4. Pastoral familiar en los casos difíciles
Jesucristo, el Buen Pastor y modelo de todos los “pastores” buenos, quiere atender con especial empeño a quienes tienen que afrontar situaciones especialmente difíciles, aunque ellas lo sean por culpa propia. Pongamos por caso a las familias de emigrantes, o las familias obligadas a largas separaciones (v.g. los navegantes), las familias de los presos y de los exiliados. También, las familias de barrios marginales, las que no tienen casa, las que tienen hijos inválidos o drogadictos, las familias con algún miembro gravemente enfermo, las familias ideológicamente divididas, las formadas por menores de edad, y los matrimonios mixtos religiosamente. No pueden ser abandonadas por la Iglesia; que ellas no se sientan abandonadas en un mundo donde hay cristianos (FC 77 y 78).
Lamentablemente, también entre católicos se van difundiendo situaciones irregulares que conllevan grave daño para la institución familia. Los “matrimonios a prueba” o en convivencia por tiempo indefinido. Uniones libres de hecho, sin matrimonio ni civil ni religioso. Católicos unidos con mero matrimonio civil “para poder divorciarse libremente” si llega el caso para ello. Los separados o divorciados, aun no casados de nuevo, y la situación en que quedaron los hijos. Siempre, con la situación indebida de los “esposos”, está la situación no deseable de los hijos. La Iglesia debe estar a su lado acompañándolos con el amor de Cristo que se interesa por ellos.
La Iglesia, instituida para conducir a la salvación a todos los hombres, sobre todo a los bautizados, tampoco puede abandonar a merced de sí mismos a los divorciados casados de nuevo Teniendo que diferenciar entre los que se han esforzado por salvar el matrimonio primero, aquellos en los que uno de los cónyuges se siente abandonado injustamente por el otro, y los que por culpa de ambos han llegado a la ruptura matrimonial. Más todavía a los que están seguros en su conciencia de que el anterior matrimonio fue de hecho inválido por engaño o porque no hubo el debido amor.
La Iglesia ha de trabajar con ellos para que siquiera participen en la Misa, en la escucha de la Palabra y en la oración con los demás fieles, en las obras de caridad, y en educar a los hijos en la fe cristiana para que estos sí puedan recibir los Sacramentos. Viviendo en situación que contradice la unión en el amor de Cristo a su Iglesia y de esta, como Esposa, a Cristo su Señor, no pueden participar en la Eucaristía que es el sacramento de ese Amor. Tampoco en el Sacramento de la Penitencia, porque viven y permanecen en la situación del pecado del cuál tendrían que convertirse. Pero “que nadie se sienta sin “familia” en este mundo: que la Iglesia sea la casa y familia para todos, especialmente para los que están fatigados y cargados” (FC 85).
Sentirse apenados por no pertenecer a una agrupación de apostolado familiar, o entusiasmados por estar viviendo en un Movimiento de matrimonios al servicio de ese apostolado, debería ser cosa normal en cualquier matrimonio cristiano consciente del Sacramento con el que se casaron, desde la fe en Cristo y en el amor de Dios que los unió y en el que se mantienen. Tener conciencia de ser la Iglesia con su matrimonio como Sacramento, lleva consigo verse involucrado en la tarea que a la Iglesia le compete en orden a evangelizar a todos los matrimonios para que vivan su Sacramento con esa misma fe suya, y a las familias para que de veras sean parte de la Familia de Dios en el mundo redimido por Jesucristo. Debe ser algo elemental a tener en cuenta al hablar de “Espiritualidad Matrimonial”.
¿Estamos preocupados por ser cristianos activos en alguna Asociación Parroquial Matrimonial?
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Agradecemos al P. Vicente Gallo S.J. por su colaboración.
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