P. Ignacio Garro, jesuita †
6.2. DIVISION DE LA HISTORIA DE LA IGLESIA
Continuación
6.2.7. ÉPOCA CONTEMPORÁNEA
6.2.7.1 El Concilio Vaticano II
Fue convocado por el Papa Juan XXIII en 1962 y clausurado por Pablo VI en 1965. Se propuso actualizar la vida de la Iglesia sin definir ningún dogma. Trató de la Iglesia, la Revelación, la Liturgia, la libertad religiosa, etc. Recordó el Concilio la llamada universal a la santidad.
6.2.7.2 Llamada universal a la santidad
El Concilio Vaticano II recordó la universal vocación a la santidad de todos en la Iglesia, esto es, que los fieles deben aspirar a vivir la santidad que consiste en la plenitud de vida cristiana y la perfección de la caridad (cfr. Conc. Vaticano II, Const.Lumen Gentium, cap. V)
6.2.7.3 Juan Pablo II y la "Teología de la liberación"
El 16 de octubre de 1979 es elegido Papa Juan Pablo II. A la fecha son muchas acciones en servicio a la Iglesia que sobresalen. Sus infatigables viajes iniciados con el de México (1979), han removido hondamente al mundo entero.
En 1985 convocó un Sínodo Extraordinario de los Obispos para reflexionar sobre el Concilio Vaticano II, y urgir a los fieles en su conocimiento y aplicación. Sobresale, sin lugar a dudas, su preocupación por desenmascarar una corriente de pensamiento que se denomina Teología de la liberación.
En Agosto de 1984 el Santo Padre Juan Pablo II aprobó una Instrucción de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe que pretende: "atraer la atención de los pastores, de los teólogos y de todos los fieles, sobre las desviaciones y los riesgos de desviación, ruinosos para la fe y para la vida cristiana, que implican ciertas formas de teología de la liberación que recurren, de modo insuficientemente crítico, a conceptos tomados de diversas corrientes del pensamiento marxista".
Se trata por tanto, de toda una "corriente de pensamiento que, bajo el nombre de "teología de la liberación" propone una interpretación innovadora del contenido de la fe y de la existencia cristiana que se aparta gravemente de la fe de la Iglesia, aún más, que constituye la negación práctica de la misma".
La llamada "teología de la liberación" asume el análisis marxista de la realidad y sus principios:
- Materialismo histórico: que señala que las causas de los acontecimientos históricos son exclusivamente económicas y la historia es la historia de la lucha de clases,
- La praxis: la verdad no es, sino se hace; lo que importa es la ortopraxis.
Estos principios de corte marxista los aplican a la interpretación del Evangelio y a la práctica pastoral, con lo que logran desfigurar nuestra fe. Para la "Teología de la liberación":
- Jesucristo: es considerado no como verdadero Dios Encarnado que, con su Muerte y Resurrección, nos ha redimido, sino como un símbolo de la humanidad que lucha por la liberación de los "opresores", y que muere en defensa de los pobres;
- La Iglesia: debe tomar parte en la lucha de clases pues la "neutralidad" es imposible ya que equivale a estar con los poderosos. De ahí que debe tener una "opción preferencial por los pobres" y constituirse en "Iglesia del pueblo- que nace del pueblo, y que reconoce la jerarquía sacramental que es "clase dominante" y por tanto debe ser combatida (cfr. Puebla, nn. 262-263).
- La fe es reducida a "fidelidad a la historia"; la esperanza a "confianza en el futuro---; la caridad a la "opción por los pobres".
- Los sacramentos: son "celebraciones del pueblo que lucha por la liberación": se indoctrina en este sentido al pueblo por medio de homilías, cambios en la liturgia, etc., para que "tomen conciencia de clase" y se les anima a la lucha contra la "clase dominante". Curiosamente, así la Iglesia viene a ser -según estos "teólogos"- respecto a los pobres, lo que el partido comunista pretende ser respecto al proletariado.
- La escatología es sustituida por el "futuro de una sociedad sin clases" como la meta de la liberación en la que se habrá "hecho verdad" el amor cristiano a todos, la fraternidad universal.
Evidentemente se trata de un peligroso cúmulo de errores al ser una completa subversión del cristianismo.
Los errores pueden sintetizarse así:
- Evangelio para sacar de ahí una praxis: ese principio es el materialismo histórico, que niega la prioridad del ser sobre el hacer, y por tanto, de la verdad y el bien de la acción humana. Este principio es totalmente falso y no es demostrado ni demostrable;
- La lucha de clases no sólo es un error porque sea contrario a la caridad (puede haber una guerra justa, existe la legítima defensa, etc.), sino que es un error sobre todo porque se le concibe como algo necesario, ineludible y constitutivo de la historia negando la libertad de la persona y su capacidad para dirigir la historia mediante esa libertad y contando con la Providencia divina;
- Además de negar verdades fundamentales (sobre Cristo, la Iglesia, los Sacramentos, etc.), en la práctica, conduce a someter a la Iglesia a una dirección política determinada, no sólo ajena a su misión sobrenatural, sino que desemboca en una situación humana el error radical está en el mismo "principio hermenéutico" con el que se pretende interpretar el deplorable, como es el socialismo real, en el que la persona no cuenta ni se le reconoce su dignidad de hijo de Dios.
Sin embargo, hay que tener en cuenta que, puede darse una verdadera Teología de la liberación, es decir, del pecado y sus consecuencias (no sólo de sus consecuencias materiales).
"Una de las condiciones para el necesario enderezamiento teológico es la recuperación del valor de la enseñanza social de la Iglesia " (. . .) "La enseñanza de la Iglesia en materia social aporta las grandes orientaciones éticas. Pero, para que ella pueda guiar directamente la acción, exige personalidades competentes, tanto desde el punto de vista científico y técnico como en el campo de las ciencias humanas o de la política (. . .) A los laicos, cuya misión propia es construir la sociedad, corresponde aquí el primer puesto" (Instrucción sobre algunos aspectos de la Teología de la Liberación", (Libertatis nuntius, 6-VIII-84, XI, 14).
La Instrucción de VIII-84, "anunciaba la intención de la Congregación de publicar un segundo documento, que pondría en evidencia los principales elementos de la doctrina cristiana sobre la libertad y la fiberación". La Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, publicó con fecha 22-111-86, una segunda Instrucción "Sobre la libertad cristiana y la liberación". "Entre ambos documentos -se lee en el segundo-, existe una relación orgánica. Deben leerse uno a la luz del otro" (n. 2).
La Instrucción de 111-86, se "limita a indicar los principales aspectos teóricos y prácticos" acerca de la libertad y la liberación; conceptos íntimamente relacionados entre sí, que deben entenderse en su justo sentido, pues aquellas "desviaciones y los riesgos de desviación, ruinosos para la fe y para la vida cristiana" siguen vigentes y "lejos de estar superadas, las advertencias hechas parecen cada vez más oportunas y pertinentes" (n. l).
Algunos de los exponentes de la "Teología de la liberación" apoyándose en este documento han pretendido hacer ver que la Iglesia "aprueba" la erronea "Teología de la liberación" que ellos sustentan. Nada más lejos de la verdad. El segundo documento expone el verdadero concepto de la libertad: "la libertad no es la libertad de hacer cualquier cosa, sino que es la libertad para el Bien, en el cual solamente reside la Felicidad. De este modo el Bien es su objetivo. Por consiguiente el hombre se hace libre cuando llega al conocimiento de lo verdadero, y esto -prescindiendo de otras fuerzas- guía su voluntad" (n. 26). Explica, también, la necesidad de una liberación del mal, del pecado.
El documento pone de manifiesto el papel que desde siempre ha hecho la Iglesia para ayudar al hombre: "La Iglesia tiene la firme voluntad de responder a las inquietudes del hombre contemporáneo, sometido a duras opresiones y ansioso de libertad. La gestión política y económica de la sociedad no entra directamente en su misión (cfr. Const. past. Gaudiun et Spes, no. 42, 2). Pero el Señor Jesús le ha confiado la palabra de verdad capaz de iluminar las conciencias. El amor divino, que es su vida, la apremia a hacerse realmente solidaria con todo hombre que sufre. Si sus miembros permanecen fieles a esta misión, el Espíritu Santo, fuente de libertad, habitará en ellos y producirán frutos de justicia y de paz en su ambiente familiar, profesional y social" (n. 6l).
6.2.7.4 Año Mariano
El Papa Juan Pablo II proclamó un Año Mariano del 7-VI-87 al 15-VIII-88.
"Precisamente el vínculo especial de la humanidad con esta Madre me ha movido a proclamar en la Iglesia, en el período que precede a la conclusión del segundo Milenio del Nacimiento de Cristo, un año Mariano" (Juan Pablo II, Enc. Redemptoris Mater, 25-111-87).
6.2.7.5 Sínodo sobre los laicos
En el mes de Octubre de 1987 se desarrolló en Roma un Sínodo convocado por el Papa Juan Pablo II, con el titulo: "La misión de los laicos en la Iglesia y en el Mundo".
Es verdaderamente importante, para el desarrollo que dará a la Iglesia, y contribuye a despertar en la conciencia de los cristianos la convicción de que todos están llamados a la santidad y a participar -cada uno a su modo, según la vocación recibida- en la misión apostólica que Jesucristo confió a la Iglesia entera.
Con fecha 30 de diciembre de 1988, se publicó la Exhortación Apostólica, Post-Sinodal, Christi fideles Laici, de su Santidad Juan Pablo II, sobre la Vocación y Misión de los Laicos en la Iglesia y en el Mundo. Documento que vale la pena leer, pues es "particularmente importante que todos los cristianos sean conscientes de la extraordinaria dignidad que les ha sido otorgada mediante el santo Bautismo" n. 64 del Documento.
6.2.7.6 El Cisma de Lefébvre
El 30 de junio de 1988 el Arzobispo Marcel Lefébvre consumó el último Cisma que ha desgarrado la unidad de la Iglesia Católica, al consagrar Obispos sin mandato apostólico a cuatro de sus seguidores en la "Fraternidad Sacerdotal de San Pío X"
"A ningún Obispo -señala el canon 1013- le es lícito conferir la ordenación episcopal sin que conste previamente el mandato pontífico " "El Obispo que confiere a alguien la consagración episcopal sin mandato pontífico, así como el que recibe de él la consagración –añade el canon 1382- incurren en excomunión latae sententia reservada ala Sede Apostólica".
Mons. Lefébvre y quienes le siguen, se declaran guardianes de la fe y de la tradición y rechazan el espíritu del Concilio Vaticano II y las reformas que inspiró. Sostienen que la Iglesia Católica Romana está infectada de modernismo, que hay un falso ecumenismo que se encuentra en el origen de todas las innovaciones del Vaticano II, en la liturgia, en las relaciones nuevas de la Iglesia y del mundo, en la concepción de la Iglesia misma, que conduce a su ruina y a los católicos a la apostasía.
Es evidente que las posturas Lefebvristas no tienen fundamento y que presentan un claro rechazo de la sujeción al Sumo Pontífice y de la comunión con los fíeles de la Iglesia a él sometidos.
Lefébvre ha incurrido -como casi todos los cismáticos y herejes en la "fidelidad a la Iglesia" (a la imagen que él mismo se ha forjado de la Iglesia) y, por tanto, a abandonar la Iglesia que dicen defender.
La Santa sede ha hecho todo lo posible por evitar que se llegase a esta dolorosa situación para toda la Iglesia, luego de muchos años de dramáticos intentos ha prevalecido un correoso atrincheramiento del Obispo rebelde en posiciones incompatibles con la fidelidad a todo el Magisterio de la Iglesia y con la obediencia a la suprema autoridad del Vicario de Cristo.
Días antes de consumarse el cisma, el Papa Juan Pablo II, envió una carta a Mons. Lefébvre. El último párrafo de esa carta es una de tantas muestras dadas por el Papa para evitar el cisma:
"Os invito ardientemente a volver, humildemente a la plena obediencia al Vicario de Cristo. No solamente os invito a ello, sino que os lo pido por las llagas de Cristo, que la víspera de su Pasión pidió por sus discípulos "a fin de que todos sean uno ". A esta petición e invitación uno mi plegaria cotidiana a María Madre de Cristo. Querido hermano, no permitáis que el año dedicado de una manera muy especial a la Madre de Dios traiga una nueva herida a su corazón de Madre. Vaticano, 9 de junio de 1988, Juan Pablo II."
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