P. Vicente Gallo, S.J.
A mis hermanos sacerdotes 1º Parte
I
Teníamos las Reuniones del Encuentro Matrimonial en uno de los locales de una Parroquia bastante céntrica y muy cómoda para todos. Recuerdo cómo en una ocasión, al final del año, el Señor Párroco se presentó en la Reunión y, con buen tono, eso sí, nos dijo el reparo que tenía contra nosotros y que se lo había escuchado también a otros Párrocos. El reproche era que él nos prestaba el servicio de sus locales, pero que se preguntaba cuáles eran los servicios que a él le prestaba el Encuentro Matrimonial.
De momento, a mí me dejó pensativo la cosa; aunque era verdad que le pagábamos un dinero mensual por ese servicio del local, me pareció que tenía su parte de razón. Pero después, lo pensé mejor, y sentí pena de que un sacerdote nos hiciese tal reproche; pues a otro Párroco le escuché la idea de que todos los locales de su Parroquia eran para el servicio de la Iglesia en tareas de verdad pastorales, siempre que él pudiera brindarlos.
No tenía razón, también por otro motivo más importante. El, como hacen todos los demás Párrocos, se dedicaba afanoso a casar y registrar fielmente los matrimonios en el Libro Parroquial correspondiente. Si tenían hijos, su tarea era el bautizarlos. Cuando estos crecían, debía prepararlos para la Primera Comunión. Pero seguramente no se había preguntado mucho qué habría sido de aquellos que casó, de lo cuál dependía el que esas Primeras Comuniones valiesen más la pena, si sus papás eran fieles esposos; y que eran menos estimables sus trabajos de ahora si, teniendo ya los papás separados o en serios problemas porque nadie salvó su matrimonio, esos pobres niños estaban sufriendo las consecuencias negativas hasta para su fe de bautizados.
Este Movimiento de la Iglesia, Encuentro Matrimonial Mundial con sus Fines de Semana y el cultivo de su perseverancia en sus locales, estaba salvándole esos matrimonios de su Parroquia: a algunos, porque habían vivido el Fin de Semana del Encuentro; y a los otros porque se lo estaba ofreciendo, y dependía de él como Párroco el que fuesen a vivirlo y hacerse tan buenas parejas como él lo deseaba sin poder lograrlo.
Pero yo les digo a mis hermanos Sacerdotes o Religiosos otra cosa. Este Fin de Semana del Encuentro Matrimonial, es tan útil para ellos mismos, si lo viven, como lo es para las parejas casadas. Todas las Charlas, y el trabajo que desde ellas se realiza en el Fin de Semana, sirven para ellos igual que para los matrimonios; y puede transformar su sacerdocio o consagración a la Iglesia, como transforman el matrimonio que una pareja contrajo y lo vive malamente.
El Fin de Semana del Encuentro Matrimonial pretende lograr que todos los matrimonios que participen en él aprendan el modo de vivir su Intimidad en la Unidad y en el amor, para que lo gocen en adelante. Pero si la “Intimidad” en el matrimonio consiste en que uno pueda decir a su pareja “¡qué feliz me siento de haberme casado contigo!”, el gozo de la “Intimidad” para un Sacerdote o Religioso estará en poder decir a aquellos para quienes trabaja, que son la Iglesia de Cristo: “¡qué feliz me siento al verme unido con ustedes, porque es Dios quien nos unió!”.
Juan Pablo II, en la Exhortación Apostólica ‘Pastores dabo vobis’, pone énfasis en esta dimensión del Sacerdote como “Esposo” de la Iglesia “su Esposa”, al ser “Otro Cristo”. Dice el Papa: “El sacerdote está llamado a revivir en su vida espiritual el amor de Cristo Esposo con la Iglesia su Esposa. Su vida debe estar iluminada y orientada también por este rasgo esponsal, que le pide ser testigo del amor de Cristo como Esposo y, por eso, ser capaz de amar a su gente con un corazón nuevo, grande y puro, con auténtica renuncia de sí mismo, con entrega total, continua y fiel, y a la vez con una especie de celo divino (2Cor 11, 2), con una ternura que incluso asume matices del cariño materno, capaz de hacerse cargo de los ‘dolores de parto’ hasta que ‘Cristo no sea formado’ en los fieles (Gál 4, 19)” (PDV 22). Pocas veces se tiene en cuenta esta dimensión esponsal del sacerdocio ministerial.
Dice también el Papa: “El don de nosotros mismos, raíz y síntesis de la caridad pastoral, tiene como destinataria la Iglesia. Como lo ha hecho Cristo ‘que amó a la Iglesia y se entregó a sí misma por ella’ (Ef 5, 25), así debe hacerlo el sacerdote. Con la caridad pastoral que caracteriza el ejercicio del ministerio sacerdotal como ‘amoris officium’ (oficio de amor), el sacerdote que recibe la vocación al ministerio, es capaz de hacer de éste una elección de amor, por el cuál la Iglesia y las almas constituyen su primordial interés; y, con esta espiritualidad concreta, se hace capaz de amar a la Iglesia universal y a aquella porción de Iglesia que le ha sido confiada, con toda la entrega de un esposo hacia su esposa” (PDV 23).
De los esposos, amando a sus esposas, el sacerdote debe aprender ese amor a su Iglesia. Y los esposos ¿aprenderán del sacerdote amar como Cristo ama a su Iglesia? Lo pregunto, porque así debería ser también. Esta interrelación que afirmo entre el Sacramento del Orden y el Sacramento del Matrimonio, con el amor que los sacerdotes deben aprender de los esposos que viven su Sacramento y los sacerdotes que viven el suyo, no es una consideración forzada, sino muy profundamente real, y que los sacerdotes, igual que los casados, deberían profundizarla con gozo, como se hace en el Fin de Semana del Encuentro Matrimonial Mundial.
También dice el Papa hablando del ministerio del sacerdote: “El don de sí mismo a la Iglesia se refiere a ella como cuerpo y esposa de Jesucristo. Por eso, si la debida caridad del sacerdote se refiere primariamente a Jesucristo, solamente si ama y sirve a Cristo Cabeza y Esposo, la caridad se hace fuente, criterio, medida, e impulso del amor y del servicio del sacerdote a la Iglesia, cuerpo y esposa de Cristo. Esta ha sido la conciencia clara y profunda del apóstol Pablo, que escribe a los cristianos de la Iglesia de Corinto: ‘somos siervos vuestros por Jesús’ (2Cor, 4, 5)” (PDV 23)
Jesús enseña a sus Apóstoles, en el Evangelio, una doctrina, fácilmente olvidada: “El que quiera ser el primero entre vosotros, que se haga siervo de todos; así como el Hijo del Hombre no vino para que lo sirvieran, sino para servir y dar su vida para redención de muchos” (Mc 10, 44-45). Con ese modo de “servicio” han de amarse entre sí los esposos cristianos. Pero deberán aprenderlo de los Sacerdotes amando a su Iglesia, y en ella a Cristo, con ese mismo modo de “servir” a todos y a cada uno del los fieles que a ellos se les han encomendado. Ese ha de ser su “pastoreo”, dice Jesús en otro lugar del Evangelio (Jn 10, 11). Así da Cristo la vida por su Esposa la Iglesia (Ef 5, 25).
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Agradecemos al P. Vicente Gallo, S.J. por su colaboración.
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