P. Adolfo Franco, S.J.
DOMINGO XI
del Tiempo Ordinario
(Marcos 4, 26-34)
Se retoman los Domingo del Tiempo Ordinario, que se interrumpieron con la Cuaresma y la Pascua. Este domingo es el XI del Tiempo Ordinario y nos da una importante lección sobre lo pequeño y lo escondido.
Este párrafo del Evangelio de San Marcos nos relata
dos parábolas del Reino de los cielos. Que entre sí tienen una gran afinidad.
La parábola de lo oculto.
"La semilla germina y va creciendo, sin que él
(el agricultor) sepa cómo". Cristo quiere enseñarnos a caminar por la vida
hacia el Reino, con firmeza, aunque muchas veces sea sin conocer el resultado,
sin tener evidencias constatables.
Quisiéramos tener constancia del fruto de nuestras
acciones. Dios actúa en lo oculto en el individuo, en la Iglesia misma, en la
sociedad. Cuando una persona ora ante un problema de un hijo, está realmente
echando una semilla. Muchas veces no se ve que la planta aparezca, el pequeño
tallo no asoma. No se ve ningún resultado. Y hace falta mucha fuerza, para
mantener la esperanza cierta de que la semilla va desarrollándose, y no sabemos
ni cómo es.
En el camino cristiano, hay que saber que muchas
veces caminamos a oscuras, en el no saber. Parece que todo es inútil, que no
hay resultados. Pero la semilla sigue el programa de su propio crecimiento y de
su propia fecundidad. Cuando en la Iglesia parece que las cosas no van como uno
quisiera. Cuando parece que el cristianismo (como pasa en algunas regiones)
disminuye en su fuerza, en su fuerza aparente, tenemos la tentación de hacer un
juicio a base de estadísticas, y de resultados tangibles. Pero la semilla actúa
con su fuerza incontenible, pero en el silencio de la noche, y en lo oculto de
la tierra.
La parábola de lo pequeño.
"Un grano de mostaza: al sembrarlo en la
tierra es la semilla más pequeña..."
Otra lección importante del Reino de los Cielos, y
muy necesaria para que entendamos la forma de actuar de Dios. Este
planteamiento choca con nosotros que tendemos a buscar lo grande, lo que
destaca por ser importante. Este estilo de lo pequeño es el de todo el
Evangelio: lo pequeño que fue la aparición de Dios en el mundo, como un granito
de mostaza; lo pequeño que era el núcleo de los primeros seguidores de Cristo
ignorantes e insignificantes, como un grano de mostaza. Un niño es el más
importante en el Reino de los Cielos. Jesús busca al enfermo más insignificante
(el que llevaba treinta años, sin nadie que lo socorriera), es siempre la misma
presencia del grano de mostaza.
A veces quisiéramos ver las realizaciones de Dios,
y los frutos de nuestras acciones como un espectáculo grandioso, como un
"gran triunfo", y todo resulta tan pequeño (aparentemente) como un
grano de mostaza. Hasta detalles en toda la historia de la Iglesia, como las
apariciones de la Virgen: en Guadalupe al indio Juan Diego (no a uno de los
Misioneros), como el grano de mostaza, y lo mismo en Lourdes y en Fátima. Es
siempre lo mismo: el Reino de los Cielos parece tan pequeño como un grano de mostaza.
Pero en realidad termina haciéndose (si antes ha sido pequeño de verdad) más
grande que los demás arbustos, y puede cobijar a las aves del cielo.
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Agradecemos al P. Adolfo Franco, S.J. por su colaboración.
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