La fe cristiana desde la Biblia: Fe en Jesucristo


P. Fernando Martínez Galdeano, jesuita.

Gracias a Jesucristo nosotros podemos vivir desde dentro afuera según el espíritu de Dios. "—El Espíritu es quien da la vida; la carne no sirve para nada: Las palabras que os he dicho son espíritu y vida. Pero algunos de vosotros no creen—. Jesús sabía desde el principio quiénes eran los que no creían y quién le iba a traicionar. Y añadió: —Por eso os dije que nadie puede aceptarme, si el Padre no se lo concede—. Desde entonces, muchos de sus discípulos se retiraron y ya no iban con él. Jesús preguntó a los doce: —¿También vosotros queréis dejarme?— Simón Pedro le respondió: —Señor, ¿a quién iríamos? Tus palabras dan vida eterna. Nosotros creeemos y sabemos que tú eres el santo de Dios” (Jn 6,63-69). Sin duda que también nosotros como cristianos confiamos en Jesucristo. Deseamos ser testigos suyos y así proseguir con su misión de salvación para otros en este mundo.

¿Qué es lo que queremos decir cuando hablamos de fe en Jesucristo? No es la fe un acto de conocimiento y ni siquiera de la voluntad en su aspecto el más importante. Solemos decir que la fe cristiana es un don de Dios. Es algo que se recibe como una semilla en el bautismo y se desea y se desarrolla al calor de la presencia de Dios, en su experiencia y encuentro. La comunidad cristiana familiar reunida en la iglesia que la convoca y le acompaña para la celebración de un bautizo, acoge a su nuevo miembro “como un salvado en Cristo”. Sobre su frente derrama el agua que “salta hasta la vida eterna” en nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. No es un bautismo sólo de agua, sino sobre todo del Espíritu ardiente que procede del Jesucristo que está a la derecha del Padre. El, que es la cabeza del cuerpo de la Iglesia y es viviente que une al bautizado a sí mismo por la fuerza de su Espíritu; y el bautizado viene a ser un nuevo miembro vivo del cuerpo de la comunidad cristiana (Iglesia), llamado y elegido para acrecentar su comunión con la persona de Jesucristo. “¿No sabéis que, al ser vinculados a Cristo por medio del bautismo, fuimos vinculados también a su muerte? Por este bautismo fuimos sepultados con Cristo, quedando asimilados a su muerte. Por tanto, si Cristo venció a la muerte resucitando por el glorioso poder del Padre, preciso es que también nosotros emprendamos una vida nueva. Injertados en Cristo y partícipes de su muerte, hemos de compartir también su resurrección” (Rm 6,3-5).

A medida que los años pasan, la presencia del Dios vivo suele manifestarse de un modo o de otro a no ser que la vaciedad (vanidad) de las cosas no deje espacio ni siquiera para una mínima experiencia religiosa. Se habla aquí de “experiencia”, es decir, de unas circunstancias sensibles en las que aparece sentido el misterio pascual, el morir y el resucitar. Algo parecido a una crisis, algo doloroso que se abre hacia el gozo, algo que se transfigura. Dios da el crecimiento. La fe entonces aumenta y no sólo germina, brota y crece, sino que da fruto, más de lo que cabría esperar. Es la fuerza de Dios. Nuestro trabajo vendrá a ser así tarea de Dios. La experiencia de la fe reside en que ésta es vida verdadera y concreta sentida siempre en paz y gozo.

¿Es posible vivir en gozo sin saber del futuro? Miedos y temores nos desequilibran. Sin embargo, la necesidad de sentirnos hijos de Dios, la admiración por Jesús de Nazaret y la oración que es más que un desahogo suelen expresar la fe existencial.

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Agradecemos al P. Fernando Martínez, S.J. por su colaboración.
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