Homilías - Cristo Rey - Domingo 34° T.O. (B)




P. José Ramón Martínez Galdeano, S.J.†

Lecturas: Dn 7,13-14; S 92,1-2.5; Ap 1,5-8; Jn 18,33-37

Cristo alfa y omega de la fe

Hoy es el último domingo del año litúrgico. El próximo la liturgia comienza otro. Cada año la Iglesia vuelve a considerar todo el misterio de la vida y persona de Jesús: su venida a este mundo, su mensaje y milagros, su muerte redentora y resurrección, y por fin el establecimiento de su Iglesia, su legado y sus garantías. Se abre el año con la fiesta de su Nacimiento, que es precedida de tres o cuatro semanas de preparación, culmina en la Pascua de su muerte redentora y resurrección, y termina con la fiesta de hoy: la de Cristo Rey.

En todo grupo o sociedad las fiestas tienen su significado social, son del grupo en cuanto tal y tienen como fin el cultivo de elementos importantes para su constitución y vida vigorosa. La misa dominical y la celebración de las fiestas ustedes saben que han tenido una misión de gran valor para la hondura del sentido religioso en los pueblos de América Latina y concretamente en el Perú. La fiesta religiosa revigoriza, despierta y como que resucita la fe, que nuestra condición pecadora tiende como por perezosa inercia a adormecer, empobrecer, difuminar, apagar.

Hoy alcanzamos la meta de este año litúrgico 2009 con esta solemnidad de Cristo Rey. La Iglesia dispone las cosas como en un proceso ascensional. La liturgia va recorriendo los misterios, invita a ir entrando en ellos con profundidad creciente y estimula a vivirlos, de modo que el creyente, transformado por la experiencia de su vivencia y la acción misteriosa de la gracia, como la masa por la levadura, se transforme con más y más en una nueva criatura, en un hijo de Dios, cuyo anhelo, cada día más natural, sea el “¡Abbá! Padre mío” (Ro 8,15).

“Cristo Rey”. Durante el año de mano de la liturgia hemos ido pasando por los acontecimientos y misterios de Cristo. Hoy nos ofrece una visión de conjunto, como una síntesis: Todo viene a concretarse en Cristo. Cristo lo es todo. Al Hijo del hombre –dice Daniel en el texto apocalíptico que se ha leído– “todos los pueblos, naciones y lenguas lo respetarán. Su dominio es eterno y no pasará y su reino no tendrá fin”. “Vestido y ceñido de poder, tu trono está firme desde siempre y tú eres eterno”. “Primogénito de entre los muertos, el príncipe –el primero– de los reyes de la tierra”. Todos los bienes, todo lo que necesitamos y nos salva, nos viene de Él, de su amor: “Aquel que nos amó, nos ha librado de nuestros pecados por su sangre, nos ha convertido en un reino y hecho sacerdotes de Dios, su Padre. A él la gloria y el poder por los siglos”. En la colecta o primera oración hemos recordado al Padre que ha querido “fundar todas las cosas en su Hijo muy amado, Rey del Universo”.

En definitiva todo el tesoro de la Iglesia, todo lo que tiene para obrar la salvación de los hombres, todo lo que pueden ustedes esperar de ella es Cristo. De él y de ningún otro hemos de recibir la salvación. La gracia del perdón y la verdad absolutamente necesaria solo nos llegan por Jesucristo; porque para eso ha sido enviado Jesús, para eso continúa estando en el mundo estando presente en la Iglesia, “porque tanto amó Dios al mundo que le dio su Hijo unigénito para que todo el que crea en Él no perezca sino alcance la vida eterna” (Jn 3,15).

En definitiva la Iglesia no tiene que darnos y no nos da otra cosa que a Cristo. “Unos piden ciencia, otros milagros; Nosotros predicamos a Cristo” (v. 1Cor 1,21-24). Porque tanto la ciencia, como los milagros, como cualquier cosa, si no conducen a Cristo, se han convertido en una trampa.

Esto es el ABC de nuestra fe. Esta es la razón por la que venimos cada domingo a encontrarnos con Cristo en la Eucaristía. No venimos, como Pilato, por una necesidad política o de cualquier género, a saber de cosas diversas, de su reino de este mundo, de su poder, de cómo piensa cambiar el mundo. Los que piensan así, los que carecen de tiempo o más bien de interés para la verdad, los que se inventan sus verdades, que salgan al balcón como el procurador del poder de Roma; porque: no les interesa la verdad y jamás entenderán nada sobre ella.

No, nosotros buscamos a Cristo y solo a Cristo. Y a Cristo lo tenemos cerca, como Pilato lo tuvo. Es importante saber y creer en esta presencia siempre cercana de Dios. Cristo la dio como garantía de eficacia para nuestra palabra evangelizadora: “Prediquen el Evangelio. He aquí que estoy con ustedes todos los días hasta la consumación de los siglos” (Mt 28,20).

Cree y entenderás. Es una cuestión de fe. San Ignacio de Loyola, persona que siempre pisó bien en tierra, manifiesta que es muy raro que una persona que se esfuerza por encontrarse con Dios usando los medios de la oración y la penitencia, no lo encuentre: Te levantas en la mañana y saludas al Señor y le das las gracias y pides ayuda para hacer su voluntad. Y tienes que hacer un esfuerzo tal vez pequeño para hacer un favor a una persona, recordando que se lo haces a Jesús. Y vienes a misa y comulgas y tantas cosas más que las haces y las haces así porque a Cristo así le gusta. ¡Ah! No lo dudes. Cristo está cerca y más de una vez casi verás con tus ojos y tocarás con tus manos su presencia que ella sola explica tu paz, tu alegría y la eficacia de tu actividad.

Por eso, al concluir este año litúrgico, me permito invitarles a hacerse preguntas como éstas: ¿Qué siento en mi conciencia? ¿Conozco más a Jesucristo que hace un año? Lo siento como más amigo? ¿Me gusta más leer de Él, de sus santos? ¿Su Iglesia es más mía? ¿Pienso más en Él y en su mensaje cuando tengo que decidir sobre algo? ¿Aumenta en mi conducta el efecto de su mandato “ámense unos a otros como yo les he amado”? ¿Perdono más fácil, como Jesús me dice? ¿Me siento más comprometido con su obra evangelizadora? ¿Oro más fácil? ¿Cómo sufro y qué cosas me hacen sufrir? ¿Encuentro en mi esposo/a, hijos, padres, compañeros de trabajo, en cualquier persona, en los pobres a Jesús? ¿Pueden notar otros que yo amo a Cristo y le sigo?

El ambiente, la cultura en que hoy nos movemos, no cree en la verdad, no ama la verdad, prefiere su verdad, prefiere la mentira. Nosotros sabemos que Cristo es la verdad. No dejemos que la verdad muera. Vivamos la verdad. Vivamos a Cristo. Obremos con Cristo. Obremos la verdad.

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Voz de audio: Guillermo Eduardo Mendoza Hernández.
Legión de María - Parroquia San Pedro, Lima. 
Agradecemos a Guillermo por su colaboración.

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P. José Ramón Martínez Galdeano, jesuita
Director fundador del blog




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