En principio, los doce elegidos por Jesús fueron “los testigos” de su resurrección: “Se impone, por tanto, que alguno de los hombres que nos acompañaron durante todo el tiempo en que Jesús, el Señor, se encontraba entre nosotros, desde el día mismo en que recibió el bautismo de Juan hasta que se marchó de nuestro lado, se agregue a nuestro grupo para ser con nosotros testigo de su resurrección" (Hch 1,21-22). Los doce son, por tanto, el fundamento de la Iglesia: “La muralla se asienta sobre doce pilares, que tienen grabados los nombres de los doce apóstoles del Cordero” (Ap 21,14).
Y es el testimonio apostólico el que se conserva y transmite en la Iglesia como un tesoro de valor permanente: “Toma como modelo la sana enseñanza que me oíste acerca de la fe y el amor que tienen su fundamento en Cristo Jesús. Y conserva este tesoro con la ayuda del Espíritu Santo que habita en nosotros” (2Tim 1,13-14); “Tú, hijo mío, procura que la gracia de Cristo Jesús te fortalezca. Y lo que me oíste proclamar en presencia de tantos testigos, confíalo a personas fieles, capaces a su vez de enseñarlo a otras personas” (2Tim 2,1-2). Al transmitir el testimonio de la Iglesia apostólica somos cooperadores del Dios que salva: “Lo único que nosotros hacemos es colaborar con Dios; vosotros sois el campo que Dios cultiva, la casa que Dios edifica ” (I Cor 3,9).
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