María en el misterio de la Iglesia


Verdadera devoción a la Santísima Virgen - 2º Parte.
Continuamos transcribiendo partes del libro Tratado de la verdadera devoción, escrito por San Luis María de Monfort. En esta oportunidad, la primera parte del Capítulo II. La numeración de los párrafos corresponde a la del libro.


CAPITULO II

María en el misterio de la Iglesia

22. El proceder que las tres divinas personas de la Santísima Trinidad han adoptado en la Encarnación y primera venida de Jesucristo, lo prosiguen todos los días de manera invisible en la santa iglesia y lo mantendrán hasta el fin de los siglos en la segunda venida de Jesucristo.

A. Misión de María en el pueblo de Dios.

a. Colaboradora de Dios.

23. Dios Padre creó un depósito de todas las aguas y lo llamó mar.
Creó un depósito de todas las gracias y lo llamó María.
El Dios omnipotente posee un tesoro o almacén riquísimo en el que ha encerrado lo más hermoso, refulgente, raro y precioso que tiene, incluido su propio Hijo. Este inmenso tesoro es María, a quien los santos llaman el tesoro del Señor, de cuya plenitud se enriquecen los hombres.

24. Dios Hijo comunicó a su Madre cuanto adquirió mediante su vida y muerte, sus méritos infinitos y virtudes admirables, y la constituyó tesorera de todo cuanto el Padre le dio en herencia. Por medio de Ella aplica sus méritos a sus miembros, les comunica virtudes y les distribuye sus gracias. María constituye su canal misterioso, su acueducto, por el cual hace pasar suave y abundantemente sus misericordias.

25. Dios Espíritu Santo comunicó a su fiel Esposa, María, sus dones inefables y la escogió por dispensadora de cuanto posee. De manera que Ella distribuye a quien quiere, cuanto quiere, como quiere y cuando quiere todos sus dones y gracias. Y no se concede a los hombres ningún don celestial que no pase por sus manos virginales. Porque tal es la voluntad de Dios que quiere que todo lo tengamos por María. Y porque así será enriquecida, ensalzada y honrada por el Altísimo la que durante su vida se empobreció, humilló y ocultó hasta el fondo de la nada por su humildad. Estos son los sentimientos de la iglesia y de los Santos Padres.

26. Si yo hablara a ciertos sabios actuales, probaría cuanto afirmo sin más, con textos de la Sagrada Escritura y de los Santos Padres, citando al efecto sus pasajes latinos, y con otras sólidas razones, que se pueden ver largamente expuestas por el R. P. Poiré en su libro “La Triple Corona de la Santísima Virgen”. Pero estoy hablando de modo especial a los humildes y sencillos. Que son personas de buena voluntad, tienen una fe más robusta que la generalidad de los sabios y creen con mayor sencillez y mérito. Por ello me contento con declararles sencillamente la verdad, sin detenerme a citarle los pasajes latinos, que no entiende. Aunque no renuncio a citar algunos, pero sin esforzarme por buscarlos. Prosigamos.

b. Influjo maternal de María


27. La gracia perfecciona a la naturaleza, y la gloria, a la gracia. Es cierto, por tanto, que el Señor es todavía en el cielo Hijo de María como lo fue en la tierra y, por consiguiente, conserva para con Ella la sumisión y obediencia del mejor de todos los hijos para con la mejor de todas las madres. No veamos, sin embargo, en esta dependencia ningún desdoro o imperfección en Jesucristo. María es infinitamente inferior a su Hijo, que es Dios. Y por ello, no le manda como haría una madre a su hijo de aquí abajo, que es inferior a ella. María, toda trasformada en Dios por la gracia y la gloria, que transforma en El a todos los santos no le pide, quiere ni hace nada que sea contrario a la eterna e inmutable voluntad de Dios.

Por tanto, cuando leemos en San Bernardo, San Buenaventura, San Bernardino y otros, que en el cielo y en la tierra todo inclusive el mismo Dios está sometido a la Santísima Virgen, quieren decir que la autoridad que Dios le confirió es tan grande que parece como si tuviera el mismo poder de Dios y que sus plegarias y súplicas son tan poderosas ante Dios que valen como mandatos ante la divina Majestad. La cual no desoye jamás las súplicas de su querida Madre, porque son siempre humildes y conformes a la voluntad divina.

Si Moisés, con la fuerza de su plegaria, contuvo la cólera divina contra los Israelitas en forma tan eficaz que el Señor altísimo e infinitamente misericordioso, no pudiendo resistirle, le pidió que le dejase encolerizarse y castigar a ese pueblo rebelde, ¿qué debemos pensar con mayor razón de los ruegos de la humilde María, la digna Madre de Dios, que son más poderosos delante del Señor, que las súplicas e intercesiones de todos los ángeles y santos del cielo y de la tierra?

28. María impera en el cielo sobre los ángeles y bienaventurados. En recompensa a su profunda humildad, Dios le ha dado el poder y la misión de llenar de santos los tronos vacíos, de donde por orgullo cayeron los ángeles apóstatas. Tal es la voluntad del Altísimo que exalta siempre a los humildes: que el cielo, la tierra y los abismos se sometan, de grado o por fuerza, a las órdenes de la humilde María, a quien ha constituido Soberana del cielo y de la tierra, capitana de sus ejércitos, tesorera de sus riquezas, dispensadora del género humano, mediadora de los hombres, exterminadora de los enemigos de Dios y fiel compañera de su grandeza y de sus triunfos.

c. Señal de fe auténtica

29. Dios Padre quiere formarse hijos por medio de María hasta la consumación del mundo y le dice: Pon tu tienda en Jacob, es decir, fija tu morada y residencia en mis hijos y predestinados, simbolizados por Jacob, y no en los hijos del demonio, los réprobos, simbolizados por Esaú.

30. Así como en la generación natural y corporal concurren el padre y la madre, también en la generación sobrenatural y espiritual hay un Padre, que es Dios, y una Madre, que es María.

Todos los verdaderos hijos de Dios y predestinados tienen a Dios por Padre y a María por Madre. Y quien no tenga a María por Madre, tampoco tiene a Dios por Padre. Por esto los réprobos como los herejes, cismáticos, etc., que odian o miran con desprecio o indiferencia a la Santísima Virgen no tienen a Dios por Padre aunque se jacten de ello porque no tienen a María por Madre. Que si la tuviesen por tal, la amarían y honrarían, como el buen hijo ama y honra naturalmente a la madre que le dio la vida.

La señal más infalible y segura para distinguir a un hereje, a un hombre de perversa doctrina, a un réprobo de un predestinado, es que el hereje y el réprobo no tienen sino desprecio o indiferencia para con la Santísima Virgen, cuyo culto y amor procuran disminuir con sus palabras y ejemplos, abierta u ocultamente y, a veces, con pretextos aparentemente válidos. ¡Ay! Dios Padre no ha dicho a María que establezca en ellos su morada porque son los Esaús.
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Continuará...
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