San Pablo Miki SJ, San Juan Soan SJ y San Diego Kisai SJ


LA IGLESIA EN EL JAPON


El Descubrimiento y la Compañía de Jesús


En 1542 los navegantes portugueses encuentran una vía hacia las islas del Japón. Portugal, de inmediato, se interesan por los ricos productos del país. Sus avanzadas coloniales, desde Malasia e India, buscan en seguida el intercambio.


La Iglesia también se hace presente. No, por motivos comerciales. San Francisco Javier, con dos compañeros jesuitas, navega en 1549 a la ciudad de Kagoxima, en la isla de Kyushu. En dos años establece cinco cristiandades con un grupo de dos mil personas.

Japón es, desde un comienzo, un campo de trabajo muy querido de los jesuitas. Durante 40 años, la Compañía de Jesús realiza sola el trabajo misional. Debido a ello la vida religiosa del Japón queda muy marcada por la espiritualidad de los Ejercicios de San Ignacio.


En 1579 el P. Alejandro Valignano S.J., visitador de las misiones de Oriente, se impresiona de la profunda fe de los japoneses. En las islas hay 54 jesuitas y 150.000 cristianos. La esperanza es grande. La Iglesia crece. Las vocaciones del país aumentan y la formación del clero está asegurada.


Dificultades en la evangelización

Cuando San Francisco Javier llega al Japón constata que un cambio político está a las puertas. El régimen central de gobierno es débil. El emperador se sostiene gracias al shogún, o jefe militar. Los daimyos, o señores feudales, son los importantes, pero pueden ser dominados.


Con dificultades, la Iglesia avanza. Algunos daimyos se apoyan en los intereses comerciales de Portugal. Otros oponen resistencia, por su historia, cultura y religión tradicional.


Poco a poco, el cristianismo pone un pie firme en la isla de Kyushu y en el Japón central. Las conversiones de los daimyos Omura Sumitada, Otomo Sorin, Takayama Kami y su hijo Takayama Ukon favorecen el trabajo misional.


La persecución de Taicosama

En 1582 hay una revolución. El shogún Toyotomi Hideyoshi se apodera del gobierno imperial y se declara tutor del heredero. Es un hombre inteligente, con dotes de estratega. Impone el orden por la fuerza. En un comienzo Hideyoshi se manifiesta bien inclinado respecto al cristianismo. La paz llega sometiendo a los daimyos.


En 1587 Toyotomi Hideyoshi cambia repentinamente su actitud. Prohibe la predicación de la fe cristiana y dispone la expulsión de los misioneros. No aduce razones. Parece ver en el influjo creciente del cristianismo un impedimento a sus pretensiones de poder total. Tal vez le inquietan las relaciones de los cristianos con los extranjeros. Es cierto, el decreto no se aplica en forma radical y la Iglesia, con cautela, continúa el trabajo misionero.


La Compañía de Jesús crece hasta 134 jesuitas y los fieles son más de docientos mil. Los comandantes de la armada y del ejército son cristianos.


En 1593 Hideyoshi cambia su nombre por el de Taicosama o "supremo señor". Es orgulloso. En el mes de junio de 1593 recibe a un grupo de franciscanos, de las islas Filipinas. Vienen con el título de embajadores. Taicosama acepta sus cartas credenciales, pues el comercio con los españoles es un buen acicate. Los recién llegados se establecen en Osaka. Abren hospitales entre los leprosos y los pobres.


Una guerra con Corea, unida a catástrofes naturales aumenta la tensión de las autoridades. Los controles se acrecientan para con los misioneros extranjeros. La angustia de los cristianos crece.


En diciembre de 1596, un galeón español, el San Felipe, navegando desde Manila a Méjico encalla en el puerto de Urando. Trae 240 pasajeros, de los cuales 95 son españoles. Con ellos viajan 4 sacerdotes agustinos, dos franciscanos y un dominico. Conocido el naufragio y conforme a las costumbres japonesas, Taicosama hace requisar la carga. Le llaman poderosamente la atención las cartas de navegación, muy precisas respecto a muchos países de Asia. El capitán español, para librarse, acusa a los misioneros de ser espías en el Asia y de suministrar ellos los datos necesarios. Portugal y España, dice, siempre se han apoyado en la religión cristiana para imponer después la fuerza y someter a los países.


Taicosama dicta entonces un nuevo decreto de persecución. Más duro que el de 1587. Exige el destierro de todos los misioneros extranjeros, bajo pena de muerte. Días después, con más calma, determina que el decreto solamente alcance a los misioneros recién llegados. Los extranjeros anteriores, venidos de Portugal y la India, han demostrado no ser espías. Serán, eso sí, vigilados.

En Nagasaki, la Compañía de Jesús se reune a discernir. El P. Pedro Gómez, viceprovincial, con sus consejeros decide que no es posible abandonar a los cristianos. Dispersos, vestidos a la usanza japonesa, bien pueden continuar en la misión.


En virtud de este segundo decreto Taicosama condena a 6 franciscanos y a 15 japoneses que les colaboran, a la muerte de cruz.


En los registros de la Residencia jesuita de Osaka detienen a tres japoneses de la Compañía de Jesús. Los inscriben en la lista de condenados. También incluyen a otros dos japoneses, en el camino a Nagasaki.


Así el 5 de febrero de 1597 mueren en total 26 mártires. Pero después, Taicosama suaviza el edicto.


Daifusama y la persecución final

La misión continúa, sin mayores tropiezos, hasta 1614. Ese año, el shogún sucesor, Ieyasu Daifusama, decide la extinción de la fe. En esta segunda persecución padecen el martirio numerosos misioneros y millares de cristianos japoneses. El ingreso de nuevos misioneros queda prohibido. La vida de la Iglesia comienza entonces a declinar.




SAN PABLO MIKI SJ



Fiesta: 6 de febrero



Niñez y juventud

Pablo Miki nace en Jamasciro en 1564, no lejos de Miyako, la capital del Japón. Pertenece una familia importante. Su padre es Fandoidono Miki, militar del servicio del emperador Nobunanga. La madre, de nombre María en el bautismo, es también de noble condición. La costumbre japonesa no permite matrimonios dispares.


En la corte de Miyako, los padres conocen a los Padres de la Compañía de Jesús. Reciben el bautismo en 1568. Junto con ellos es también bautizado Pablo, a la edad de 4 años.


Pablo crece con su familia cristiana. La madre, especialmente, se esmera en educarlo en devoción y buenas costumbres.


En el Colegio de Miyako

Pablo, a los once años ingresa al Colegio de la Compañía en la capital imperial. El P. Organtino Soldi, un italiano de Brescia, es el Rector y el verdadero padre de la cristiandad de Miyako.


Con el P. Soldi hace Pablo su primer discernimiento. Decide ingresar al Seminario de Azuki, en 1580.



El Seminario de Azuki

A unos veinte kilómetros de Miyako, el emperador Nobunaga ha fundado la ciudad de Azuki. Es una fortaleza que defiende a la capital. Muy pronto, los jesuitas abren en la nueva corte una Iglesia y una Residencia.


Para satisfacer al emperador, que se muestra amigo, el P. Organtino Soldi decide aceptar los subsidios y crea un Seminario para formar sacerdotes. Traslada, con la ayuda de sus cristianos, una gran casa de madera que tiene en Miyako. En ella instala a 25 jóvenes japoneses, entre ellos a Pablo Miki.



Los estudios en Azuki

Pablo Miki sigue estudios de latín y de literatura japonesa. Para un japonés, el latín es muy difícil. Avanza con más rapidez en matemáticas y en ciencias.


Se destaca, sí, en lo espiritual. Muy pronto acompaña a los jesuitas en los ministerios de catequesis y en la ceremonias litúrgicas.



La muerte del emperador

El 25 de agosto de 1582, Akeshi, un daimyo de dos pequeños reinos se apodera de la ciudad de Miyako. Ataca al palacio imperial. Nobunanga opone resistencia. Es herido, huye, incendia el palacio y se hace el harakiri.


Los rebeldes van a Azuki. Saquean y queman. Los habitantes huyen despavoridos.


El P. Organtino abandona la casa y conduce a los seminaristas hasta el lago. Los embarca en una nave pagana. En el trayecto son robados y los paganos pretenden dejarlos en una pequeña isla desierta del lago. Otra nave, con un capitán cristiano, se da cuenta del peligro. Interviene con armas y conduce al misionero y seminaristas a Miyako.



En el Seminario de Takatsuki

En Miyako Pablo puede regresar a la casa de sus padres. Los mismos jesuitas le aconsejan esta solución. Pero él decide seguir la suerte de los misioneros.


A los doce días, en una escaramuza, el rebelde Akeshi muere a manos de Justo Ucondono, un caballero cristiano. Ucondono ofrece sus tierras de Takatsuki para trasladar allí el Seminario.


Allí Pablo reanuda sus estudios. Como maestro tiene a un jesuita japonés por nombre Vicente, gran conocedor de la religión de los bonzos. Vicente ha traído a muchos paganos a la fe.


Ingreso a la Compañía de Jesús.

Pablo tiene 22 años. Lo ha pensado largamente. Decide hacer un buen discernimiento. Acaricia la idea de ingresar a la Compañía de Jesús. Pero sabe que es difícil. En el Japón se pide una permanencia larga en la fe cristiana, una buena formación y una práctica apostólica. Con valentía, Pablo pide su ingreso a la Compañía.


Los jesuitas le sugieren hacer los Ejercicios espirituales de San Ignacio. Después, con calma, podrá hacer su discernimiento. Los tiempos son difíciles, y entrar en la Compañía es exponer la vida.


Pablo se somete. Hace los Ejercicios y confirma su vocación. Es admitido. En agosto de 1586 entra al Noviciado de Todos los Santos, en la ciudad de Nagasaki.



El Noviciado

Los primeros once meses del noviciado trascurren en paz. Hideyoshi, el shogún del imperio, parece apoyarse en los cristianos. Las experiencias del novicio Pablo Miki son las comunes a todos los noviciados de la Compañía. La principal es el mes entero de Ejercicios. Sirve en el hospital de San Lázaro. Visita a los pobres y se ejercita en los trabajos humildes de la comunidad.

En 1587 sobreviene el cambio. El shogún dicta un decreto de expulsión para todos los misioneos del Japón. El P. Gaspar Coeglio, viceprovincial, reune una Consulta ampliada y con el consejo de los daimyos cristianos decide dispersar a los jesuitas. No abandonan el campo. Ocultos deben continuar la labor misionera.


El Noviciado de Nagasaki es trasladado a Arie, a una pequeña localidad de la isla de Arima.



Los estudios de Filosofía.

Los votos religiosos, Pablo Miki los emite en Arie, en agosto de 1588. Para los estudios es enviado a la isla de Amakusa. El daimyo Juan, señor de la isla, protege a los jesuitas.


Allí Pablo repasa los estudios hechos en el Seminario. Después se da a la Filosofía. El latín continúa difícil.



El magisterio

Después de la Filosofía, la Compañía pide a sus estudiantes ejercitarse en experiencias apostólicas.


Pablo, por su buena formación en literatura, por el dominio de la lengua clásica del Japón, es destinado a la misión estrictamente pastoral. Primero, es catequista. A los catecúmenos da los contenidos de la fe. Después, es predicador.


Incansable recorre los estados de Scimo, las islas del centro, el principado de Omura, Miyako, y las islas del septentrión. Siempre viaja con uno o dos sacerdotes misioneros. A Pablo le corresponde predicar, instruir, disponer al bautismo, preparar las confesiones, dirigir la Eucaristía, bendecir matrimonios y asistir a los moribundos.


Al mismo tiempo escribe. Con hermosos caracteres japoneses expone la fe católica. Sus manuscritos refutan las doctrinas de los bonzos. Se muestra hábil y lleno de caridad.

Estos libros de Pablo Miki, cuando el P. Alejandro Valignano trae la imprenta, son editados con gran cuidado y perfección. Pablo es el primer autor japonés de teología polémica.

Los estudios de Teología

En el Japón central hace los estudios de Teología. Los termina con éxito. Es aceptado a la ordenación sacerdotal. Pablo Miki tiene 33 años. Sólo debe esperar la llegada del Obispo jesuita Pedro Martínez.


Cuando el obispo viene a Osaka, los jesuitas deciden hacer la ordenación de Pablo en Nagasaki, con gran ceremonia. El ejemplo de Pablo puede ser imitado por muchos. El viaje del ordenando queda concertado para los próximos días.



La prisión.

Por el segundo edicto de Taicosama son arrestados en Miyako cinco franciscanos, los embajadores. También detienen a doce japoneses, sus compañeros. Es la noche del 9 de diciembre de 1596.


En los registros de la ciudad de Osaka, efectuados al día siguiente, los perseguidores encarcelan a otro sacerdote franciscano y a tres japoneses.


Las autoridades van también a la Residencia jesuita. Tal vez en busca de franciscanos. Solamente los extranjeros recién llegados pueden ser apresados por el decreto.


Los PP. Organtino Solbi y Francisco Pérez están en Miyako, por ministerios y para consolar a los cristianos. Igualmente, el Hermano japonés Pablo de Amacusa. El obispo Pedro Martínez y los sacerdotes Francisco Rodríguez y Pedro de Morecon están en el puerto de Sakai a la espera de embarcarse para Nagasaki. En la Residencia, por lo tanto, permanecen solamente Pablo Miki y los catequistas Juan Soan y Diego Kisai.


Los tres no están comprendidos en el edicto de Taicosama. Con todo, son duramente interrogados. Pablo Miki confirma su carácter de jesuita. Los catequistas confiesan no ser religiosos, pero afirman estar ligados a la Compañía de Jesús y que esperan un día ser aceptados.

Se determina arrestarlos. Ninguno de los tres hace nada por sustraerse a la detención.



La condena

Los detenidos en la capital permanecen en prisión hasta el día 30 de diciembre. La sentencia de muerte todavía no ha sido promulgada.


El gobernador de Miyako, aunque pagano, espera que Taicosama la conmute. La mayoría de los franciscanos, por cierto, son embajadores y no es conveniente pasar por encima de las normas ancestrales de la hospitalidad. Mejor es el destierro que la muerte.


El día 30, Taicosama es aconsejado por el bonzo Jacuin, de gran influencia en el palacio. Los atrasos del juicio, le dice, restan autoridad al emperador. Taicosama decide entonces acelerar el proceso. Muy molesto incluye en la sentencia a todos los detenidos en Osaka.



Actitud de los gobernadores


Gibunoshi, el gobernador de Miyako, es audaz. A su costa y riesgo decide quitar la guardia de la Residencia jesuita de Miyako. Con esa medida libera de la muerte a los moradores de la casa, al P. Solbi y a sus compañeros.


Los jesuitas, dice, no están condenados. Solamente los franciscanos con sus compañeros deben tomar el camino de la muerte, cruzar la ciudad de Osaka, llegar al puerto de Sakai y embarcarse a Nagasaki, muy cercana a Yamaguchi. Es la misma ruta recorrida por San Francisco Javier, hace 47 años.


Farimandono, el gobernador de Osaka, no sigue el camino de su colega de la capital. Conoce los alcances del decreto. Puede liberar a Pablo Miki y a los dos catequistas de la Compañía de Jesús, pero no se atreve.


El 31 de diciembre, Farimandono envía a franciscanos de Osaka y a los jesuitas a la ciudad de Miyako. Van serenos. En verdad, contentos.



En la cárcel de Miyako

Al llegar, Pablo Miki abraza a todos. En excelente japonés, él puede hacerlo, predica a los guardias y a los pocos cristianos que se acercan. Les habla de la eternidad, de la gloria de los bienaventurados, de la Pasión de Jesucristo y de su propio deseo de dar la vida por la fe. Les recuerda que él tiene, por gracia, la misma edad de Jesús. Su Vía Crucis es el camino a Nagasaki. Allí lo espera la muerte de Cristo en cruz. Con su sacrificio desea salvar a su pueblo, como el Señor.


Todos lloran. Dos guardias, al oído, le prometen hacerse cristianos.



Torturas

El 3 de enero, los 24 detenidos son sacados de la prisión, con las manos atadas a la espalda. Seguidos por una gran multitud son llevados a la gran plaza que separa las dos partes de la ciudad. Se detienen y comienzan los tormentos, frente al pueblo.


En seguida, el verdugo les corta a todos un pedazo de la oreja izquierda. En verdad, es una benevolencia del Gobernador. La sentencia es, cortar las dos orejas y entera la nariz. Es lo habitual. Todo condenado a muerte debe sufrir esa tortura.


Dos cristianos de Osaka no se alejan un momento del lado de Pablo y de los catequistas. Están atentos y deseosos de servir. Elos recogen los trozos cortados y los llevan al P. Solbi. Es la primera sangre derramada en la Iglesia del Japón.



El cortejo de la ignominia

Después, agrupados de tres en tres, suben a los 24 a unas carretas. Pablo Miki y sus dos compañeros van en la última. Heridos, recorren la calle principal de la ciudad, precedidos por el edicto de muerte, escrito en japonés.


"Vinieron como embajadores desde Filipinas. En Miyako predicaron la ley de los cristianos que yo prohibí rigurosamente los años anteriores. Construyeron una iglesia. Ordeno que sean ajusticiados y con ellos los japoneses que se hicieron cristianos. Los 24 serán crucificados en Nagasaki. La ley cristiana está prohibida. Los que desobedezcan serán castigados, ellos y sus familias. En el primer año del Rey, en el día 20 de la undécima luna".


El cortejo avanza lentamente. Los cristianos están en la calle, y también la multitud. Las ventanas de las casas y los techos están atestados de gente. Un franciscano predica, medio en japonés y más en castellano. Anima a sus compañeros religiosos y los sostiene. Los otros no hablan el idioma del pueblo. En silencio, oran serenamente.


Pablo sí, él predica. Lo hace espléndidamente. No tiene miedo a la muerte. Reza el Padrenuestro y el Ave María. Canta, y el pueblo lo acompaña.


Así, a caballo y en carretas, llegan a Osaka. Continúan al puerto de Sakai. Allí Taicosama cambia una vez más de parecer. El viaje puede hacerse cómodamente por mar, a través de los canales. Nagasaki queda a dos días de navegación.



De Sakai a Nagasaki.

El 9 de enero salen de la ciudad de Sakai. Es invierno. Tienen mucho frío, pero los presos van alegres. Conmovidos, hasta los guardias pretenden hacer más dulce el Vía crucis.


Taicosama pretende infundir terror hacia el cristianismo. Pero la ignominia se transforma en espléndida glorificación. Por donde pasan son recibidos en triunfo. Las muchedumbres rodean y detienen los caballos para besar las vestiduras de los perseguidos por la fe.


En cada pueblo, al final del día, son celosamente custodiados en las cárceles de bambú. El frío es grande. La nieve y el viento también los acompañan. A Pablo Miki muchos lo conocen, desde sus correrías apostólicas de hace pocos años. Con cariño Pablo los anima a mantenerse firmes en la fe. Más de alguno pretende y dos logran agregarse al grupo de los confesores. Para todos predica con alegría.



Una carta de Pablo Miki

En la localidad de Facata, el día 31 de enero, Pablo es visitado por los cristianos, con lágrimas y con cariño. A un amigo suyo muy querido, Diego Cogen, le entrega una carta para hacerla llegar al Padre Viceprovincial en Nagasaki.


"Nosotros venimos, sentenciados a morir en cruz. No se preocupe. No tenemos miedo. Por la bondad de Dios estamos alegres y consolados. Tenemos un solo deseo, encontrarnos en Nagasaki con un Padre de la Compañía para podernos confesar. Los Padres franciscanos no saben bien nuestra lengua y no podemos darles entera cuenta de nuestras conciencias. Nos gustaría mucho que Ud. enviara al P. Pasio. Los 24 tenemos el mismo deseo, ahora somos 26. Queremos oir la santa Misa y recibir la Eucaristía, por lo menos una vez, antes de subir a la cruz. Ud. puede pedir este favor a Terazava o a su lugarteniente, mi conocido en Nagasaki".


Nagasaki

El día 4 de febrero de 1597, a los 26 días de viaje llegan los condenados a Nagasaki.


Fazamburo, el conocido de Pablo, es el designado para hacerse cargo de la comitiva y de la ejecución. Ha preparado 50 cruces. Tal vez confundido por la orden recibida de los 24 primeros y la última noticia de 26. Los cristianos creen que, a los recién llegados, agregarán a los jesuitas de Nagasaki, al obispo y a personas destacadas de la ciudad.


Fazamburo sale al encuentro de las víctimas. Reconoce a Pablo Miki. Muy al estilo japonés, maldice la suerte que lo obliga a ejecutar al amigo tan querido con la más ignominiosa de las muertes.


San Pablo Miki lo tranquiliza:

"Mi muerte no es digna de llanto, sino más bien de envidia. Muero por haber predicado la ley del Dios verdadero y haber enseñado el camino de salvación. En lugar de tus lágrimas yo te suplico me des una prueba de amistad. Concédeme un tiempo para confesarme, oír la santa Misa y comulgar".


Fazamburo lo promete y en parte cumple su palabra. Está asustado por la presencia en Nagasaki del grupo de españoles y portugueses, tripulación del encallado galeón San Felipe. Teme una revuelta de cristianos, apoyada por las armas de los extranjeros.


A prisa Fazamburo ordena que las cruces del suplicio sean llevadas de inmediato a una pequeña colina, ubicada al otro lado del mar, frente a frente de la ciudad.


Hace llamar a los PP. Francisco Pasio y Juan Rodríguez. Les dice que ellos pueden confesar a los condenados, pero no pueden celebrar la Misa. En la pequeña iglesia del hospital de San Lázaro el P. Pasio recibe la confesión general de San Pablo Miki y la de los mártires Juan Soan y Diego Kisai. Los demás japoneses lo hacen con ambos, indistintamente. Los franciscanos se confiesan en castellano entre ellos.


El P. Francisco Pasio, por delegación del P. Pedro Gómez, viceprovincial, en esa capilla de San Lázaro recibe los votos en la Compañía de los catequistas Juan Soan y Diego Kisai.


Los portugueses y castellanos del San Felipe insisten en poder estar presentes en el momento del martirio. Fazamburo se ve forzado a aceptar. Muy pronto la colina de los mártires se llena con una gran multitud. Los dos sacerdotes jesuitas dirigen las oraciones y los cantos.


A los ruegos de los dos sacerdotes jesuitas, Fazamburo permite que tres puedan acompañarlos hasta la muerte. Prohibe la presencia del obispo. Taicosama no quiere solemnidad en esas muertes.



La cruz del Japón

La cruz japonesa consiste en un tronco con dos travesaños. Uno más largo, arriba, para los brazos. Otro más corto, abajo, para los pies. En el medio hay una saliente que sirve de asiento al ajusticiado. No se usan clavos.


La víctima queda aprisionada al madero con cinco anillos de hierro: dos a los pies, dos a las muñecas y una al cuello.


La muerte se da con dos lanzazos, que entran por los costados. Atraviesan el pecho y salen por los hombros.



Elevados en cruz.


El recinto está cercado. Cada uno busca su cruz. Dos guardias acompañan al sentenciado. Todos besan la cruz con reverencia, como en una liturgia, y se tienden en ella.


A la orden del capitán, las veintiséis cruces son levantadas al mismo tiempo, en la colina, frente a frente de la ciudad. El quinto es Diego Kisai. El sexto, Pablo Miki. A su izquierda, Juan Soan teniendo a sus pies al anciano padre. Todos miran a la ciudad. En los techos de las casas están todos los cristianos. También los portugueses y españoles.


Todos entonan el Te Deum como himno de acción de gracias.



Las palabras de Pablo

Después Pablo Miki habla por todos:

"Por favor, escúchenme. Yo no soy extranjero. No he venido de Filipinas. Soy japonés como Uds. y religioso de la Compañía de Jesús. Estoy condenado a la cruz, no por alguna falta que haya cometido, sino por haber predicado la ley de Nuestro Señor Jesucristo. Morir por la fe es mi gloria y alegría. Es la gran gracia del Señor por mis trabajos. Me encuentro en el último instante de la vida. Creo en la vida eterna y sé que el camino para ella es la fe cristiana. Esta fe nos pide perdonar, aún a los enemigos. Perdono a Taicosama, perdono a todos los toman parte en mi muerte. A nadie tengo rencor, ni odio. Deseo y pido que todo el Japón se salve y para lograrlo, que sea cristiano".



La muerte


Al fin, los guardias deciden acabar con Pablo. Le dan los golpes finales y los dos lanzazos.


Las últimas palabras de Pablo, recogidas por los cristianos y los jesuitas, son: "En tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu". Curioso, la frase de Cristo la dice en latín, el idioma que tanto le cuesta.


Con los tres jesuitas, Pablo, Juan y Diego están también allí sus fieles cristianos Tadeo Cósimo, Tomás Danghi, Pablo Ibaraki, Pablo Suzuki. También, Pedro Sukegiro que se incorpora en el camino, y los niños Antonio y Ventura, de sangre china. Todos de la gran familia ignaciana.

Lejos, desde la ventana del Colegio jesuita, el Obispo Pedro Martínez observa conmovido. "Con mis propios ojos, yo vi alzar las cruces y el resplandor de las lanzas que los hirieron. También vi la multitud de la gente, cristianos y paganos, que corrían a ver el espectáculo. Debido a la distancia no pude apreciar grandes detalles. Oí, por cierto, el griterío de la gente cuando terminaron de ultimarlos".


El obispo llora y bendice. El ha venido a Nagasaki para ordenar a Pablo Miki y lo ve morir como un santo. La ordenación sacerdotal que él no puede dar, la da Cristo. En la cruz Pablo ha ofrecido su primera y solemne Misa.


Es el día miércoles 5 de febrero de 1597.



La glorificación


Fazamburo no se explica la devoción de los fieles. Cada cual quiere acercarse y recoger algún recuerdo. ¿Por qué los sentenciados entonaron cantos en el momento del suplicio?. ¿Por qué cantan ahora los cristianos?. No es posible. Algo debe hacerse. Si se entera Taicosama, su ira puede caer sobre él. Refuerza la guardia y prohibe todo acceso al sitio del martirio. Solamente al obispo y a algunos cristianos destacados les permite acercarse a la colina.


De rodillas y llorando el obispo Pedro Martínez venera los cuerpos de los mártires. También Juan y Sancho, los daimyos cristianos de Arima y de Omura, con sus familias y las cortes.


Las reliquias de los mártires jesuitas se llevan a la iglesia de Nagasaki. Desde allí bendicen al Japón.


La canonización de San Pablo Miki, junto a todos sus compañeros mártires, tiene lugar el 8 de junio de 1862.




SAN JUAN SOAN SJ



Fiesta: 6 de febrero


Las islas de Goto


Goto es un grupo de cinco islas, ubicadas frente al puerto de Hirado. Son pobres, muy boscosas y demasiada población. Forman un reino.


La fe cristiana llega a las islas por la predicación de los jóvenes jesuitas, el portugués Luis de Almeida y Lorenzo, un japonés. A ellos siguen los sacerdotes italianos Juan Bautista Monti, de Ferrara, Alejandro Valla da Regio, de Lombardía, y José Fornaletti, de Venecia. Con la conversión del daimyo, Luis, todas las islas reciben el bautismo.



Niñez y juventud


Juan Soan nace en el año 1578, en Goto. Sus padres son cristianos, bautizados por Luis de Almeida. Es educado en la fe por sus padres. Los jesuitas lo instruyen.



Nagasaki


A la muerte del daimyo cristiano Luis, el gobierno es usurpado por su hermano pagano. El nuevo daimyo se une a los bonzos para asegurar el poder. Vigila a los cristianos y prohibe el culto.

Varias familias para asegurar la libertad, emigran a Nagasaki. La ciudad está relativamente cerca y es casi enteramente cristiana. Los padres de Juan, con mucho sacrificio, toman ese camino.



Con los jesuitas


En Nagasaki los jesuitas tienen una Iglesia y una Residencia. Juan ingresa al grupo de los escolares de la escuela.


A los quince años solicita al P. Viceprovincial el ingreso a la Compañía de Jesús. Con cariño se le indica que primero debe probarse como catequista.



Catequista en Osaka


Juan Soan se incorpora en Osaka a la Residencia jesuita donde es Superior el P. Organtino Solbi. También viven otros dos sacerdotes, el escolar Pablo Miki y el catequista Diego Kisai.


Juan ingresa, con gozo, a la escuela de catequistas. En ella estudia y se forma. Los catequistas no son religiosos, pero conviven con ellos. Visten un hábito especial y los acompañan. Asignado como compañero del P. Pedro de Morecon, recorre los puestos de misión de la isla de Scichi. Con el mismo padre viaja a Osaka.


En Osaka, a los diecinueve años tiene la consalación de recibir el sacramento de la Confirmación de manos del Obispo del Japón, el jesuita Pedro Martínez.



La prisión

Juan Soan es detenido el 10 de diciembre de 1596 junto con sus compañeros Pablo Miki y Diego Kisai. Todo sucede conforme al segundo edicto de persecución de Taicosama.


Estrictamente él no queda comprendido en los alcances del decreto persecutorio. Le basta decir que todavía no es religioso. No lo hace. Prefiere aprovechar la ocasión que se le ofrece y alcanzar de esta manera el favor de ser admitido en la Compañía.


En la cárcel, por escrito pide al P. Organtino Solbi la ansiada admisión.


La muerte y glorificación

El martirio y muerte de San Juan Soan sigue en todo las mismas vicisitudes del martirio de su compañero jesuita, Pablo Miki a quien admira.


Con Pablo sufre el tormento de su oreja izquierda cercenada. Con él también recorre el Vía Crucis desde Miyako a Nagasaki. Los 26 días de ignominia.


En Nagasaki piadosamente hace una confesión general con el P. Francisco Pasio. Y en su presencia, en la capilla del hospital de San Lázaro pronuncia los votos de la Compañía de Jesús. Tiene el consuelo de abrazar a su anciano padre que lo despide llorando. El anciano no se separa del hijo, hasta verlo expirar en la cruz.


San Juan Soan fue canonizado junto a sus compañeros Pablo Miki y Diego Kisai el 8 de junio de 1862.




SAN KISAI DIEGO SJ



Fiesta: 6 de febrero


Niñez y juventud


Diego Kisai nace en 1533 en la aldea de Hamagura, cerca de Okoyama, Japón. No cabe duda, sus padres son paganos y Diego es educado en la religión de los bonzos.


Todavía niño, sus padres lo llevan a un monasterio de bonzos para ser instruido. Aprende a escribir en hermosos caracteres japoneses.


No hay constancia de la fecha de su bautismo. Sólo conocemos la relación del P. Luis de Froes que lo llama "cristiano antiquísimo". Sabemos, eso sí, que este título se daba solamente a los bautizados de la primera época, es decir, la de San Francisco Javier y sus dos compañeros. El nombre Diego es español. Tal vez lo impone el escolar Juan Fernández, el castellano que aprende primero la lengua japonesa. Tal vez se deba al P. Cosme de Torres, sacerdote español. Los dos quedan en Japón, después del regreso de San Francisco Javier.



Matrimonio


Diego Kisai contrae matrimonio con una cristiana, también convertida, y tiene un hijo. Al niño lo bautiza con el nombre de Juan. Tal vez en recuerdo del jesuita Juan Fernández.


La esposa deja la fe y decide volver a la religión de los bonzos. Para Diego es una tragedia. El puede obligarla, pero los bonzos son muy poderosos. Insiste en el regreso de la esposa. No lo logra.


Los jesuitas lo acompañan muy de cerca en su problema. Guiado por ellos la deja, al fin, en paz. Se entrega entonces al consuelo de la fe.



Catequista en Osaka


Unos años después, Diego coloca a su hijo Juan en un Seminario de la Compañía de Jesús para iniciar los estudios y ser después un catequista.


El mismo hace un serio discernimiento en Osaka con el P. Organdino Solbi. Decide ingresar en la Compañía de Jesús y consagrar ahí su vida.


Como primera experiencia, el P. Solbi le pide ejercitarse en la Residencia, como catequista. Después de un tiempo podría ser aceptado. Se le explica, los catequistas no son religiosos, pero viven en la comunidad.



Testimonio de su vida


En una larga relación mandada a Roma por el P. Pedro Gómez, viceprovincial existe un excelente testimonio sobre Diego. Es fervoroso y ayuda a los párrocos en la conversión de los gentiles, disponiéndolos con la exposición de la doctrina cristiana al bautismo.


Al mismo tiempo, Diego se ejercita en los trabajos más humildes de la comunidad. Como portero, tiene el oficio de recibir a los que vienen a la casa y preparar los aposentos a los huéspedes. Su tarea la desempeña con la exquisita manera de los japoneses, con cortesía y ceremonias.


Diego es piadoso. Los tiempos libres los ocupa en la oración. Conocedor de los caracteres japoneses, escribe un libro sobre la Pasión de Cristo. En él dibuja hermosas miniaturas de colores. Este libro es su tesoro. Con él ora y predica a sus oyentes.



La prisión

Diego, el 10 de diciembre de 1596 se encuentra en Osaka con el jesuita Pablo Miki y Juan Soan, también catequista, cuando es detenido. Es la aplicación del segundo edicto persecutorio de Taicosama.


Estrictamente, ninguno de los tres queda comprendido en los alcances del edicto. Con facilidad pueden excluirse. A Diego sólo le bastaba declarar que no pertenece a la Compañía de Jesús, como es cierto. Tiene 64 años. Desea ser admitido en la Compañía. En la detención capta la oportunidad de lograr la ansiada admisión y además el privilegio de dar la vida por la fe. En los días de prisión pide, por escrito, a los Superiores el ingreso a la Compañía.


El Vía Crucis

Las vicisitudes del martirio de San Diego Kisai son en todo similares a las de los mártires Pablo Miki y Juan Soan de quienes no se separa un instante. Con ellos sufre la amputación de parte de su oreja izquierda y el ignominio en las carretas a través de las calles de la ciudad de Miyako y Osaka. Con ellos recorre en invierno el duro camino de 26 días hasta llegar a Nagasaki.


En la capilla del hospital de San Lázaro de Nagasaki hace su confesión general ante el P. Francisco Pasio de la Compañía de Jesús. Ante el mismo sacerdote, delegado del P. Viceprovincial, San Diego Kisai pronuncia los votos religiosos de la Compañía.



La muerte y glorificación

Después de los votos, para Diego todo es alegría. Muere en la cruz, a la derecha de San Pablo Miki.

San Diego Kisai fue canonizado junto a sus compañeros Pablo Miki y Juan Soan el 8 de junio de 1862.


Tomado de: http://www.cpalsj.org/


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