Juan 15, 26-27; 16, 12-15
o Juan 20, 19-23
Celebramos a nuestro "Consolador","Abogado", "El Paráclito", "El Espíritu de la Verdad"... y tantos otros nombres y hermosas características del Espíritu Santo.
El día de
Pentecostés (al final de las siete semanas de pascua) la misma Pascua de Cristo
llega a su culminación con la efusión del Espíritu Santo, que se manifiesta, se
da y se comunica. Por eso es conveniente meditar en la íntima relación que hay
entre la vida y la obra de Jesús y el Espíritu Santo. Es claro que esto brota
de la misma relación esencial que hay entre Jesús y el Espíritu Santo, como dos
personas de la misma Santísima Trinidad.
La relación entre
la vida de Jesús y el Espíritu Santo está muy marcada en la revelación. El
Espíritu se hace presente en los momentos centrales de la vida de Jesús. Y
empezando por la concepción: es el Espíritu Santo el que vendrá sobre María,
para que comience la Encarnación del Hijo de Dios. La existencia de Jesús en su
origen humano es obra del Espíritu. En otro momento importante, en los cuarenta
días en que Jesús está en el desierto, es el Espíritu el que lo lleva al
desierto. En el Bautismo del Señor, el Espíritu en forma de paloma se posa
sobre El. Empieza a predicar por la acción del Espíritu Santo. En algún momento
se dice que Jesús oró lleno de gozo por la acción del Espíritu Santo. Y en la
Ultima Cena Jesús continuamente les habla a sus apóstoles que les enviará el
Espíritu Santo, y de la acción importante del Espíritu en ellos cuando empiecen
a actuar. Parecería entonces que el Espíritu Santo es como una sombra que
acompaña continuamente al Señor en todo lo que vive y en todo lo que hace. Esta
es, en resumen, la participación del Espíritu Santo en la vida y en la obra de
Jesús.
También es
fundamental la actuación del Espíritu Santo en la obra de Jesus, la Iglesia.
Con razón se ha dicho que si Cristo es Cabeza de la Iglesia, el Espíritu es el
Alma de esa Iglesia. Desde el mismo comienzo el Espíritu Santo actúa cuando los
apóstoles se reúnen para elegir al sucesor de Judas Iscariote, para completar
el número de los doce. El Espíritu Santo es el que guiará la elección. Cuando
Jesús se va al cielo, el Espíritu se hace presente más y más en la tarea de la
Iglesia naciente. Y especialmente el día de Pentecostés (que hoy conmemoramos),
en que ocurre esta invasión poderosa del Espíritu sobre los apóstoles; y no
será ésta la única ocasión de su irrupción. Se cuenta en los Hechos de los
Apóstoles varias de estas manifestaciones del Espíritu en los momentos de
evangelización de Pedro y Pablo. En alguna ocasión se narra que el Espíritu
Santo bajó sobre un grupo de paganos y naturalmente enseguida fueron
bautizados. Cuando haya que dirimir el asunto tan delicado en la primitiva
Iglesia, de si hay que circuncidar a los paganos para que se hagan cristianos,
es el Espíritu Santo el que iluminará a los apóstoles para que tomen la
decisión correcta. Y no solamente actúa el Espíritu Santo en la Iglesia en vida
de los apóstoles.
En toda la
historia posterior de la Iglesia está presente el Espíritu; por ejemplo, cuando
en los Concilios la Iglesia tenga que definir más y más su doctrina. Es el
Espíritu el que guía a la Iglesia en tantas bifurcaciones doctrinales como se
le presentaron, para que escogiera siempre el camino correcto; precisamente
ése, dejando los otros. Y esto ocurrió tantas veces. Así el Espíritu Santo fue
el garante de la verdadera fe. Y más todavía: la Iglesia institución divina, y
humana a la vez, tendrá momentos en que necesite una revitalización, y a veces
una reforma. Y será el Espíritu el que en esos momentos haga surgir en la
Iglesia tantos ejemplos de cristianos, para revivir el ideal de Cristo en su
entera pureza: así nacerá la Vida Religiosa en la Iglesia, las diversas
Congregaciones: los monjes, los franciscanos, dominicos, jesuitas. Etc. etc. Y
cada uno en su momento, en el momento necesario; todos son manifestaciones del
Espíritu Santo, especialmente en sus fundadores y para el bien de la Iglesia.
Todo esto es
manifestación de la presencia del Espíritu Santo en la Iglesia. Pero también
vive el Espíritu Santo en cada uno de nosotros, inspirando toda obra buena.
Cuando oramos es el Espíritu quien ora desde nuestro interior, cuando anhelamos
servir, cuando sentimos el deseo de ayudar. Todos esos movimientos interiores
que producen obras buenas, son movimientos del Espíritu Santo en nosotros. El
nos guía y nos conduce para que vivamos el Evangelio, para que vivamos como
hijos de Dios, hermanos de Cristo y templos del Espíritu Santo.
Así hoy celebramos
al Espíritu Santo que estuvo presente en cada uno de los momentos de la vida de
Jesús, que está presente en la vida de la Iglesia y está presente en lo íntimo
de nuestros corazones. Por eso oramos: “VEN, ESPIRITU SANTO”.
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Agradecemos al P. Adolfo Franco por su colaboración.
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