Presentación y el Misterio Litúrgico de la Iglesia - Parte 1


 

Rodrigo Sánchez-Arjona Halcón, S.J.


PRESENTACIÓN


La III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano en Puebla de los Ángeles (México, 1979), comprobó que en Latinoamérica no se daba a la pastoral litúrgica la prioridad que le corresponde dentro de la labor apostólica de la Iglesia; por eso recomendaba un renovado esfuerzo pastoral orientado por la teología litúrgica nacida del Vaticano II (901, 916 - 918).

Entre las conclusiones del Documento de Puebla en torno a la liturgia se lee la siguiente: "Promover la formación de los agentes de pastoral litúrgica con una auténtica teología, que lleve a un compromiso vital" (942).

No es fácil encontrar en el Perú una obra en la que se exponga brevemente las líneas de la teología litúrgica del Concilio Vaticano II. Esta laguna me ha animado publicar estas páginas, que, tal vez puedan ayudar a los párrocos y a otros agentes de pastoral en la formación de grupos de reflexión litúrgica en las parroquias y en otros centros pastorales.

Voy a explicar los principios teológicos sobre los cuales la Constitución Sacrosanctum Concilium [SC] fundamentó su reforma de la Sagrada Liturgia. Como es sabido, el Concilio no intentó hacer una teología litúrgica completa, sólo tomó aquellos principios teológicos que consideraba más importantes para sus fines pastorales.

La SC expone estos principios teológicos muy brevemente en el primer capítulo (n. 1-13) que para mayor claridad los resumo en las siguientes proposiciones:

1a. En todo misterio litúrgico de la Iglesia los fieles tienen un encuentro religioso con el Señor Jesús, que se hace presente en la comunidad cultual a través de los símbolos litúrgicos.

2a. En el tiempo que va de la Ascensión a la Parusía el hombre pecador necesita un contacto real, empírico-corporal, aunque sacramental, con Jesús Resucitado para conseguir la salvación religiosa, que es apertura a Dios y al hombre imagen de Dios.

3a. Todo misterio litúrgico tiene una dimensión dialogal, pues en él actúan Cristo, la Iglesia y cada uno de los fieles, que participa en la celebración cultual.

4a. La dinámica de la acción litúrgica arrastra a la comunidad de los fieles a dar culto a Dios por Cristo en el Espíritu Santo.

5a. El misterio litúrgico envía a la vida cotidiana para cristianizarla y la vida cristiana cotidiana anhela de nuevo volver al misterio litúrgico.

A manera de apéndice añadiré una serie de temas de estudio modelos para ayudar a los grupos de reflexión litúrgica al análisis de las diversas celebraciones a la luz de estos principios teológicos del Vaticano II.



CAPÍTULO 1

EL MISTERIO LITURGICO DE LA IGLESIA


Uno de los aportes teológicos del Vaticano II ha sido sin duda alguna el redescubrimiento de la vertiente litúrgica de la palabra misterio.

La teología postridentina y la del Vaticano I nos había familiarizado con la definición dogmática del misterio.

El misterio es para esta teología una verdad divina inaccesible para el entendimiento humano y de la cual sólo se puede tener noticia por la revelación de Dios (D. 1670-1673; 1795).

El Vaticano II nos habla también del misterio con la visión de los padres griegos. Para ellos, misterio era lo mismo que sacramento para los padres latinos. Desde este punto de vista, misterio, más que una verdad oculta a la inteligencia humana, es una realidad divina dinámicamente presente pero escondida tras el símbolo religioso (LG 1-17; SC 2–11) y como la presencia divina de ordinario se ha hecho en todas las religiones más diáfana para el hombre en el gesto, de ahí que la palabra misterio vino a designar para los padres griegos la acción litúrgica de la Iglesia.

Esta doble vertiente de la palabra misterio nos descubre un doble camino de adentrarse en el mundo de Dios.

Se puede mirar la esfera de lo divino con la razón especulativa para hallar una contextura lógica de las verdades reveladas, y se puede contemplar esta misma esfera divina con la capacidad simbólica del hombre, la cual posibilita al corazón humano el encuentro con el Dios vivo en la trasparencia de los símbolos.

La liturgia de la Iglesia conduce a los fieles hasta el Padre y su Cristo por este camino misterioso del símbolo.

Pero el olvido práctico de la simbología con que la cultura occidental ha vivido, me obliga a estudiar la capacidad de conocer por el símbolo que existe en el hombre. Una vez hecho este trabajo preliminar, analizaré la experiencia religiosa cristiana suscitada por los símbolos litúrgicos de la Iglesia.


Conocimiento simbólico en el hombre

El hombre occidental moderno desconoce el valor gnoseológico del símbolo, porque lo considera incapaz de darle una certeza científica de la realidad. La ciencia opera con la causalidad eficiente, pero desprecia a la causa ejemplar.

La causa ejemplar parece llevamos a los cuentos maravillosos y poéticos, que fascinan a los niños, pues esta causa modela la materia a su imagen sin que intervenga el proceso mensurable causa-efecto.

Pienso yo, que tal vez este rechazo de la causa ejemplar se deba al desprecio instintivo por todo dualismo que hoy experimenta la cultura occidental. Pero una sinceridad elemental nos lleva a admitir una constatación evidente: existe el mundo de la materia inanimada y el mundo misterioso de la materia dominada e invadida por la vida: nadie puede negar que el cuerpo de un animal se trasforma según su estado emocional; el miedo, la valentía y el orgullo del animal parecen tomar forma material en su cuerpo; por así decirlo es como si la materia del cuerpo fuese modelada y remodelada a imagen de la alternancia de esos estados psíquicos. Esta breve descripción nos hace ver que los estados emocionales del animal son la causa ejemplar de las diversas formas tomadas por su cuerpo.

Si del animal dirigimos nuestra mirada al hombre, observaremos sin mayor dificultad, que el hombre exterior es una imagen esencial del hombre interior. El cuerpo humano es una imagen expresiva de la psique, un gesto espontaneo puede ser el reflejo material de un proceso psíquico.

El amor con sus infinitos matices tiene sus manifestaciones externas en los gestos y formas corporales, y lo mismo podríamos decir del odio, de la ira, del dolor, de la bondad y de la alegría. Este sencillo análisis nos ha puesto frente al símbolo. El símbolo es algo sensible por donde se hace presente al espíritu humano, por medio de una intuición, una realidad fuera del alcance de los sentidos. El símbolo produce en el hombre un tipo de conocimiento de la realidad extra-sensible, iluminativa, instintiva y emocional.


Poder gnoseológico del símbolo

Para Mircea Eliade el símbolo descubre ciertos aspectos de la realidad, tal vez los más profundos, que desafían a todo otro medio de conocimiento. Según él, los símbolos no son en modo alguno creaciones irresponsables de la psique humana; ellos responden a una necesidad del hombre y cumplen un papel irreemplazable en la vida humana: poner al desnudo las modalidades más secretas del ser (1).

Todo conocimiento simbólico lleva consigo una iluminación de lo oculto, de lo que no es accesible a la inmediatez de lo sensorial, ni puede ser objeto de un razonamiento discursivo. El símbolo tiene siempre un poder revelador y epifánico.

La sensación se detiene en la superficie de las cosas sensibles. El conocimiento discursivo opera de inferencia a inferencia, de deducción a deducción. El conocimiento simbólico es siempre intuitivo, instantáneo, a manera de relámpago ilumina lo más oculto de la realidad. Por esto el símbolo no puede explicarse, se capta o no se capta, se tiene la necesaria capacidad para vibrar con él, o se carece de ella, porque el símbolo no nos descubre el misterio de las cosas a base del rodeo insistente del razonamiento, sino por el hecho mismo de hacerse trasparente el objeto simbólico. Esta trasparencia temblorosa entrega al observador fascinado la profundidad misteriosa del ser en toda su vivencia estremecedora.

Por este conocimiento el hombre se adentró a más y más en dimensiones de realidades existentes más allá del mundo empírico, por el encuentro con estas realidades adquiere una serie de relaciones extra físicas, que lo centran y tranquilizan en la vida.

El simbolismo abre los objetos físicos para que trasparenten nuevos niveles de significación profunda. Para el observador dominado por el símbolo, los objetos cósmicos mantienen sus valores propios y concretos, pero el simbolismo les añade un nuevo valor no descubierto. Cuando se aplica a un objeto o a una acción el simbolismo los trasforma en algo abierto. El pensamiento simbólico hace estallar la realidad inmediata, pero sin disminuirla ni desvalorizarla; en su perspectiva las cosas no son algo cerrado, ningún objeto, ninguna acción humana está aisladas en su propia existencia, todo está unido por un sistema perfectamente sincronizado de correspondencia y semejanzas (2).

Las consideraciones, que acabamos de hacer, necesariamente desembocan en el símbolo religioso, pues el hombre iluminado por el conocimiento simbólico tarde o temprano se llega a descubrir como inserto en un universo físico, que le habla de una presencia misteriosa e inefable de lo realmente último y auténtico.

Por esta razón vemos en la teología católica y protestante un creciente interés por el estudio de los símbolos religiosos, entendidos como el lenguaje propio de la religión y el idioma más corriente en las relaciones del hombre con Dios.





Referencia:
“TEOLOGÍA LITÚRGICA para agentes de pastoral” -  P. Rodrigo Sánchez-Arjona Halcón, S.J.


ACCEDA A OTRAS ENTREGAS AQUÍ.

No hay comentarios: