Fiesta de la Transfiguración de Cristo
P. Adolfo Franco, S.J.
Marcos 9, 2-10
Seis días después, tomó Jesús consigo a Pedro, Santiago y Juan, y los llevó a ellos solos aparte, a un monte alto. Y se transfiguró delante de ellos: sus vestidos se volvieron resplandecientes, muy blancos, tanto que ningún batanero en la tierra sería capaz de blanquearlos de ese modo. Se les aparecieron Elías y Moisés, que conversaban con Jesús. Tomó Pedro la palabra y dijo a Jesús: «Rabbí, está bien que nos quedemos aquí. Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías» —es que no sabía qué responder, pues estaban atemorizados—.
Entonces se formó una nube que los cubrió con su sombra, y llegó una voz desde la nube: «Éste es mi Hijo amado; escuchadle.» Al momento miraron en derredor y ya no vieron a nadie más que a Jesús con ellos.
Cuando bajaban del monte les ordenó que a nadie contasen lo que habían visto, hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos. Ellos observaron esta recomendación, discutiendo entre sí qué era eso de «resucitar de entre los muertos.»
Palabra de Dios.
Este hecho de la Vida Pública del Señor tiene un significado especial, dentro de todo lo que El hizo en sus tres años de predicación. Es un hecho singular, que se sale de su conducta habitual, porque es el único hecho “glorioso” dentro del comportamiento ordinario de Jesús de pasar desapercibido, de vivir humildemente. Pero, aunque es un hecho singular, no está desconectado de su mensaje, sino quiere darle un sentido especial a su mensaje de la cruz, de la entrega, de la humildad.
El hecho tiene unas características especiales y muy señaladas, y en ellas habrá que buscar el sentido que tiene este hecho singular. En primer lugar ocurre en el comienzo de su último viaje a Jerusalén (un viaje sin retorno); ocurre cuando Jesús ya sabe que se avecina la Cruz y la Muerte. Y su conversación con Moisés y Elías trata precisamente de esto, de su Pasión y su entrega (este tema está más señalado aún en la narración que San Lucas hace de la Transfiguración) y de hecho con sus tres apóstoles escogidos habla de lo mismo; dice el Evangelio que no deben hablar de esto hasta que resucite de entre los muertos.
Otros detalles no menos importantes, para darle el significado que este hecho debe tener en su mensaje, es el que aparezca junto a los dos personajes más importantes del Antiguo Testamento: Moisés y Elías; en ellos se resume toda la Biblia del Antiguo Testamento; son La Ley y los Profetas. Y Jesucristo está en medio de ellos, como la persona principal, como el que da valor y sentido a todo el Antiguo Testamento.
Además sólo se manifiesta a los tres apóstoles a quienes escoge en momentos muy especiales: Pedro, Santiago y Juan. Y a ellos se les comunica un mensaje particular del Padre: “Este es mi Hijo amado. Escuchadlo” Mensaje tan similar al que se oye en el Bautismo de Jesús, que es otro momento especialmente importante de su comienzo apostólico. Los tres apóstoles que verán a Jesús desfigurado en la oración del Huerto, lo ven ahora transfigurado y resplandeciente y tanto que no sabe el Evangelista San Marcos cómo ponderar tanta blancura.
Con todo esto se nos está hablando de que en toda la predicación de Jesús hay un misterio escondido, que en su conducta hay que ver más allá de lo que nuestros ojos perciben. Que en la Pasión hay más que sangre y muerte. Que todo su mensaje es luz, pero que no lo sabemos entender, hasta que El resucite y nos haga resucitar.
Hay que “despertar” para entender el mensaje, para ver lo esencial de sus acciones, para descubrir al Hijo amado de Dios, para saber comprender la Ley y los Profetas; que sin Jesús todo ese Antiguo Testamento no se entiende. Se nos está hablando de que El es todo el mensaje que el Padre quiere darnos, por eso nos dice: escúchenlo. Se nos está hablando que todo lo que dijo e hizo, sólo se entiende cuando El resucite de entre los muertos, porque entonces todo se llenará de luz y de blancura.
Y todo su Evangelio de la pobreza, del último lugar, de la abnegación, de la Cruz, todo ese mensaje es una luz maravillosa, que por ahora está escondida a nuestra vista, que no tiene alcance más que para lo inmediato y lo material; pero detrás de eso está la Vida, la Verdad y el Amor; que esa es la blancura de la verdadera felicidad. La Transfiguración es la confirmación de las Bienaventuranzas.
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Agradecemos al P. Adolfo Franco, S.J. por su colaboración.
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