Hay que elegir
P. José Ramón Martínez Galdeano, S.J.
Lecturas: Am 8, 4-7; S 112; 1 Ti 2,1-8; Lc 16, 1-13
Hoy y el domingo próximo
el evangelio se focaliza sobre el tema y se insiste en advertirnos acerca del uso
de las riquezas y del deber de la limosna. Son puntos de gran importancia para la
vida cristiana.
Literariamente la
parábola está construida con mucho realismo. Los documentos del tiempo indican
que en tiempos de Jesús eran frecuentes cosas así. El rico de la parábola era propietario
legítimo de su fortuna. Se ve que era muy grande. Representa a Dios, supremo
Señor de todos los bienes creados. Su administrador es cualquier hombre, cualquiera
de ustedes, que posee algunos bienes con los que vive él y su familia.
Admitida la
existencia de Dios y la continua acción de su providencia sobre el mundo, hemos
de creer que nuestros bienes materiales proceden de la acción creadora de Dios
y de las leyes que Dios les ha dado y sirven a su conservación y multiplicación.
Todo ello y los intrincados vericuetos, por los que han llegado a nuestras
manos, los ha querido y dirigido Dios para que, usándolos según su voluntad, cada
uno realicemos su plan sobre nosotros. De su empleo, como la parábola de los
talentos nos recuerda a todos (Mt 25). nos va pedir cuentas a la hora de la
muerte. Todos los talentos de que disponemos, uno, tres o cinco, son de Dios y
nosotros tenemos la obligación de que den fruto, de que con su uso nos
acerquemos a Dios, hagamos su voluntad y ayudemos a los más necesitados que
nosotros.
La parábola toma pie
de un hecho no infrecuente en la sociedad de entonces. No aprueba la conducta
moral del administrador. Al contrario califica de “injusto” lo que hizo; pero
al menos fue astuto y de esa manera logró poder seguir viviendo con holgura.
Fue inteligente para lo suyo. Esto es lo que Jesús ve de bueno en él. Nos lo
pone como ejemplo de talento práctico, aunque empleado para el mal, a fin de
que nos estimule a ser inteligentes para el bien.
“Y es que los hijos
de este mundo –los que no tienen fe ni esperan otro– son más astutos con su gente que los hijos de la luz. Por eso
les digo: Gánense amigos con el dinero injusto, para que, cuando les falte, los
reciban a ustedes en las moradas eternas”.
A modo de comentario
marginal, estas palabras de Jesús revelan la verdad de fe de la existencia de
“las moradas eternas” y del castigo que supone su pérdida, también eterna, y
que reafirmará en la parábola del Epulón,
que viene a continuación y será comentada el domingo próximo.
Jesús llama aquí al
dinero “injusto” y lo repetirá luego. No dice que toda persona rica lo sea por
haber recurrido a medios inmorales; pero es injusto porque el deseo de tenerlo
suscita la tentación de adquirirlo sea como sea aun por medios inmorales, y
porque emplearlo moralmente bien no es fácil. Tengan cuidado, hermanos. Saben
ustedes que los modos inmorales de hacerse ricos son un pecado social hoy
normal. Y la justicia del Estado tiene muchas y graves deficiencias para
garantizar el cumplimiento general de justas disposiciones. Como sacerdote y
responsable de la formación cristiana y moral de ustedes, hijos de la Iglesia,
llamados a ser santos en el cumplimiento de sus deberes profesionales y cívicos
y en el uso de sus bienes temporales, debo advertir el grave peligro de
claudicar. Estas conductas son más graves y escandalosas en los altos niveles
de poder y decisión, pero son también inmorales en los niveles inferiores. Y
tengan en cuenta que tales abusos llegan fácilmente a constituir materia grave:
horas extras que no se pagan, exigencias para tramitaciones que son derecho del
ciudadano y obligación del funcionario, mentiras que encubren gastos no
realizados, préstamos usureros, falsos documentos, falsas denuncias… un montón
de trucos que forman una red paralizante en el camino a una sociedad honesta. Los
daños a las víctimas y a terceros fácilmente son graves y difíciles de
subsanar, a lo que normalmente los culpables están obligados. Muchas
injusticias se cometen a cuenta del dinero. Es importante que todos estén
atentos para evitar verse jamás involucrados, aun desde lejos, en situaciones
semejantes, que les acarrearían graves problemas de conciencia.
Y prosigue Jesús:
“El que es de fiar en lo poco, lo es también en lo mucho; el que no es honrado
en lo mínimo tampoco en lo importante es honrado”. Si alguien, administrando
poco, no se resiste ante pequeños robos o injusticias, imagínense lo que haría
ante cantidades mucho más grandes. Robos mayores podrían pasar desapercibidos.
“Lo poco” y “lo
mucho”, “lo mínimo” y “lo importante”, lo ajeno y lo vuestro son aquí los
bienes materiales de este mundo y los bienes sobrenaturales de la gracia y la
gloria, que nos corresponden como hijos de Dios.de los dones espirituales, de
las virtudes y de la gloria eterna.
Y Jesús concluye con
una frase lapidaria: “Ningún siervo puede servir a dos señores, pues odiará a
uno y amará al otro o será fiel a uno y despreciará al otro. No pueden servir a
Dios y al dinero”. Tanto Dios como el ansia de hacerse rico exigen el esfuerzo
total de la persona. Dios pide un amor con todo el corazón y todas las fuerzas.
Quien tenga su máximo interés en hacerse rico, no recibirá dones sobrenaturales
ni gracia en abundancia, no los aprecian ni los agradecen y creen que son fruto
de su esfuerzo. Quien, al usar de su dinero, junto a sus necesidades piense en
las necesidades de Cristo en los pobres, recibirá muchas gracias y dones que le
llevarán rápido a la santidad.
Piense cada uno de
nosotros a la luz de este evangelio en cuáles son sus preocupaciones y temores
más normales, en qué gasta su dinero, cuánto da de limosna. Que el Señor nos
ilumine a todos con su luz. Pidámoslo así a la Virgen María, Madre de los
pobres.
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