P. Ignacio Garro, S.J.
12. La Biblia mensaje de Dios salvífico, redactado en palabra humana
Algunas normas orientadoras y concretas para una
lectura religiosa de la Biblia:
- Cristo es el centro del mensaje de salvación que nos revela la Biblia. El Espíritu Santo la inspira en vistas a la manifestación de Cristo. Todas y cada una de las partes de la Biblia se orientan a El. La comunión con el Espíritu que la inspira exige tener presente siempre a Cristo en cada uno de los libros. Tratar de descubrir cómo está El presente en lo que se lee.
- La Biblia ha sido entregada al hombre para que le acompañe en su vida, así se lo enseña el Apóstol Pablo a su discípulo Timoteo, en 2 Tim 3, 16: “Toda Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para argüir, para corregir y para educar en la justicia; así el hombre de Dios se encuentra perfecto y preparado para toda obra buena”. Pero Dios ha dispuesto que el hombre peregrine por la vida no solo, sino en compañía; que la salvación se logre en una comunidad, en y por la Iglesia, prolongación del mismo Cristo, que es su propio cuerpo: “Ahora me alegro por los padecimientos que soporto por vosotros, y completo lo que falta a las tribulaciones de Cristo en mi carne, a favor de su cuerpo que es la Iglesia”. Col 1, 24. Y también : “Os exhorto, pues, yo, prisionero por el Señor, a que viváis de una manera digna de la vocación con que habéis sido llamados, con toda humildad, mansedumbre y paciencia, soportándoos unos a otros por amor, poniendo empeño en conservar la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz. Un solo cuerpo y un solo Espíritu, como una sola es la esperanza a que habéis sido llamados. Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todo, actúa por todos y está en todos”. Efes 4, 1-6. Si toda la Biblia tiende a Cristo, tiende al Cristo total, tiende también por lo mismo a la Iglesia, que es la plenitud de Cristo. Si Cristo se prolonga en la Iglesia, y Cristo es la palabra, la palabra se perpetúa también en la Iglesia: "El que a vosotros oye a mí me oye", Jn 15, 15: "Yo les he comunicado tu palabra", Jn.17, 8. La Iglesia es como la caja de resonancia de la palabra de Dios, que es la Escritura. Sin ella la palabra escrita es de suyo letra muerta, letra que mata (2 Cor 3, 6). La lectura de la Escritura para ser provechosa debe de realizarse en ese ambiente que es la comunidad cristiana. Sólo quien sintoniza con la Iglesia puede captar en plenitud las riquezas de la Biblia.
- Esta lectura y resonancia eclesial adquieren su máxima expresión en la lectura litúrgica, cuando la comunidad cristiana se reúne en nombre del Señor, para repetir, presencializar y actualizar su palabra. El Concilio Vaticano II lo ha repetido con claridad insuperable: "En la liturgia Dios habla a su pueblo; Cristo sigue anunciando el evangelio", Constitución Sacrosanctum Concilium . Nº 35.
- Cuando dos o más se reúnen en nombre del Señor allí está El en medio de ellos, Mt 18, 20. Ese grupo es prolongación de la Iglesia reunida en el nombre del Señor. Y es signo visible y particular de la misma. La palabra de Dios leída en grupo adquiere también una resonancia especial. Dicha lectura para ser provechosa debe de ser preparada anteriormente por cada uno de los miembros del grupo o del equipo; y debe de terminar con un compromiso colectivo y personal ante la palabra.
- Pero no basta ni la lectura litúrgica ni la de grupo. Se necesita también que vayan precedidas, acompañadas y seguidas por la lectura individual. Leer bien la Biblia supone un mínimo de iniciación de qué libro es la Biblia. Requiere hacer algún curso de Iniciación a la Biblia para tener un mínimum de base cultural y teológica para entender mejor la Palabra de Dios. Iniciación que se adquiere sobre todo con la lectura de la misma Biblia. Supuesta esta iniciación bíblica, debe de leerse habitualmente el texto que se va a leer en público. Bastan unos minutos diarios de lectura, pero mantenidos con constancia para ir adquiriendo esa soltura y fluidez que el texto bíblico requiere para ser bien leído y comprendido.
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Agradecemos al P. Ignacio Garro, S.J., por su colaboración.
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