P. José Ramón Martínez Galdeano, S.J.
Lecturas: Sb. 9,13-18; S. 89; Flm 9-10.12; Lc 14,25-33
“Si alguno viene a
mí y no
me ama más que a su padre, etc, no puede ser discípulo mío”. El original
griego de Lucas dice al pie de la letra: “no odia”: “Si alguno viene a mí y no
odia a su padre, etc, no puede ser discípulo mío”. El texto es un
hebraísmo. El hebreo no tiene comparativos y. para decir que algo le gusta más
o menos, lo expresa con los términos de gustar y disgustar. Igualmente, para
decir que ama más o menos, dice amar y odiar. La traducción, pues, “no me ama
más que” es más exacta en cuanto al significado de las palabras hebreas de
Jesús, que Lucas traduce al griego. Pero Lucas, traduciendo al pie de la letra,
dice “no odia”, aunque su significado –repito– es “no me ama más”. Pero ¿por
qué Lucas ha traducido literalmente “no odia”?. En los evangelios, aun en el
mismo Lucas, sólo esta vez aparece el término “odiar” usado para expresar la
idea de “no amar más que”. Además Lucas suele evitar términos que al lector le
pueden provocar rechazo por serle demasiado duros, mientras que aquí hace lo
contrario. ¿Por qué lo hace? Creo que en esta ocasión la causa de traducir a la
letra la sentencia es que proviene del mismo Jesús y que Lucas ha querido conservar
las palabras mismas de Jesús con la mayor exactitud posible, para no perder su
fuerza de expresión, pues la considera de especial importancia.
Los exegetas notan también
en San Lucas un especial énfasis cuando habla del seguimiento de Cristo. Subraya
entonces la exigencia de cargar con la cruz y de renunciar a todo, cuando fuere
necesario. Lucas es amigo, discípulo y compañero de Pablo. La asunción de la
cruz es relevante en los escritos y mentalidad de Pablo; por eso está también
en el centro de las preocupaciones de Lucas. Pablo escribe a los Corintios que
el centro de su obra es “predicar a Cristo crucificado” (1Cor 2,2) y que
no se gloría “sino en la cruz de Cristo” (Ga 6,14). Es decir que no estima
en su persona otro valor apreciable sino lo que ha sufrido por Cristo: “¡Dios
me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo!” (Gal
6,14). “Muchos –se entiende cristianos– andan por ahí enemigos de la cruz de Cristo.
Su fin es la muerte y su Dios el vientre” (Flp 3,18s). Ya ven que son
expresiones durísimas.
“Quien no lleve su cruz detrás de mí”. Ir con
Cristo exige llevar como Él una cruz; cada uno tiene que llevar su propia cruz.
Los exegetas anotan que Lucas emplea aquí la palabra griega que Juan aplica a
Jesús camino del Calvario. Y también el subrayado “detrás de mí” lo vuelve a
emplear (y es el único que lo hace) en la pasión. Lucas piensa en un seguimiento
de Cristo muy cercano, no en una metáfora lejana. Cuando narra la primera vez
que Jesús profetizó su muerte, Lucas escribe que Jesús “decía a todos: Si
alguien quiere venir detrás de mí, niéguese a sí mismo y
agarre su cruz cada día y sígame. Porque el que quiera salvar su vida la
perderá y el que la pierda por mí la salvará (9,23-24).
La fórmula se repite
otras muchas veces a la letra (Mt 10,38; Mc 8,34; 10,21; Lc 9,23) o con otras
palabras. Es el grano de trigo que ha de morir (Jn 12,24), es la vida que hay
que estar dispuesto a dar en el seguimiento de Cristo (Mt 16,25). Es un riesgo
que hay que tomar en serio.
Y Jesús reafirma la
seriedad de su exigencia con dos ejemplos: la construcción de una torre y el
problema de una guerra. Si se carecen de los medios necesarios para concluir un
edificio o triunfar en una guerra, más vale no empezar. Así el que quiera ser
discípulo de Jesús que lo piense en serio, si será capaz de cargar la cruz por
Cristo incluso hasta la muerte.
“Esta señal de la cruz –escribe Tomás de
Kempis– estará en el cielo cuando el Señor venga a juzgar (Mt 24,30). Mira que
todo consiste en la cruz y todo está en morir en ella. Y no hay otra vía para
la vida y la verdadera entrañable paz sino la vía de la santa cruz y continua
mortificación. Ve donde quieres, busca lo que quisieres, y no hallarás más alto
camino en lo alto, ni más seguro en lo bajo, sino la vía de la santa cruz» (La
Imitación de Cristo 2,12). También el Catecismo lo recuerda: “El camino de la
perfección –la santidad– pasa por la cruz. No hay santidad sin renuncia y sin
combate espiritual” (C.I.C. 2015). Y a Santa Rosa de Lima le dijo Jesús: “sin
la cruz no se encuentra el camino de subir al cielo”.
Empecemos por pedir
la aceptación de este principio. Dios nos dará el Espíritu de Jesús si
insistentemente lo pedimos (Lc 11,13). Amar el sufrimiento no es natural. Pero
la gracia de Dios nos lo concederá. La Virgen María nos llevará al pie de la
cruz como a Juan y María Magdalena. Luego pidamos aceptar las cruces que nos
vienen: Enfermedades, molestias, limitaciones económicas, malos tratos,
fracasos personales, consecuencias de pecados y defectos... No nos quejemos
nunca. Mucho ayuda la devoción a Cristo crucificado. Recordemos el valor de la
cruz como imitación de Cristo, como aporte y complemento de los sufrimientos de
Cristo para la salvación del mundo. Haciendo esto, haremos nuestras cruces
mucho más soportables y hasta sufriremos menos.
Afrontemos con valor
los sufrimientos necesarios para el buen cumplimiento de nuestras obligaciones
en la familia, en el colegio, universidad o trabajo. La vida normal será así un
gran medio para la virtud y la propia santificación, y adquirirá sentido.
Padres, educadores,
catequistas, una buena educación cristiana incluye todas estas cosas. Los
valores que el mundo y el ambiente de hoy inoculan, no llevan a ninguna parte.
Aprendamos y enseñemos a vivir deportivamente, a estar en lucha y a vencer en
ella con la ayuda del Señor.
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