3. Los agentes de la Pastoral Familiar
El primer responsable de la pastoral familiar en su Diócesis es el Obispo, que a la Iglesia, una y santa, la hace católica y apostólica. Puesto en el lugar de Cristo Esposo de esa Iglesia particular su Esposa, el Obispo debe ser Padre y Pastor de quienes en su territorio son de Cristo. En esta tarea concreta de la pastoral familiar, debe dedicar sus desvelos y su apoyo personal a las familias agobiadas por tantos problemas en el mundo de hoy; y prestar su interés, su atención, su tiempo y aun los recursos económicos a su alcance, a cuantos ayudan en la salvación de los matrimonios y las familias. Ojalá llegasen a tener el gozo de encontrar realizada una verdadera “familia diocesana” con todas las familias debidamente evangelizadas: la Familia de Dios en la Diócesis que se le ha confiado.
Lo mismo debe considerarse refiriéndonos a los Sacerdotes en su Parroquias, o en la específica pastoral que tienen encomendada, por ejemplo un Colegio. Y también se extiende a los Religiosos o Religiosas dedicados al apostolado, que definitivamente es con familias, bien sean los padres bien sean los hijos, y que siempre es en aporte a la labor del Obispo y de los Párrocos. El apostolado específico con las familias, es una tarea prioritaria y de las más urgentes en la situación actual del mundo a evangelizar para salvarlo en nombre de Jesucristo.
En la construcción de la Familia de Dios en nuestro mundo, Obispos, Párrocos y en general los que se han consagrado en la Iglesia para servir al Evangelio, en todos sus trabajos deben mostrarse “padres” y “hermanos” para ser pastores o maestros de la Familia de Dios en nombre de Cristo. Y deben ayudar a las familias como tales ya desde el testimonio preclaro del amor que ellos viven conforme al mandato y distintivo que nos dejó Jesús. Los Religiosos concretamente, en su consagración a Dios, y en su vida de Comunidad viviendo la “Perfecta Caridad” (FC 74): “de este modo evocan ellos ante todos los fieles aquel maravilloso connubio, fundado por Dios, y que ha de revelarse plenamente en la vida futura, por el que la Iglesia tiene por Esposo a Jesucristo” (Vat. II, Perfectae Caritatis, 12).
Pero todos ellos, en el apostolado familiar, deben contar con matrimonios evangelizados, particulares u organizados en Asociaciones diversas, que vivan el compromiso que tienen en virtud de su Sacramento que los hace miembros del Cuerpo de Cristo, con los que su Iglesia debe salvar al mundo concreto de los matrimonios y de las familias. El haberse unido mediante el sacramento, no significa siempre que sean “matrimonios evangelizados”, ni que estén preparados para ser matrimonios evangelizadores. Lograr que lo sean, es la primera urgencia de la pastoral familiar. La “espiritualidad matrimonial”, de la que estamos tratando, ha de tener como uno de sus elemento fundamentales esta preocupación por la evangelización de todas las familias.
Es importante saber contar también con la ayuda que pueden prestar a las familias y a su apostolado personas especializadas que sean de fiar en la educación y formación de los matrimonios y las familias: médicos, psicólogos, expertos en derecho, consejeros matrimoniales, educadores, asistentes sociales; tanto en sus iniciativas personales como en organizaciones o asociaciones que promueven. Ellos, aunque no fuesen cristianos, realizan una tarea que podemos calificar de “misión eclesial”, por su finalidad y las acciones que promueven, así como por lo que influyen en el bien de la sociedad y de la comunidad cristiana. El apoyo que desde ahí se pueda lograr para las familias y para el mundo, incide en esa labor pastoral que es deber de la Iglesia. Pero de todos modos es cierto que: “el futuro del mundo y de la Iglesia pasa a través de la familia” (FC 75).
Igualmente, todos los agentes de la Pastoral Familiar de la Iglesia, deben valorar los actuales medios de comunicación social; que pueden servir tan eficazmente para educar en lo afectivo, moral, o religioso, pero que también pueden esconder insidias y peligros muy serios de ideas o de ideologías disgregadoras, con visiones deformadas de la vida, de la familia, de la religión, de la moralidad, y de la verdadera dignidad del hombre. No sólo han de usarse esos medios en la tarea de evangelizar; sino que se deben precaver las agresiones que, a través de ellos, sufren las familias y especialmente los niños y jóvenes, y que se han de contrarrestar con una adecuada educación que nunca esté descuidada (FC 76).
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Agradecemos al P. Vicente Gallo, S.J. por su colaboración.
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