PAPA FRANCISCO
AUDIENCIA GENERAL
Miércoles 27 de diciembre de 2017
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy quisiera detenerme con vosotros sobre el significado de la Navidad del Señor Jesús, que en estos días estamos viviendo en la fe y en las celebraciones.
La construcción del pesebre y, sobre todo, la liturgia, con sus Lecturas bíblicas y sus cantos tradicionales, nos han hecho revivir «el hoy» en el que «os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es el Cristo Señor» (Lucas 2, 11). En nuestros tiempos, especialmente en Europa, asistimos a una especie de «desnaturalización» de la Navidad: en nombre de un falso respeto que no es cristiano, que a menudo esconde la voluntad de marginar la fe, se elimina de la fiesta toda referencia al nacimiento de Jesús. Pero en realidad ¡este evento es la única verdadera Navidad! Sin Jesús no hay Navidad; es otra fiesta, pero no la Navidad. Y si en el centro está Él, entonces también todo el entorno, es decir las luces, los sonidos, las distintas tradiciones locales, incluidas las comidas características, todo contribuye a crear la atmósfera de la fiesta, pero con Jesús en el centro. Si le quitamos a Él, la luz se apaga y todo se convierte en fingido, aparente.
A través del anuncio de la Iglesia, nosotros, como los pastores del Evangelio (cf. Lucas 2, 9), somos guiados para buscar y encontrar la verdadera luz, la de Jesús que, hecho hombre como nosotros, se muestra de forma sorprendente: nace de una pobre chica desconocida, que da a luz en un establo, solo con la ayuda del marido... El mundo no se da cuenta de nada, pero ¡en el cielo los ángeles que lo saben exultan! Y es así que el Hijo de Dios se presenta también hoy a nosotros: como el don de Dios para la humanidad que está inmersa en la noche y en el torpor del sueño (cf. Isaías 9, 1). Y todavía hoy asistimos al hecho de que a menudo la humanidad prefiere la oscuridad, porque sabe que la luz desvelaría todas esas acciones y esos pensamientos que harían enrojecer y remorder la conciencia. Así, se prefiere permanecer en la oscuridad y no revolver las propias costumbres equivocadas.
Nos podemos preguntar entonces qué significa acoger el don de Dios que es Jesús. Como Él mismo nos ha enseñado con su vida, significa convertirse diariamente en un don gratuito para aquellos que se encuentran en el propio camino. Es por esto que en Navidad se intercambian regalos. El verdadero don para nosotros es Jesús, y como Él, queremos ser don para los otros. Y, como nosotros queremos ser don para los otros, intercambiamos regalos, como signo, como señal de esta actitud que nos enseña Jesús: Él, enviado por el Padre, ha sido don para nosotros, y nosotros somos don para los otros. El apóstol Pablo nos ofrece una clave de lectura sintética, cuando escribe —es bonito este paso de Pablo—: «Porque se ha manifestado la gracia salvadora de Dios a todos los hombres, que nos enseña a que, renunciando a la impiedad y a las pasiones mundanas, vivamos con sensatez, justicia y piedad» (Tito 2, 11-12). La gracia de Dios «apareció» en Jesús, rostro de Dios, que la Virgen María dio a luz como cualquier niño de este mundo, pero que no ha venido «de la tierra», ha venido «del Cielo», de Dios. De esta manera, con la encarnación del Hijo, Dios nos ha abierto el camino de la vida nueva, fundada no sobre el egoísmo sino sobre el amor. El nacimiento de Jesús es el gesto de amor más grande de nuestro Padre del Cielo. Y, finalmente, un último aspecto importante: en Navidad podemos ver cómo la historia humana, movida por los poderosos de este mundo, es visitada por la historia de Dios. Y Dios involucra a aquellos que, confinados a los márgenes de la sociedad, son los primeros destinatarios de su don, es decir —el don— la salvación traída por Jesús. Con los pequeños y despreciados, Jesús establece una amistad que continúa en el tiempo y que nutre la esperanza por un futuro mejor. A estas personas, representadas por los pastores de Belén a los que «la gloria del Señor los envolvió en su luz» (Lucas 2, 9-12). Ellos eran marginados, estaban mal vistos, despreciados y a ellos se les apareció la gran noticia por primera vez. Con estas personas, con los pequeños y los despreciados, Jesús establece una amistad que continúa en el tiempo y que nutre la esperanza por un futuro mejor. A estas personas, representadas por los pastores de Belén, les aparece una gran luz, que les conduce directos a Jesús. Con ellos, en cada tiempo, Dios quiere construir un mundo nuevo, un mundo en el que ya no haya personas rechazadas, maltratadas e indigentes. Queridos hermanos y hermanas, en estos días abramos la mente y el corazón para acoger esta gracia. Jesús es el regalo de Dios para nosotros y si lo acogemos, también nosotros podemos convertirnos en lo mismo para los demás —ser regalo de Dios para los demás— antes que nada para aquellos que nunca han experimentado atención y ternura. Pero cuánta gente en la propia vida nunca ha experimentado una caricia, una atención de amor, un gesto de ternura... La Navidad nos empuja a hacerlo. Así Jesús nace de nuevo en la vida de cada uno de nosotros y a través de nosotros, continúa siendo regalo de salvación para los pequeños y los excluidos.
Tomado de:
http://w2.vatican.va/
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