SEMINARIO ARQUIDIOCESANO DE AREQUIPA
1.2. EL MISTERIO DE LA ENCARNACIÓN
El núcleo principal de la Cristología se nos da en el Misterio de la Encarnación. El Concilio Vaticano II en la Constitución Dogmática sobre la Liturgia nos dice en el Nº 5:
"Dios que quiere que
todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad (1 Tim 2,
3-4), habiendo hablado antiguamente en muchas ocasiones de diferentes maneras a
nuestros padres por medio de los profetas, Heb 1, 1, cuando llegó la plenitud de
los tiempos envió a su Hijo, el Verbo hecho carne, ungido en el Espíritu Santo,
para evangelizar a los pobres y curar a los contritos de corazón Is 61; Lc 4,
18 como médico corporal y espiritual, mediador entre Dios y los hombres 1 Tim
2, 5. En efecto, su humanidad, unida a la Persona del Verbo, fue instrumento de
nuestra salvación. Por esto, en Cristo, se realizó plenamente nuestra
reconciliación y se nos dio la plenitud del culto divino.
Esta obra de la redención
humana y de la perfecta glorificación de Dios, preparada por las maravillas que
Dios obró en el pueblo de la Antigua Alianza, Cristo el Señor la realizó
principalmente por el Misterio Pascual de su bienaventurada pasión,
resurrección de entre los muertos y gloriosa ascensión. Por este misterio, con
su muerte destruyó nuestra muerte y con su resurrección restauró nuestra
vida".
La Encarnación es un misterio estrictamente sobrenatural. El
misterio de la generación y nacimiento temporal, según la carne, del mismo que
nace eternamente del Padre, es decir, el Verbo, Segunda Persona de la Santísima
Trinidad. La Encarnación es que la Persona del Verbo, que desde la eternidad
posee naturaleza "divina", ha tomado (ha asumido) una naturaleza
"humana", en un momento del tiempo.
1.2.1. Razón de la
Encarnación
Para dar razón del por qué de la Encarnación lo vamos a
dividir en los siguientes apartados:
1.2.1.1. La Historia de los
orígenes. La Creación del hombre a imagen y semejanza
de Dios: Dios Amor creó a nuestros primeros padres por Amor y para que ellos lo
amaran sobre todas las cosas.
A. Para ello los creó a su
imagen y semejanza, para lo cual les dio inteligencia, voluntad y libertad,
otorgándoles la gracia santificante y así poder amar a Dios con todo su ser,
Gen 1, 27:
"Creó, pues, Dios al
ser humano, a imagen suya, a imagen de Dios le creó, macho y hembra los creó".
B. Junto a esta relación de amor Dios los puso
en una relación de obediencia, Gen 2, 16-17:
"Y Dios impuso al
hombre este mandamiento: De cualquier árbol del jardín puedes comer, mas del
árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás, porque el día que comieres
de él, morirás sin remedio".
C. Pidió a nuestros primeros
padres que colaboraran en la obra de le creación, Gen 2, 15:
"Tomó,
pues, Yahveh Dios al hombre y lo dejó en el jardín del Edén, para que lo
labrase y lo cuidase".
1.2.1.2. El Pecado
Original. La destrucción de la imagen de Dios por el pecado: Nuestros primeros padres tuvieron que pasar por la prueba de la
tentación del Maligno Gen. 3, 1, s.s. Por desobediencia cayeron en la
tentación, Gen 3, 4-6:
"Replicó la
serpiente a la mujer: De ninguna manera moriréis. Es que Dios sabe muy bien que
el día en que comiereis de él (del árbol de la ciencia del bien y del mal), se
os abrirá, los ojos y seréis como dioses, conocedores del bien y del
mal...".
Y como vieran que el fruto prohibido era agradable,
desobedecieron el mandato de Dios y comiendo del fruto prohibido y cometieron
pecado, Gen 3, 6-7. Dios sale al encuentro después de haber pecado y dialoga
con ellos, les hace reconocer su desobediencia y cumple el castigo que les
había señalado (expulsión del paraíso), Gen 3, 8-19.
Desde
ese pecado original de nuestros primeros padres toda criatura humana que viene
a este mundo nace con el pecado original. Es decir, nace privada de la gracia
santificante.
1.2.1.3. Dios prepara y
forma un pueblo para que de él nazca el Salvador. Abraham (1850 a.C.), es el hombre elegido por Dios para que de su
descendencia sean bendecidas todas las naciones. Gen 12, 1. s.s. Isaac, el hijo
de la promesa, Jacob, el padre de las Doce tribus de Israel; descienden a
Egipto y allí después de 400 años quedan en estado de esclavitud.
1.2.1.4. Liberación de la
esclavitud. Moisés y la Alianza en el Sinaí. (1200
a.C.). Dios escuchó el clamor de su
pueblo oprimido y envía un profeta que les guíe en la salida de Egipto. Ex 3, 7
y s.s:
"Dijo Dios (a Moisés):
"Bien vista tengo la aflicción de mi pueblo en Egipto, y he escuchado el
clamor que le arrancan sus capataces; pues ya conozco sus sufrimientos. He
bajado para librarle de la mano de los egipcios y para subirle de esta tierra a
una tierra que mana leche y miel...".
Es
Moisés el elegido. Después de las 10 plagas de Egipto el pueblo oprimido sale
en peregrinación hacia la tierra prometida, para celebrar la Pascua del Señor,
Ex 12, 43-51. En el Monte Sinaí, Ex 20; 21; se realiza la Alianza entre Dios y
su pueblo (10 Mandamientos). La conquista de la Tierra Prometida es signo de
bendición de Dios a su pueblo.
1.2.1.5. De la casa de
David vendrá el Mesías (ungido) Salvador. Dios
por medio del profeta Natán (S. X a.C.), hace saber al rey David que de su
casa ha de venir el Mesías salvador, 2 Sam 7, 10-16. Será el Mesías (Ungido.
Consagrado), que salvará a todo el género humano del poder del pecado y de la
muerte.
"... Yahveh te
anuncia que Yahveh te edificará una casa. Y cuando tus días se hayan cumplido y
te acuestes con tus padres, afirmaré después de ti la descendencia que saldrá
de tus entrañas, y consolidaré el trono de su realeza para siempre. Yo seré
para él Padre y él será para mí hijo... Tu casa y tu reino permanecerán para
siempre ante mí; tu trono estará firme eternamente".
1.2.1.6. La Plenitud de los
Tiempos. S. Pablo nos lo describe con las siguientes
palabras, Gal, 4,4:
"Pero al llegar
la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer (María),
nacido bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, y para que
recibiéramos la filiación adoptiva".
S. Lucas en la Anunciación del ángel a la Virgen María, Lc
1, 30-33, nos dice:
"El ángel le
dijo: "No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios; vas a
concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo a quien pondrás por nombre Jesús.
El será grande y será llamado Hijo del
Altísimo y el señor Dios le dará el trono de David, su padre".
El Evangelista S. Juan
1, 1, y s.s, nos dice:
"En el principio
la Palabra existía y la Palabra estaba con Dios y la Palabra era Dios. Ella
estaba en el principio con Dios. Todo se hizo por ella y sin ella no se hizo
nada de cuanto existe,... y la Palabra se hizo carne y habitó entre
nosotros...".
Ante la catástrofe del pecado original, el amor infinito de
Dios dispuso que la Segunda Persona de la Trinidad se encarnase en el seno de
la Virgen María por obra del Espíritu Santo, y fuera en todo, semejante al
hombre, menos en el pecado; compartió
nuestra alegrías y tristezas, y finalmente entregando su vida por amor a los
hombres muere en la cruz, ofreciéndose al Padre como víctima propiciatoria por
nuestros pecados, con su muerte nos libró del poder del pecado y de la muerte y
con su resurrección nos dio nueva vida, es decir, nos otorgó la filiación
divina. De esta manera la Encarnación tiene como principal finalidad la Redención de todo el género
humano. En el Credo católico se enuncia todo este proceso comenzando con la
Encarnación y acabando con la muerte, Resurrección y glorificación de Jesucristo.
Como se puede apreciar, y lo veremos en este tratado, el
Misterio de la Encarnación supera todo cálculo, previsión humana. Solamente en
la mente y voluntad amorosa del Padre se podía concebir un plan tan
misericordioso, perfecto y bello. En
definitiva, el Misterio de la Encarnación es un misterio de Amor. Por eso San Juan nos dice en su Primera Carta:
"En eso esta la
caridad, no en que nosotros hayamos amado a Dios; sino en que El nos amó y
envió a su Hijo, como víctima expiatoria de nuestros pecados".
1.5.2. Enunciación del
Misterio de la Encarnación
La fe nos enseña que la Persona del Verbo encarnado subsiste
y opera con dos naturalezas distintas, a saber, la divina y la humana. Y que la
unión en la Persona del Verbo no compromete ni la divinidad, ni tampoco
compromete la humanidad asumida, que quedan íntegras y distintas aún en la
absoluta unidad de la Persona del Verbo.
El Misterio de la Encarnación tuvo lugar, no por transformación
de la divinidad en humanidad, sino por la asunción de una naturaleza humana
(alma y cuerpo) por el Verbo en la unidad de una Persona divina.
En consecuencia, Cristo posee la naturaleza divina, con
inteligencia divina y la voluntad divina; antes y después de la Encarnación es
siempre el mismo Verbo, es el mismo Yo divino: "es una sola Persona";
posee también la naturaleza humana (compuesta de cuerpo y alma) con
inteligencia humana y voluntad humana.
Por lo tanto Cristo es una Persona divina que ha asumido una
naturaleza humana. No es una persona humana que hubiese recibido la naturaleza
divina. Y también es la Segunda Persona de la Santísima Trinidad la que obra en
esta humanidad, la que asume la responsabilidad de los actos realizados por
esta naturaleza humana y les da así un valor infinito.
De suyo, ya es un misterio que una naturaleza humana haya
sido elevada hasta Dios; pero que Dios se haya humillado hasta tomar la
condición del hombre es un misterio aún más grande. Misterio que vuelve a plantear
el amor de Dios a nosotros: "Dios
se ha hecho hombre a fin de que el hombre fuese hecho Dios", en palabras de San Agustín.
En resumen: la Encarnación es la unión de la naturaleza
divina y de la naturaleza humana en la única Persona del Verbo.
1.5.3. Conveniencia de la
Encarnación
La Encarnación del Verbo Divino en la naturaleza humana es
un inmenso don completamente gratuito, en el que se manifiesta de modo supremo
el amor de Dios a los hombres, como ya hemos dicho. La Encarnación no era
necesaria a Dios para redimirnos; de suyo, Dios podía habernos redimido de
muchos modos distintos, tantos cuantos su Sabiduría amorosa pudiera realizar.
Tampoco era en absoluto, exigida por la humanidad.
Por todo ello nuestra actitud con relación a Dios y al Misterio
de la Encarnación ha de ser de adoración y agradecimiento.
Anteriormente
hemos hablado de la razón última de la Encarnación y hemos visto que es el
AMOR. Amar es querer bien. Si Dios nos ama, y nos ama con un amor infinito,
sólo puede querer nuestro bien comunicándose El mismo, puesto que El es la
plenitud de todo bien. Por medio de la Encarnación, Dios se dio y se unió a la
humanidad (es decir a todo el Género Humano) pues el AMOR es don de sí mismo,
es unión. El Dios hecho hombre (Jesús de Nazaret) quiso expiar los pecados de
los hombres con su vida, pasión y muerte; necesitaba para esto de un cuerpo y
de un alma humana capaz de sufrir y expiar. Por lo tanto, la Encarnación no fue
estrictamente "necesaria" pero sí fue "conveniente". La
criatura humana (la persona humana) desde el comienzo de la creación tiene unas
ansias enormes de estar con Dios y sólo Dios puede llenar esa necesidad vital;
por eso Dios se acercó al género humano por medio de su Verbo que asume
naturaleza humana, ese es el Misterio de la Encarnación. Dios sale al encuentro
de los hombres por medio de su Hijo hecho hombre, para que los hombres por
medio de su Hijo Jesucristo tengan acceso a Dios.
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Agradecemos al P. Ignacio Garro, S.J. por su colaboración.
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