SEMINARIO ARQUIDIOCESANO DE AREQUIPA
31.4. NATURALEZA DE LA MISIÓN DE LA IGLESIA
Definir la Iglesia como
"misión" equivale a definirla como "instrumento de Cristo",
porque, como hemos dicho la Iglesia no es un fin en sí misma, ella es solamente
un medio, es una "diakonia fidei", en manos de Cristo para el
servicio de los hombres. Con esto, es verdad, se coloca a la Iglesia en la pura
humildad de su ser, ser instrumento de Cristo a través de espacio tiempo que es
la historia del género humano. Siendo instrumento de Cristo su misión es la
misión de Cristo "que vino a servir
y no a ser servido"; pero al mismo tiempo y por la misma razón es el
nudo de salvación para toda la humanidad, el instrumento de redención
universal, o lo que es lo mismo, el sacramento universal de salvación". L G, Nº 49. Por ello, todos los que pertenecen a la Iglesia de
Cristo son llamados a la santidad: "Todos en la Iglesia, ya pertenezcan a
la jerarquía, ya pertenezcan a la grey, son llamados a la santidad, según
aquello del Apóstol en 1 Tes 4, 3: "porque
ésta es la voluntad de Dios, vuestra santificación", Lumen Gentium Nº
39.
“Fuera de la
Iglesia no hay salvación”
Así como Cristo es el único mediador
entre Dios y los hombres, así también la Iglesia es el medio universal y único
de salvación. Ningún hombre puede salvarse sin pertenecer a ella, ya sea con toda realidad, ya sea
cuando menos por su profunda disposición.
La Iglesia, por ser el sacramento
universal de salvación instituido por Cristo, como sacramento de salvación, es
asimismo el único organismo capaz de procurarla efectivamente, pues así lo ha
querido Cristo. Tres son los elementos
que destacamos: Universalidad, unidad y unicidad.
Estas tres nociones constituyen los
tres aspectos de un mismo misterio, el de la universalidad, o catolicidad de la
salvación. Lo dicho sobre Cristo, mediador único entre Dios y los hombres, es
aplicable también a la Iglesia, Cuerpo de Cristo que se prolonga en el espacio
- tiempo que es la historia humana, como sacramento de salvación para todo el
género humano.
Esto nos lleva a tres afirmaciones:
1.- Que Dios quiere que todos los
hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad, 1 Tim 2, 3-4. Y para
ello envió a su único Hijo al mundo.
2.- Que la Iglesia es el único medio de
salvación y que es necesario pertenecer a ella para salvarse, pues es el único
medio que Cristo dejó aquí en la tierra.
3.- Que no hay dos Iglesias
(como afirman los protestantes), una,
universal pero invisible una, la iglesia espiritual, pura, que vive solo
de la fe y que no tiene jerarquía, ni leyes, ni nada que se imponga en leyes
humanas o eclesiásticas; y otra visible y limitada como puede ser la Iglesia
Católica (esta es la visión de los protestantes).
31.5. LA IGLESIA, ÚNICO SACRAMENTO UNIVERSAL DE SALVACIÓN
Así como Cristo es el único mediador
entre Dios y los hombres, así también la Iglesia es el medio universal y único
de salvación. Ningún hombre puede salvarse sin pertenecer a ella, ya sea con
toda realidad, ya sea cuando menos por su disposición profunda.
Esta tesis es de fe, según el Magisterio
ordinario y universal de la Iglesia, confirmado por varias declaraciones,
especialmente el Concilio IV de Letrán (1215), que dice: “Existe una sola
Iglesia, la Iglesia universal de los fieles, fuera de la cual absolutamente
nadie se salva” Denz 430. El Concilio de
Florencia, Denz 714; los textos de los papas: Bonifacio VIII, en la bula Unam
Sanctam, Denz 468, Clemente VI, Denz
570; Pio XII en la encíclica Miystici Corporis, Denz 2286-2288.
Finalmente el Concilio
Vaticano II reafirma a su vez: “que esta Iglesia peregrinante es necesaria para
la salvación. En efecto, sólo Cristo es mediador y camino de salvación, y se
hace presente a todos nosotros en su cuerpo que es la Iglesia” Lumen Gentium,
Nº 14.
En la Sagrada Escritura, N.T. se nos
presenta a Cristo como la única fuente de salvación, Hech 4, 11-12; Rom 10,
1-14; Lc 12, 8-10.
Cristo ha querido que en la
comunicación de salvación a los hombres, Cristo y su Iglesia forman una sola
cosa, el uno está unido al otro. Con la negativa a seguir a la Iglesia equivale
a una negativa a seguir a Cristo, del mismo modo que rechazar a Cristo es
rechazar al Padre que lo ha enviado, Lc 10, 16: “Quien a vosotros escucha, a mí me escucha; y quien a vosotros rechaza
a mí me rechaza; pero quien me rechaza a mí rechaza a Aquel que me envió”.
El Concilio Vaticano II dice: “Al enseñarnos
explícitamente la necesidad de la fe y del bautismo, Mc 16, 16; Jn 3, 5, Cristo
confirmó al mismo tiempo la necesidad de la Iglesia misma, (como medio para
obtener la salvación)”. Lumen Gentium Nº14. Así cuando la Iglesia afirma esta unicidad como
exigencia de su fe, no reivindica pues celosamente unos derechos y unos
privilegios cediendo a una tentación de imperialismo espiritual, sino que da
testimonio de la misión que ella ha recibido del mismo Cristo hasta el final de
los siglos. Admitir una pluralidad de Iglesias equivaldría a no admitir
ninguna, a rechazar la noción misma de Iglesia. El exclusivismo que la Iglesia
presenta es sencillamente fidelidad al
mandato de Cristo y de su caridad universal.
El sentido y el alcance de esta
afirmación pueden aceptar una doble interpretación.
A.- Una esencialmente objetiva e
institucional: La Iglesia es el único organismo apto para comunicarnos la
salvación de Cristo.
B.- Otra esencialmente subjetiva e individual: todos los que no se encuentran
en la Iglesia están necesaria e irremediablemente condenados, a no ser que
estén fuera de la Iglesia por ignorancia invencible. Esta afirmación requiere
una aclaración.
1.- Es de fe que “la Iglesia
peregrinante es necesaria para obtener la salvación” Lumen Gentium, Nº 14.
2.- “No podrían salvarse aquellos
hombres que, conociendo que la Iglesia católica fue instituida por Dios a
través de Jesucristo como necesaria para la salvación, se negasen sin embargo a
entrar o a perseverar en ella”, Lumen Gentium Nº 14.
3.- En razón del vínculo que une a
Cristo con la Iglesia, nadie puede salvarse, es decir, vivir con Cristo, sin
estar de un modo u otro en comunión con la Iglesia.
4.- En la aplicación de este principio
a las diferentes personas, hay que tener en cuenta las circunstancias y
posibilidades efectivas de cada uno. “Por esto, para que una persona alcance su salvación eterna, no
siempre se requiere que esté de hecho incorporada a la Iglesia a título de
miembro, pero sí debe de estar unido a ella siquiera por un deseo o
aspiración”. (Carta del Santo Oficio al Arzobispo de Boston, 8 de agosto de
1949). Denz 3870.
5.- “Incluso no siempre es necesario
que esta aspiración sea explícita. En caso de ignorancia invencible, una simple
aspiración implícita, o inconsciente puede ser suficiente, si traduce “la
disposición de una voluntad que quiere conformarse a la de Dios” carta de
Oficio a Arzobispo de Boston.
O dicho de otro modo, esa aspiración
debe expresar realmente la oposición de la vida de uno, por cuanto no puede
tratarse de una salvación de segunda categoría. Ese deseo debe estar asimismo
animado por la caridad perfecta, implicando pues un acto de fe sobrenatural.
El Concilio Vaticano II en Lumen
Gentium Nº 16, dice: “Aquellos que, ignorando sin culpa el Evangelio de Cristo
y su Iglesia, buscan no obstante, a Dios con un corazón sincero y se esfuerzan,
bajo la influencia de la gracia, en cumplir con obras su voluntad conocida
mediante el juicio de su conciencia, pueden alcanzar la salvación eterna, ...
Incluso a aquellos que sin culpa no han llegado todavía a un conocimiento
expreso de Dios y se esfuerzan, no sin la gracia divina, en llevar una vida
recta, tampoco a ellos niega la divina Providencia los auxilios necesarios para
la salvación”.
En estos textos hay
una insistencia en los dos puntos siguientes:
a.- Se hace referencia a la orientación
global de una vida: “hay que esforzarse en cumplir con obras su voluntad (la de
Dios); “hay que esforzarse por llevar una vida recta (con ayuda de la gracia de
Dios).
b.- Todo esto no puede llevarse a cabo
y tener un efecto salvífico como no sea bajo la influencia de la gracia
santificante. Y sabemos que, aun cuando algunos hombres puedan dar la impresión
de que están lejos de Dios, Dios en cambio no está lejos de nadie: “puesto que él da a todos la vida, la
inspiración y todas las cosas”, Hech 17, 25-28. Y Dios: “quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de
la verdad”, 1 Tim 2, 3-4.
31.6. LA MISIÓN, UN DON Y UNA TAREA DE COLABORACIÓN
La Iglesia nada puede añadir a la obra
de Cristo: “Sin mi no pueden hacer nada”,
Jn 15, 5. Así, pues, ña misión de la Iglesia es primordialmente un don de
Dios y en consecuencia requiere de sus miembros su colaboración y esfuerzo
humano. La nueva Jerusalén, dice S. Juan, no es el fruto del solo trabajo
humano sino: “que baja del cielo, de
parte de Dios”, Apoc 21, 2.
Se trata de que todos los bautizados
colaboremos con Dios sin reducir de nuestra parte ni un ápice la gratuidad del
don que él nos hace, y colaborando con Cristo vayamos por todo el mundo
proclamando la Buena Nueva o Evangelio para que el mundo crea y se salve.
31.7. DOS ASPECTOS DE LA MISIÓN DE LA IGLESIA
La misión de la Iglesia se realiza de
una manera visible e invisible. La
misión de la Iglesia en el mundo es, pues, interior y exterior a la vez. Esa un
tiempo e indisolublemente acción de la gracia santificante en cada una de las almas
(misión invisible del Espíritu Santo) y actividad visible de todo el cuerpo
bajo la autoridad de la Jerarquía de la Iglesia y por el don del Espíritu
Santo: a cada uno se le concede la gracia del Espíritu Santo para el bien de la
Iglesia.
El Concilio Vaticano II en el Documento
“Ad Gentes, nº 4 dice: “Cristo Jesús mismo, antes de dar libremente su vida
para salvar al mundo, de tal manera organizó el ministerio apostólico y
prometió enviar el Espíritu Santo, que estaban ambos asociados para llevar a feliz
término, siempre y en todas partes, la obra de la salvación”. Sobre la importancia del aspecto visible de
la Iglesia y la actividad de la vida
invisible, en su única misión de la Iglesia. No hay misión como no sea la de
una Iglesia en “forma sacramental” y no hay “forma sacramental” de la Iglesia
como no sea para su misión salvífica, pues la Iglesia como sacramento y su
misión proceden del mismo Cristo y así se complementan y perfeccionan
mutuamente y Cristo mismo al infundir con su soplo divino dijo: “Reciban el Espíritu Santo”, Jn 20, 22
y : “como tú me has enviado al mundo yo
también los he enviado al mundo”, Jn 17, 18.
31.8. OBJETO DE LA MISIÓN: LA TOTALIDAD DE LA CREACIÓN
La misión de la Iglesia, por tratarse
de la misión misma de Cristo que prosigue y culmina, es necesariamente
universal. Tiene un único objetivo: reconciliar en Cristo y para Cristo: “a todos los seres de la tierra y del
cielo”, Col 1, 20. El Concilio Vaticano II en Lumen Gentium, Nº 17 dice:
“(La Iglesia) con su actividad consigue que todo lo bueno que se encuentra
sembrado en el corazón y en la mente de los hombres y en los ritos y culturas
de estos pueblos, no sólo no desaparezca, sino que se purifique, se eleve y se
perfeccione para la gloria de Dios, confusión del demonio y felicidad del
hombre”.
Y también: “la Iglesia ora y trabaja
para que el mundo entero, en todo su ser, se integre en el pueblo de Dios,
cuerpo del Señor y templo del Espíritu Santo, y en Cristo, Cabeza de todos, se
rinda al Creador universal y Padre todo honor y toda gloria”.
Así la Iglesia cumple su misión
apostólica y salvífica abarcando:
1.- La totalidad de los hombres
2.-
la totalidad de lo humano
3.- la totalidad del
universo.
La misión de la Iglesia se cumple en el
horizonte escatológico y apunta hacia la plenitud del Pleroma, la
recapitulación de todas cosas en Cristo. La Iglesia ha sido instituida para dar
cumplimiento a este triple aspecto y en la medida de sus posibilidades colabora
para que todo ello llegue a su plenitud. Por eso la Iglesia toda clama cada día
para que esto se cumpla a plenitud: “Maran
atha”, ¡Ven Señor Jesús!. 1 Cor 16,
22.
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Agradecemos al P. Ignacio Garro S.J. por su colaboración.
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