P. Fernando Martínez Galdeano, jesuita
La fe en Jesucristo y en su palabra viene de Dios: “Padre, Señor del cielo y de la tierra, te doy gracias porque has ocultado todo ésto a los sabios y entendidos y se lo has revelado a los sencillos” (Mt 11,25); “¡Feliz tú, Simón, hijo de Jonás, porque ningún hombre te ha revelado ésto, sino mi Padre que está en los cielos'.” (Mt 16,17).
Esta fe manifiesta el misterio de su persona: “¡Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo!” (Mt 16,16). Pero esta fe alcanza su plenitud cuando llega a vivir de forma actual, la resurrección del Señor: “Dios ha constituido Señor y Mesías a este mismo Jesús a quien vosotros habéis en verdad crucificado” (Hch 2,36); “Todavía estaba Pedro exponiendo estas razones, cuando el Espíritu Santo descendió sobre todos los que oían el mensaje” (Hch 10,44).
Cuando esta fe es acogida empezamos a entender a Jesucristo con conocimiento interno: “Seréis así capaces de entender, en unión con todos los creyentes, cuán largo y ancho, cuán alto y profundo es el amor de Cristo; un amor que desborda toda ciencia humana y os colma de la plenitud misma de Dios” (Ef 3,18-19). Esta fe se recibe en actitud de pequeñez y de acción de gracias: “Todo mi ser ensalza al Señor. Mi corazón está lleno de alegría a causa de Dios, mi Salvador, porque ha puesto sus ojos en mí, que soy su humilde esclava” (Lc 1,46-48). La fe viene a ser una actitud de vida: “Por la fe vivimos convencidos de que existen los bienes que esperamos y estamos ciertos de las realidades que no vemos” (Heb 11,1). Por eso, la fe cristiana ha de obrar de forma consecuente: “Lo que cuenta es la fe, que se hace vida en la práctica del amor” (Gal 5,6).
Agradecemos al P. Fernando Martínez SJ por su colaboración.
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