La Iglesia - 42º Parte: La Misión de la Iglesia - La naturaleza de la Misión

P. Ignacio Garro, S.J.
SEMINARIO ARQUIDIOCESANO DE AREQUIPA



31.4. NATURALEZA DE LA MISIÓN DE LA IGLESIA
         
Definir la Iglesia como "misión" equivale a definirla como "instrumento de Cristo", porque, como hemos dicho la Iglesia no es un fin en sí misma, ella es solamente un medio, es una "diakonia fidei", en manos de Cristo para el servicio de los hombres. Con esto, es verdad, se coloca a la Iglesia en la pura humildad de su ser, ser instrumento de Cristo a través de espacio tiempo que es la historia del género humano. Siendo instrumento de Cristo su misión es la misión de Cristo "que vino a servir y no a ser servido"; pero al mismo tiempo y por la misma razón es el nudo de salvación para toda la humanidad, el instrumento de redención universal, o lo que es lo mismo, el sacramento universal de salvación". L G, Nº 49. Por ello, todos los que pertenecen a la Iglesia de Cristo son llamados a la santidad: "Todos en la Iglesia, ya pertenezcan a la jerarquía, ya pertenezcan a la grey, son llamados a la santidad, según aquello del Apóstol en 1 Tes 4, 3: "porque ésta es la voluntad de Dios, vuestra santificación", Lumen Gentium Nº 39.

“Fuera de la Iglesia no hay salvación”
         
Así como Cristo es el único mediador entre Dios y los hombres, así también la Iglesia es el medio universal y único de salvación. Ningún hombre puede salvarse sin pertenecer a ella, ya sea con toda realidad, ya sea cuando menos por su profunda disposición.
         
La Iglesia, por ser el sacramento universal de salvación instituido por Cristo, como sacramento de salvación, es asimismo el único organismo capaz de procurarla efectivamente, pues así lo ha querido Cristo.  Tres son los elementos que destacamos: Universalidad, unidad y unicidad.
         
Estas tres nociones constituyen los tres aspectos de un mismo misterio, el de la universalidad, o catolicidad de la salvación. Lo dicho sobre Cristo, mediador único entre Dios y los hombres, es aplicable también a la Iglesia, Cuerpo de Cristo que se prolonga en el espacio - tiempo que es la historia humana, como sacramento de salvación para todo el género humano.
         
Esto nos lleva  a tres afirmaciones:
         
1.- Que Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad, 1 Tim 2, 3-4. Y para ello envió a su único Hijo al mundo.
2.- Que la Iglesia es el único medio de salvación y que es necesario pertenecer a ella para salvarse, pues es el único medio que Cristo dejó aquí en la tierra.
3.- Que no hay dos Iglesias (como afirman los protestantes), una,  universal pero invisible una, la iglesia espiritual, pura, que vive solo de la fe y que no tiene jerarquía, ni leyes, ni nada que se imponga en leyes humanas o eclesiásticas; y otra visible y limitada como puede ser la Iglesia Católica (esta es la visión de los protestantes).



31.5. LA IGLESIA, ÚNICO SACRAMENTO UNIVERSAL DE SALVACIÓN

Así como Cristo es el único mediador entre Dios y los hombres, así también la Iglesia es el medio universal y único de salvación. Ningún hombre puede salvarse sin pertenecer a ella, ya sea con toda realidad, ya sea cuando menos por su disposición profunda.
          
Esta tesis es de fe, según el Magisterio ordinario y universal de la Iglesia, confirmado por varias declaraciones, especialmente el Concilio IV de Letrán (1215), que dice: “Existe una sola Iglesia, la Iglesia universal de los fieles, fuera de la cual absolutamente nadie se salva” Denz 430. El  Concilio de Florencia, Denz 714; los textos de los papas: Bonifacio VIII, en la bula Unam Sanctam, Denz 468,  Clemente VI, Denz 570; Pio XII en la encíclica Miystici Corporis, Denz 2286-2288.
         
Finalmente el Concilio Vaticano II reafirma a su vez: “que esta Iglesia peregrinante es necesaria para la salvación. En efecto, sólo Cristo es mediador y camino de salvación, y se hace presente a todos nosotros en su cuerpo que es la Iglesia” Lumen Gentium, Nº 14.
         
En la Sagrada Escritura, N.T. se nos presenta a Cristo como la única fuente de salvación, Hech 4, 11-12; Rom 10, 1-14; Lc 12, 8-10.
         
Cristo ha querido que en la comunicación de salvación a los hombres, Cristo y su Iglesia forman una sola cosa, el uno está unido al otro. Con la negativa a seguir a la Iglesia equivale a una negativa a seguir a Cristo, del mismo modo que rechazar a Cristo es rechazar al Padre que lo ha enviado, Lc 10, 16: “Quien a vosotros escucha, a mí me escucha; y quien a vosotros rechaza a mí me rechaza; pero quien me rechaza a mí rechaza a Aquel que me envió”.
         
El Concilio Vaticano II dice: “Al enseñarnos explícitamente la necesidad de la fe y del bautismo, Mc 16, 16; Jn 3, 5, Cristo confirmó al mismo tiempo la necesidad de la Iglesia misma, (como medio para obtener la salvación)”. Lumen Gentium Nº14. Así cuando la Iglesia afirma esta unicidad como exigencia de su fe, no reivindica pues celosamente unos derechos y unos privilegios cediendo a una tentación de imperialismo espiritual, sino que da testimonio de la misión que ella ha recibido del mismo Cristo hasta el final de los siglos. Admitir una pluralidad de Iglesias equivaldría a no admitir ninguna, a rechazar la noción misma de Iglesia. El exclusivismo que la Iglesia presenta es sencillamente  fidelidad al mandato de Cristo y de su caridad universal.
        
El sentido y el alcance de esta afirmación pueden aceptar una doble interpretación.
A.- Una esencialmente objetiva e institucional: La Iglesia es el único organismo apto para comunicarnos la salvación de Cristo.
B.- Otra esencialmente subjetiva  e individual: todos los que no se encuentran en la Iglesia están necesaria e irremediablemente condenados, a no ser que estén fuera de la Iglesia por ignorancia invencible. Esta afirmación requiere una aclaración.
        
1.- Es de fe que “la Iglesia peregrinante es necesaria para obtener la salvación” Lumen Gentium, Nº 14.
2.- “No podrían salvarse aquellos hombres que, conociendo que la Iglesia católica fue instituida por Dios a través de Jesucristo como necesaria para la salvación, se negasen sin embargo a entrar o a perseverar en ella”, Lumen Gentium Nº 14.
3.- En razón del vínculo que une a Cristo con la Iglesia, nadie puede salvarse, es decir, vivir con Cristo, sin estar de un modo u otro en comunión con la Iglesia.
4.- En la aplicación de este principio a las diferentes personas, hay que tener en cuenta las circunstancias y posibilidades efectivas de cada uno. “Por esto, para que  una persona alcance su salvación eterna, no siempre se requiere que esté de hecho incorporada a la Iglesia a título de miembro, pero sí debe de estar unido a ella siquiera por un deseo o aspiración”. (Carta del Santo Oficio al Arzobispo de Boston, 8 de agosto de 1949). Denz 3870.
5.- “Incluso no siempre es necesario que esta aspiración sea explícita. En caso de ignorancia invencible, una simple aspiración implícita, o inconsciente puede ser suficiente, si traduce “la disposición de una voluntad que quiere conformarse a la de Dios” carta de Oficio a Arzobispo de Boston.
         
O dicho de otro modo, esa aspiración debe expresar realmente la oposición de la vida de uno, por cuanto no puede tratarse de una salvación de segunda categoría. Ese deseo debe estar asimismo animado por la caridad perfecta, implicando pues un acto de fe sobrenatural.
         
El Concilio Vaticano II en Lumen Gentium Nº 16, dice: “Aquellos que, ignorando sin culpa el Evangelio de Cristo y su Iglesia, buscan no obstante, a Dios con un corazón sincero y se esfuerzan, bajo la influencia de la gracia, en cumplir con obras su voluntad conocida mediante el juicio de su conciencia, pueden alcanzar la salvación eterna, ... Incluso a aquellos que sin culpa no han llegado todavía a un conocimiento expreso de Dios y se esfuerzan, no sin la gracia divina, en llevar una vida recta, tampoco a ellos niega la divina Providencia los auxilios necesarios para la salvación”.

En estos textos hay una insistencia en los dos puntos siguientes:


a.- Se hace referencia a la orientación global de una vida: “hay que esforzarse en cumplir con obras su voluntad (la de Dios); “hay que esforzarse por llevar una vida recta (con ayuda de la gracia de Dios).
b.- Todo esto no puede llevarse a cabo y tener un efecto salvífico como no sea bajo la influencia de la gracia santificante. Y sabemos que, aun cuando algunos hombres puedan dar la impresión de que están lejos de Dios, Dios en cambio no está lejos de nadie: “puesto que él da a todos la vida, la inspiración y todas las cosas”, Hech 17, 25-28. Y Dios: “quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad”, 1 Tim 2, 3-4.



31.6. LA MISIÓN, UN DON Y UNA TAREA DE COLABORACIÓN
         
La Iglesia nada puede añadir a la obra de Cristo: “Sin mi no pueden hacer nada”, Jn 15, 5. Así, pues, ña misión de la Iglesia es primordialmente un don de Dios y en consecuencia requiere de sus miembros su colaboración y esfuerzo humano. La nueva Jerusalén, dice S. Juan, no es el fruto del solo trabajo humano sino: “que baja del cielo, de parte de Dios”, Apoc 21, 2.
         
Se trata de que todos los bautizados colaboremos con Dios sin reducir de nuestra parte ni un ápice la gratuidad del don que él nos hace, y colaborando con Cristo vayamos por todo el mundo proclamando la Buena Nueva o Evangelio para que el mundo crea y se salve.



31.7. DOS ASPECTOS DE LA MISIÓN DE LA IGLESIA
         
La misión de la Iglesia se realiza de una manera visible e invisible.  La misión de la Iglesia en el mundo es, pues, interior y exterior a la vez. Esa un tiempo e indisolublemente acción de la gracia santificante en cada una de las almas (misión invisible del Espíritu Santo) y actividad visible de todo el cuerpo bajo la autoridad de la Jerarquía de la Iglesia y por el don del Espíritu Santo: a cada uno se le concede la gracia del Espíritu Santo para el bien de la Iglesia.
         
El Concilio Vaticano II en el Documento “Ad Gentes, nº 4 dice: “Cristo Jesús mismo, antes de dar libremente su vida para salvar al mundo, de tal manera organizó el ministerio apostólico y prometió enviar el Espíritu Santo, que estaban ambos asociados para llevar a feliz término, siempre y en todas partes, la obra de la salvación”.  Sobre la importancia del aspecto visible de la Iglesia y  la actividad de la vida invisible, en su única misión de la Iglesia. No hay misión como no sea la de una Iglesia en “forma sacramental” y no hay “forma sacramental” de la Iglesia como no sea para su misión salvífica, pues la Iglesia como sacramento y su misión proceden del mismo Cristo y así se complementan y perfeccionan mutuamente y Cristo mismo al infundir con su soplo divino dijo: “Reciban el Espíritu Santo”, Jn 20, 22 y : “como tú me has enviado al mundo yo también los he enviado al mundo”, Jn 17, 18.



31.8. OBJETO DE LA MISIÓN: LA TOTALIDAD DE LA CREACIÓN
         
La misión de la Iglesia, por tratarse de la misión misma de Cristo que prosigue y culmina, es necesariamente universal. Tiene un único objetivo: reconciliar en Cristo y para Cristo: “a todos los seres de la tierra y del cielo”, Col 1, 20. El Concilio Vaticano II en Lumen Gentium, Nº 17 dice: “(La Iglesia) con su actividad consigue que todo lo bueno que se encuentra sembrado en el corazón y en la mente de los hombres y en los ritos y culturas de estos pueblos, no sólo no desaparezca, sino que se purifique, se eleve y se perfeccione para la gloria de Dios, confusión del demonio y felicidad del hombre”.
         
Y también: “la Iglesia ora y trabaja para que el mundo entero, en todo su ser, se integre en el pueblo de Dios, cuerpo del Señor y templo del Espíritu Santo, y en Cristo, Cabeza de todos, se rinda al Creador universal y Padre todo honor y toda gloria”.
        
Así la Iglesia cumple su misión apostólica y salvífica abarcando:
1.- La totalidad de los hombres
2.-  la totalidad de lo humano
3.- la totalidad del universo.

La misión de la Iglesia se cumple en el horizonte escatológico y apunta hacia la plenitud del Pleroma, la recapitulación de todas cosas en Cristo. La Iglesia ha sido instituida para dar cumplimiento a este triple aspecto y en la medida de sus posibilidades colabora para que todo ello llegue a su plenitud. Por eso la Iglesia toda clama cada día para que esto se cumpla a plenitud: “Maran atha”, ¡Ven Señor Jesús!.  1 Cor 16, 22.



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Agradecemos al P. Ignacio Garro S.J. por su colaboración.


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