La Iglesia - 41º Parte: La Misión de la Iglesia - El rol de Dios

P. Ignacio Garro, S.J.
SEMINARIO ARQUIDIOCESANO DE AREQUIPA



31. LA MISIÓN DE LA IGLESIA COMO CONTINUADORA DE LA OBRA DE CRISTO           

La misión de la Iglesia nace de la misión de Cristo y del Espíritu por parte del Padre. Su ser mismo es un ser en misión. La Iglesia existe porque ha sido enviada en función de una misión que tiene que cumplir.  Nace, pues, su misión del seno de la misma Trinidad.
           
La Iglesia de inspiración divina, fundada por Cristo, y de constitución humana, el Pueblo de Dios, ha sido llamada a continuar la obra salvífica de Cristo. Ha sido llamada a ser "Luz de la gentes". La Iglesia no se predica a sí misma, ni tiene pretensiones meramente humanas, su misión es salvífica, es decir, soteriológica, es la de Cristo: llevar a todas las gentes la salvación en Cristo.
         
Por eso, la Iglesia no es un ser estático sino dinámico y salvífico en Cristo, en L G, Nº 9 dice: "Este pueblo mesiánico (La Iglesia)... es empleado también por El (Cristo) como instrumento de redención universal y es enviado a todo el mundo como luz del mundo y sal de la tierra".
        

31.1. EL PADRE, FUENTE ORIGINAL DE LA MISIÓN DE LA IGLESIA
         
En el origen de la misión de la Iglesia en el mundo, está el designio salvífico del Padre. La misión tanto del Hijo y del Espíritu Santo por una parte, como la misión de la Iglesia después, son mediaciones en la realización del proyecto de amor del Padre. Por eso el concilio se ha remontado hasta el Padre para  poner cimiento en su proyecto salvífico toda la acción misionera de Cristo y del Espíritu, y de la Iglesia.
         
El designio salvífico del Padre no tiene otra motivación que su Amor de donde dimana toda caridad de Dios y que le ha movido a hacer partícipes a los hombres de su propia vida y felicidad: creándonos libremente por un acto de su excesiva y misericordiosa benignidad y llamándonos, además, a participar con él en la vida y en la gloria.
         
A la luz de la escritura el Concilio Vaticano II ha reconocido y repetido en tonos diferentes que en la base de toda acción misionera está el amor totalmente gratuito y generoso del Padre, especialmente S. Pablo ha querido acentuar que la iniciativa salvífica procede del Padre, en Efes 1, 3-4 cuando dice: “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda clase de bendiciones espirituales, en los cielos, en Cristo; por cuanto nos ha elegido en Él antes de la fundación del mundo para ser santos e inmaculados en su presencia, en el amor”.
         
En este pasaje Pablo pone de manifiesto la iniciativa del Padre en toda la obra salvífica, consecuencia de un amor único, que le ha movido a dar su Hijo a los hombres, para que todos reciban la filiación adoptiva. Con esta forma reiterada de expresarse el apóstol Pablo ha querido demostrar en sus escritos que la iniciativa de la salvación pertenece de una manera radical y primaria del Padre.
         
El Evangelio de Juan muestra la preocupación de Jesús por llamar la atención sobre el Padre, origen de su propia persona y del Espíritu, así como de toda la obra salvífica, Juan subraya fuertemente la iniciativa del Padre en la obra de la salvación de los hombres. El Hijo debe de cumplir esta voluntad del Padre y entregar su vida como el Buen Pastor entrega la vida por sus ovejas.


31.2. LA MISIÓN DEL HIJO
         
Cristo es el enviado del Padre, Jn 20, 21, es el primer misionero. El Hijo eterno es el mediador nato entre la Trinidad y el género humano, en cuanto que por él se hace la primera comunicación de la vida del Padre en el  ámbito  trinitario. Y, por el Hijo, encarnado constituido cabeza de toda la humanidad, a los hombres.
         
El Padre ha hecho de su Hijo hecho hombre un camino para llegar a él, este camino es Cristo, a través del cual llega la vida divina a los hombres. En el decreto Ad gentes del Concilio Vaticano II se dice: “Cristo fue enviado al mundo como verdadero mediador entre Dios y los hombres. Por ser Dios, “habita en él corporalmente toda la plenitud de la divinidad”, Col 2, 9; según su naturaleza humana, nuevo Adán, es constituido cabeza de la humanidad regenerada, “lleno de gracia y de verdad”, Jn 1, 14. Es necesario situar en Cristo el fundamento inconmovible de su condición divina, cosa que asegura descubriendo su misión temporal en lo que es: extensión en tiempo de su procedencia divina, como Hijo, del seno del Padre.
         
La misión del Hijo tiene por objeto primordial ampliar y extender su filiación a los hombres. Esta comunicación se inicia en el hombre Jesús otorgándole su verdadera dimensión humana, y en ella y a través de ella, a todos los hombres les comunica la filiación divina. Por eso mismo, Cristo es el único mediador y en consecuencia el misionero “lleno de gracia y de verdad”, Jn 1, 14.
         
La vida de Cristo, Mt 11, 2; Lc 24, 19; su predicación, Mt 4 17, y su misterio pascual, Mt 16, 21: constituyen el marco que permite a Cristo realizar su misión. Así, en su existencia toda, sobre todo en su vida de entrega y de servicio a causa del reino, se hacía visible el rostro amoroso del Padre, Jn 14, 9, que es “Amor”, 1 Jn 4, 8.  Y fue mediante su muerte redentora como Cristo logró hacer realidad el designio salvífico del Padre, destruyendo el pecado en su carne, Rom 8, 3-4 y con su resurrección otorgándonos una nueva vida de verdaderos hijos de Dios mediante la acción del Espíritu Santo Rom 8, 14-17.


31.3. LA MISIÓN DEL ESPÍRITU SANTO
         
El Espíritu Santo es el “Paráclito”, Jn 14, 16; 1 Jn 3, 24; 4, 13, que el Padre ha enviado junto con  el Hijo (Pentecostés), y que ha puesto en marcha el nuevo Pueblo de Dios con su dinamismo misionero. El Espíritu Santo es el principio vivificador y animador de la Iglesia. Para Pablo es la “comunión” del Padre y del Hijo con todos los hombres, 2 Cor, 13,13. Por medio del Espíritu Santo, el amor del Padre inunda a todos los hombres, Rom 5, 5; y los constituye en hijos suyos Rom 8, 14, y les otorga la redención  y la santificación, 1 Cor 6,1.
         
El Concilio Vat. II en el Documento “Ad Gentes”, pone de relieve la misión peculiar del Espíritu Santo en la obra de la salvación y de cómo, sin ella, es impensable la obra misionera de la Iglesia. El Espíritu  Santo no es enviado porque la obra de Cristo quedara incompleta sino porque la obra de la salvación es obra de las tres personas divinas en cuanto tales personas, el Padre decidiendo la redención, el Hijo realizando y llevando a cabo la obra de la redención y el Espíritu Santo completando y santificando.

         
El Concilio reconoce que el Espíritu Santo suscita la vida en el mundo y en la Iglesia en cuanto “enviado” por el Padre y el Hijo. Y lo mismo que el Hijo nada hacía “por su cuenta, sino que le Padre le ha enseñado”, el Espíritu Santo no ha venido por su cuenta sino enviado por el Padre y el Hijo para que lleve y haga realidad la obra de la redención a través del espacio y el tiempo que es la Historia del género humano, especialmente, en el ámbito de la Iglesia. Por otra parte sostiene en Lumen Gentium, nº 4, que el Espíritu Santo actúa como mediador del Padre en la comunicación de su vida filial a los hombres, así el Espíritu Santo es por quien el Padre vivifica a los hombres, muertos por la acción del pecado.



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Agradecemos al P. Ignacio Garro S.J. por su colaboración.


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