P. Ignacio Garro, S.J.
SEMINARIO ARQUIDIOCESANO DE AREQUIPA
6. ACONTECIMIENTO DECISIVO EN LA OBRA DIVINA DE LA SALVACIÓN
EL MISTERIO PASCUAL
Este término es una expresión y una categoría propiamente teológico - litúrgica que no se había usado en un documento magisterial de la Iglesia oficial hasta el Concilio Vaticano II., en la Constitución "Sacrosanctum Concilium", Nº 5, dice: "Dios, que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad", 1 Tim 2, 4, "habiendo hablado antiguamente en muchas ocasiones y de diferentes maneras a nuestros padres por medio de los profetas", Hebr 1,1, "cuando llegó la plenitud de los tiempos, envió a su Hijo", Gal 4, 4, "el Verbo hecho carne", Jn 1, 14, "ungido por el Espíritu Santo para evangelizar a los pobres y curar a los contritos de corazón", Lc 4, 18, como médico corporal y espiritual. "Único Mediador entre Dios y los hombres", 1 Tim 2, 5. En efecto, su humanidad, unida a la persona del Verbo, fue el instrumento de nuestra salvación, Por esto, en Cristo se realizó plenamente nuestra reconciliación y se nos dio la plenitud del culto divino. Esta obra de la redención humana y de la perfecta glorificación de Dios, preparada por las maravillas que Dios obró en el pueblo de la Antigua Alianza, Cristo el Señor la realizó principalmente por el Misterio Pascual de su bienaventurada pasión, muerte resurrección de entre los muertos y gloriosa ascensión a los cielos. Por este misterio "con su muerte destruyó nuestra muerte y con su resurrección restauró nuestra vida", (Misal Romano. Prefacio Pascual). Pues del costado de Cristo dormido en la cruz nació el sacramento admirable de la Iglesia entera". Sacr. Conc. Nº 5.
6.1. EL MISTERIO PASCUAL COMO UNIDAD DE LA PASIÓN - MUERTE Y RESURRECCIÓN DE CRISTO
¿Qué significa esta unidad que expresa el misterio pascual? Significa, viene a decir el Concilio, que no hay muerte sin resurrección ni resurrección sin muerte. La muerte en Cristo es un paso, pasó para la resurrección, y esta es la salida, el fin de la muerte, su culminación última: la resurrección. La muerte de Jesús lleva a la vida perdurable, eterna, así como la vida eterna es el fruto maduro de la muerte. Una muerte ciertamente sacrificial, vicaria, reconciliadora, perdonadora de los pecados.
Aquí tenemos el núcleo central del misterio de Cristo en obediencia ala voluntad salvífica del Padre, núcleo central que unifica todas las realidades y verdades de la fe cristiana. Esto es lo que afirma S. Pablo en 1 Cor 15, 1-7: "Os recuerdo hermanos, el Evangelio que os prediqué, que habéis recibido y en el cual permanecéis firmes, por el cual también sois salvados, si lo guardáis tal como os lo prediqué ... Si no ¡habríais creído en vano! Porque os transmití, en primer lugar lo que a mi vez recibí: que Cristo murió por nuestro pecados, según las Escrituras; que se apareció a Cefas y luego a los Doce; después se apareció a más de quinientos hermanos a la vez, de los cuales la mayoría viven y otros han muerto. Luego se apareció a Santiago; más tarde, a todos los apóstoles. Y en último término se me apareció también a mí, como a un abortivo. Pues yo soy el último delos apóstoles: indigno del nombre de apóstol, por haber perseguido a la Iglesia de Dios. Mas por la gracia de Dios, soy lo que soy; y la gracia de Dios no ha sido estéril en mí. Antes bien, he trabajado más que todos ellos. Pero no yo, sino la gracia de Dios, que está conmigo. Pues bien, tanto ellos como yo esto es lo que predicamos; esto es lo que habéis creído. Ahora bien, si se predica que Cristo ha resucitado de entre los muertos ¿cómo andáis diciendo algunos entre vosotros que no hay resurrección de los muertos? Si no hay resurrección de los muertos, Tampoco Cristo resucitó. Y si Cristo no resucitó vacía es nuestra predicación y vacía es vuestra fe... Porque si los muertos no resucitan tampoco Cristo resucitó. Y si Cristo no resucitó vuestra fe es vana; estáis todavía en vuestros pecados".
Por lo tanto, el misterio pascual es el paso, tránsito y participación de la Pascua de Cristo, es decir el paso de la muerte a todo pecado a la Resurrección y la nueva vida, que es vida de gracia, vida en el Espíritu; el cruce de fronteras, la crucialidad o la encrucijada de la existencia vivida desde la fe en Dios Padre y en comunión con Cristo. Pablo amplía y profundiza tal interpretación pascual del misterio de Cristo, en aquellos que han sido bautizados en Cristo, Rom 6, 1-11: "¿Qué diremos pues? ¿Qué debemos permanecer en el pecado para que la gracia se multiplique? ¡De ninguna manera! Los que hemos muerto al pecado ¿cómo seguir viviendo en él? ¿O es que ignoráis que cuantos fuimos bautizados en Cristo Jesús, fuimos bautizados en su muerte? Fuimos, pues, con él sepultados por el bautismo en la muerte, a fin de que, al igual que Cristo fue resucitado de entre los muertos por medio de la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva. Porque si nos hemos hecho una misma cosa con él por una muerte semejante a la suya, también lo seremos por una resurrección semejante; sabiendo que nuestro hombre viejo fue crucificado con él, a fin de que fuera destruido este cuerpo de pecado y cesáramos de ser esclavos del pecado. Pues, el que está muerto, queda liberado del pecado. Y si hemos muertos con Cristo, creemos que también viviremos con él, sabiendo que Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más, y que la muerte ya no tiene ya señorío sobre él. Su muerte fue un morir al pecado, de una vez para siempre; mas su vida, es un vivir para Dios. Así también vosotros, consideraos como muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús". Y en 2 Cor 5, 14-15: "Porque el amor de Cristo nos apremia al pensar que, si uno murió por todos, todos por tanto murieron. Y murió por todos, para que ya no vivan para sí los que viven, sino para aquél que murió y resucitó por ellos". Y en Efes 2, 4-6: "Pero Dios, rico en misericordia, por el grande amor con que nos amó, estando muertos a causa de nuestros delitos, nos vivificó juntamente con Cristo - por gracia habéis sido salvados - y con él nos resucitó y nos hizo sentar en los cielos en Cristo Jesús". Y en Col 2, 12-13. "Sepultados con él en el bautismo, con él también habéis resucitado por la fe en la acción de Dios, que resucito de entre los muertos. Y a vosotros que estabais muertos en vuestros delitos y en vuestra carne, os vivificó juntamente con él y nos perdonó todos nuestros delitos".
6.1.1. El misterio pascual en los escritos paulinos
Recogemos a continuación algunas de las principales formulaciones del misterio pascual que hallamos en los escritos paulinos, como elaboración del "kerigma" más primitivo, como es en 1 Cor 15, 3-7: "Porque os transmití, en primer lugar, lo que a mi vez recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las Escrituras; que apareció a Cefas y luego los Doce; después se apareció a más de quinientos hermanos ala vez, de los cuales la mayor parte viven y otros murieron. Luego se apareció a Santiago; más tarde a todos los apóstoles. Y en último término se me apareció a mí, como a un abortivo".
En Rom 6, 4-11: En el versículo 4, dice: "Fuimos, pues, con Él sepultados por el bautismo en la muerte, a fin de que, al igual que Cristo fue resucitado de entre los muertos por medio de la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva". Esto quiere decir que por el bautismo hemos sido sepultados con Cristo y hemos muerto a toda vida de pecado, para que, así, como Cristo fue resucitado de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros caminemos en una nueva vida, la vida de los hijos de Dios, vida en el Espíritu y no en la carne. Versículo 5: "pues si hemos llegado a ser una misma cosa con Él, con una muerte semejante a la suya, también lo seremos por una resurrección parecida a la suya". Versículo 8: "Y si morimos con Cristo, creemos que también viviremos con Él". Versículo 9: "Sabiendo que Cristo, resucitado de entre los muertos, ya no vuelve a morir, la muerte ya no tiene dominio sobre Él". Versículo 10: "Al morir, murió al pecado una vez para siempre; pero al vivir, vive para Dios". Versículo 11: "Así, también vosotros consideraos muertos al pecado, pero vivos para Dios en unión con Cristo Jesús".
En Filipenses, 3, 10-11: "Así reconoceré a Cristo y experimentaré el poder de su resurrección, y compartiré sus padecimientos, y moriré su muerte. A ver si alcanzo así la resurrección de entre los muertos".
En Efesios 2, 5-6: "Nos dio vida juntamente con Cristo (pues habéis sido salvados por pura gracia) cuando estábamos muertos por el pecado. Nos resucitó y nos hizo sentar con Él en los cielos con Cristo Jesús".
Efesios, 5, 8-11: "Antes erais tinieblas, ahora sois luz en el Señor; caminad como hijos de la luz, porque el fruto de la luz consiste en la bondad, la justicia y en la verdad. No toméis parte en las obras infructuosas de las tiniebla".
Colosenses 2, 12-13: "En el bautismo habéis sido sepultado con Cristo, habéis resucitado también con Él por la fe en el poder de Dios, que lo resucitó de entre los muertos. Y a vosotros, que estabais muertos por vuestras faltas y por no haber dominado los apetitos carnales, os volvió a dar la vida juntamente con Él, y nos ha perdonado todos los pecados".
Colosenses 3, 1-4: "Por consiguiente si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, done Cristo está sentado a la diestra de Dios. Vosotros habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Cuando Cristo se manifieste, Él que es vuestra vida, entonces vosotros también apareceréis con Él en la gloria".
6.1.2. El testimonio de los demás escritos
En los Hechos de los Apóstoles, un discurso de Pablo habla de la Iglesia adquirida por Dios "al precio de su propia sangre", Hech 20, 28. La Iglesia debe, pues, su existencia a la sangre de Cristo, y esta sangre es considerada como propiedad del mismo Dios. La Primera epístola de Pedro atribuye la liberación a esta sangre: "Habéis sido rescatados de la conducta necia heredada de vuestros padres con una sangre preciosa, la de Cristo como cordero sin mancha y sin mancilla", 1 Petr 1, 18-19.
En las epístolas pastorales, hay que atender sobre todo a la afirmación de la mediación de Jesús: "porque hay un solo Dios, y hay también un solo mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, hombre también, que se entregó a sí mismo como rescate por todos", l Tim 2, 5-6.
En la carta a los Hebreos desarrolla toda una doctrina sobre el sacrificio sacerdotal ofrecido por Jesús, sacrificio que comporta un valor único y definitivo. Jesús ha llevado a cabo su oblación "con su propia sangre", y nos ha obtenido de este modo una redención eterna. Nuestro Sumo Sacerdote ha sellado, mediante su sacrificio, la nueva alianza, rescatando las transgresiones, y obteniéndonos la herencia prometida, Heb 9, 12-15, y haciéndonos perfectos para siempre a aquellos a quienes él ha santificado, Heb 10, 1. En la Primera carta de S. Juan, Jesús es el Hijo enviado por el Padre como víctima de propiciación por nuestros pecados, "no sólo por los nuestros, sino también por los del mundo entero", 1 Jn 2; 2; 4, 10. Juan nos dice que la muerte de Jesús es para librarnos del poder del pecado: "El se ha manifestado para quitar los pecados", 1 Jn 3, 5. "La sangre de su Hijo Jesús nos purifica de todo pecado", 1 Jn 1, 7.
6.2. DOS AFIRMACIONES ESENCIALES
En los primeros testimonios de la comunidad cristiana, se constatan dos enfoques que pueden parecer paradójicos:
- La misión salvadora de Jesús se cumple con su muerte.
- Por medio de esa muerte y resurrección se realiza la obra de salvación de Dios.
6.2.1. La misión salvífica de Jesús. Su Pasión y Muerte en la Cruz
Según Pablo la muerte de Jesús es el acontecimiento privilegiado al que se debe atribuir la eficacia de su misión de Salvador. Si Jesús ha rescatado o liberado a la humanidad precisamente en virtud de su sangre, su muerte trágica no puede reducirse simplemente a un desgraciado incidente que habría interrumpido demasiado pronto la total realización de su misión salvífica. La comunidad cristiana consideró la muerte de Jesús como el acontecimiento esencial, el que nos ha alcanzado la salvación. Lejos de atribuir a esa muerte un significado meramente accidental, le reconoce su valor capital, descubriendo en la oblación de su vida, como un sacrificio expiatorio que nos libra del poder del pecado y de la muerte eterna.
Hemos de hacer hincapié en que la primitiva comunidad cristiana vio la muerte de Jesús en su dimensión plena y universal: Jesús no murió sólo por sus discípulos o seguidores, murió como víctima de propiciación por los pecados del mundo entero, l Jn 2, 2. Es decir, Jesús ha tomado sobre sí mismo la injusticia humana, la que proviene del pecado; al sacrificar su vida conduce a los hombres al camino de la "justicia" purificándoles de sus pecados y haciéndoles capaces de una conducta agradable a Dios. Se trata pues, no de una justicia meramente humana, sino justicia en el sentido religioso y sobrenatural, es decir de santidad. La actitud fundamental de la muerte de Jesús no es la protesta contra la injusticia humana, que la había, sino la de quien carga con la injusticia de toda la humanidad para poder darle una justicia de orden superior. Es decir, la comunidad comprendió que Jesús asumiendo con su muerte el peso de las culpas de la humanidad, es decir, de todas las injusticias, es como Jesús ha obtenido el perdón divino universal y definitivo de nuestros pecados, con su resurrección nos da nueva vida, la filiación divina.
6.2.2. En la muerte de Jesús, Dios Padre se reconcilia con el Género Humano
La muerte de Jesús es considerada con sólo como un acontecimiento soteriológico, sino también como un hecho teológico: la muerte de Jesús es obra de Dios. Estamos aquí ante una paradoja, pues afirmamos que la muerte de Cristo es obra de Dios; esto lo veremos bajo varios puntos de vista:
- Es obra de Dios en el sentido de que en ella Dios toma la iniciativa en todo este proceso que desembocará en la muerte de Jesús: El Padre envía a su Hijo como propiciación por nuestros pecados, l Jn 4, 10. Es decir, el Padre le entrega por todos nosotros Rom 8, 32.
- Es obra de Dios en el sentido de que en ella Dios opera la reconciliación. Pablo no dice que Dios se reconcilia con nosotros, sino que Dios nos reconcilia con él. La reconciliación, produce en nosotros una transformación, lo cual pone de relieve la soberanía eficaz de la acción divina: "Todo proviene de Dios, que nos reconcilió por Cristo", 2 Cor 5, 18. Esta reconciliación es la instauración de la paz por la sangre de la cruz, Col 1, 20, y se extiende a toda la humanidad.
- La Pasión es obra de Dios en el sentido más fuerte, por el hecho de que Dios ha adquirido la Iglesia, "por su sangre", Hech 20, 28. La sangre de Jesús es la sangre de Dios. El Hijo que es Dios, ofrece el sacrificio, y presenta su oblación por medio del Espíritu Santo, Heb 9, 14.
- La Pasión de Jesús se mantiene como obra de Dios en su efecto sobre la humanidad, pues Cristo crucificado es "poder de Dios y sabiduría de Dios", l Cor 1, 24. Si en la cruz se han concentrado el poder y la sabiduría de Dios, está claro que el sacrificio de Jesús es verdaderamente la expresión de lo que es propio de Dios.
- Así pues, una interpretación meramente humana de la muerte de Jesús carecería de su dimensión capital. No podríamos limitarnos a explicar el hecho de la muerte de Jesús por las circunstancias históricas que la provocaron: la conspiración de los judíos, la condescendencia de Pilato, etc. Aquí el aspecto más importante es que esa muerte formaba parte de un plan divino.
Hay que notar que no sería suficiente admitir que Dios "permitió" la muerte de Jesús. Si permitió las tramas criminales de Anás, Caifás, el Sanhedrín, la injusta sentencia condenatoria de Pilato, es evidente que Dios interviene de forma más activa en lo que concierne a la muerte de Jesús: esta muerte ha sido querida por Dios como sacrificio de redención, y Dios ha empeñado ahí su sabiduría y su poder. El padre ha decidido la propiciación y el Hijo la ha asumido como acto del más intenso amor, ofrendando su vida por sus hermanos. Estas afirmaciones de los testigos de la primitiva comunidad cristiana nos hacen reconocer el hecho teológico de la muerte de Cristo y nos previenen contra otro tipo de interpretación de simple visión humana o antropológica.
6.2.3. El pensamiento de Jesús
Dado que las afirmaciones de Pablo y de la comunidad primitiva cristiana coinciden en el valor de la muerte de Jesús, implica que tenga su origen en las palabras del mismo Jesús. Esto es lo que vamos a verificar. En efecto, Jesús aprovechó diversas ocasiones para indicar cómo concebía su propia muerte. Cuando anuncia por tres veces proféticamente su muerte, no se limita a indicar un hecho, la presenta con unos términos que hacen comprender su sentido y su valor. Subraya ante todo que esa muerte es querida por Dios: este es el hecho teológico. Describe su alcance sacrificial: ese es el hecho soteriológico.
6.3. PREDICCIONES DE LA PASIÓN. EL HECHO TEOLÓGICO
En la primera predicción explícita de la Pasión, Jesús subraya el hecho teológico: "Es necesario que el Hijo del hombre sufra mucho, sea reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes, y los escribas, sea matado y resucite a los tres días", Mc 8, 21. La afirmación "es necesario", expresa una necesidad absoluta que deriva del plan divino. Esta necesidad se apoya en una referencia a la Escritura: "Está escrito del Hijo del hombre que sufrirá mucho y que será despreciado", Mc.9, 12. En esta alusión a la Escritura no aparece la palabra: "es necesario", parece que Jesús la expresa como una necesidad o una convicción personal, como una afirmación que deriva de la autoridad que posee el Hijo del hombre. Es su intimidad y unión con el Padre, que le lleva a afirmar: "es necesario", pues él sabe y afirma lo que el Padre quiere.
Jesús pronuncia el "es necesario" por un sentimiento de unión y de obediencia a la voluntad del Padre, ya que esta misma expresión la emplea en otras circunstancias aludiendo a su muerte y resurrección. En el evangelio de Lucas ya a la edad de 12 años Jesús dice a María y José: "es necesario que me ocupe de las cosas de mi Padre", Lc 2, 48-50. Una vez resucitado repite, "¿no era necesario que el Cristo padeciera eso y entrara así en su gloria?", Lc 24, 2 El principio fundamental para interpretar el hecho de la Pasión está, pues, inequívocamente enunciado: se trata de una necesidad establecida por Dios Padre.
6.4. PASIÓN Y MUERTE DE CRISTO. CAUSALIDAD DIVINA Y CAUSALIDAD HUMANA
La afirmación "es necesario" no excluye en modo alguno la intervención humana en las causas materiales y circunstanciales. Más bien las engloba: "es necesario que el Hijo del hombre... sea reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes, los escribas... sea matado". Mc 8, 21. Pero esta hostilidad humana forma parte de un encadenamiento de acontecimientos dominados por un designio superior. Jesús, invita a sus discípulos a percibir principalmente ese designio; de ningún modo insiste en las perversas disposiciones de sus adversarios ni trata de suscitar la indignación ante la injusticia. Desea más bien que sus discípulos no fijen su atención en las causas humanas y acepten ese infeliz destino como voluntad del Padre.
Cuando Jesús reprende a Pedro porque éste pretende apartarle de la vía dolorosa afirma claramente que ésta es la vía de Dios: "Tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres", Mc.8, 33. La seguridad con que Jesús hace esa predicción, Mc 8, 32, parece fundarse precisamente en el plan de Dios que se ha de realizar de forma clara. Esta voluntad del Padre le hace refutar todas las objeciones y superar todas las repugnancias. Pedro no olvidará ya la lección recibida. En su predicación de Pentecostés dice: "Vosotros lo matasteis clavándole en la cruz por mano de los impíos, a éste (Cristo) Dios lo resucitó".
Puntualiza, después, que "ha sido entregado según el determinado designio y previo conocimiento de Dios", Hech 2, 23-24. Así Pedro, cuando considera el acontecimiento de la muerte de Jesús desde el punto de vista histórico, pone de relieve la culpabilidad de aquellos que han entregado a Jesús en manos de Pilato y que, pidiendo gracia para un asesino, han hecho morir al príncipe de la vida, Hech 3, 13-14. Pero elevándose inmediatamente después al nivel del plan divino, señala matices de responsabilidad humana: "Ya sé yo, hermanos, que obrasteis por ignorancia, lo mismo que vuestros jefes. Pero Dios dio cumplimiento de este modo a lo que había anunciado por boca de los profetas: que su Cristo padecería", Hech 3, 17-18. Jamás se habría atrevido Pedro a atenuar de ese modo la culpabilidad humana ni atribuir a Dios la responsabilidad de la muerte, si el mismo Jesús no hubiera impuesto claramente ese criterio.
En la excusa de la ignorancia se descubre una alusión a las palabras de Jesús en la cruz: "Padre, perdónales porque no saben lo que hacen", Lc 23, 34. Pero sobre todo, en la afirmación del designio divino aflora la idea de los anuncios de Jesús: "Es necesario que el Hijo del hombre sufra". Y de otras profecías análogas que debieron grabarse profundamente en el espíritu recalcitrante de Pedro, y bien enseñado por su Maestro nunca más lo olvidó.
Y no solamente Pedro, sino también los demás testigos del pensamiento de la primitiva comunidad cristiana han afirmado la prioridad de la responsabilidad divina en la Pasión. La polémica con los judíos los habría estimulado más bien a recriminar la responsabilidad humana de quienes habían maquinado la muerte de Jesús; pero la fidelidad de las enseñanzas del Maestro les dictaba la doctrina de una muerte que era esencialmente obra de Dios.
Así, en vez de atribuir la muerte a la causalidad humana y la Resurrección a la causalidad divina, como cabía esperar, los dos acontecimientos son referidos primariamente al designio de Dios, de tal modo que, bajo ese punto de vista, se muestran en continuidad el uno con el otro. El verbo "ser entregado" se presentaba particularmente a la expresión de las dos causalidades: Jesús había sido entregado por Judas, después por los judíos a Pilato para que le condenara a muerte, pero a un nivel superior, entregado por el Padre a la muerte redentora. En la segunda profecía de la pasión ya se apuntaba esa doble causalidad: "El Hijo del hombre es entregado en manos de los hombres y le matarán", Mc.9, 31; Mt.17, 21. En la tercera profecía, la traición de Judas parece indicada con términos más precisos: "El Hijo del hombre será entregado a los sumos sacerdotes y a los escribas", Mc 10, 33. Pero "el Hijo del hombre entregado a los hombres", indica mejor la acción divina, (es la expresión paulina: "Dios, entregó a su propio Hijo por todos nosotros", Rom 8, 32). Se sugiere una responsabilidad humana más universal: El Hijo del hombre, esto es, el Hijo de Dios hecho hombre, es entregado a la humanidad, la cual es responsable de su muerte.
Es importante no olvidar que, por lo que respecta al drama histórico de su muerte, Jesús ha querido, de forma muy clara, sobrepasar las circunstancias y el papel desempeñado por los distintos personajes. Así por una parte, sugiere una culpabilidad (y la hubo), bastante más amplia que la de los responsables directos y visibles de la condena, ya que le Hijo del hombre es entregado a los hombres, a los pecadores. Por otra parte, y de un modo especial, invita a elevar la mirada hacia Dios, quien mediante esa muerte ha llevado a cabo la obra de salvación. De este modo, la evaluación de las responsabilidades históricas concretas de los jefes judíos y la de Pilato pasan a un segundo plano.
6.5. LA VOLUNTAD DEL PADRE Y LA OBEDIENCIA DEL HIJO
Especifica el género de necesidad y podría ser interpretada en un sentido fatalista. Pero Jesús la completa por medio de otras indicaciones que expresan más claramente que se trata de la voluntad de su Padre. En la parábola de los viñadores homicidas, el dueño de la viña envía a su hijo predilecto exponiéndole a la muerte violenta, Mc 12, 2-12. Esta parábola es una advertencia a sus adversarios; intenta situarlos ante sus responsabilidades haciéndoles comprender el trasfondo invisible del drama que se está urdiendo, el envío del Hijo único por parte del Padre y la gravedad de una muerte que representa, un repudio monstruoso hacia el amor divino. Dar muerte al hijo único y heredero es querer apoderarse violentamente del dominio de Dios, y de su Reino.
En la oración de Getsemaní, la voluntad del Padre aparece también en primer plano. Jesús expresa su conflicto interior proclamando la soberanía del Padre sobre los acontecimientos: "¡Abbá, Padre! Todo es posible para ti, aparta de mi esta copa; pero que no sea lo que yo quiero, sino lo que tú quieras!", Mc 14, 36. La afirmación es más fuerte que en la parábola de los viñadores homicidas, pues en esta última el Padre, enviando a su Hijo, se limitaba a ponerle en situación peligrosa, mientras que aquí el Padre es interpelado como quien quiere la Pasión y alarga la copa, pues "lo que quieras tú", no equivale a "lo que permitas tú". Se trata de una voluntad propiamente dicha, aunque no se ejerza en el orden de las causalidades humanas. En este orden el Padre se contenta con permitir las perversas maquinaciones de Judas, Caifás, Pilato. Pero el Padre posee un dominio superior sobre el desarrollo de los acontecimientos, de tal manera que quiere el sacrificio de Jesús, pero respetando la libertad de quienes hacen el mal. Jesús, considera al Padre, como el responsable principal de la Pasión, sin que se le oculte la responsabilidad de sus adversarios a nivel de hecho histórico.
La tradición primitiva, al subrayar la obediencia como disposición fundamental de la Pasión, comprendió esa prioridad de la voluntad del Padre, tan inequívocamente expresada por Jesús en Getsemaní: el himno cristológico de la carta a los filipenses presenta a Cristo como quien se hecho obediente hasta la muerte y muerte de cruz, Filp 2, 8, y la carta a los Hebreos declara que Cristo con lo que padeció, aprendió la obediencia, Heb 5, 8. El conflicto interior manifestado por Jesús en Getsemaní justifica este modo de ver: Jesús obedece por ser la voluntad del Padre.
Hay que precisar, por otra parte, que esa obediencia manifieste más completamente el hecho histórico en cuanto que es obediencia del Hijo al Padre; según el himno cristológico es Jesús que "siendo de condición divina, se ha hecho obediente hasta la muerte y muerte de cruz". Según Hebreos, es el Hijo quien ha aprendido lo que es obedecer; se trata por lo tanto de la obediencia de una persona divina. Ahora bien, precisamente a ese nivel sitúa su obediencia el mismo Jesús. La voluntad a la que se somete es la de un Padre, a quién él llama ¡Abbá!; con esta palabra del ámbito familiar expresa profundamente su conciencia de ser el Hijo. La obediencia manifiesta en su pasión, que no es la del hombre para con Dios; es la de un hombre, pero la de un hombre que es consciente de ser Hijo de Dios y que quiere obedecer como tal.
El empleo del término ¡Abbá! merece ser captado en todo su sentido. De hecho se ha demostrado que Jesús lo había utilizado normalmente en su oración con Dios Padre, pero dado que disponemos tan sólo de este testimonio explícito, hay que pensar que Jesús debió de pronunciar ese nombre de tal manera que se grabó más vivamente en el recuerdo de los testigos, indicando una actitud más manifiestamente filial.
Además, se debe observar que ésta es la única circunstancia en la que Jesús manifiesta una cierta oposición entre su voluntad y la del Padre, más exactamente una lucha íntima para aceptar la voluntad del Padre. La palabra ¡Abbá! sugiere el aspecto desgarrador de esta lucha interna que se produce en la íntima familiaridad de relaciones entre el Hijo y el Padre. El drama de la obediencia afecta en cierto modo al interior de Dios en cuanto que concierne al Hijo encarnado frente a su Padre; esto significa que si en el pecado la desobediencia había provocado el drama de las relaciones del hombre con Dios, en la redención la obediencia del hombre es elevada al plano de las relaciones entre personas divinas es la consecuencia de la encarnación. S. Pablo lo explica, en el aspecto soteriológico con estas palabras: "porque como por la desobediencia de un solo hombre (Adán) fueron constituidos pecadores todos, así también por la obediencia de uno solo (Cristo), serán todos constituidos justos", Rom 5, 19.
6.6. EL HECHO SOTERIOLÓGICO
Los textos evangélicos nos ofrecen muchas palabras de Jesús que esclarecen el valor soteriológico de su Pasión. Esta aparece en ellos más que nada como un gesto que compromete toda su persona de Hijo mediante la donación de su vida ofrecida por la salvación del género humano, y también como un gesto eclesial que establece la realidad fundamental de su sacerdocio, del bautismo y de la eucaristía.
Agradecemos al P. Ignacio Garro, S.J. por su colaboración.
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