P. Adolfo Franco, S.J.
Lucas 10, 25-37
El Señor nos enseña que toda persona y especialmente el necesitado de ayuda, merecen una atención personal de nuestra parte.
La hermosa parábola del Buen Samaritano es la respuesta que Jesús da a un fariseo que le pregunta sobre quién es el prójimo. Estaban hablando de cuál es el mandamiento principal de la ley. El fariseo recita este mandamiento que todo judío sabía de memoria y que repetía con frecuencia como oración: amar a Dios y amar al prójimo. Pero el fariseo quiere apurar su pregunta y su cuestionamiento e insiste: ¿quién es mi prójimo? Y Jesús responde con esta parábola.
La finalidad que tiene Jesús al contar la parábola es para indicarnos con claridad que todo el que está en dificultades, todo el que está caído a nuestro lado es nuestro prójimo y tenemos que ayudarlo, aunque él sea de otro grupo, aunque “yo sea samaritano y él judío”. Pero la parábola está tan llena de contenido, que también puede ser interpretada y aplicada desde otros varios puntos de vista. Así también podríamos meditarla considerándonos a nosotros mismos en nuestro actuar respecto a los demás; y para eso nos ayudará ponernos en lugar de cada uno de los personajes que intervienen en la parábola.
Puedo identificarme con el hombre que es asaltado y golpeado por los ladrones, y al que dejan como muerto: ¿qué golpes he recibido que me han dejado malherido? ¿quién me librará de mi situación de persona golpeada y medio muerta? Podría identificarme con los ladrones que atacan al viajero y lo dejan medio muerto ¿No habrá alguna persona a la que yo he dejado en una situación deplorable? Puedo identificarme con los que pasan de largo cuando ven al que está caído: cada uno pasa de largo seguramente por razones personales, pero que suponen un desinterés por los problemas de los demás; razones como éstas: tengo prisa y no puedo detenerme, o ya habrá alguien que le ayude, o yo en esta situación no puedo hacer nada, o mejor no me complico la vida. Todos los que pasan de largo ante los problemas de los demás disfrazan su egoísmo y desinterés en posturas muy razonables. Podría identificarme con el posadero, que colabora con la iniciativa del que de verdad ayudó a su prójimo y recibe al caído y lo cuida porque le van a pagar, por algún beneficio personal. Y finalmente debo identificarme con el samaritano que se detiene, ayuda y se responsabiliza del caído. Es lo que Jesús nos pide: que actuemos como el samaritano; y por eso nos dice al final de la parábola: Anda y haz tú lo mismo.
Hacer lo mismo. ¿Y qué es lo que hace el samaritano? Primero se detiene, o sea interrumpe su propio camino. Hay que dejar de lado por un momento “nuestros asuntos” para atender los problemas del que nos necesita; hay que detenerse. Le cura sus heridas; no basta detenerse y darle unas palabras de consuelo, hay que ir más allá y hacer lo que está a mi alcance, para curar al herido. Le cura las heridas con cuidado y atención, lo carga sobre su cabalgadura: él que iba tan bien sentado en su burrito, ahora tiene que ir a pie para cargar al herido. Y busca un sitio donde lo puedan atender, pide al posadero que lo atienda debidamente y le deja pagados los gastos; y además insiste en que se haga todo lo necesario para la curación total del hombre golpeado; y si hay más gastos también los asumirá el buen samaritano. O sea, compromiso completo, atención total al problema del hermano.
Cuando Jesús nos dice: Haz tú lo mismo, nos está queriendo decir: no pases de largo, como los otros; y no basta que te detengas, no basta con que hagas una curación, un comienzo de ayuda; tienes que llevar tu ayuda hasta el final, hasta hacer de verdad todo lo que puedas. No te puedes quedar a medias: no puedes decir ya hice bastante, hay que hacer todo.
Y Jesús nos cuenta en esta parábola de alguna manera su propio papel en nuestras vidas; El es el buen samaritano, y por eso tiene autoridad para indicarnos nuestra propia conducta. El se detuvo ante nosotros; cada uno puede considerarse como el caído en manos de los ladrones: tantas heridas, tantos problemas en la vida. Pero El, es el que se ha detenido en nuestras vidas, nos ha curado las heridas, nos ha cargado en su cabalgadura, nos ha llevado a la posada, ha pagado todo lo necesario para nuestra curación y ha dejado dicho que si hace falta algo más, El asume la deuda y la pagará. ¿Quién sino el Buen Samaritano (Jesús) podría haber contado esa parábola, que pone su infinito amor al descubierto?. Y es que es su amor el que cura nuestras heridas.
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Agradecemos al P. Adolfo Franco, S.J. por su colaboración.
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