Los escritos de San Pablo: Su Teología - El estado del hombre sin Cristo - La Ley



P. Ignacio Garro, S.J.
SEMINARIO ARQUIDIOCESANO DE AREQUIPA

TEOLOGÍA DE SAN PABLO - 3° ENTREGA

10.3. LA LEY

Por el nombre de Ley se entiende toda la economía de la salvación que rigió al pueblo judío de Moisés a Cristo.  Particularmente la legislación de Moisés, la “TORAH”.

En Pablo se hace una distinción entre la parte ética de la Ley, Rom 7, 7-11: “¿Qué decir, entonces? ¿Qué la ley es pecado? ¡De ningún modo! Si embargo yo no conocí el pecado sino por la ley. De suerte que yo hubiera ignorado la concupiscencia si la ley no dijera: ¡No te des a la concupiscencia! Mas el pecado aprovechándose del precepto, suscitó en mí toda suerte de concupiscencias; pues sin ley el pecado estaba muerto. ¡Vivía yo un tiempo si ley!, pero en cuanto sobrevino el precepto, revivió el pecado, y yo morí; y resultó que el precepto, dado para vida, me causo muerte. Porque el pecado, aprovechándose del precepto, me sedujo, y por él me dio la muerte”;  y la ética ritual (fiestas, sacrificios, observancias) que aparece incluida en lo que él llama: "elementos del mundo", Gal 4, 8-9: “Pero en otro tiempo, cuando no conocíais a Dios, servíais a los que en realidad no son dioses. Mas ahora que habéis conocido a Dios, o mejor, que él os ha conocido, ¿cómo retornáis a esos elementos  sin fuerza ni valor, a los cuales queréis volver a servir de nuevo?.

Para comprender la doctrina paulina sobre la Ley hay que considerar dos cosas especialmente:
  • a.- la división tripartita de la historia de la salvación, que Pablo recibe de la tradición rabínica.
  • b.- el contexto polémico de la discusión con los judaizantes.

Las tres grandes etapas de la historia salvífica eran:
  1. De Adán a Moisés: periodo sin Ley. Hay pecados y transgresiones pero no se atribuyen al hombre porque no existe la Ley, Rom 4, 15: “Porque la ley produce la ira; por el contrario, donde no hay ley, no hay transgresión”. Y Rom 5, 13: “Porque, hasta la ley, había pecado en el mundo, pero el pecado no se imputa no habiendo ley”.
  2. De Moisés a Cristo: es la época de la Ley. Su presencia ocasiona el que los pecados se imputen a los hombres y que ellos sean objeto de condenación y maldición, Gal 3, 10: “Porque todos los que viven en las obras de la ley incurren en maldición. Pues dice la Escritura: “Maldito todo el que se mantenga en la práctica de todos los preceptos escritos en el libro de la Ley”; y en  Rom 4, 15: “porque la ley produce la ira; por el contrario donde no hay ley no hay transgresión”.
  3. De Cristo hasta el final de la historia: Él acaba con la Ley, Ef 2, 15: “anulando su carne en la Ley con sus mandamientos y sus decretos, para crear en sí mismo, de los dos un solo Hombre Nuevo, haciendo las paces”; y en Rom 10, 4: “Porque el fin de la Ley es Cristo, para justificación de todo creyente”. Él nos comunica la nueva Ley: el Espíritu Santo, Rom 8, 2: “Porque la ley del espíritu que da la vida en Cristo Jesús te liberó de la ley del pecado y de la muerte”; que lleva a la libertad, 2 Cor 3, 17: “Porque el Señor es el Espíritu, y donde está el Espíritu del Señor, allí está la libertad”.

En la polémica con los judaizantes Pablo insiste en la incapacidad de justificar que tenía la Ley. Más todavía, pone de relieve que su papel es el de aumentar las transgresiones, Rom 5, 20: “La Ley, en verdad, intervino para que abundara el delito; pero donde abundo el pecado sobreabundó la gracia”; y el de hacer al hombre objeto de maldición, Gal 3, 10: “Porque todos los que viven en las obras de la ley incurren en maldición. Pues dice la Escritura: “Maldito todo el que se mantenga en la práctica de todos los preceptos escritos en el libro de la Ley”;

Para Pablo existe una oposición radical entre:
  • Ley y Gracia: Rom 6, 14-15: “Pues el pecado no dominará ya sobre vosotros, ya que no estáis bajo la ley sino bajo la gracia”, y en Gal 2, 21: “No anulo la gracia de Dios, pues si por la  ley se obtuviera la justicia, Cristo habría muerto en vano”; y en Gal 5, 4-5: “Habéis roto con Cristo todos cuantos buscáis la justicia en la ley. Habéis caído en desgracia. En cuanto a nosotros por el Espíritu y la fe esperamos la justicia anhelada”.
  • Ley y Fe: La Fe y no la Ley es la que justifica. Gal  3, 1-2: “¡Gálatas insensatos! ¿Quién os ha fascinado a vosotros, a cuyos ojos ha sido presentado Jesucristo crucificado? Quiero saber de vosotros una sola cosa: ¿habéis recibido el Espíritu por las obras de la Ley o por la fe en la predicación?”.
  • Ley y Promesa: la Ley que vino después de la promesa no puede hacer vana la palabra de Dios, Gal 2, 21: “No tengo por inútil la palabra de Dios, pues si por la ley se obtuviera la justificación, entonces hubiese muerto Cristo en vano”.
Estas antítesis ponen de relieve el valor de la gracia en la obra de la redención: Dios salva gratuitamente.

Pablo exagera el poco valor de la Ley e insiste en su carácter negativo:
  • Da solamente conocimiento del pecado: Rom 3, 20: “ya que nadie será justificado ante él por las obras de la ley, pues la ley no da sino el conocimiento del pecado”; y en 7, 7: “¿Qué decir, entonces? ¿Qué la ley es pecado? ¡De ningún modo! Sin embargo yo no conocí el pecado sino por la ley. De suerte que yo hubiera ignorado la concupiscencia si la ley no dijera: ¡No te des a la concupiscencia”.
  • No puede ser causa de vida: Gal 3, 21: “Según esto, ¿la ley se opone a las promesas de Dios? ¡ De ningún modo! Si se nos hubiera otorgado una ley capaz de dar vida, en ese caso la justicia vendría realmente d e la ley”.
  • Da una justicia ilusoria porque provoca la "ira de Dios": Rom 4, 15. “porque la ley produce la ira; por el contrario, donde no hay ley, no hay transgresión”.
  • Es un pedagogo severo del cual uno quiere librarse: Gal 3, 25: “Mas una vez llegada la fe ya no estamos bajo el pedagogo”.
  • Provoca la concupiscencia y da ocasión al pecado de obrar la muerte: Rom 7, 7-11: “Porque el pecado aprovechándose del precepto, me sedujo, y por él, me dio muerte”.
  • Es la "fuerza" del pecado, que sin ella quedaría inerte: 1 Cor 15, 55-56: “¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón?.
Decíamos que esta actitud negativa de Pablo frente a la Ley se explica en el contexto de su polémica con los judaizantes. Ellos insistían en una observancia de la Ley a partir de las solas fuerzas naturales. Veían en esa observancia la causa de la justificación. Caían en el desprecio de los gentiles, a quienes llamaban "sin Ley" y "pecadores", y en un ritualismo y formalismo esclavizantes.

La insistencia de Pablo en lo negativo de la Ley no le impidió reconocer sus aspectos positivos:
  • La Ley de Dios, es buena, santa, espiritual: Rom 7, 12.14: “Así que la ley es santa, y santo el precepto, y justo y bueno. Luego ¿se ha convertido lo bueno en muerte para mí? ¡De ningún modo! Sino que el pecado, para aparecer como tal, se sirvió de una cosa buena, para procurarme la muerte, a fin de que el pecado ejerciera todo su poder de pecado por medio del precepto. Sabemos en efecto, que la ley es espiritual, mas yo soy de carne, vendido al poder del pecado”.
  • Era un privilegio de Israel, Rom 9, 4: "Son israelitas; de ellos es la adopción filial, la gloria, las alianzas, la legislación, el culto, las promesas”; que tenía en ella el medio de conocer lo que agradaba a Dios.
  • Las afirmaciones de Pablo contra la Ley y a favor de la fe; no la anulan (a la Ley) sino que la confirman, Rom 3, 31: “Entonces ¿por la fe privamos a la ley de su valor? ¡De ningún modo!. Más bien la consolidamos”.
La Ley tuvo un carácter provisional, Gal 3, 23-25: "Y así, antes de que llegara la fe, estábamos encerrados bajo la vigilancia de la Ley, en espera de la fe que debía manifestarse. De manera que la Ley ha sido nuestro pedagogo hasta Cristo, para ser justificados por la fe. Mas, una vez llegada la fe, ya no estamos bajo el pedagogo".

Cristo trajo la liberación de la ley del pecado y de la muerte, Rom 8, 1-2: “Por tanto, ninguna condena pesa ya sobre los que están en Cristo Jesús. Porque la ley del espíritu que da la vida en Cristo Jesús te liberó de la ley del pecado y de la muerte”.



Agradecemos al P. Ignacio Garro, S.J. por su colaboración.

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