SEMINARIO ARQUIDIOCESANO DE AREQUIPA
31. LA MISIÓN DE LA IGLESIA COMO CONTINUADORA DE LA OBRA DE CRISTO
La misión de la Iglesia nace de la
misión de Cristo y del Espíritu por parte del Padre. Su ser mismo es un ser en
misión. La Iglesia existe porque ha sido enviada en función de una misión que
tiene que cumplir. Nace, pues, su misión
del seno de la misma Trinidad.
La Iglesia de inspiración divina,
fundada por Cristo, y de constitución humana, el Pueblo de Dios, ha sido
llamada a continuar la obra salvífica de Cristo. Ha sido llamada a ser
"Luz de la gentes". La Iglesia no se predica a sí misma, ni tiene
pretensiones meramente humanas, su misión es salvífica, es decir, soteriológica,
es la de Cristo: llevar a todas las gentes la salvación en Cristo.
Por eso, la Iglesia no es un ser
estático sino dinámico y salvífico en Cristo, en L G, Nº 9 dice: "Este
pueblo mesiánico (La Iglesia)... es empleado también por El (Cristo) como
instrumento de redención universal y es enviado a todo el mundo como luz del
mundo y sal de la tierra".
31.1. EL PADRE, FUENTE ORIGINAL DE LA MISIÓN DE LA IGLESIA
En el origen de la misión de la Iglesia
en el mundo, está el designio salvífico del Padre. La misión tanto del Hijo y
del Espíritu Santo por una parte, como la misión de la Iglesia después, son
mediaciones en la realización del proyecto de amor del Padre. Por eso el
concilio se ha remontado hasta el Padre para
poner cimiento en su proyecto salvífico toda la acción misionera de
Cristo y del Espíritu, y de la Iglesia.
El designio salvífico del Padre no
tiene otra motivación que su Amor de donde dimana toda caridad de Dios y que le
ha movido a hacer partícipes a los hombres de su propia vida y felicidad:
creándonos libremente por un acto de su excesiva y misericordiosa benignidad y
llamándonos, además, a participar con él en la vida y en la gloria.
A la luz de la escritura el Concilio
Vaticano II ha reconocido y repetido en tonos diferentes que en la base de toda
acción misionera está el amor totalmente gratuito y generoso del Padre,
especialmente S. Pablo ha querido acentuar que la iniciativa salvífica procede
del Padre, en Efes 1, 3-4 cuando dice: “Bendito
sea el Dios y Padre de nuestro señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda
clase de bendiciones espirituales, en los cielos, en Cristo; por cuanto nos ha
elegido en Él antes de la fundación del mundo para ser santos e inmaculados en
su presencia, en el amor”.
En este pasaje Pablo pone de manifiesto
la iniciativa del Padre en toda la obra salvífica, consecuencia de un amor
único, que le ha movido a dar su Hijo a los hombres, para que todos reciban la
filiación adoptiva. Con esta forma reiterada de expresarse el apóstol Pablo ha
querido demostrar en sus escritos que la iniciativa de la salvación pertenece
de una manera radical y primaria del Padre.
El Evangelio de Juan muestra la
preocupación de Jesús por llamar la atención sobre el Padre, origen de su
propia persona y del Espíritu, así como de toda la obra salvífica, Juan subraya
fuertemente la iniciativa del Padre en la obra de la salvación de los hombres.
El Hijo debe de cumplir esta voluntad del Padre y entregar su vida como el Buen
Pastor entrega la vida por sus ovejas.
31.2. LA MISIÓN DEL HIJO
Cristo es el enviado del Padre, Jn 20,
21, es el primer misionero. El Hijo eterno es el mediador nato entre la
Trinidad y el género humano, en cuanto que por él se hace la primera
comunicación de la vida del Padre en el
ámbito trinitario. Y, por el
Hijo, encarnado constituido cabeza de toda la humanidad, a los hombres.
El Padre ha hecho de su Hijo hecho
hombre un camino para llegar a él, este camino es Cristo, a través del cual
llega la vida divina a los hombres. En el decreto Ad gentes del Concilio Vaticano
II se dice: “Cristo fue enviado al mundo como verdadero mediador entre Dios y
los hombres. Por ser Dios, “habita en él
corporalmente toda la plenitud de la divinidad”, Col 2, 9; según su
naturaleza humana, nuevo Adán, es constituido cabeza de la humanidad
regenerada, “lleno de gracia y de
verdad”, Jn 1, 14. Es necesario situar en Cristo el fundamento inconmovible
de su condición divina, cosa que asegura descubriendo su misión temporal en lo
que es: extensión en tiempo de su procedencia divina, como Hijo, del seno del
Padre.
La misión del Hijo tiene por objeto
primordial ampliar y extender su filiación a los hombres. Esta comunicación se
inicia en el hombre Jesús otorgándole su verdadera dimensión humana, y en ella
y a través de ella, a todos los hombres les comunica la filiación divina. Por
eso mismo, Cristo es el único mediador y en consecuencia el misionero “lleno de gracia y de verdad”, Jn 1, 14.
La vida de Cristo, Mt 11, 2; Lc 24, 19;
su predicación, Mt 4 17, y su misterio pascual, Mt 16, 21: constituyen el marco
que permite a Cristo realizar su misión. Así, en su existencia toda, sobre todo
en su vida de entrega y de servicio a causa del reino, se hacía visible el
rostro amoroso del Padre, Jn 14, 9, que es “Amor”,
1 Jn 4, 8. Y fue mediante su muerte
redentora como Cristo logró hacer realidad el designio salvífico del Padre,
destruyendo el pecado en su carne, Rom 8, 3-4 y con su resurrección
otorgándonos una nueva vida de verdaderos hijos de Dios mediante la acción del
Espíritu Santo Rom 8, 14-17.
31.3. LA MISIÓN DEL ESPÍRITU SANTO
El Espíritu Santo es el “Paráclito”, Jn 14, 16; 1 Jn 3, 24; 4,
13, que el Padre ha enviado junto con el
Hijo (Pentecostés), y que ha puesto en marcha el nuevo Pueblo de Dios con su
dinamismo misionero. El Espíritu Santo es el principio vivificador y animador
de la Iglesia. Para Pablo es la “comunión”
del Padre y del Hijo con todos los hombres, 2 Cor, 13,13. Por medio del
Espíritu Santo, el amor del Padre inunda a todos los hombres, Rom 5, 5; y los
constituye en hijos suyos Rom 8, 14, y les otorga la redención y la santificación, 1 Cor 6,1.
El Concilio Vat. II en el Documento “Ad
Gentes”, pone de relieve la misión peculiar del Espíritu Santo en la obra de la
salvación y de cómo, sin ella, es impensable la obra misionera de la Iglesia.
El Espíritu Santo no es enviado porque
la obra de Cristo quedara incompleta sino porque la obra de la salvación es
obra de las tres personas divinas en cuanto tales personas, el Padre decidiendo
la redención, el Hijo realizando y llevando a cabo la obra de la redención y el
Espíritu Santo completando y santificando.
El Concilio reconoce que el Espíritu
Santo suscita la vida en el mundo y en la Iglesia en cuanto “enviado” por el Padre y el Hijo. Y lo
mismo que el Hijo nada hacía “por su
cuenta, sino que le Padre le ha enseñado”, el Espíritu Santo no ha venido
por su cuenta sino enviado por el Padre y el Hijo para que lleve y haga
realidad la obra de la redención a través del espacio y el tiempo que es la
Historia del género humano, especialmente, en el ámbito de la Iglesia. Por otra
parte sostiene en Lumen Gentium, nº 4, que el Espíritu Santo actúa como
mediador del Padre en la comunicación de su vida filial a los hombres, así el
Espíritu Santo es por quien el Padre vivifica a los hombres, muertos por la
acción del pecado.
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Agradecemos al P. Ignacio Garro S.J. por su colaboración.
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