P. Vicente Gallo, S.J.
El
Catecismo de la Iglesia Católica dice: “Dios es Amor, y vive en sí mismo un
misterio de comunión personal de amor.
Creándola a su imagen,...Dios inscribe en la humanidad del hombre y de
la mujer la vocación y consiguientemente la capacidad y la responsabilidad del
amor y la comunión. Dios creó al hombre a imagen suya,...hombre y mujer los
creó (Gn 1, 27). Creced y multiplicaos
(Gn 1, 28), les dijo. El día en el que Dios creó al hombre, le hizo imagen de
Dios. Los creó varón y hembra, los bendijo, y los llamó “hombres” en el día de
su creación” (Gn 5, 1-2) (Nº 2231)
Dios los creó varón y mujer, distintos pues;
para vivir haciendo pareja y siendo complemento el uno del otro (Gn 2, 20 y
23). Así, en pareja, serían “imagen de
Dios”(Gn 1, 27), en la cuál Dios se encontrase a sí mismo gozándose al ver su
imagen. Pero serían “la imagen de Dios” haciendo unidad en la comunión
de amor personal, siendo ambos por igual “responsables” de ese amor y esa
comunión. Y la manera más preclara de unirse en comunión de amor es la unión
sexual, desde el sexo diferente en ambos varón y mujer.
No
es que, junto con la Iglesia, queramos poner el sexo como una obsesión en lo
que llamamos “moralidad”, como si fuese lo más importante en la atención que
han de tener los cristianos para ser “buenos”.
El hecho es así: que es tan importante el sexo en el hombre y en la
mujer, y su impulso desde el amor es tan fuerte que, en la Espiritualidad del
cristiano, es un tema que merece toda esa atención. El sexo no es malo, lo hizo Dios; y es santo
como hecho por Dios para parecernos a El haciendo Unidad desde el amor. Porque “Dios es Amor”. No se debe calificar
la sexualidad humana, sin más, como fuente mala de pecado, algo así como puesto
en nosotros por el demonio.
Pero guardarse totalmente para Dios, incluida
la sexualidad, para servir de modo indiviso al Señor con todo nuestro
ser (y eso es la virginidad), es más importante y más santo que usar la
sexualidad satisfaciéndose a sí mismo
con ella, o aunque sea al servicio del amor conyugal y de la procreación (1Co 7,
32-34). Es más importante y más santo porque no se ha nacido para disfrutar del
sexo, sino para usarlo como servicio de amor, o para servir a Dios el Creador
ofreciéndose a El de manera total, incluido el sexo; como, en el vivir eterno
con Cristo glorificado, siendo mujer o varón sexuados, no será necesario usar
el sexo para amarse (Mt 22, 30; 1Co 7, 31). Si ese es nuestro destino eterno,
proclamarlo así, para mientras se vive en este mundo, es más importante y más
santo que proclamar el uso del sexo como si fuese un gozo indispensable para
vivir.
Tener el acto de
unión sexual como expresión del amor del hombre y la mujer unidos en una sola
carne en el matrimonio, es una acción santa y querida por Dios. Pero abstenerse del acto de unión sexual, cuando
no es responsable procrear un nuevo hijo y el acto de unión sexual podría ser
fecundo, es un acto de amor en la pareja más puro y más grande; porque es saber
ser más responsables como personas, y amarse con esa responsabilidad, sin
emplear el sexo para utilizarse hombre y mujer como objetos para el
placer. Una persona, no puede ser
rebajada a ser objeto ni a ser utilizable.
San Pablo escribe a los que había traído a
nuestra fe en Corinto, una ciudad muy corrompida en lo sexual, dentro del imperio
romano que, en general, había caído en esa grave corrupción, parecido al mundo
actual. Y les dice como siempre les había enseñado:“No os engañéis: ni los
impuros, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los homosexuales, ni los
ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los ultrajadores, ni los rapaces,
heredarán el Reino de Dios. Y tales fuisteis algunos de vosotros. Pero ahora,
habéis sido lavados, habéis sido santificados, habéis sido justificados en el
nombre del Señor Jesucristo y en el Espíritu Santo de nuestro Dios” (1Co 6,
9ss).
Y
razona tal exigencia cristiana: “Todo me es lícito -como se dice- , mas no todo
me conviene. Todo me es lícito; pero no me dejaré dominar por nada. La comida
es para el vientre y el vientre es para la comida; mas al uno y al otro los
destruirá Dios. Pero el cuerpo no es para la fornicación, sino para el Señor, y
el Señor para el cuerpo. Y Dios, que resucitó al Señor, nos resucitará también
a nosotros por la fuerza de su poder. ¿No sabéis que vuestros cuerpos son
miembros de Cristo? ¿Y habré de tomar yo los miembros de Cristo para hacerlos
miembros de prostitución? ¡De ningún modo!”
Sigue razonando más: “¿No sabéis que quien se
une en prostitución se hace un solo cuerpo con esa mujer? Pues está dicho: ‘los
dos serán una sola carne’. Pero el que se une al Señor (por la fe y por el
Bautismo) se hace un solo Espíritu con él. Huid de la fornicación. Todo otro pecado que comete el hombre queda
fuera de su cuerpo; mas el que fornica peca contra su propio cuerpo. ¿Y no
sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en vosotros y
que lo habéis recibido de Dios, y que no os pertenecéis? ¡Habéis sido comprados
a gran precio! Por lo tanto, glorificad
a Dios con vuestro cuerpo”, sexualidad incluida. (1Co 6, 12-20).
San Pablo era muy consciente de lo difícil
que era aceptar esta doctrina tan exigente, especialmente para los de Corinto,
tan corrompidos. Pero la fundamenta en la fe que por el Bautismo nos hace ser
el “Cuerpo de Cristo”, la humanidad que Cristo acepta y la hace su humanidad
santa. Así, somos el “Templo santo de
Dios”, comprado por Dios a tan gran precio, con “la sangre preciosa del Cordero
inmaculado, Cristo” (1P 1, 19); y nos dice Pablo que, por todo eso, nuestro
deber es “glorificar” a Dios con nuestro cuerpo que es Cuerpo de Cristo (1Co 6,
20).
Esto
es una verdadera novedad para los hombres del mundo, es una “Buena Nueva” de
Jesucristo, para salvar al mundo de su perdición, a aquel mundo de entonces y
al mundo de ahora. Una humanidad que es una ingente procesión de pobres humanos
que, encabezados por Adán, van haciendo cuanto les viene en gana, sin hallar la
felicidad por la que suspiran; y todos van cayendo en el abismo insondable del
descalabro ya en esta vida, pero más al final, en la muerte. Jesucristo es Dios que se hace hombre por el
amor compasivo que siente ante nuestra perdición; hace suyo todo lo nuestro, se
pone a la cabeza de la “procesión”, y lleva a la salvación de ser felices eternamente,
como Dios, a quienes crean en él.
Pero creer en él es entregarse a ser totalmente de él, como hay que
serlo de Dios; ponerse a ser como él siendo “hombre como nosotros lo somos”, y
ser tan “suyos” como lo es el Cuerpo que tomó de la Virgen para ser hombre,
siendo miembros de los que él se sirva para salvar a la humanidad en la que
estamos en su nombre, y siendo santos
-también con nuestro cuerpo- como es santo su Cuerpo. Integrar la sexualidad en la santidad que se
nos exige, y en la vida de relación de pareja en el matrimonio, es uno de los
elementos más importantes de la espiritualidad cristiana y de la
verdadera espiritualidad matrimonial.
Hay que abrazar todo esto no como una penosa carga cristiana, sino con
el gozo de haber encontrado la salvación en Jesucristo, el único que puede
salvar al hombre.
...
Agradecemos al P. Vicente Gallo, S.J. por su colaboración.
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