La Pastoral Familiar de la Iglesia: 2º Parte


P. Vicente Gallo, S.J.


2. La Pastoral familiar estructurada


La Iglesia de Cristo, comunidad salvada y salvadora, está comprometida en la misión de Cristo para salvar a todos los hombres, y para ello está organizada en Diócesis y Parroquias. Desde ahí debe asumir todo género de acción eficaz en pro de la pastoral familiar, de los matrimonios y sus familias. Toda comunidad parroquial debe tomar conciencia viva de la responsabilidad que recibe del Señor en orden a guiar y salvar los matrimonios que acogió sacramentalmente y las familias surgidas de ellos que están incrementando esa Comunidad de Hijos de Dios en Jesucristo.

Ese deber ha de comenzar con la adecuada preparación de quienes deberán comprometerse en ese apostolado; en primer lugar los sacerdotes y los religiosos o religiosas que se involucran en la actividad pastoral de la Parroquia y de la Diócesis en que se integran. Los Obispos deben procurar que el mayor número posible de sacerdotes, antes de asumir las responsabilidades parroquiales, reciban esa formación especializada para acudir a salvar al sector más importante de su feligresía, los matrimonios y familias (FC 70). Esa formación que se da tan profunda en el Encuentro Matrimonial, por ejemplo.

Pero es singular el puesto que en este campo corresponde a los esposos conscientemente cristianos, que saben poner al servicio de la Iglesia la misión recibida en su Sacramento para construir el Reino de Dios en este mundo. Siendo, como pareja sacramentada, miembros vivos del Cuerpo de Cristo, están enviados por el Señor a trabajar a su servicio en la Viña de su Padre, para que El pueda gloriarse del fruto que le da su Viña.

Su apostolado deberá comenzar en su propia familia, educando a los hijos en el amor con el que Dios ama, que es el amor con el que los esposos se comprometieron a amarse todos los días de su vida. Desde ese testimonio de su propio amor, educarán a los hijos en la fe y en las virtudes como lo es la castidad con la que un día ellos serán padres.

Preparándolos para una vida cristiana, los preparan para la superación de los peligros ideológicos y morales por los que se ven amenazados para la elección de su camino personal responsablemente, lo que decimos “su vocación”, que normalmente será su propio matrimonio. Para todo su crecimiento que de ser cristianos, los educarán en ese amor como Dios ama también a los más necesitados, los pobres, los enfermos, los ancianos, los huérfanos, los minusválidos, y también los cónyuges abandonados por su pareja (FC 71). No hay “espiritualidad matrimonial” si de ella no se deriva el cultivar esos deberes.

La Iglesia, en su acción pastoral y evangelizadora, además de estar organizada en Diócesis y Parroquias, tiene diversas organizaciones de fieles que viven y manifiestan, cada una a su modo, la misión salvífica de esa Iglesia que es la prolongación de Cristo para hacer un mundo Reino de Dios. Es necesario reconocer y valorar esa variedad de comunidades eclesiales, grupos o movimientos, con sus respectivas características, la finalidad específica que cada una se tiene señalada, y su incidencia en la Obra de la Salvación, con los métodos o maneras de evangelización que cada una emplea.

Todas ellas, en su formación y su apostolado, han de cultivar el sentido de solidaridad eclesial, y han de conservar una manera de conducirse inspirada siempre en el Evangelio, manteniendo como valores los criterios de la Iglesia y no los de la opinión pública del mundo. Deben competir en la caridad recíproca, y en las obras de asistencia hacia los más necesitado: todo en nombre de Jesucristo, mirando en su valoración también a las asociaciones no eclesiales que buscan hacer el bien (FC 72).

La rivalidad, por desgracia muy frecuente entre ellas, ignorándose a veces mutuamente y no tratando siquiera de conocerse para amarse y unir fuerzas, sino buscando cada una sus propios intereses y no los de Cristo, no sólo es algo inútil para servir en el apostolado de la Iglesia, que es el único que deben realizar; es que tampoco sirve para hacer el bien al mundo tan necesitado de su servicio. La Iglesia no sólo debe reprobar esas rivalidades, sino que debería dejar de reconocer como fuerzas suyas a los grupos o movimientos que mantengan esa división y rivalidad como por sistema

Todas las Asociaciones de matrimonios que pretendan servir a la Iglesia en el apostolado familiar, tienen un campo muy grande para su tarea de evangelizar, que ninguna sola puede agotarlo. Deben estar en la lucha frente a todo lo que va contra la dignidad de la familia según Dios, la justa promoción de los derechos de la mujer, de la maternidad, de la infancia y de la educación de los hijos; buscando la construcción de un mundo más justo y más humano, que forme de veras esa Familia de Dios que Jesús inició, para que toda la humanidad termine formándola con Dios como Padre igual que lo es de Cristo.



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Agradecemos al P. Vicente Gallo, S.J. por su colaboración.

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