la intención primera y final
de Dios que se revela y actúa principalmente en Jesucristo y es la que ponen
marcha toda la acción maravillosa de Dios en la historia, pues como expresaba
S. Pablo: “Esto es bueno y agradable a
Dios, nuestro Salvador, que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al
conocimiento pleno de la verdad”, 1
Tim 2, 3-4.
Y el mismo S. Pablo en 1 Tes 2,
13 les recuerda la importancia de tener fe en la Palabra de Dios y dice. “Nosotros continuamente damos gracias a
Dios; porque habiendo recibido la Palabra de Dios predicada por nosotros, la
acogisteis, no como palabra humana, sino – como es en realidad – como palabra
de Dios, que ejerce su acción en vosotros, los creyentes”.
Esta intención y voluntad de salvación de Dios en relación a
los hombres no es algo recóndito en el misterioso seno de Dios, ni algo
abstracto, eterno, espiritualista. Al contrario, es algo concreto, palpable; es
una intención eficaz, que lanza a la acción, que pone manos a la obra, y que se
realiza, y precisamente no en la nebulosa de los tiempos, sino en el historia
concreta de los hombres, y actuando eficazmente en ella se hace visible,
patente y experimentable, así da testimonio S. Juan Evangelista cuando dice: “Lo que existía desde el principio, lo que
hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y tocaron
nuestras manos acerca de la palabra de vida -–pues la Vida se manifestó a
nosotros la hemos visto y damos testimonio ... – lo que hemos visto y oído, eso
os lo anunciamos”. 1 Jn 1, 1-3.
Así ocurrió con la emigración
de los patriarcas, con la salida de los descendientes de Jacob de la esclavitud
de Egipto, con la Alianza de Dios con su pueblo en el Sinaí por medio de
Moisés, la peregrinación y las pruebas durísimas del desierto, la conquista de la Tierra
prometida, la instauración de la monarquía comenzando en Saúl y después
instaurándose definitivamente en David; la misión difícil, casi imposible de
los profetas, perseguidos, mal comprendidos, muertos por la causa de Dios en
favor de los hombres, la experiencia humillante del destierro, etc.
Así acontece también con el nacimiento de Jesús de Nazaret,
su manifestación y aparición por los caminos de Palestina, como pregonero de la
llegada del Reino de Dios, con su labor de anunciador y proclamador de la Buena
Nueva, aliviando a los pobres, sanando a enfermos, curando a leprosos,
resucitando a muertos, y cómo en su Misterio Pascual entrega su vida en la cruz
para que nosotros muertos al pecado podamos participar aquí en la tierra de su
Resurrección y de su Vida.
Esta fue también, la experiencia del envío y de la recepción
del Espíritu Santo, por el Padre y el Hijo, en el día de Pentecostés a la
comunidad de discípulos que a partir de ese momento se convierten en testigos
vivientes del Cristo muerto y Resucitado. Ellos son enviados a todo el mundo
para que prediquen y enseñen a todas leas gentes lo que Cristo les ha enseñado
y para que: “el que creyere y se
bautizare se salvará”, Mt 28, 19-20, y así el mundo encuentre el Camino que
lleva a la Verdad y a la Vida, que es Cristo, y esto se ha realizado hasta
nuestro días; este proceso salvífico terminará al final de los tiempos.
Las intervenciones salvíficas de Dios en la historia de los
hombres tienen su centro y su culmen en Cristo. La salvación, en efecto, se
orienta a recapitular todas las cosas en Cristo: “cuando hayan sido sometidas a Él todas las cosas, entonces también el
Hijo se someterá a Aquel que ha sometido a Él todas las cosas, para que Dios
sea todo en todos”, 1 Cor 15, 28, a hacer de todos los hombres una sola
familia, la familia de Dios, “eligiéndonos
de antemano hijos adoptivos en el
Hijo”, Efes 1, 5; insertándolos íntimamente en Él, incorporándolos a Él.
Como expresa bellamente S. Pablo en el Himno de Efesios y Colosenses:
“Bendito sea el Dios y
Padre de nuestro Señor Jesucristo ... por cuanto nos ha elegido en Él antes de
la creación del mundo ... eligiéndonos de antemano para ser sus hijos adoptivos
por medio de Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad para alabanza de
la gloria de su gracia que ha prodigado sobre nosotros con toda sabiduría e
inteligencia, dándonos a conocer el misterio de su voluntad según el benévolo
designio que en Él se propuso de antemano para realizarlo en la plenitud de los
tiempos: hacer que todas las cosas tengan a Cristo por cabeza, lo que está en
los cielos y lo que está en la tierra”, Efes, 1, 3-10; Col 1, 13-20.
Esta salvación no se ha
realizado improvisadamente, al contrario, se desarrolla a lo largo de los
tiempos en diferentes etapas hasta llegar a la plenitud de los tiempos y de
acuerdo al plan providente establecido de antemano en la mente de Dios.
a. La primera etapa se desarrolla
con la creación del mundo por Dios, con la que se prepara el escenario de la
acción de Dios y se ponen en escena los personajes de la historia. Con esta
primera etapa se pone en marcha y comienza a actuarse el plan de salvación de
Dios.
En esta primera parte se pone
de relieve las salvaciones preparatorias de la salvación y comprende
primeramente los comienzos de la salvación, en que se exponen en perspectiva
histórico - salvífica los acontecimientos de los comienzos: origen de Universo
Cosmos y cuyo culmen es la creación del hombre, el pecado original, el castigo
y la promesa de salvación, el juicio y salvación obrado en el Diluvio.
b. La segunda etapa en su
realización más concreta e históricamente más verificable en el que se expone cómo Dios elige a
Abrahán, y en él y su descendencia, Dios forma un pueblo elegido para realizar
su actuación salvífica. Los descendientes de Abrahán experimentan la acción
salvífica de Dios en la liberación de la esclavitud de Egipto y en la Alianza
entre Dios y su pueblo Israel en el monte Sinaí con la entrega a Moisés de los
10 mandamientos que constituyen como el acto de nacimiento oficial de Israel
como pueblo elegido y formado por Dios: “Porque
tú eres un pueblo consagrado a Yahvé tu Dios, y Yahvé te ha escogido a ti para
que seas el pueblo de su propiedad entre todos los pueblos que hay sobre la
tierra”, Deut 14, 2. También experimentan en propia carne la dureza de la
peregrinación por el desierto hasta la
conquista de la tierra prometida, la tierra de David, la vida dura y
difícil de los profetas, la humillación y purificación del destierro y,
finalmente, la restauración del Templo y la proclamación de la Ley.
c. La tercera etapa es la más importante en la
realización de la salvación del género humano y se centra en la acción
salvadora de Cristo. “Pero al llegar la
plenitud de los tiempos envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la
Ley”, Gal, 4,4. La etapa segunda deja paso a la realización plena de la
salvación que tiene lugar en Cristo, el
Enviado del Padre, que con su vida, pasión, muerte y resurrección nos otorga la
filiación divina, perdida desde el pecado original.
Dios Padre, después de haber
hablado de muchas maneras y por muchos modos habla a los hombres en su Hijo,
que es su Palabra encarnada, la última, la más perfecta y definitiva
manifestación y acción salvífica de Dios en favor de los hombres, Jn 1, 1,1
s.s; Hbr 1, 1-2. “Envió Dios a su Hijo,
nacido de mujer, bajo la Ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la Ley,
y para que recibiéramos la Ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la Ley
y para que recibiéramos la filiación divina adoptiva”. “Y la prueba de que sois
hijos es que Dios ha enviado a nuestros corazones el espíritu de su Hijo que
clama “ABBA” PADRE. De modo que ya no eres esclavo, sino hijo; y si hijo,
también heredero por voluntad de Dios”, Gal,
4, 4-7; Rom 8, 8, 14-17.
Con Cristo fue instaurado el
reinado de Dios en el mundo, objeto de fe y de la esperanza de Israel desde la
época de David, Col 1, 13. Después de haber recibido Dios parciales y siempre
deficientes glorificaciones por parte de los hombres que tienen tendencia a
arrebatarle constantemente esa gloria para atribuírsela a sí mismos y a las
obras de sus manos, Is 43, 23; Rom Capítulos 2 y 3, Cristo, hecho obediente hasta la muerte y
muerte de cruz, le ofrece reverencia consumada y glorificación perfecta
realizando en todo su voluntad y así realiza la salvación del género humano,
Filp 2, 6-11; Hbr 5, 5-10; Rom 5, 19; Jn 14, 13; 17, 1-10.
d. En la cuarta etapa se expone
la aplicación de la salvación de Cristo en el tiempo de la Iglesia. La
intervención de Dios en la historia del género humano culmina en Cristo, pero
no termina en Él. Con su Resurrección y Ascensión a los cielos, aunque ha
llegado el fin de los tiempos, no ha llegado el final de la Historia humana,
queda el tiempo de la espera de segunda Venida Triunfal de Cristo, para juzgar
a vivos y muertos. En esta etapa de la Iglesia peregrina en la tierra, se abre
una nueva etapa en la que Cristo vivo, se hace presente en la historia por
medio de su Iglesia, en medio de la comunidad de sus discípulos, el nuevo
Pueblo de Dios, compuesto por gentes de todas las razas, culturas, lenguas y
naciones, creyentes en Cristo, que se reúnen en el nombre del Señor Jesús y por
la fe en Él se dedican a extender el Reino de Dios en el corazón de las
personas de todo el género humano.
...
Agradecemos al P. Ignacio Garro, S.J. por su colaboración.
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