Rodrigo Sánchez-Arjona Halcón, S.J.
Continuación...
Dificultad actual frente al misterio litúrgico de la Iglesia
En un artículo de Jean-Pierre Leclercq, aparecido en la revista Phase (febrero 1975) leemos que la palabra sacramento experimenta una doble reducción: "Por-una parte, y de hecho, designa sólo-los siete sacramentos. Por otra parte, los sacramentos siguen siendo entes físicos, entidad que contienen en sí la gracia y la dan en cuanto son realizados correctamente" (8).
Pero baste recordar que esta doble reducción de la palabra "sacramento" es relativamente tardía en la teología católica.
Así para Pedro Damiano la palabra “sacramento”, designaba, además de los siete ritos llamados sacramentos por los concilios de Florencia y de Trento (D. 69~; 844),.la coronación de los reyes, la dedicación de las iglesias, la investidura de los canónigos, las consagraciones de los monjes, ermitaños y monjas (9), y en los libros litúrgicos más antiguos de la iglesia romana, la palabra "sacramento" se aplica a la Iglesia, ecclesiae tuae mirabile sacramentum (10) al tiempo cuaresmal, por eso al miércoles de cenizas es presentado como venerabilis sacramenti exordium (11), a toda la celebración litúrgica de la noche pascual, Deus qui nos ad celebrandum paschale secramentum utriusque testamenti paginis instruis... (12).
Todo esto nos indica que la palabra "sacramento" en otros tiempos tenía una riqueza de sentido teológico mayor de la que le concedió la escolástica y por supuesto, desbordaba los límites de los "siete sacramentos".
Cuando hoy el concilio Vaticano II nos ha enseñado, que la Iglesia es un "sacramento" (LG 1, 48; SC 5; GS 45), quiso devolver a esta palabra toda su riqueza teológica, como se puede ver por la relación sobre el n. 1 de la LG. Allí se dice, que por misterio no se entiende algo incomprensible, sino una realidad divina que se manifiesta de modo visible.
Es, pues, teológicamente verdadera la expresión "misterio" o "sacramento" aplicada a la Iglesia. Más aún la expresión es patrística y se presta por su anchura de sentido para elaborar una doctrina acertada y rica (13).
Por otra parte, al definir el sacramento como un signo sensible que significa y produce la gracia, empobrece el sacramento al presentarlo como "una cosa" y no como "símbolo" de la presencia viva del Señor Resucitado.
Si queremos realizar una pastoral litúrgica como la que recomienda el Vaticano II, debemos volver a la inteligencia de la causa simbólica. Esta causa simbólica esta enraizada en la experiencia religiosa de la humanidad, que ha sentido vivencialmente la presencia de las acciones salvadoras de la divinidad en la trasparencia hierofánica del rito religioso.
Esta misma experiencia nos la dio la teología católica hasta los siglos XI - XII. Por ejemplo, el cardenal Humberto escribe: "a través de ellos (sacramentos) está con nosotros Cristo desde su primera venida hasta la segunda, el mismo que estará con nosotros al final de los siglos. Estos sacramentos de tal manera son signos, que son la realidad significada"(14).
No se puede explicar con más claridad la causa simbólica, pues por el mero hecho de venir a ser una cosa determinada por un símbolo, la realidad simbolizada se hace presente en la trasparencia del objeto simbólico de tal manera, que el sujeto que contempla no capta dos entidades distintas, sino solo la realidad simbolizada manifestada por el símbolo.
El sacramento cristiano es causa de la gracia en cuanto la acción litúrgica de la Iglesia nos hace presente simbólicamente al mismo Jesús Resucitado, manifestación fontal de la gracia victoriosa de Dios. Esta presencia simbólica del Señor en los sacramentos es la que experimentaba Ambrosio cuando escribía: "Te hallo y te siento vivo en tus sacramentos" (15).
A esta vivencia religiosa cristiana quiere conducir a los fieles el Concilio Vaticano II, por eso en su definición de Liturgia ha empleado la noción del misterio cultual. Examinemos con alguna detención esta definición de liturgia.
El Concilio no ha pretendido darnos una definición rigurosa y técnica de la liturgia, más bien nos hace una descripción de ella. Lo primero que advertimos es que para el Vaticano II, Cristo, la Iglesia y la Liturgia tienen una estructura esencial idéntica. Esta estructura es la de Sacramentum o mysterium, entendidos, como una "realidad divina trascendente y salvífica, que se revela y manifiesta de cierta manera sensible" (16).
Así está estructurado Cristo (SC.5), así lo está también la Iglesia, (SC. 2.6), y de esta misma forma está estructurada la liturgia. (SC. 7) Cristo es, pues, el sacramento primordial y fontal, de donde mana la Iglesia como sacramento general, '''del costado de Cristo dormido en la cruz nació el sacramento admirable de la Iglesia entera" (SC.5). El ser sacramental de la Iglesia se manifiesta en forma cumbre en el sacramento particular y concreto, que es toda la liturgia cristiana (SC. 6).
Sobre este fondo sacramental o mistérico se pasa a describir más de cerca la naturaleza de la liturgia (SC. 7). Veamos las diversas notas de esta descripción:
- Si la 'Iglesia tiene eficacia para actualizar en cada hombre la salvación realizada por Cristo, es sólo porque Cristo está presente en ella. Pero esta presencia salvadora de Cristo en la Iglesia tiene su máxima eficacia en la acción litúrgica.
- La presencia del Señor se concretiza y aparece simbólicamente en la diafanía, de la comunidad cultual, del ministro que preside, de la palabra proclamada en la asamblea, de los ritos sacramentales, y de modo cumbre en el pan y en el vino eucaristizados.
- La presencia de Cristo ejerciendo su sacerdocio eterno santificador del hombre y glorificador del Padre es captada a través de los símbolos litúrgicos, por tanto, el Concilio pone a la liturgia en el plano del sacramento o misterio.
De ahí que se nos presente la liturgia como un conjunto de signos sensibles manifestadores de la presencia santificadora y glorificadora de Cristo en medio de la Iglesia local concreta, y por lo tanto histórica.
- Este conjunto de símbolos litúrgicos simbolizan a la vez el culto al Padre y la santificación del hombre. De esta manera el doble movimiento de la liturgia, el que baja de Dios al hombre para santificarlo y el que sube del hombre a Dios para alabarlo, ha quedado perfectamente descrito por el concilio.
Para el Vaticano II los siete sacramentos en tanto tienen valor sacramental profundo, en cuanto son símbolos trasparentes para el fiel de la presencia del Señor Jesús sentado a la derecha del Padre, el cual se manifiesta a la fe de los suyos en el aquí y en el ahora por medio de cualquiera acción cultual de la Iglesia.
Porque hemos de anotar también que para la Constitución Sacrosanctum Concilium los siete ritos mayores, es decir, "los siete sacramentos'" no son los únicos ritos capaces de poner al creyente en un contacto mistérico-sacramental con el misterio pascual de Cristo. Todas las demás acciones litúrgicas de la Iglesia, llamadas "sacramentales", tienen la posibilidad de ser para los fieles símbolos diáfanos de la Pascua del Señor (SC. 61).
Con lo cual el Vaticano II nos da a entender, que desde el punto de vista objetivo los "siete sacramentos" (SC~6) y sobre todo la Eucaristía (SC. 10) son el núcleo más auténtico de la liturgia católica, pero que a la vez se ha de mirar con infinito respeto los caminos de la gracia, la cual se acomoda a la cultura de los pueblos y a la idiosincrasia de los individuos con el fin de llevarlos al encuentro interpersonal y mistérico con el Señor resucitado.
Esta visión del Vaticano II de los sacramentos y de los sacramentales nos invita a adentrarnos en el estudio de la experiencia religiosa cristiana suscitada por el misterio litúrgico de la Iglesia.
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