Homilía - 7º Domingo TO(B), 19 de Febrero del 2012


"Contigo hablo, levántate"

P. José Ramón Martínez Galdeano, S.J.

Lecturas: Is 43,18-19.21-22.24-25; S. 40; 2Cor 1,18-22; Mc 2,1-12


Es éste uno de los milagros de Jesús narrado con mayor abundancia de detalles. Los tres evangelios sinópticos lo hacen con detenimiento y destacan la desafiante actitud de Jesús, prueba al mismo tiempo de su divinidad y sus poderes para perdonar los pecados y sanar milagrosamente. La muerte, que no estaba en los primeros planes de Dios sobre el hombre, dice San Pablo que entró en el mundo por el pecado de Adán (Ro 5,12). Con la muerte la enfermedad, que la precede y causa con frecuencia, era considerada en el mundo antiguo y entre los judíos como fruto de la entrada en el mundo del pecado. A veces se la tenía como castigo por algún pecado grave personal, lo cual es claramente rechazado por Jesús (v. Jn 9,3). Los evangelios se refieren a las curaciones que obra Jesús junto a las liberaciones del Demonio, como parte de la misma lucha contra el poder del Demonio en el mundo (Mt 8,16;10,8; Mc 16,17-18). En el caso de la curación de una mujer jorobada desde hacía 18 años expresamente dice Jesús que la había liberado del poder de Satanás (Lc 13,16). Isaías profetiza que en el reino mesiánico, es decir con el triunfo total de Cristo en el Reino de los Cielos ya no habrá enfermos (Is 35,5-6). Los evangelios unen el poder de los milagros, dado a los discípulos, con el de expulsar a los demonios (Mt 10,8; Mc 16,17-18). En este evangelio Jesús demuestra a sus enemigos y a la gente que le escucha que tiene el doble poder de curar y de perdonar.

Recordemos que objetivo claro del evangelio de San Marcos es presentar a Jesús como Dios, el Hijo natural de Dios hecho hombre. Dos cosas señala Marcos como propias de Dios: conoce el interior de los pensamientos del hombre, en este caso de los escribas, lo que para los judíos era exclusivo de Dios; y cura meramente con su palabra al paralítico. Ambas cosas, que los escribas pueden constatar, demuestran que posee también el poder de Dios para perdonar los pecados.

El enfermo es un paralítico. Es un buen signo del pecador, que no puede hacer por sí solo nada para salir de su pecado. Tal vez su enfermedad era fruto de sus pecados. Las palabras de Jesús muestran que aquel hombre era pecador además de enfermo. Y es peor el pecado que la enfermedad. Jesús, que ha venido a salvar a los hombres de sus pecados, empieza por librarle de sus pecados.

Esta semana, el miércoles, que es el de Ceniza, vamos a entrar en la Cuaresma. Es período de oración y penitencia por nuestros pecados; es tiempo de la más abundante misericordia de Dios. Pueden ser pecados graves y tal vez de larga data; pueden ser defectos que no se traducen normalmente en faltas graves, pero que están ahí produciendo pecados veniales que deterioran seriamente el brillo de la vida de fe y paralizan nuestro crecimiento: nuestra oración escasa y pobre, nuestras relaciones en el seno de la familia, en el trabajo, en el empleo del tiempo, el testimonio de fe que doy, el poco fervor en la caridad, en el espíritu de sacrificio, en la aceptación de las cruces que Dios envía. Hemos hablado de esto más de una vez. Debemos cuidar siempre de que nuestra vida cristiana en cuanto tal la vivamos con espíritu deportivo, es decir con empeño de hacerla cada vez con más perfección, sin miedo a aceptar los sacrificios y renuncias que pide, con alegría, con la fe, la esperanza y la caridad de quien va impulsado por la fuerza del Espíritu, siempre en su compañía y atento a su acción tantas veces manifiesta. Porque también es parte de la fe el caer en la cuenta de la acción de Dios en los demás. Los tres evangelios subrayan que Jesús fue movido al milagro no sólo por la fe del enfermo sino también por la de los que le llevaban en la camilla.

El sacramento de la penitencia, que, como lo hace el Catecismo, puede llamarse también de la reconciliación, de conversión, de la confesión, del perdón, es don de extraordinaria calidad e importancia. Instituido por Cristo, sólo los católicos y los cristianos ortodoxos lo conservamos. Porque no lo ha inventado la Iglesia. Nos lo ha dado la Iglesia el mismo día de su resurrección: “Reciban el Espíritu Santo. A quienes perdonen los pecados, les serán perdonados” (Jn 20,22-23). La Iglesia sabe de modo infalible que esto es verdad y que tiene el poder de perdonar cualquier pecado, sea cual sea su maldad, a todo pecador verdaderamente arrepentido. Es algo maravilloso. El católico sabe con certeza infalible que la Iglesia ha recibido de Dios el poder de perdonar cualquier pecado, por grande que sea, al pecador que se ha confesado con dolor y arrepentimiento, esto es con sincera decisión de poner los medios necesarios para evitar esos pecados. Esa persona se ha confesado así y su propia conciencia le atestigua que se confesó con sinceridad, y que entonces eran verdad su rechazo del pecado y su decisión de hacer lo que la Iglesia por medio del sacerdote le dijo ser necesario para evitar esos pecados en el futuro. En esas condiciones es infalible que los pecados todos son perdonados. Lo escuchó al sacerdote con su propio oído. No cabe duda que es algo fantástico. Los pecados pueden haber sido horrendos. Ya no tiene que pensar en ellos. Lo que tiene que hacer es poner los medios para evitar hacerlos otra vez.

Por eso también es claro que la confesión es algo demasiado importante como hacerlo a la ligera. Hay que examinarse antes bien para no olvidar manifestar todos los pecados graves en su clase y número aproximado. Si la confesión es de mucho tiempo, se debe tener cuidado en calcularlo de modo al menos aproximado, así como la cantidad de pecados. No tiene la misma gravedad el pecado de haber faltado una o dos veces a misa en un año, que no haber ido nunca. Hay que concretar las medidas prácticas del futuro inmediato para evitar recaer en los mismos pecados: fijar el tiempo o tiempos de oración para invocar la gracia, evitar meterme en tal ocasión de pecado para mí fatal, poner tal medio para reavivar mi decisión, etc. El esfuerzo de hacer activa mi fe tiene que ser parte normal y muy importante de la vida. Que María interceda y que Cristo nos lo conceda.




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