P. Adolfo Franco, S.J.
Mateo 2, 1-12
Jesús nació en Belén de Judea, en tiempo del rey Herodes. Unos magos que venían del Oriente se presentaron en Jerusalén, diciendo: «¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido? Es que vimos su estrella en el Oriente y hemos venido a adorarlo.» El rey Herodes, al oírlo, se sobresaltó, y con él toda Jerusalén. Así que convocó a todos los sumos sacerdotes y escribas del pueblo, y les preguntó dónde había de nacer el Cristo. Ellos le respondieron: «En Belén de Judea, porque así lo dejó escrito el profeta:
Y tú, Belén, tierra de Judá, no eres, no, la menor entre los principales clanes de Judá; porque de ti saldrá un caudillo que apacentará a mi pueblo Israel.»
Entonces Herodes llamó aparte a los magos y, gracias a sus datos, pudo precisar el tiempo de la
aparición de la estrella. Después los envió a Belén con este encargo: «Id e indagad cuidadosamente sobre ese niño; y cuando lo encontréis, comunicádmelo, para ir también yo a adorarlo.» Ellos, después de oír al rey, se pusieron en camino. La estrella que habían visto en el Oriente iba delante de ellos, hasta que llegó y se detuvo encima del lugar donde estaba el niño. Al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría. Al entrar en la casa, vieron al niño con María, su madre. Entonces se postraron y lo adoraron; abrieron luego sus cofres y le ofrecieron dones de oro, incienso y mirra. Pero, avisados en sueños que no volvieran a Herodes, regresaron a su país por otro camino.
Palabra de Dios.
La fiesta que decimos de los Reyes Magos, es la que la Iglesia oficialmente señala como la Epifanía del Señor; porque lo importante no son los Reyes Magos, sino la “manifestación” (eso significa epifanía) del Señor a todos los pueblos de la tierra, significados por estos misteriosos magos venidos del oriente.
La narración de San Mateo nos desafía a examinar nuestro propio recorrido, a ver si lo hacemos como ellos hasta encontrar al Niño, junto a su Madre, para adorarlo y abrirle nuestros cofres.
¿Ha pasado alguna vez una estrella por nuestro cielo? Una vez que aparece la estrella se producen unos deseos irresistibles de seguirla. Te encuentras que tu cielo de repente aparece más luminoso, y que la estrella te hace señas. Sabes en el fondo de tu ser que es un mensaje y una invitación. Hay muchas estrellas que adornan los cielos, pero ésta es una estrella especial. Así lo sintieron esos misteriosos personajes, que dejaron todo para seguir detrás de la estrella, en cuanto ésta se puso en camino.
La estrella les llamaba, y sentían alguna dificultad, porque para seguirla había que dejar toda la seguridad en que vivían para aventurarse en una empresa incierta y arriesgada. Y con algunos titubeos y recelos se pusieron finalmente en camino. Un camino que la estrella marcaba: ellos la seguían dócilmente, y sin preguntar. El camino a veces iba por las montañas y era incómodo, y a veces atravesaba desiertos secos y hostiles. Los magos siguieron la estrella, mientras ella estuvo presente.
Pero en la aventura, mientras la estrella está visible en el horizonte, no hay problema, porque de ella dimana la paz y la seguridad. Pero cuando se oculta uno puede pensar si lo de la estrella no fue más que un sueño. Y ahora, ya no hay estrella ¿es que se ocultó, o es que nunca la hubo y me guié por un espejismo? Pero fue verdad no fue un sueño, pero ya no hay indicadores del camino, y si quiero seguir adelante, hay que preguntar. Y seguir insistiendo, porque se presiente que la estrella fue real y conduce al Niño que ha nacido como Rey de Israel. Y así lo hicieron los magos. Y así hay que actuar cuando tienes la suerte de encontrar tu estrella que te quiere guiar, a donde ha nacido el Niño que es el Rey de los judíos.
Y cuando lo encuentres, porque lo vas a encontrar, querrás adorarlo. Y aparecerá de la forma más simple, porque es un rey diferente: está en brazos de su Madre, completamente indefenso y necesitado. Pero al verlo sientes que estás delante del misterio mismo de Dios: ¿qué sentiría Moisés ante la zarza ardiente? Que estaba ante la esencia misma de Dios. Y a estos grandes personajes, al ver al niño, se les doblaron casi insensiblemente las rodillas y se postraron. Adorar al niño, a eso te quiere llevar tu estrella. Vivir adorándolo, y saber que la vida era para eso.
Y abrieron sus cofres y vaciaron su contenido: oro, incienso y mirra. Vaciar el cofre es lo que se hace al adorar, porque se adora con el corazón, con la vida entregada en su totalidad. Y se siente la necesidad de vaciar todo el cofre a los pies de este Niño, como lo hicieron los magos. Oro, incienso y mirra.
Y se volvieron a su tierra sin oro. Habían encontrando el tesoro de la pobreza, pues éste es el regalo del Niño que nace en un pesebre. Ese es un tesoro que pesa menos y vale más. Su incienso, el humo aromático de la propia vida, convertido en oración, y que estará siempre presente ante el Niño; allí se ha quedado también el incienso. Y la mirra que sirve para embalsamar, y perfumar para convertir en amor las espinas de la vida. Todo eso entregado al Niño que está en brazos de su Madre, es la ofrenda de una persona que encontró su estrella y que vivió para seguirla.
Y estos tres magos, que dejaron todas sus riquezas a los pies del Niño, vuelven llenos de otras riquezas.
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Agradecemos al P. Adolfo Franco, S.J. por su colaboración.
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