DOMINGO XXII
Del Tiempo Ordinario
Mateo 16, 21-27
El Señor descubre a sus apóstoles el plan de la Redención y quedan desconcertados; también la cruz y el sufrimiento nos desconciertan a nosotros.
Jesús manifiesta a sus apóstoles el plan de
la Redención ;
les dice todo lo que le va a suceder en su Pasión. Y ellos reaccionan, y Pedro
reacciona con un vigor excesivo y dice a Jesús: ¡eso no te va a pasar! Y Jesús
responde a Pedro, como pocas veces lo hizo: ¡Apártate de mí Satanás! Y tomando
pie de esta situación añade además varias afirmaciones fundamentales sobre el
camino que se debe tomar para seguirlo: cargar con la propia cruz y perder la
vida.
¿Y qué hacemos con esta página del
Evangelio? ¿La borramos? Evidentemente que es muy central esta enseñanza de
Jesús. Sabemos que es muy central para la Redención que Cristo padeciese lo que padeció.
Pero de todas formas resulta complicado. Y más complicado aún es aplicarse a
uno mismo la enseñanza referente al cargar la cruz y al perder la vida.
Esta enseñanza de Cristo para nuestra vida
nos resulta chocante e incomprensible; pero, en contra de nuestro sentido común
todo esto que Jesús nos dice es la mayor verdad que nos puede presentar para
guiarnos en la vida. Aquí nos movemos en
un terreno completamente desconocido, porque desafía de manera radical nuestra
lógica, y el sentido común.
Después de muchos años de fe, después de
dos mil años la Pasión de Cristo se ha
hecho lejana y la hemos dulcificado, y por eso fácilmente la aceptamos en
Cristo. Aunque deberíamos devolver a esta enseñanza su realismo y recuperar la
crudeza de los hechos. Y Cristo afirma, y es la verdad, que ahí está la
salvación, que ahí se encuentra el amor, y que para eso valió la pena su vida.
La plenitud, la realización ¿cómo puede
estar dónde aparece el sacrificio, una aparente destrucción?
¿Cómo puede ganar la vida el que la pierde?
Pienso que aquí se encuentra la más hermosa lección sobre la vida, que Cristo
podía darnos. Al entregarse a la
Pasión , a la suya, Jesús no sólo cumplió la voluntad del
Padre, sino que nos enseñó el camino de nuestra propia vida.
Hay que darlo todo, dárselo todo, sin
condiciones y sin límites. Sin tener previsiones, sin que se nos dé un adelanto
de cómo será el resultado, y cómo será el camino. Fiarse plenamente y a ciegas,
aunque las cosas parezcan diferentes, aunque todo lo veamos al revés:
permitirle que El me tome de la mano y me lleve por caminos que ignoro, por
sitios que parecen oscuros, por situaciones de abandono. Y esto sin temores,
sin titubeos, creyendo, sobre toda apariencia, que El sabe lo que hace y que lo
que hace es lo mejor que me puede pasar.
Firmar así un cheque en blanco no es fácil y
sin embargo es el reto que nos plantea la Pasión del Señor, y el camino que Jesús en este
pasaje nos indica: de seguirle con nuestra cruz, y perder la vida. Y
ciertamente es la pura verdad que uno alcanza el tope de la vida, cuando
descubre que hay Alguien al que podemos darle todo, y mejor aún, Alguien al que
permitirle que tome todo: como quien pone a sus pies el baúl de nuestra vida
abierto completamente, para que se lleve todo, de la manera que El decida,
sabiendo que esto es el tope y la plenitud de la existencia: así se experimenta
(no sólo se sabe) que el que pierda la vida por El, la encontrará.
Cuando se acepta eso, la entrega total sin
límites, el corazón a la vez encuentra que todo es amor, y que eso es el
significado hondo de la vida y nos llega a envolver una paz, como nunca
habíamos sentido. Es verdad: solamente es capaz de amar de verdad el que da la
vida entera. Y realmente si uno vive para amar, entonces descubre que la vida
que aparentemente se había perdido, se la encuentra de la mejor manera.
El problema es cuando uno se queda a mitad
de camino en la entrega, porque entonces no se llega a la luz, y la entrega se
convierte más que en muerte, en tormento, y en absurdo.
Paradojas que nos desafían, y que nos
invitan: por eso El toma la delantera, para que nosotros simplemente carguemos
cada uno la propia cruz y sigamos sus huellas.
...
Agradecemos al P. Adolfo Franco, S.J. por su colaboración.
Para acceder a otras reflexiones del P. Adolfo acceda AQUÍ.
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