Llamados a una vida de comunión - V Simposio "Familia el mayor tesoro de la humanidad"


V SIMPOSIO

“FAMILIA EL MAYOR TESORO DE LA HUMANIDAD”

Callao, 03 de diciembre del 2009.




TEMA: EL MATRIMONIO EN EL PLAN DE DIOS: Vocación al amor.



P. Crisóforo Domínguez Pedral
Secretario Ejecutivo
Departamento de Comunión Eclesial y Diálogo
CELAM



Cuando a Jesús le preguntaron acerca del divorcio, como leemos en Mateo 19:4-5: “¿puede uno repudiar a su mujer por un motivo cualquiera?”, inmediatamente se refirió al origen de la base del matrimonio. Dijo, "¿No habéis leído que el Creador, desde el comienzo los hizo varón y mujer, y que dijo: "Por eso el hombre dejará a su padre y a su madre y se unirá a su mujer; y los dos serán una sola carne?". ¿De dónde citó esto? ¡Del Génesis! En realidad, citó capítulos 1 y 2 de Génesis en el mismo versículo.

La Sagrada Escritura se abre con el relato de la creación del hombre y de la mujer a imagen y semejanza de Dios (Gén. 1,26-27) y se cierra con la visión de las "bodas del Cordero" “¡Alegrémonos y regocijémonos y démosle gloria, porque han llegado las bodas del Cordero, y su Esposa se ha engalanado…””Dichosos los invitados al banquete de bodas del Cordero..” (Ap. 19,7.9). De un extremo a otro la Escritura habla del matrimonio y de su "misterio", de su institución y del sentido que Dios le dio, de su origen y de su fin, de sus realizaciones diversas a lo largo de la historia de la salvación, de sus dificultades nacidas del pecado y de su renovación "en el Señor" (1 Co 7,39) todo ello en la perspectiva de la Nueva Alianza de Cristo y de la Iglesia (cfr. Ef. 5,31-32).


El matrimonio en el orden de la creación

Dios que ha creado al hombre por amor lo ha llamado también al amor, vocación fundamental e innata de todo ser humano por ser persona capaz de amar y ser amado. Porque el hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios (Gén. 1,27), que es Amor (cfr. 1 Jn. 4, 8.16). Habiéndolos creado Dios hombre y mujer, el amor mutuo entre ellos se convierte en imagen del amor absoluto e indefectible con que Dios ama al hombre. Este amor es bueno, muy bueno, a los ojos del Creador (cfr. Gén. 1,31). Y este amor que Dios bendice es destinado a ser fecundo y a realizarse en la obra común del cuidado de la creación. "Y los bendijo Dios y les dijo: "Sed fecundos y multiplicaos, y llenad la tierra y sometedla'" (Gén. 1,28).

“Dios es amor y vive en sí mismo un misterio personal de amor. Creándola a su imagen…... Dios inscribe en la humanidad del hombre y de la mujer la vocación, y consiguientemente la capacidad y la responsabilidad del amor y de la comunión” (FC 11). Por lo tanto el fundamento del matrimonio y de la familia es el amor conyugal. La verdadera naturaleza y nobleza del amor conyugal se revelan cuando este es considerado en su fuente suprema, Dios, que es Amor (1Jn. 4,8), “el Padre de quien procede toda paternidad en el cielo y en la tierra” (Ef. 3, 15).

Bajo esta luz aparecen claramente las notas y las exigencias del amor conyugal:

-Es, ante todo, un amor plenamente humano, es decir, sensible y espiritual al mismo tiempo. No es simple efusión del instinto y del sentimiento, sino principalmente es un acto de la voluntad libre, con pleno conocimiento, pleno consentimiento y plena libertad.
-Es un amor único, es decir, entre un solo hombre y una sola mujer, a semejanza del amor filial, del hijo a su madre es único.
-Es un amor total, esto es, una forma singular de amistad personal, con la cual los esposos comparten generosamente todo, sin reservas indebidas o cálculos egoístas.
-Es un amor fiel y exclusivo hasta la muerte. Así lo conciben el esposo y la esposa el día en que asumen libremente y con plena conciencia el compromiso del vínculo matrimonial.
-Es, por fin, un amor fecundo que no se agota en la comunión entre los esposos, sino que está destinado a prolongarse en los hijos suscitando nuevas vidas. “El matrimonio y el amor conyugal están ordenados por su propia naturaleza a la procreación y educación de la prole. Los hijos son, sin duda, el don más excelente del matrimonio y contribuyen sobremanera al bien de los propios padres” (GS n.509).


La alianza matrimonial

"La íntima comunidad de vida y amor conyugal, fundada por el Creador y provista de leyes propias, se establece sobre la alianza del matrimonio... un vínculo sagrado... no depende del arbitrio humano. El mismo Dios es el autor del matrimonio" (GS 48,1).

La vocación al matrimonio se inscribe en la naturaleza misma del hombre y de la mujer, según salieron de la mano del Creador. Creados el hombre y la mujer a imagen y semejanza de Dios los destinó para la relación y comunión de personas.

La Sagrada escritura afirma que el hombre y la mujer fueron creados el uno para el otro: "No es bueno que el hombre esté solo". La mujer, "carne de su carne", su igual, la criatura más semejante al hombre mismo, le es dada por Dios como una "auxilio", representando así a Dios que es nuestro "auxilio" (cfr. Sal 121,2). "Por eso deja el hombre a su padre y a su madre y se une a su mujer, y se hacen una sola carne" (cfr. Gén. 2,18-25). Que esto significa una unión indefectible de sus dos vidas, el Señor mismo lo muestra recordando cuál fue "en el principio", el plan del Creador: "De manera que ya no son dos sino una sola carne" (Mt 19,6; Gén.2, 24).

El matrimonio no es una institución puramente humana a pesar de las numerosas variaciones que ha podido sufrir a lo largo de los siglos en las diferentes culturas, estructuras sociales y actitudes espirituales. Estas diversidades no deben hacer olvidar sus rasgos comunes y permanentes. A pesar de que la dignidad de esta institución no se trasluzca siempre con la misma claridad (cfr. GS 47,2), existe en todas las culturas un cierto sentido de la grandeza de la unión matrimonial. "La salvación de la persona y de la sociedad humana y cristiana está estrechamente ligada a la prosperidad de la comunidad conyugal y familiar" (GS 47,1).

"La alianza matrimonial, por la que el varón y la mujer constituyen entre sí un consorcio de toda la vida, ordenado por su misma índole natural al bien de los cónyuges y a la generación y educación de la prole, fue elevada por Cristo Nuestro Señor a la dignidad de sacramento entre bautizados" (CIC, can. 1055,1).


El matrimonio bajo la esclavitud del pecado

Todo hombre, tanto en su entorno como en su propio corazón, vive la experiencia del mal. Esta experiencia se hace sentir también en las relaciones entre el hombre y la mujer. En todo tiempo, la unión del hombre y la mujer vive amenazada por la discordia, el espíritu de dominio, la infidelidad, los celos y conflictos que pueden conducir hasta el odio y la ruptura. Este desorden puede manifestarse de manera más o menos aguda, y puede ser más o menos superado, según las culturas, las épocas, los individuos, pero siempre aparece como algo de carácter universal.

Según la fe, este desorden que constatamos dolorosamente, no se origina en la naturaleza del hombre y de la mujer, ni en la naturaleza de sus relaciones, sino en el pecado. El primer pecado, ruptura con Dios, tiene como consecuencia primera la ruptura de la comunión original entre el hombre y la mujer. Sus relaciones quedan distorsionadas por agravios recíprocos, “la mujer que me diste por compañera me dio del árbol y comí” (cfr. Gén. 3,12); su atractivo mutuo, don propio del creador “Esta vez sí es hueso de mis huesos y carne de mi carne” (cf Gn 2,22), se cambia en relaciones de dominio y de concupiscencia “…con dolor parirás los hijos. Hacia tu marido irá tu apetencia, y el te dominará” (cfr. Gén. 3,16b); la hermosa vocación del hombre y de la mujer de ser fecundos, de multiplicarse y someter la tierra (cfr. Gén. 1,28) queda sometida a los dolores del parto y los esfuerzos de ganar el pan (cfr. Gén. 3,16-19).

Sin embargo, el orden de la Creación subsiste aunque gravemente perturbado. Para sanar las heridas del pecado, el hombre y la mujer necesitan la ayuda de la gracia que Dios, en su misericordia infinita, jamás les ha negado “Yahveh Dios hizo para el hombre y su mujer túnicas de piel y los vistió” (cfr. Gén. 3,21). Sin esta ayuda, el hombre y la mujer no pueden llegar a realizar la unión de sus vidas en orden a la cual Dios los creó "al comienzo".


El matrimonio bajo la pedagogía de la antigua Ley

En su misericordia, Dios no abandonó al hombre pecador. Las penas que son consecuencia del pecado, "los dolores del parto" (Gén. 3,16), el trabajo "con el sudor de tu frente" (Gén. 3,19), constituyen también remedios que limitan los daños del pecado. Tras la caída, el matrimonio ayuda a vencer el repliegue sobre sí mismo, el egoísmo, la búsqueda del propio placer, y a abrirse al otro, a la ayuda mutua, al don de sí.

La conciencia moral relativa a la unidad e indisolubilidad del matrimonio se desarrolló bajo la pedagogía de la Ley antigua. La poligamia de los patriarcas y de los reyes no es todavía prohibida de una manera explícita. No obstante, la Ley dada por Moisés se orienta a proteger a la mujer contra un dominio arbitrario del hombre, aunque ella lleve también, según la palabra del Señor, las huellas de "la dureza del corazón" de la persona humana, razón por la cual Moisés permitió el repudio de la mujer (cfr. Mt 19,8; Dt. 24,1).

Contemplando la Alianza de Dios con Israel bajo la imagen de un amor conyugal exclusivo y fiel (cfr. Os 1-3; Is. 54.62; Jer. 2-3. 31; Ez 16,62; 23), los profetas fueron preparando la conciencia del Pueblo elegido para una comprensión más profunda de la unidad y de la indisolubilidad del matrimonio (cf Mal 2,13-17). Los libros de Rut y de Tobías dan testimonios conmovedores del sentido hondo del matrimonio, de la fidelidad y de la ternura de los esposos. La Tradición ha visto siempre en el Cantar de los Cantares una expresión única del amor humano, en cuanto que éste es reflejo del amor de Dios, amor "fuerte como la muerte" que "las grandes aguas no pueden anegar" (Ct 8,6-7).

De esta manera los profetas dan nuevos pasos en el proceso de la revelación. Recuerdan sin cesar que el amor de Dios por los hombres es la razón última de su comportamiento. Pero lo inédito hasta ese momento es usar el matrimonio como signo imagen de la Alianza entre Dios y el pueblo. Dios es presentado como esposo y el pueblo como esposa. Dios es el esposo fiel que nunca falla y el pueblo es la esposa siempre amada, aunque casi siempre es infiel y a veces llega a ser una verdadera prostituta. Tan fuerte es la vinculación de la Alianza con el matrimonio, que se emplea la misma palabra, berith, para designar a ambos. El matrimonio ganará extraordinariamente con este descubrimiento. No será ya algo sin importancia, sino un verdadero misterio religioso. La mujer, poco a poco, dejará de ser vista como una cosa que se compra y se tira cuando deja de interesar al hombre, pues es amada por Dios entrañablemente. La alianza entre hombre y mujer debe reflejar el amor de Dios a su pueblo.


El matrimonio en el Señor

La alianza nupcial entre Dios y su pueblo Israel había preparado la nueva y eterna alianza mediante la que el Hijo de Dios, encarnándose y dando su vida, se unió en cierta manera con toda la humanidad salvada por él (cf. GS 22), preparando así "las bodas del cordero" (Ap 19,7.9).

En el umbral de su vida pública, Jesús realiza su primer signo -a petición de su Madre- con ocasión de un banquete de boda (cf Jn 2,1-11). La Iglesia concede una gran importancia a la presencia de Jesús en las bodas de Caná. Ve en ella la confirmación de la bondad del matrimonio y el anuncio de que en adelante el matrimonio será un signo eficaz de la presencia de Cristo.
En su predicación, Jesús enseñó sin ambigüedad el sentido original de la unión del hombre y la mujer, tal como el Creador la quiso al comienzo: la autorización, dada por Moisés, de repudiar a su mujer era una concesión a la dureza del corazón (cf Mt 19,8); la unión matrimonial del hombre y la mujer es indisoluble: Dios mismo la estableció: "lo que Dios unió, que no lo separe el hombre" (Mt 19,6).

Esta insistencia, inequívoca, en la indisolubilidad del vínculo matrimonial pudo causar perplejidad y aparecer como una exigencia irrealizable (cf Mt 19,10). Sin embargo, Jesús no impuso a los esposos una carga imposible de llevar y demasiado pesada (cf Mt 11,29-30), más pesada que la Ley de Moisés. Viniendo para restablecer el orden inicial de la creación perturbado por el pecado, da la fuerza y la gracia para vivir el matrimonio en la dimensión nueva del Reino de Dios. Siguiendo a Cristo, renunciando a sí mismos, tomando sobre sí sus cruces (cf Mt 8,34), los esposos podrán "comprender" (cf Mt 19,11) el sentido original del matrimonio y vivirlo con la ayuda de Cristo. Esta gracia del Matrimonio cristiano es un fruto de la Cruz de Cristo, fuente de toda la vida cristiana.

Es lo que el apóstol Pablo da a entender diciendo: "Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla" (Ef 5,25-26), y añadiendo enseguida: "`Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y los dos se harán una sola carne'. Gran misterio es éste, lo digo respecto a Cristo y a la Iglesia" (Ef 5,31-32).

Toda la vida cristiana está marcada por el amor esponsal de Cristo y de la de la Iglesia


Conclusión:

Los textos bíblicos ofrecen tres importantes indicaciones. El ser humano es una persona, de igual manera el hombre y la mujer. Están en relación recíproca.

En segundo lugar, el cuerpo humano, marcado por el sello de la masculinidad o la feminidad, está llamado a existir en la comunión y en el don recíproco. Por esto el matrimonio es la primera y fundamental dimensión de esta vocación.

En tercer lugar, si bien trastornadas y obscurecidas por el pecado, estas disposiciones originarias del Creador no podrán ser nunca anuladas.

La antropología bíblica por tanto sugiere afrontar desde un punto de vista relacional, no competitivo ni de revancha, los problemas que a nivel público o privado suponen la diferencia de sexos.

Génesis 2:24,25 “Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne. Y estaban ambos desnudos, Adán y su mujer, y no se avergonzaban”.
Este pasaje que nos muestra el inicio de todas las cosas en la Biblia, nos muestra cómo fue el diseño de Dios incluyendo al ser humano, y lo que Dios estableció como correcto en la relación de un hombre y una mujer.

Que una vez casados, lleguen a ser una sola carne, uniéndose a través de una relación sexual, y que no se avergüencen de esa desnudez.

El matrimonio para cumplir su fin de la procreación y educación de la prole Dios y Jesucristo le dio el carácter de Alianza y Sacramento con la unidad e indisolubilidad.


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Agradecemos a Roberto Tarazona por compartir esta ponencia.

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