DOMINGO XVIII
del Tiempo Ordinario
Mateo 14, 13-21
En la multiplicación de los panes el Señor nos enseña que también el servicio en la Iglesia debe procurar ayudar en las necesidades materiales con dedicación.
En cada una de las acciones de Jesús se
descubre mucho de su mundo interior, tan maravilloso como insondable; y
especialmente en algunas de ellas queda bastante al descubierto de este mundo
interior, en el que quisiéramos perdernos, para llegar a admirar su misterio
más íntimo.
Y tenemos como puerta de entrada en el
mundo interior de Jesús, este milagro de la multiplicación de los panes. Para
captar todo lo que se manifiesta en este conocido milagro tenemos que irnos
fijando despacio en cada detalle de la narración. Y lo primero que nos dice el
evangelista es que, al conocer la noticia (se entiende de la muerte de Juan
Bautista) se fue a un lugar solitario. Jesús tiene afición a los sitios
solitarios. Necesita de estos espacios para estar plena y totalmente inmerso en
la contemplación de su Padre: necesidad de entrar en el abismo de Dios, y estar
totalmente envuelto por El. Para Jesús ésta es una necesidad más grande que la
necesidad del alimento y del sueño. Jesús necesita de este encuentro con su
Padre en solitario. Ahí se nos descubre un rasgo característico del mundo
interior de Jesús: su sed de Dios (si es que de El podemos hablar así).
Después el Evangelio nos habla de la
muchedumbre que tenazmente lo busca. ¿Por qué lo seguía la multitud? ¿Qué
habían descubierto en El? No es un bienhechor que reparte ropa, o favores. No
es un poderoso con el que conviene estar bien. Sus palabras, su persuasión, su
tono: ahí la gente del pueblo ha descubierto que hay un corazón que los acoge
con bondad. Justamente en esta narración se hace alusión a esto; se nos dice
que cuando Jesús vio a la multitud que lo seguía sintió compasión de ellos.
Los discípulos dicen a Jesús que despida
pronto a la multitud, porque ya se hace de noche y cada uno debe comprar su
comida en las aldeas vecinas. Jesús en ese momento manifiesta otro rasgo de su
personalidad: asume el problema de la multitud, como si fuera su propia
responsabilidad. Los problemas de los demás, no le son ajenos, son suyos. Es un
corazón generoso y que está siempre cerca del que lo necesita; es un alma
inconmensurable. Es más natural la actitud de los apóstoles: que cada uno
resuelva su problema; pero Jesús no siente así.
Y va a dar de comer a sus hermanos más necesitados.
Dios se interesa por el pan; para Él el alimento y todo lo material necesario
para la vida, también es importante. Y también cuida de esto. Jesús no es un
personaje irreal, que vive en un mundo de espíritus sin materia, sin
necesidades de cada día. El sabe que necesitamos el pan, el vestido, la casa,
el dinero. Y no es ajeno a las necesidades materiales. Va a hacer un milagro
portentoso, y simplemente para que unos hombres y mujeres que le seguían no
pasen hambre un día. Es también como un detalle de cortesía: a sus invitados, a
sus seguidores, hacerles pasar al comedor. En el Evangelio aparecen también
muchos detalles que muestran la cortesía de Jesús en el trato con todos. Lo que
manifiesta una actitud de gran respeto a los demás.
Otros detalles de este milagro que
manifiestan la “calidad” de su alma: hace que otros participen; El lo puede
hacer todo solo, pero quiere que también los demás sean sus colaboradores que
tengan parte activa. Primero: el niño que ofrece su pequeño don de los panes y los
peces. Este pequeño va a ser colaborador del gran milagro. Y después los
apóstoles: entre sus manos se va produciendo la multiplicación de los panes y
los peces.
Además Jesús manifiesta su enorme
generosidad: todos van quedar saciados en abundancia. No van a recibir el
alimento con medida, todos van a quedar saciados; Jesús es liberal y magnánimo.
Una pequeña pregunta para seguir
descubriendo a Jesús: ¿El tendría hambre? ¿El comió de esos panes y peces, o se
contentó con mirar alegre cómo comían sus seguidores?
Este extraordinario espíritu de Jesús se
manifiesta en cada una de sus actuaciones. Y es importante recoger con atención
y asombro cada uno de estos detalles, que harán crecer en nosotros el amor al
Señor que nos salva.
Todo termina, la fiesta se acabó y Jesús se
va al monte solo, a orar. Es todo lo que en ese momento le interesa; ha hecho
lo que tenía que hacer, y ahora necesita volver a la intimidad de su Padre.
...
Agradecemos al P. Adolfo Franco, S.J. por su colaboración.
Para acceder a otras reflexiones del P. Adolfo acceda AQUÍ.
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Agradecemos al P. Adolfo Franco, S.J. por su colaboración.
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