María Concepción Cabrera de Armida, Conchita, esposa y madre de
numerosos hijos, es una de las santas modernas, que durante años Jesús preparó
a una maternidad espiritual para los sacerdotes.
En el futuro, ella será de gran importancia para la Iglesia universal.
Una vez Jesús explicó a Conchita: “Hay almas que han recibido la unción a través de
la ordenación sacerdotal. Pero hay… también almas sacerdotales que tienen una
vocación sin tener la dignidad o la ordenación sacerdotal. Ellos se ofrecen en
unión conmigo... Estas almas ayudan espiritualmente a la Iglesia de manera
poderosa. Tú serás madre de un gran número de hijos espirituales, pero ellos
costarán a tu corazón como mil mártires. Ofrécete como holocausto para los
sacerdotes, únete a mi sacrificio para obtener gracias para ellos”... “Quisiera
volver a este mundo... en mis sacerdotes. Quisiera renovar el mundo,
revelándome en ellos y dar un impulso fuerte a mi Iglesia, derramando el
Espíritu Santo sobre mis sacerdotes como en una nueva Pentecostés”. “La Iglesia
y el mundo necesitan una nueva Pentecostés, una Pentecostés sacerdotal,
interior”.
Cuando era joven Conchita rezaba
a menudo delante del Santísimo: “Señor, me siento incapaz de amarte, por
ello quisiera casarme. Dame muchos hijos de manera que ellos te amen más de
cuanto yo soy capaz”. De su matrimonio, particularmente feliz, nacieron nueve
hijos, dos mujeres y siete varones. Ella los consagró a todos a la Virgen: “Te
los doy completamente como tus hijos. Tú sabes que yo no los sé educar, conozco
demasiado poco qué quiere decir ser madre, pero Tú, Tú lo sabes”. Conchita
asistió a la muerte de cuatro de sus hijos, que tuvieron todos una muerte
santa.
Conchita fue concretamente madre
espiritual para el sacerdocio de uno de sus hijos; de él ella escribió: “Manuel
nació en la misma hora en que murió Padre José Camacho. Cuando supe la noticia,
recé a Dios que mi hijo pudiera reemplazar a este sacerdote en el altar… Desde
el momento en que el pequeño Manuel inició a hablar, hemos rezado juntos para
la gran gracia de la vocación al sacerdocio.... El día de su Primera Comunión y
en todas las fiestas principales renové la súplica... A la edad de diecisiete
años entró en la Compañía de Jesús”.
En 1906 desde España donde se
encontraba, Manuel (nacido en 1889, su tercer hijo) le comunicó su decisión de
ordenarse sacerdote y ella le escribió:
“¡Entrégate al Señor con todo el
corazón sin negarte nunca! ¡Olvida las criaturas y sobre todo olvídate a ti
mismo! No puedo imaginarme un consagrado que no sea un santo. No es posible
darse a Dios a medias. ¡Trata de ser generoso con Él!”.
En 1914 Conchita encontró a
Manuel en España por última vez, porque él no regresó jamás a México. En aquel
tiempo el hijo le escribió: “Mi querida, pequeña mamá, me has indicado el
camino. Tuve la suerte, desde pequeño, de escuchar de tus labios la doctrina
saludable y exigente de la cruz. Ahora quisiera ponerla en obra”. También
la madre probó el dolor de la renuncia: “Llevé tu carta delante del
tabernáculo y dije al Señor que acepto con toda mi alma este sacrificio. El día
siguiente puse la carta sobre mi pecho mientras recibía la Santa Comunión, para
renovar el sacrificio total”.
Mamá, enséñame a ser sacerdote
El 23 de julio de 1922, una semana antes de la ordenación sacerdotal,
Manuel que por aquel entonces tenía treinta años, escribió a su madre: “¡Mamá,
enséñame a ser sacerdote! Háblame de la alegría inmensa de poder celebrar la
Santa Misa. Entrego todo en tus manos como tú me has custodiado sobre tu pecho
cuando era niño y me has enseñado a pronunciar los hermosos nombres de Jesús y
María, para introducirme en este misterio. Me siento de veras un niño que te
pide oraciones y sacrificios.... Apenas sea ordenado sacerdote, te enviaré mi
bendición y después acogeré de rodillas la tuya”.
El hijo Manuel |
Cuando Manuel fue ordenado
sacerdote, el 31 de julio de 1922 en Barcelona, Conchita se levantó para
participar espiritualmente a la ordenación; a causa de la diferencia de horario
en México era de noche. Ella se conmovió profundamente: “¡Soy madre de un
sacerdote!... ¡Puedo solamente llorar y agradecer! Invito a todo el cielo a
agradecer en mi lugar, porque me siento incapaz por mi miseria”. Diez años
después escribió al hijo: “No logro imaginarme un sacerdote que no sea Jesús
y aún menos cuando forma parte de la Compañía de Jesús. Rezo por ti para que tu
transformación en Cristo, desde el momento de la celebración, se realice de
modo que tú seas Jesús de día y de noche” (17 de mayo
de 1932). “¿Qué
haríamos sin la cruz? La vida sin dolores que unen, santifican, purifican y
obtienen gracias, sería insoportable” (10 de
junio de 1932).
Padre Manuel murió a los 66 años en olor de santidad.
El Señor hizo comprender a
Conchita en función de su apostolado: “Te confío todavía otro martirio: tú
sufrirás lo que los sacerdotes hacen en mi contra. Tú vivirás y ofrecerás por
su infidelidad y miseria”. Esta maternidad espiritual para la santificación
de los sacerdotes y de la Iglesia la consumió completamente. Conchita murió en
1937 a los 75 años.
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Tomado de Congregatio Pro Clericis
www.clerus.org
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