Anna Stang, a la derecha, con su amiga Vittoria |
“¡Señor, danos de nuevo sacerdotes!”
Durante la persecución comunista, Anna Stang padeció muchos
sufrimientos y, como muchas otras mujeres en sus mismas condiciones, ofreció todo por los sacerdotes. En la vejez, se convirtió ella misma en una persona con espíritu
sacerdotal.
“¡Nosotros
nos quedamos sin pastores!”
Anna nació en 1909 en la parte alemana del río Volga
en el seno de una numerosa familia católica. Era sólo una alumna de nueve años,
cuando experimentó el inicio de la persecución, escribió: “... 1918, en
segundo grado, al inicio de las lecciones todavía rezábamos el Padre Nuestro.
Un año después ya estaba prohibido y el párroco no tenía más el permiso de
entrar en la escuela. Se comenzaba a reír de nosotros cristianos, no se
respetaban más a los sacerdotes y los seminarios fueron destruidos”.
Cuando
tenía once años, Anna perdió al padre y a algunos hermanos y hermanas por una
epidemia de cólera. Poco tiempo después, también murió la mamá y ella, que
había apenas cumplido diecisiete años, se hizo cargo de los hermanos y las
hermanas más pequeños. No sólo se quedó sin padres, sino “… también nuestro
párroco murió en aquel período y muchos sacerdotes fueron arrestados. ¡De este
modo nos quedamos sin pastores! Éste fue un golpe duro. La iglesia en la
parroquia vecina todavía estaba abierta, pero tampoco allí había más un
sacerdote. Los fieles nos reuníamos igualmente para rezar, pero sin el pastor
la iglesia estaba abandonada. Lloraba y no podía calmarme. Cuántos cantos,
cuántas oraciones la habían colmado y ahora parecía todo como muerto”.
En la escuela de este profundo sufrimiento
espiritual, desde entonces Anna inició a rezar de modo particular por los
sacerdotes y los misioneros. “¡Señor, danos de nuevo un sacerdote, danos la
Santísima Comunión! Ofrezco todo con gusto por amor hacia Ti, oh Sagradísimo
Corazón de Jesús!”. Anna ofreció por los sacerdotes todos los sufrimientos
sucesivos, especialmente cuando en 1938 en una noche su hermano y su esposo –
estaba felizmente casada desde hacía siete años – fueron arrestados y nunca más
regresaron.
Le han confiado el
servicio sacerdotal
En 1942, Anna, joven viuda, fue deportada a
Kazakistán, junto a sus tres hijos. “Fue duro afrontar el frío invierno,
pero luego llegó la primavera. En aquel período lloré mucho, pero también recé
muchísimo. Tuve siempre la impresión que alguien me tenía la mano. En la ciudad
de Syrjanowsk encontré algunas mujeres de fe católica. Nos reuníamos a
escondidas los domingos y en los días de fiesta para cantar y rezar el rosario.
Yo suplicaba a menudo: María, nuestra querida madre, mira cómo somos pobres.
¡Danos de nuevo sacerdotes, maestros y pastores!”.
Desde 1965
la violencia de la persecución disminuyó y Anna pudo ir una vez al año a la
capital de Kirghizistán, donde se encontraba un sacerdote católico en exilio.
“Cuando en
Biskek fue construida nada menos que una iglesia, fuimos con Vittoria, una
conocida mía, para participar en la Santa Misa. El viaje fue largo, más que
1000 kilómetros, pero para nosotros fue una gran alegría. ¡Por más de 20 años
no habíamos visto un sacerdote ni un confesionario! El pastor de aquella ciudad
era anciano y por más de diez años había sido encarcelado a causa de su fe.
Mientras me encontraba allí, me confiaron las llaves de la iglesia, así pude
hacer largas horas de adoración. Nunca habría pensado de poder estar tan cerca
del tabernáculo. Llena de alegría, me arrodillé y lo besé”.
Antes de partir, Anna
tuvo el permiso de llevar la Santa Comunión a los católicos más ancianos de su
ciudad, que nunca hubieran podido ir personalmente. “A petición del
sacerdote, durante treinta años, en mi ciudad, bauticé a niños y adultos,
preparé a los novios al sacramento del matrimonio, oficié funerales, hasta que,
por problemas de salud, no pude hacer más este servicio”.
¡Oraciones escondidas... para que llegara un
sacerdote!
No se puede imaginar la gratitud de Anna, cuando en 1995 encontró por
primera vez un sacerdote misionero. Lloró de alegría y conmovida exclamó: “Llegó
Jesús, el Sumo Sacerdote!”. Rezaba desde hacía décadas para que llegara un
sacerdote a su ciudad, pero a los 86 años había casi perdido la esperanza de
ver con sus ojos la realización de este deseo profundo.
La Santa Misa fue celebrada en
su casa y esta mujer maravillosa con ánimo sacerdotal pudo recibir la Santa
Comunión: Durante todo el día Anna no comió más nada, queriendo expresar así su
profundo respeto y su alegría.
...
Tomado de Congregatio Pro Clericis
www.clerus.org
Tomado de Congregatio Pro Clericis
www.clerus.org
...