P. Francisco Del Castillo, jesuita - Nacimiento y niñez


NACIMIENTO Y NIÑEZ

El P. Francisco Del Castillo nació el 09 de febrero de 1615 en la ciudad de Lima, cerca de la Plaza Mayor en la calle de las Aldabas, actual jirón Azángaro. Sus padres fueron Juan Rico, español nacido en Portillo, Toledo y Juana Morales Del Castillo, criolla de Bogotá, en ese entonces pertenecía al Nuevo Reino de Granada, actual Colombia.

Juan Rico llegó primero al Nuevo Reino de Granada donde se casó y luego se dirigió con su esposa a Lima en 1608, dentro de la delegación del arzobispo Lobo Guerrero, de quien era pariente. Juan Rico tenía un cargo en el Tribunal del Santo Oficio y económicamente su familia no gozaba de fortuna. Juan Rico y su esposa eran cristianos mayores y educaron a sus hijos en la fe cristiana.

El P. Francisco tuvo 5 hermanos: el primer Francisco que nació en el Nuevo Reino de Granada y lamentablemente falleció a los diez años en Lima; Alonso Rico fue alumno del Seminario de Santo Toribio que fue licenciado en Teología, capellán de coro y muy estimado por el arzobispo Pedro de Villagómez; María del Castillo, la única hermana mujer, fue viuda y tuvo tres hijas; Miguel que se hizo fraile capuchino en España; José nacido en Lima en 1612 que ingresó en la orden franciscana. El P. Francisco fue tres años menor que José. Según las costumbres de la época, sólo el hijo mayor Alonso llevó el apellido paterno. La familia vivió en la segunda cuadra del Jirón Azángaro.

El P. Francisco fue bautizado el 23 de febrero de 1615 en la iglesia Mayor de la Catedral de Lima (El Sagrario) por el P. Juan Bautista Ramírez, su padrino fue Juan Fernández Higuera y los testigos fueron Jerónimo Santa Cruz y Padilla, Pedro del Campo y Vicente Severino.

Juan Rico, falleció poco después del nacimiento del P. Francisco, debió haber ocurrido a fines de 1615 o a inicios de 1616, quedó al cuidado de su madre, sin embargo, los recuerdos del P. Francisco van más hacia su abuela materna Juana López, que se encargó del cuidado de su educación y enseñanza durante su primera niñez, quien era una persona muy dedicada a Dios y una santa mujer según el propio P. Francisco.

A partir de los diez años se notó una inclinación a las cosas religiosas, sus juegos tenían alguna referencia religiosa, como hacer altares, imitar al celebrante de la misa, repetir escenas de la vida de San Francisco de Asís, etc. Conoció amistades que fueron malas compañías, pero de las que se alejó oportunamente. 

Frecuentaba la Iglesia de San Francisco y se entusiasmaba con la biografía del santo, a quien deseaba imitar. Gracias a la generosidad de don Juan de Cabrera, Deán de la Catedral de Lima y Comisario de la Santa Cruzada el P. Francisco asistió por primera vez a la escuela cuando tenía nueve o diez años. Por estos años descubrió en sí afición al arte de la pintura y aún la practicó en ocasiones.

Para un mejor aprendizaje lo inscribieron en los estudios de Gramática en el colegio de Lima de los jesuitas, siendo su primer acercamiento a la Compañía de Jesús. Uno de sus profesores fue el P. Pedro Ignacio quien tuvo un especial aprecio y confianza, por ello le designó el cuidado de la capilla de la Congregación Mariana de la Anunciata. Para el P. Francisco el P. Pedro Ignacio fue muy importante para su formación espiritual.

Después de las clases, el P. Francisco asistía a la Catedral para visitar los altares. Le atraían sobre todo los de la Virgen de la Antigua y de la Purísima Concepción. Durante toda su vida, le acompañó los recuerdos de estas visitas, la devoción a la Virgen le retribuía fervor, consuelo y fortaleza.

Según su autobiografía, el P. Francisco complementó sus prácticas religiosas con la práctica de la caridad con los necesitados y no sólo con los mendigos que se encontraban en las calles de Lima. En su autobiografía comenta que buscaba a los pobres y les daba los medio-reales que le daban para almorzar, sintiendo que Dios le retribuía su generosidad con singulares consuelos y gozos. Nos cuenta en su autobiografía 9: “Siendo de doce o trece años me sucedió muchas veces sentir repentinamente unos interiores fervores y ardores de amor de Dios, con unos ansiosos deseos de que todos los pecadores conociesen y amasen a Dios, de suerte que algunas veces, aun yendo por la calle, era esto con tanta fuerza que no me faltaba sino dar gritos”.





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Referencia bibliográfica: Francisco Del Castillo, El Apóstol de Lima. P. Armando Nieto Vélez S.J. Pontificia Universidad Católica del Perú. Fondo Editorial 1992. 



 

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