Marcos 10, 17-30
Jesús nos habla en el Evangelio
con frecuencia de las riquezas materiales y de sus peligros, y nos abre los
ojos para que podamos apreciar cuáles son las verdaderas riquezas del hombre.
El nos enseña de lo que hay que hacer con los bienes materiales y de cómo
defendernos para que no nos aparten de Dios. Y además con su vida, aún más que
con sus palabras, nos señala el comportamiento que debemos tener con el uso de
estos bienes materiales.
Y esto nos lo enseña Jesús, que
pasó por este mundo sin tener nada: nació sin nada y en la extrema pobreza,
murió sin nada, y mientras vivió no tenía ni donde reclinar la cabeza y era
Aquel por el cual fueron creadas todas las cosas. El Hijo de Dios escogió
evidentemente lo mejor: o sea, escogió no tener nada, y ser completamente
libre. Y de esta forma hace una propuesta para todo el que quiere seguirle de
verdad; es una propuesta para todo el que quiera vivir la vida humana a
plenitud; es una propuesta para el que de verdad quiera acercarse a Dios.
La propuesta de Jesús encuentra
en nosotros una serie de dificultades evidentemente y por eso pocos toman esta enseñanza como orientación de sus vidas.
Y las dificultades surgen de la misma naturaleza del ser humano. Al menos
algunas de ellas. Porque es imprescindible para la vida humana contar con
algunas cosas materiales: vestido, vivienda, alimentación, salud. Y todo esto
requiere dinero, cosas materiales, y todo esto no se puede descuidar, sin grave
perjuicio de la vida misma. Esa es una primera dificultad. Es necesario tener
cosas materiales para vivir la vida humana en la tierra. Además la previsión
del futuro hace que las personas quieran acumular riquezas, o sea tener más de
lo estrictamente imprescindible. Todo esto nos puede poner muchas trampas:
porque de ahí se pasa insensiblemente al deseo excesivo de acumular. En todo
esto hay un problema sutil: el ser humano se reconoce en el fondo como
inseguro; y esta inseguridad que siente en sí mismo quiere compensarla con posesiones
materiales.
Y así se pasa a otro asunto: ya
no es sólo la acumulación para asegurar el futuro. Se busca que crezca la
acumulación. La abundancia de riquezas materiales produce con frecuencia la
satisfacción del poder, crece el orgullo de una autoestima equivocada, deformada y mal sustentada, porque se basa en
las cosas materiales. Pero no hay duda que en la sociedad en que vivimos, la
importancia que se da a una persona crece en la medida de sus riquezas. Esto
produce a veces la avaricia, a veces el despilfarro y muchas veces produce el
orgullo y la soberbia.
Además la cultura actual, va
haciendo creer que el progreso de la humanidad, el crecimiento de los países
está en proporción de su productividad, de su crecimiento en bienes materiales.
La creación de riquezas materiales se va convirtiendo en la meta fundamental de
todos los esfuerzos humanos. La creación de la mayor cantidad de riquezas, con
el menor esfuerzo posible, y con la menor inversión. Y la riqueza se hace
presente entonces como la meta del ser humano. Por supuesto se entiende la
misma palabra riqueza en su acepción más material; ya que la palabra riqueza se
puede aplicar a cosas más elevadas, también se aplica a los valores interiores
del corazón. Crear más automóviles, máquinas, teléfonos, computadores, aviones,
esa parecería ser la meta del progreso, y a eso se subordina el ser humano.
El hombre entonces es un ser
atrapado por las riquezas, por la posesión y bombardeado por los mensajes de la
cultura actual que lo envuelve. Estas riquezas pueden envenenarlo, y
convertirlo en un robot de la producción (como en realidad pasa), y en un
sediento de tener cosas y más cosas. Y por eso a veces, nace la tentación de
conseguir todo por cualquier medio. Ya que si el poseer es la meta, cualquier
medio termina considerándose válido. Y se pierden los ideales y los valores del
espíritu.
Jesús, frente a todo esto, nos
pone en este Evangelio tres afirmaciones: la tristeza y la insatisfacción que
acompaña muchas veces a la acumulación de bienes materiales. Segunda afirmación
sobre el peligro de las riquezas materiales para la salvación misma, en el
sentido religioso, y en el sentido de realización de la plenitud humana misma.
Y finalmente nos enseña el valor que tiene el desprendimiento, que es exactamente
lo contrario de la avaricia. Es el caso del joven rico: un muchacho rico, pero
infeliz; infeliz porque la riqueza lo ha atrapado. Y de ahí el Señor saca
también estas enseñanzas: la enseñanza de que es más difícil que un rico entre
en el reino de los cielos, que el que un camello entre por el ojo de una aguja.
Y finalmente que hay un premio que se promete al que se desprende de sus
riquezas por el Señor, por el Reino de los cielos, por sus hermanos.
Así, desprenderse de las
riquezas es camino de felicidad, es facilitar el camino del reino de los
cielos. Y es seguridad de recibir de Dios el mayor premio, que El otorga con
generosidad, a Sí Mismo. Esta enseñanza del Evangelio de Jesús se resume en la
paradoja de que la gran riqueza verdadera del ser humano es la pobreza.
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Agradecemos al P. Adolfo Franco, S.J. por su colaboración.
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