Homilía DOMINGO 1º DE ADVIENTO (B)

Lecturas: Is 63,16-17; 64,1.3-8; S 79; 1Cor 1,3-9; Mc 13,33-37

Vigilen, que Él es fiel
P. José Ramón Martínez Galdeano S.J.



Lo han resaltado el Papa y los Padres participantes en el Sínodo de la Palabra: Una de las características necesarias para la lectura inteligente de la Sagrada Escritura es leer la vida iluminada por su luz. El texto de la Escritura hay que proyectarlo sobre nuestra vida y nuestra circunstancia. Entonces es cuando encontramos claridad y fuerza para conocer y cumplir la voluntad de Dios en la situación concreta que se vive. No atenerse a esta regla impide que la lectura de la Biblia sea provechosa y aun la hace aburrida.

Habrán observado que las tres lecturas de hoy enfatizan, destacan, la vigilancia. La primera estimulaba a los judíos desterrados en Babilonia a estar atentos al Señor, que va a llegar para retornarlos a su tierra de Israel. La segunda es un texto en que San Pablo anima a mantenerse fieles a Cristo en la espera de su venida para el juicio final. En el evangelio Jesús insiste que hay que vigilar para que ni la ruina, que anuncia, del templo y Jerusalén ni el Juicio final nos sorprendan descuidados, no haciendo las buenas obras necesarias para nuestra salvación.

La Iglesia usa estos textos para aplicarlos a la actitud con que ahora debemos prepararnos para un gran acontecimiento próximo: la venida de Jesús. Se trata, sí, del recuerdo de la venida de Jesús al mundo hace 2008 años. Ha sido un acontecimiento que ha cambiado el mundo. ¿Qué sería de nosotros, del mundo, si Cristo no hubiera venido?. Sin embargo quedarse en el mero recuerdo histórico no es suficiente.

La riqueza de la Navidad es mucho mayor. La importancia de la Navidad está en primer lugar en que ha hecho de la historia del hombre una “historia de salvación”. Esto significa que Dios es un actor interno dentro de la historia del género humano; no está al margen ni meramente contemplando, sino que ha intervenido ya y sigue interviniendo. Entendamos bien. No se trata de que el Hijo de Dios haya tomado carne en el seno de la Virgen María, haya predicado el Evangelio, haya fundado la Iglesia católica y nos ofrezca toda la riqueza de su obra. Todo eso es verdad, pero nosotros nos preparamos a algo mucho más transcendental, porque es el fin de todo ello. Porque aquella historia de hace 2.000 años se ha de hacer historia en cada uno de nosotros: Cristo ha de nacer, morir, resucitar en cada uno de nosotros. La historia navideña sigue hoy y se repite. Hoy en el interior de cada uno gracias a la Iglesia, que mantiene y amplifica la presencia y acción salvadora de Cristo, Jesús sigue naciendo, sigue proclamando su Evangelio, sigue curando, sigue perdonando, sigue llamando, sigue muriendo y resucitando. Vigilar es estar atentos a todo esto, que Cristo realiza en el espíritu de cada uno.

Cristo resucitado está vivo y sigue actuando en la Iglesia y en nosotros. Vigilar es advertir, darse cuenta de la presencia continua del Espíritu de Cristo y de su acción en nuestra mente y nuestro corazón. Vigilamos si caemos en la cuenta de que el Espíritu de Cristo está presente en nosotros cuando, haciendo un acto de fe en su presencia, le ofrecemos una obra buena hecha de la forma más perfecta posible y con el mayor interés y alegría por ser para él, cuando le pedimos su luz y su ayuda para ello y para lograr hacerlo con el mayor posible para con Dios y con el prójimo. Estamos vigilantes cuando tenemos buen cuidado de que egoísmos, presunciones, orgullo infantil y otros instintos malsanos de nuestra alma los rechazamos en la medida de nuestras posibilidades. Estamos vigilantes cuando la escucha o la lectura de la Palabra es consciente de que sea la Palabra de Dios y nos hace revisar nuestra vida y caer en la cuenta de los puntos en que nos desviamos de su realización, y bajo la luz del Espíritu tratamos de corregirnos. Vigilamos cuando al toque caemos en la cuenta de que hemos fallado en un punto, aun pequeño, en nuestra conducta para que sea completamente como la de Cristo.

El velar que se espera de nosotros, es ansiar corregir defectos y pedir a Dios hacer nuestro lo de Isaías: “Tú, Señor, eres nuestro padre; desde siempre te invocamos como ‘Nuestro redentor’. Señor, ¿por qué permites que nos desviemos de nuestros caminos (es decir que sigamos en defectos y pecados) y endureces nuestro corazón para que no te respetemos? Cambia de actitud por amor a tus siervos y a las tribus que te pertenecen”. Porque el remordimiento tras algo mal hecho es una gracia de Dios para ayudarnos a ser mejores. “¡Ojalá rasgases el cielo y bajases, derritiendo los montes con tu presencia! Jamás oído oyó ni ojo vio un Dios fuera de ti, que hiciera tanto por el que espera en él. Sales al encuentro del que practica gozosamente la justicia y se acuerda de tus caminos. Estabas enojado, porque habíamos pecado; aparta nuestras culpas y seremos salvos”.

Estemos atentos a lo que Dios hace en nosotros, en los que nos rodean, en toda la Iglesia: “En mi acción de gracias a Dios les tengo siempre presentes por la gracia que Dios les ha dado en Cristo Jesús (se habían convertido por la predicación de Pablo). Pues por él han sido enriquecidos en todo: en el hablar y en el saber. El testimonio de Cristo se ha confirmado en ustedes, hasta el punto de que no les falta ningún don a los que aguardan la manifestación de nuestro Señor Jesucristo. El los mantendrá firmes hasta el final, para que no tengan de qué acusarlos en el día de la venida de nuestro Señor Jesucristo. Porque Dios es fiel, y Él los llamó a vivir en comunión con su Hijo, Jesucristo Señor Nuestro”.

Este año que termina, a nivel de Iglesia hemos recibido al menos dos gracias: El documento de Aparecida del Episcopado Latinoamericano se está estudiando y tratando de aplicar, y el Sínodo de la Palabra, recién terminado, que debemos estudiar y gozar a fondo. También esto es vigilar.

Vigilar es también dar gracias por todo lo que ha hecho en su familia. Y tal vez, por ser tantas, se les olvidaron ya gracias, inspiraciones, descubrimientos de defectos, de riquezas de la fe, de impulsos y adelantos en alguna la virtud. ¿Dios, Jesús, María, la Palabra de Dios no son hoy más conocidos y amados? Tal vez reentraste este año en la Iglesia, descubriste el amor de Jesucristo. Tal vez recibiste el bautismo, la confirmación, el matrimonio. Estamos viviendo una historia de salvación. Dios la lleva adelante por Jesucristo en el Espíritu y por la Iglesia. Demos gracias.

Vigilar es también pedir para que vuelvan los descarriados. Oren por ellos, pidan la gracia de poder decirles esta Navidad una palabra de amor y confianza en Jesús. “¡Él es fiel!”. Que brille su rostro y salve a todos, que venga a visitar su viña, la Iglesia, su propia familia, su propio corazón. “¡Qué magníficas son tus obras, Señor, qué profundos tus designios! El ignorante no los entiende ni el necio se da cuenta” (S. 92). Estemos atentos, muy atentos. “¡Él es fiel!”.

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